martes, 12 de noviembre de 2013

Colaboración: Tengo una cita con la muerte

Título completo: Tengo una cita con la muerte (Antología de poetas muertos en la Gran Guerra)
Idioma original: inglés
Año de edición: 2011 (Edición bilingüe inglés-castellano)
Valoración: Muy recomendable

Las antologías de poesías militares han sido siempre muy comunes en los países de lengua inglesa. En castellano es más difícil encontrar este tipo de libro. Si lo pensamos, de primeras puede parecer difícil acordarnos de un poema bélico. Pero ¿no lo son la Ilíada y buena parte de la Odisea? ¿Y Milton? ¿Y la obra de autores más cercanos como Machado o Miguel Hernández?

En 2011 con Tengo una cita con la muerte de Ediciones Linteo, se rellenó un vacío importante. La recuperamos ahora cuando en unos meses se conmemorará el centenario del comienzo de la Primera Guerra Mundial.

En esta antología se incluyen veintiún poetas muertos en la Gran Guerra y cuarenta y dos poemas en edición bilingüe, con un prólogo complementario a cargo de Ben Clark y Borja Aguiló. Los poemas aparecen publicados en el orden cronológico en que fueron escritos: al leerlos podemos imaginar, detrás de ellos, cómo mes a mes y año a año se recrudece el conflicto y con él las experiencias de los soldados. Como dice el prólogo, aquellos que escriben al comenzar la guerra son los mismos poetas pero no los mismos hombres que en su final. La experiencia los ha transformado. Son otros después de batallas como la del Somme. Allí, el 1 de julio de 1916, solamente los británicos sufrieron 57.740 bajas, con 19.240 muertos y más de 2.000 desaparecidos.

Todos los poetas incluidos en la antología murieron en combate o por acciones de guerra. El más joven, con 19 años (Edward W. Tennant). El mayor, con 45 (John McCrane). Otros fueron Wilfred Owen, Isaac Rosenberg, Alan Seeger, Rupert Brooke, Edward Thomas.

Alguno de ellos ya eran poetas al alistarse como voluntarios. Otros se descubrieron como tales durante la batalla, seguro que muchos sin saberlo. Jóvenes que no supieron expresar lo que habían vivido, que al poco de volver de permiso se sentían tan perdidos que preferían volver al infierno del frente, “y muriendo sobrevivir aún”, convertida ya la guerra en su única realidad posible. Otros, al escribir a su familia, sólo podían describir lo que estaba pasando con un verso. Es imposible ponerse en su lugar, pero son algunos de ellos quienes, al ver a la muerte tan de cerca, sólo pudieron escribir un verso.

Está en esta antología el poeta que en un puesto avanzado examina el canto de un pájaro mientras, hombre a hombre, una compañía enemiga entera se adentra en la mira de su rifle. El poema del oficial que escribe a los hijos de los soldados de su compañía caídos, algunos aún por nacer. También los de aquellos que cuando regresaban de permiso, eran confundidos con desertores y recibían la humillante “pluma blanca” con la que las mujeres inglesas avergonzaban a los hombres en edad militar que en tiempos de guerra eran vistos por las calles.

“Qué dirán los dioses, viéndonos nerviosos / tan nobles y tensos como ellos”
(C.H. Sorley)
Hubo quienes escribieron para sobrellevar la obligación de fusilar a un compañero condenado a muerte por huir de la línea del frente. También quienes quisieron describir los breves momentos de confraternización con el enemigo en la magia imposible que les ofrecía un poema. Sus versos se recogieron en cartas (todas las semanas cruzaban entre Reino Unido y Francia unos 12 millones de misivas), en periódicos, en revistas que editaban los soldados heridos en los hospitales de campaña, y también, en los cuerpos de aquellos que murieron en la lucha.

El autor del verso que da título al libro, (que tiempo después se convertiría en uno de los poemas favoritos del presidente Kennedy), Alan Seeger, también muerto en Somme en 1916, fue compañero de clase de T. S. Eliot en Harvard; en una carta poco antes de morir, escribía:  “...Si debe ser así, que sea en mitad de la acción. ¿Por qué dudar? De lejos me parece la más noble forma en que puedo encontrar la muerte. En cierto sentido, es casi un privilegio.”

Muchos pensaban, rodeados de ese espíritu, que la guerra terminaría el primer verano. Pero para navidad ninguno de ellos había vuelto a casa.

“Y si alguien pregunta por qué acabamos muriendo
dales sólo una razón: nuestros padres mintieron”
Para quienes creamos que en la vida hay algo del destino, este es un libro doliente.
“Pero tengo una cita con la muerte
A medianoche en algún pueblo en llamas,
Cuando la primavera se encamine otra vez al norte,
Y yo siempre soy fiel a mi palabra,
No faltaré a mi cita”.
(Para quienes estén muy interesados en el tema, recomiendo echen un vistazo a la web del Archivo de poesía de la Primera Guerra Mundial de la Universidad de Oxford, el archivo digital donde podéis encontrar muchos de los cartas, manuscritos y poemas originales que aparecen en el libro).

Firmado: Alfonso

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por la rcomendación: maravillosamente estremecedora. Un placer descubrir a Owen, Seeger, etc