Título original: Travesti
Traducción: Lorenzo F. Díaz
Año de publicación: 2007
Valoración: Muy recomendable
Si les ha parecido turbadora esa imagen la cubierta (feto gestado o deglutido por una enorme araña negra) no les cuento lo que viene después... pero sí, porque para eso estamos aquí, se supone. En esta novela gráfica el ilustrador Edmond Baudoin pone imágenes, y tal vez reinterpreta, la novela que en España se tituló Lulu (Travesti en el original) de Mircea Cărtărescu. Como ni he leído el original ni he querido ver comentarios sobre él hasta terminar el libro, me siento en libertad total para valorarlo sin prejuicios. Pero lo que está claro es que no ha de ser una lectura amable, ni siquiera pacífica.
Victor es un adolescente diríamos rarito: le gusta leer (tiene unos poemas de Rilke, y por ahí asoman Kafka y Cioran, así que ya ven que amenaza tormenta), está convencido, como otros tantos a su edad, de que en un cierto plazo escribirá el libro definitivo, alcanzando quizá profundidades desconocidas de la mente humana, y naturalmente huye de la ordinariez de sus compañeros, rechaza su diversión vacía, rehúye (hasta cierto punto, y hasta un punto quizás poco sano) el flirteo con las chicas, intenta disfrutar el silencio y la soledad… todo ello en un campamento de verano donde, claro está, todas esas vulgaridades alcanzan proporciones colosales. El chico se aferra a sus obsesiones y alimenta un mundo propio en el que se funden con recuerdos y pesadillas que no acierta a definir como reales o soñadas. Acecha la locura, y la perspectiva de escribir no está claro si es liberadora o da nueva energía a los monstruos.
Menudo panorama. Pero esto no ha hecho más que empezar, porque nuestro amigo Baudoin parece haber entendido muy bien el horror que se cuece en el cerebro de Victor, y lo interpreta con fidelidad escalofriante. Nada mejor que un dibujo expresionista brutal, en riguroso blanco y negro, para ilustrar las amenazas, la oscuridad, el frío de la soledad llenando imágenes pobladas de insectos, de sombras, figuras grotescas (se diría que traídas de la serie negra de Goya), muñecas inquietantes, cráneos y espectros, una hermosa estatua que parece contener un soplo de vida de algún tipo. He leído que este dibujante emplea con frecuencia el pincel, y se aproxima entonces a la pintura más que al cómic para presentar con más crudeza la devastación que vive el protagonista. Pero es también capaz de reflejar la serenidad en dibujos de línea fina, muy básicos, sobre un blanco virginal, algo que deja caer en muy contadas ocasiones como para mostrar el contraste con un mundo posible, si no luminoso, sí al menos claro y estático.Ese entorno furioso (quizá simplemente la duda y los temores de la adolescencia multiplicados por una sensibilidad extrema) termina de implosionar con la aparición de Lulu, un muchacho vital y excesivo con quien Victor entra en contacto en la fiesta final del campamento. Es una experiencia muy breve, puede que ni siquiera realmente sexual, pero que se incrusta como una lanza en la mente del protagonista. O cataliza ese torrente de miedo y demencia que el muchacho siente sobre sí. Porque ahí se mezclan muchas cosas, y todas ellas perturbadoras, tanto para el chico como para el lector: el sexo, claro, pero también algo parecido a un desdoblamiento de personalidad en el que confluyen el propio Victor (o un Victor doble, adolescente y adulto) y la imagen de una niña no identificada (o sí). Lulu, que seguramente no es sino otro simple adolescente más o menos descerebrado, enciende la mecha con aquel incidente, encarna de alguna manera los horrores que Victor siente sobre sí, y despierta recuerdos quizá enterrados en el subconsciente.Muchas interpretaciones posibles, todas ellas desasosegantes, que se nos enredan como los hilos de la araña que preside el panorama. Como también podemos poner el foco en los sueños del artista adolescente que se siente distinto a los demás, creador, capaz de hundirse en mundos que los demás ni siquiera imaginan y que, pasados los años, comprueba con la desolación prevista cómo sus compañeros se sumergen en la vida burguesa, abandonando las utopías que quizá soñaron, sumándose al carril de la sociedad del que Victor siempre sintió la necesidad de escapar.
En esa desesperación, además de machacar al lector con las terribles imágenes a las que me refería antes, no sé hasta qué punto Baudoin entra y sale del texto original del Cărtărescu, quizá fundiendo las experiencias de Victor con las suyas propias. Es, como se puede deducir, un relato duro, sin concesiones y sin tregua, en el que no estoy seguro de si esas imágenes refuerzan la crudeza de la historia o si, por macabras que sean, terminan por distraer del argumento y por tanto, paradójicamente, diluirlo. Para tenerlo claro tendría que leerme el Lulu del autor rumano, que veo que tantas alabanzas suscita, pero la huella que ha dejado este Travesti me parece suficientemente profunda como para hurgar todavía un poco más. Por ahora.
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