Título original: Contes crueles
Año de publicación: 1883
Valoración: Está bien
Hubo en efecto un Philippe Villiers de l´Isle-Adam, que fue Gran Maestre de la Orden de los Hospitalarios, tras haber resistido el famoso sitio de Rodas impuesto por Suleimán, y que murió en Malta, no sin haber dejado para la Historia la curiosa figura del halcón maltés (hablamos siempre siglo XVI), etc. etc. No dejaba de sorprenderme que semejante personaje hubiera podido escribir unos relatos bajo el título de Cuentos crueles pero, claro, solo se trata de una confusión: el autor, casi homónimo porque añade el nombre de Auguste (por el que es algo más conocido), es sin duda pariente-descendiente del viejo cruzado, pero vivió dos siglos más tarde, en el entorno parisino de los Baudelaire, Gautier, Laconte de Lisle o Mallarmé, ahí es nada. Y eso sí que cuadraba mejor con cierto tipo de literatura.
¿Cuál? Pues en el caso que nos trae, unos relatos de apariencia algo oscura, tal vez (por la cronología del autor) con cierta influencia del simbolismo, puede que con tendencia hacia la excentricidad. Algo que parece más o menos prometedor, aunque la breve semblanza con que se inicia el libro nos indica que nuestro Auguste fracasó repetidamente en su desempeño literario, dedicado sobre todo al teatro, donde esperaba obtener ingresos para reflotar la economía de una familia profundamente enraizada en la nobleza (creo que era conde) pero al perecer arruinada por el padre con contumacia digna de una mejor causa.
La desazón de nuestro autor queda muy de manifiesto en el relato (por llamarlo de alguna manera) más largo de los cinco que únicamente componen el libro: La máquina de gloria S.G.D.G. podría muy bien ser un amplio artículo de fondo en un periódico conteniendo una crítica feroz a la creación de éxitos artificiales en los teatros, algo parecido, aunque algo más burdo, a la actual manipulación por la propaganda y los medios de comunicación. Villiers se centra en la claque, ese grupito de espectadores aleccionados (y probablemente pagados) para arrastrar al público en la dirección deseada, generalmente al triunfo ruidoso de una obra. El texto se hace algo largo, aunque tiene cierta gracia en la invención de máquinas aplaudidoras y disparates parecidos, en una época muy dada a imaginar ingenios mecánicos para cualquier cosa, pero también resulta algo triste porque deja ver el fondo de negra frustración que mueve al autor.
El cuento que da título al volumen, Vox populi, resulta algo sorprendente, centrado en un lisiado que pide limosna a la puerta de Nôtre Dame. Es un texto de claro aspecto metafórico, bien construido, en el que el pobre hombre va sobreviviendo a sucesivos y muy dispares regímenes políticos sin que su patética situación cambie lo más mínimo.
El ritmo sincopado, marcado por un leitmotiv, es un recurso que también está presente en Virginia y Pablo, que igualmente muestra cierta carga irónica y crítica, aunque con apariencia algo más superficial que el anterior. Y La cartelera celeste es otro ejercicio de imaginación en la línea de La máquina de gloria, aunque más irrelevante.
Poquita cosa por tanto, si no se hubiera incluido el último de los relatos, El convidado de las últimas fiestas, en mi opinión el mejor con diferencia. De nuevo en el teatro (o en un concierto, no sé bien), un par de caballeros conocen a tres bellísimas damas. Hay cierto galanteo, máscaras, lujosas vestimentas, el dulce de la vida en una noche para recordar. Un poco por casualidad invitan a un desconocido a unirse al plan, y la fiesta continúa después en casa de una de las jóvenes. Estamos en un grupito de buena posición social, todo es juego y diversión, tan excitante que empieza a parecer demasiado perfecto, y por ahí asoman medios secretos relacionados con las atractivas mujeres. Y el sexto componente, claro, aunque irreprochable en todos los aspectos, por alguna razón suscita cierta inquietud.
El relato está muy bien montado como historia de suspense, sabemos o suponemos que algo va a pasar y la tensión está manejada con buena mano, diluyéndose a ratos, trasladándose de unos personajes a otros, asociada a diferentes momentos de la narración. Hay elementos insólitos, como con frecuencia exige este tipo de cuento corto, es decir, tiene casi todos los ingredientes para formar un texto muy notable, y solo le faltaría redondear el desenlace con algo más de potencia.
De manera que este último relato justificaría por sí solo la lectura del libro completo (por lo demás, bastante cortito), quedándonos la duda de si la selección de los títulos incluidos (los Cuentos crueles son un volumen más extenso) se hizo con un criterio razonable, porque tengo la sospecha de que nuestro autor habrá escrito cosas de mayor nivel que buena parte de las contenidas aquí. Y de paso puede que todo esto sirva de alguna manera como pequeño homenaje a este Auguste Philippe, cuya vida literaria y personal fue por lo visto bastante ingrata, y que desde luego no creo que hubiese imaginado que alguien, casi siglo y medio después, se acordase de él en un blog de internet. Y sin necesidad de máquinas aplaudidoras.
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