Como ya mencioné la semana pasada, últimamente he andado escaso de reseñas pero no de lecturas. Además de corregir dos librazos, también he sido jurado en un premio literario en el que vengo participando desde hace varios años. No daré pistas, evidentemente, pero sí puedo indicar que se trata de un premio internacional, razonablemente bien considerado y económicamente modesto.
Como es sábado y todo el mundo está descansando, me gustaría comentar algunas curiosidades en relación con mi membresía en dicho jurado, si a los lectores no les importa. Mañana, no hay problema, regresarán las animadas reseñas de cada día.
Lo primero que quiero señalar es que, al ser este premio bastante independiente y no dispone de ayudas o subvenciones, tampoco goza del privilegio que supone contar con un grupo de lectores que hagan el habitual "barrido" inicial de textos. Ergo, los jurados nos comemos directamente todas las obras. La organización va cambiando con los años y según el número de originales recibidos, pero hay veces que hemos tenido que leernos más de setenta textos. O más. Y esto, en un plazo de dos o tres semanas. Conclusión: se te caen los ojos de tanto leer, en serio. Lees en el metro, lees en la comida, lees en el baño, lees en la cama, lees en la oficina, lees cuando sacas al perro. Lees todo el rato, incluso cuando no tienes ganas de leer, y por supuesto muchas obras que no leerías pasadas las diez primeras páginas.
Esto enlaza con el segundo punto: en general, salvo casos de desastre total, nos leemos las obras de cabo a rabo. Aunque llevemos cincuenta páginas y no nos esté gustando nada. Supongo que lo hacemos no tanto a la espera de encontrar un hallazgo literario final que justifique la lectura de las tediosas páginas anteriores, como por deferencia hacia el trabajo del autor: alguien que, independientemente de su mayor o menor talento o de su brillantez en ese texto específico, ha trabajado una obra, la ha corregido, la ha fotocopiado, la ha enviado, etc. Creo que lo justo es leerla hasta el final, para poder luego, efectivamente, escribir una nota de jurado ciscándote en ella, si es necesario, pero siempre con conocimiento de causa.
Por lo demás, y según mi experiencia, cuando se eligen las tres o cuatro obras finalistas el debate suele ser "caliente" y habitualmente lo gana ese miembro del jurado (siempre hay uno) que es "el que más manda", bien sea por su currículo, por su experiencia, por su edad o por su poder. He podido ser "ojeador" en otros premios (algunos bastante gordos) y esto es así: siempre hay un jurado al que es difícil discutirle; o mejor dicho, al que se le puede discutir, pero al final todo el mundo termina dándole la razón. Por suerte, esta "norma" que yo he conocido seguro que tiene sus numerosas excepciones, aunque yo no las haya visto.
Para acabar, me gustaría contar dos o tres cosas que me han sucedido. La primera, por ejemplo, muy sencillita: desde hace seis años hay un autor que siempre, siempre, siempre, nos manda las mismas dos obras (que nunca han resultado premiadas, claro). Todos los putos años. La segunda: hace tres años, recibí la llamada de un autor (medianamente conocido) que sabía quiénes éramos los jurados y nos llamó a algunos para confirmarnos que sí, su obra se había presentado al concurso y sí, el título era tal, "para que lo tuviéramos en cuenta". Con un par. Por supuesto, nos pareció tan mal que no le dimos la oportunidad de ganar. En otra ocasión se premió una obra y se decidió nombrar finalista a otra. La cuestión es que el finalista no tiene dotación y, además, al ser nombrada, la obra ya no puede presentarse a otros concursos, por lo que es muy habitual preguntar al finalista si desea ese "galardón" o si prefiere quedar descartado. Como decía, una vez llamamos al finalista y le preguntamos si quería serlo. Nos preguntó si había dinero. No, le dijimos. Nos preguntó si podría seguir enviando la obra a otros premios. No, le dijimos. Así que rechazó la propuesta. Lo cojonudo es que nos llamó un ratito después, porque había visto en intenet que otro autor muy, muy conocido (ahora), había sido finalista del mismo premio hacía varios años. Y claro: decidió aceptar. A mí me pareció un gesto un poco vanidoso, pero bueno...
En todo caso, y termino, lo mejor de ser jurado de un premio es llamar al autor una vez decidido que su obra se merece el galardón. Sobre todo si es un autor desconocido, o semidesconocido, o novel. La alegría y la ilusión con que reciben la llamada nos hace sentir a todos muy felices, como en una fiesta telefónica. Por esos minutos valen la pena, muchas veces, las horas interminables de lectura de las semanas anteriores. A veces nos gustaría tener una mirilla desde la que poder ver su cara de sorpresa...
Buen finde.
5 comentarios:
Yo he sido jurado de premios más bien humildes (o sea: MUY humildes), en los que se presenta de todo, desde obras malísimas de escritores principiantes (faltas de ortografía o de sintaxis incluidas), hasta obras verdaderamente meritorias, que pueden ser también de escritores amateur pero que tienen calidad.
Probablemente por eso, en mi experiencia el proceso ha sido algo distinto: en una primera criba se descartaban las obras que obviamente no iban a ganar (las mal escritas, las romanticonas melodramáticas, las pretendidamente terroríficas pero que daban risa...), y ya se pasaba a la final con un grupo de textos más reducido, entre los que se elegían a los dos o tres ganadores.
En todo caso, es verdad que leer tanto texto es cansino, y que llega un momento en que se pierde la perspectiva y no se sabe si lo que se está leyendo es magistral o espantoso; pero a mí me gusta ser jurado: me parece divertido, y además, qué leches, da cierta sensación de poder, por limitado que sea :)
Ah, los aristarcos literarios... Yo escribo hace unos años y sé cuán caprichosos suelen ser vuestros designios: relatos ninguneados en algunos premios "locales" que alcanzan el 1º puesto en certámenes "lejanos"; relatos que mi ego y yo mismo juzgábamos impecables, inatacables, siendo defenestrados y superados por relatos mucho más mediocres (también en opinión de mi ego y yo mismo), si acaso logrando algún áccesit 'ad hoc'; y viceversa, relatos propios imperfectos, maniqueos y efectistas, prevaleciendo injustamente sobre relatos mejores, de muchísima mayor calidad literaria (alguna por aquí sabrá de lo que hablo). En fin. Siendo la subjetividad el común denominador, te reconozco que sí, que ser jurado debe de ser diver, muy diver...
Sí, Salakov, ya sé de lo que habla, jejeje... Y bueno, lo cierto es que conozco los dos lados, porque como Santi también he sido jurado en pequeños concursos...Un interesante submundo, sí Señor. Qué contarán los del Nobel, bufff...
Al César lo que es del César. Que escribiendo acertaremos o no... pero como lector sé reconocer las injusticias, tanto las "a favor" como las "en contra". Siempre desde mi infalible, clínico y completamente subjetivo punto de vista, claro está. ; )
Yo puedo contar mi experiencia como premiado.
Y suscribo completamente el último párrafo.
Lástima que, en mi caso, ya había leído el fallo del premio en un periódico. Así que cuendo llegó la llamada telefónica ni fui lo suficientemente afable, creo.
En todo caso, este tipo de apuntes no abundan. Se agracede la sinceridad.
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