Idioma original: turco
Título original: İstanbul İstanbul
Traducción: Pelin Doğan y Miquel Saumell (edición en catalán)
Título original: İstanbul İstanbul
Traducción: Pelin Doğan y Miquel Saumell (edición en catalán)
Año de publicación: 2015
Valoración: bastante recomendable
Sorprendentemente, y a pesar del prolífico mercado editorial donde cada día se publican nuevos títulos, esta novela no ha sido editada aún en castellano. Por suerte, la pequeña pero certera Edicions del Periscopi descubrió al autor y, realmente, ha sido todo un hallazgo. Entiendo que esta obra no tardará a llegar al castellano, pues creo que la editorial Minúscula tiene los derechos. No puede ser de otra manera, pues ha estado traducida a más de treinta lenguas y es sorprendente que aún no lo esté en castellano. Tocará tener algo de paciencia.
La sinopsis del libro es realmente breve: a partir de la reclusión de cuatro personajes en una prisión, el autor teje una historia en la que se mezclan las pequeñas historias cotidianas, anécdotas de la vida de los presos que no dejan de ser las de los habitantes de Estambul, y donde en cada una de ellas se nota el peso de la historia de una ciudad milenaria, que se debate en una eterna lucha entre su pasado y el presente, entre la belleza y cierta decadencia. El autor expone claramente su dualidad y la amplitud y profundidad de la misma en uno de los párrafos:
«Estambul es inmensa, decía, hay toda otra vida detrás de cada pared y otra pared detrás de cada vida. Al igual que un pozo, Estambul es honda y estrecha. Algunos se embriagan de su profundidad, otros se sienten atrapados por su estrechez.»
Así, y de la misma manera que Estambul puede ser una ciudad profunda, el desarrollo del libro lo es en horizontal, en el sentido que la historia no avanza hacia delante sino hacia los lados, hacia las vidas de los reclusos, hacia las vivencias de su gente. Es a través de ellos, que conocemos historias sobre la ciudad, historias sobre ellos, cuentos de su infancia y su vida; por medio de esas pequeñas historias, el autor nos transmite la profundidad del impacto que la ciudad causa en sus habitantes y es, a través de estas pequeñas historias, que la ciudad se forma, crece y cobra vida. Una vida compartida por cada uno de sus habitantes, un conjunto de granos de arena que dibujan el relieve de la ciudad que los acoge.
Estambul está presente en todo el libro, no en sentido descriptivo o detallando de lugares concretos, sino en un sentido casi simbólico, pues habla de su historia, de su pasado; la ciudad está presente en tanto en ella vive la gente que habla de ella, y que la admira, a pesar de hacerlo con cierto aire de melancolía, propia del embelesamiento hacia un pasado del cual parece alejarse.
El autor, a través de los cuentos que los reclusos se cuentan, nos habla de la condición humana, de plasmar sus deseos de grandeza, de cambio, de crecimiento a través de la ciudad, una ciudad que es el escenario, el laboratorio, el resultado de sus ansias de crecer; nos transmite la voluntad de no contentarse con una realidad que se le antoja insuficiente, nimia a los ojos de quien se siente creador, pues «los humanos son los únicos seres que no tienen suficiente con ellos mismos (...) Un pájaro solo es un pájaro, se reproduce y vuela. Un árbol solo reverdece y da frutos. Los humanos son diferentes, aprendieron a soñar. No pueden estar satisfechos con lo que ya existe. (...) Allí donde los humanos no forman parte de la naturaleza, son sus escultores.»
A través de esos pequeños relatos contados por los protagonistas, en el pequeño espacio de su diminuta celda, el autor nos transmite su imagen de Estambul, y nos muestra una ciudad en toda su inmensidad, una inmensidad no solo en superficie, sino también en profundidad, observándola y analizando el impacto en cada uno de aquellos ciudadanos que ven las múltiples caras de una ciudad que, en ocasiones es preciosa y eterna, y en otras es oscura y triste; esa dualidad existente y presente en todo el relato, que causa que sus habitantes quedan embelesados al mirar los cuadros que representan partes de la ciudad mientras que bajo la mirada de esos mismos ojos les causa pena y pesar cuando la ven en realidad. Así el autor transmite la dualidad de una ciudad que puede ser preciosa, y puede causar tristeza por cierta decadencia que asoma tras la realidad brindada por una comparación con su pasado. Así lo expone el autor al afirmar que «pensaban que la Estambul real era una ciudad del pasado. Esta ciudad cansada había vivido una vida plena en el pasado, había tenido un sultán glorioso, pero ahora era presa del sueño. Puede que nunca llegue a despertarse de aquel sueño tan profundo.»
Recluidos en su celda, la única ventana al mundo que les permite seguir mirando más allá de las cuatro minúsculas paredes que los encierran, antes de que un nuevo interrogatorio se los lleve, uno por uno, para someterlos a las palizas de sus celadores, son las historias que se narran unos a otros para soportar cada momento de su reclusión. Solo tienen, para protegerse de la realidad y hacer soportable la espera, esos cuentos que se narran unos a otros y, en esa mirada a la solidaridad, el autor nos brinda un canto a la tradición de los cuentos narrados de manera oral, transmitidos de persona a persona, de generación en generación, construyendo un relato cambiante que teje una realidad dinámica sobre la ciudad que los inspira y sobre la vida de las personas. La mirada de Sönmez tiene un aire melancólico, de nostalgia, como cuando uno de los protagonistas afirma que «reprende esta ciudad que se ha construido a base de cálculos en lugar de sueños». Los sueños que sus protagonistas transmiten a una ciudad viva, de futuro incierto que, con su mirada nostálgica hacia el pasado, sueña con ser de nuevo una ciudad que contenga la bella imagen que muchos aún tienen de ella.
