Idioma original: .inglés
Título original: The Offing
Traducción: Neus Bonilla Benages (trad. al catalán) / Victoria Alonso Blanco (trad. al castellano)
Año de publicación: 2019
Valoración: recomendable
«¿Qué ha sido de mi vida?»
Con esta primera frase de entrada, el autor ya deja claras sus intenciones y su estilo, que corrobora pocas líneas después al afirmar que «la mente es un museo polvoriento». Porque el autor abre el relato desde la ancianidad, desde la edad en que uno solo tiene la mirada dirigida hacia un lado de la vida, el del pasado, en una eterna sensación de añoranza; en la soledad de su estancia, mira y observa lo que queda de aquello que había sido la vida y el hogar, porque «sentado aquí ahora, junto a la ventana abierta (…) me aferro a la poesía como me aferro a la vida».
El autor, después de una breve entrada introductoria, sitúa el relato en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, y nos devuelve a un pasado marcado por ella, porque «las guerras se prolongan hasta mucho después de concluida la batalla » y sitúa a su protagonista Robert (narrador en primera persona ) a la edad de dieciséis años, en un mundo vacío después de la guerra pero lleno de aquello que codiciaba una vez finalizada: tiempo y deseo de experiencias, que el protagonista resume afirmando que «la vida estaba allí fuera, a nuestro alcance, esperando a que la engulléramos» (…) «sin embargo, a mí lo que me atraía por encima de todo era el mundo de la naturaleza» y, por ello, contraviniendo el deseo de sus padres que pensaban que trabajaría también en la mina como su padre, se marcha de casa «en un acto de escapismo y de rebeldía», emprendiendo un camino hacia el norte provisto únicamente de una mochila con un saco de dormir, una manta, un aislante para dormir en el suelo y una muda de recambio, así como algunos utensilios para cocinar y comer, «ningún mapa». Y, en ese escenario de post guerra, el ansia de libertades, porque «al ciudadano honrado siempre le toca acatar las órdenes del déspota. Y, al final, hay pocas cosas por las cuales vale la pena luchar: la libertad, claro, y todo lo que comporta».
El estilo de Myers es muy precioso, delicado, bello. Sin adornar en exceso las descripciones, se nota un alto cuidado en la elección de las palabras y el ritmo imprimido, narrativamente alto, pero emocionalmente sosegado. Como si te explicaran una historia a la luz del fuego, como unas vivencias narradas en la intimidad de un escenario tranquilo y calmado. Leer el libro sabiendo que ocurren cosas y que hay un argumento firme detrás, pero no tener prisa por descubrirlo, o al menos, no hacerlo de golpe. La narración está repleta de preciosas frases que demuestran el talento del autor y su capacidad de narrar la belleza del escenario y de la vida, como cuando afirma que «pasturaban rebaños de vacas con bragueros que les colgaban como globos de fiesta deshinchados, como si fueran de las navidades pasadas». El autor nos narra el descubrimiento del océano, afirmando que, en su lugar de acogida, «el océano era una puerta abierta, una invitación que acepté gratamente».
Establecido el marco temporal y escénico, Robert prosigue con su travesía hasta que conoce a Dulcie, y encuentra en ella alguien que le ofrece un contraste pausado y maduro a su atrevida e inexperta juventud; las conversaciones entre ambos suponen un choque amistoso y cálido de mentalidades, porque, bajo la permanente visión de una posguerra atroz, «todos somos personas, Robert. Personas que nos confundimos, nos sentimos solas y cometemos errores». Porque Dulcie contagia a Robert de una actitud vital marcada por la imperiosa necesidad de aprovechar cada instante, afirmando que «reventamos relojes y hacemos ver que el hoy es infinito».
Igualmente, el libro es un canto a la literatura y a la poesía, porque «los libros son únicamente papel, pero dentro contienen revoluciones», afirmando a su vez que «todo lo que siente ya lo ha experimentado algún otro ser humano (…) Esto es lo que es la poesía. Existe para recordárnoslo. La poesía es la manera que tiene la humanidad de decir que no estamos solos en el mundo». Y el autor confía en ello, en la belleza y en la libertad, como únicas vías para conseguir un futuro mejor, porque «nadie empieza ninguna guerra cuando se siente satisfecho (…) La libertad, la búsqueda de la libertad: es por este motivo que tenemos que luchar (…) Dejemos que sean la poesía, la música, el vino y el romanticismo los que nos guíen. Que prevalga la libertad».
De igual manera, el libro es un canto a la apertura de miras, a la necesidad de buscar lo desconocido, a experimentar y atreverse, a buscar, a encontrar, pero también a perder. Dulcie y Robert son, a pesar de las apariencias, la misma cara de una moneda, pero con la diferencia de edad que hace que el prisma desde el cual se ven las cosas sea diferente. A pesar de ello, Dulcie encuentra en Robert una segunda juventud, impulsando en él el aliento que apenas le queda a ella, empujándolo a descubrir y a arriesgar, en la búsqueda de un futuro halagüeño. Y Robert la acompaña en su viaje al osado, para sanar heridas y cicatrices que marcaron un pasado aún no olvidado. Así, ambos encuentran en el otro aquello que necesitan en un momento vital en el que uno per joven e inexperto y el otro por estar en la decadencia de sus días a pesar de su mediana edad, se complementan y se compensan, se animan y se encuentran, evidenciando que todos necesitamos contrastes para encontrar en nosotros mismos aquello que necesitamos en la vida.
Desgraciadamente, el encanto e ímpetu inicial con el que arranca la historia se va diluyendo. Me explico: el estilo de mantiene y no hay altibajos en este aspecto, pero sí en referencia al interés de la propia historia que decae hacia cierta monotonía que únicamente los diálogos entre los dos protagonistas pueden más o menos sostener. Porque a pesar de la belleza estilística y la noble intención del autor, la novela peca de cierta lentitud narrativa, encontrando principalmente en la belleza de su prosa y el espíritu que transmite sus mejores cualidades. Que, bien mirado, tampoco es poco.
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