La sinopsis del libro es realmente breve: a partir de la reclusión de cuatro personajes en una prisión, el autor teje una historia en la que se mezclan las pequeñas historias cotidianas, anécdotas de la vida de los presos que no dejan de ser las de los habitantes de Estambul, y donde en cada una de ellas se nota el peso de la historia de una ciudad milenaria, que se debate en una eterna lucha entre su pasado y el presente, entre la belleza y cierta decadencia. El autor expone claramente su dualidad y la amplitud y profundidad de la misma en uno de los párrafos:
«Estambul es inmensa, decía, hay toda otra vida detrás de cada pared y otra pared detrás de cada vida. Al igual que un pozo, Estambul es honda y estrecha. Algunos se embriagan de su profundidad, otros se sienten atrapados por su estrechez.»
Así, y de la misma manera que Estambul puede ser una ciudad profunda, el desarrollo del libro lo es en horizontal, en el sentido que la historia no avanza hacia delante sino hacia los lados, hacia las vidas de los reclusos, hacia las vivencias de su gente. Es a través de ellos, que conocemos historias sobre la ciudad, historias sobre ellos, cuentos de su infancia y su vida; por medio de esas pequeñas historias, el autor nos transmite la profundidad del impacto que la ciudad causa en sus habitantes y es, a través de estas pequeñas historias, que la ciudad se forma, crece y cobra vida. Una vida compartida por cada uno de sus habitantes, un conjunto de granos de arena que dibujan el relieve de la ciudad que los acoge.
Estambul está presente en todo el libro, no en sentido descriptivo o detallando de lugares concretos, sino en un sentido casi simbólico, pues habla de su historia, de su pasado; la ciudad está presente en tanto en ella vive la gente que habla de ella, y que la admira, a pesar de hacerlo con cierto aire de melancolía, propia del embelesamiento hacia un pasado del cual parece alejarse.
El autor, a través de los cuentos que los reclusos se cuentan, nos habla de la condición humana, de plasmar sus deseos de grandeza, de cambio, de crecimiento a través de la ciudad, una ciudad que es el escenario, el laboratorio, el resultado de sus ansias de crecer; nos transmite la voluntad de no contentarse con una realidad que se le antoja insuficiente, nimia a los ojos de quien se siente creador, pues «los humanos son los únicos seres que no tienen suficiente con ellos mismos (...) Un pájaro solo es un pájaro, se reproduce y vuela. Un árbol solo reverdece y da frutos. Los humanos son diferentes, aprendieron a soñar. No pueden estar satisfechos con lo que ya existe. (...) Allí donde los humanos no forman parte de la naturaleza, son sus escultores.»
A través de esos pequeños relatos contados por los protagonistas, en el pequeño espacio de su diminuta celda, el autor nos transmite su imagen de Estambul, y nos muestra una ciudad en toda su inmensidad, una inmensidad no solo en superficie, sino también en profundidad, observándola y analizando el impacto en cada uno de aquellos ciudadanos que ven las múltiples caras de una ciudad que, en ocasiones es preciosa y eterna, y en otras es oscura y triste; esa dualidad existente y presente en todo el relato, que causa que sus habitantes quedan embelesados al mirar los cuadros que representan partes de la ciudad mientras que bajo la mirada de esos mismos ojos les causa pena y pesar cuando la ven en realidad. Así el autor transmite la dualidad de una ciudad que puede ser preciosa, y puede causar tristeza por cierta decadencia que asoma tras la realidad brindada por una comparación con su pasado. Así lo expone el autor al afirmar que «pensaban que la Estambul real era una ciudad del pasado. Esta ciudad cansada había vivido una vida plena en el pasado, había tenido un sultán glorioso, pero ahora era presa del sueño. Puede que nunca llegue a despertarse de aquel sueño tan profundo.»
Recluidos en su celda, la única ventana al mundo que les permite seguir mirando más allá de las cuatro minúsculas paredes que los encierran, antes de que un nuevo interrogatorio se los lleve, uno por uno, para someterlos a las palizas de sus celadores, son las historias que se narran unos a otros para soportar cada momento de su reclusión. Solo tienen, para protegerse de la realidad y hacer soportable la espera, esos cuentos que se narran unos a otros y, en esa mirada a la solidaridad, el autor nos brinda un canto a la tradición de los cuentos narrados de manera oral, transmitidos de persona a persona, de generación en generación, construyendo un relato cambiante que teje una realidad dinámica sobre la ciudad que los inspira y sobre la vida de las personas. La mirada de Sönmez tiene un aire melancólico, de nostalgia, como cuando uno de los protagonistas afirma que «reprende esta ciudad que se ha construido a base de cálculos en lugar de sueños». Los sueños que sus protagonistas transmiten a una ciudad viva, de futuro incierto que, con su mirada nostálgica hacia el pasado, sueña con ser de nuevo una ciudad que contenga la bella imagen que muchos aún tienen de ella.
3 comentarios:
Me ha encantado la reseña, compañero. La única duda es por qué no la has incluido en el reciente ciclo Ciudades de libro. Porque ya sabes que nuestra semanas uladianas pueden durar seis días, ocho o nueva, lo que convenga.
Saludos!
Muchas gracias, Carlos. No creas, que ya lo pensé, pero ya había incluido la reseña de Mishima sobre Kyoto (que me hacía especial ilusión) y me iba demasiado justo terminar este libro a tiempo. Pero sí, hubiera ido bien también. Añadiré la etiqueta, por si alguien busca a partir de ella.
¡Saludos!
Marc
Istambul la ciudad turca por excelencia. Situada en el estrecho del Bosforo, una Occidente con Oriente. Ciudad de antiguas tradiciones culturales, religiosas, humanas, secretas.
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