Fecha de publicación: 1998
Valoración: Recomendable
A ver, antes de ponerme con esta reseña, iré al grano: les cuento que hoy, en esta ocasión, en esta reseña, voy a pasar olímpicamente de hablar del escritor (y de sus delitos y de sus hazañas), y voy a atacar el libro directamente. ¿Saben lo que pasa? Que hoy tengo el día trascendental y sensiblero, y me he dado cuenta de que es indecentemente fácil ponerse a criticar a alguien que es muy criticado (hablo tanto de personajes célebres como anónimos de nuestra vida diaria). Así que, sencillamente, hoy no hablaré ni de seres humanos, ni del mundillo literario, ni de la (al parecer, censurable) vida frívola de los escritores, ni de patatín ni de patatán... Por eso, me limitaré a hablar del libro propiamente dicho. Irlanda, se llama...
Irlanda es una novela no muy larga que en su momento, quién sabe si fue por su bonita portada (el retrato de una joven que recoge a la perfección la descripción física de la protagonista), la edad con la que yo contaba, o la época que era (uno de esos veranos urbanos con pocos amigos, demasiado tiempo libre y sol alternándose con nubes grises), me gustó. Y mucho. Aunque he de decir que fue su final lo que redondeó una trama que a veces se ponía, para mi gusto, un poco insistente en remarcar ciertos detalles no demasiado atractivos. Pero bueno, estaba tan bien escrito que no se hacía cuesta arriba adentrarse en estos meandros narrativos...
El argumento es el siguiente: Natalia, una quinceañera tímida, sensible y poco lucida que acaba de enterrar a su hermana, víctima de una larga enfermedad degenerativa, va a pasar el verano con sus primos pijos y guapísimos, Roberto e Irlanda, y Gabriel, un atractivo muchacho amigo de Roberto. Entre los cuatro jóvenes tratarán de apañar (muy manitas ellos, todo hay que decirlo) la otrora lujosa casa de campo de la familia, para ponerla en venta decentemente. Los primeros días de su estancia en ese bucólico lugar, por allí también andan las amigas de Irlanda, una rubia y una morena casi igual de ideales que ella, que le hacen la pelota cosa buena (la rubia, como casi siempre, es la peor), y ya desde ese momento, Natalia se da cuenta de la infranqueable distancia que la separa de su prima, esa que desde niña era la número uno en todo.
Como la novela está narrada en primera persona, el lector se da cuenta enseguida que pese a fingir ser buena y cariñosa, Irlanda es un bicho de manual que disfruta dejando claro a su prima que le da veinte vueltas, especialmente cuando entre ambas se coloca la figura del bello tenebroso Gabriel, una suerte de Edward Cullen con aires de poeta maldito, el tipo de galán por el que suspiran todas las jovenzuelas enemigas de los maromos bronceados. Irlanda se lo quiere quedar, hablando en plata, y aunque es más guapa que su prima, Natalia tiene ese no sé qué que hará que su prima tenga que esforzarse en ser aún más elementa que de costumbre...
Como he dicho, me gustó el libro, sí. Me gustó el tema de que unos críos gasten su verano en arreglar una casa de campo ruinosa, último y decadente eslabón de una familia que dominó un pueblo en el pasado. Me gustó la (extraña) afición de la rarita Natalia por las plantas y la brujería campestre, a la que recurre para hablar con su difunta hermana desde el mundo de los muertos. Me gustaron los tesoros marchitos de esa casa maldita, sus vestidos de encaje, sus sombrillas y muebles viejos. Me gustó Gabriel, y me gustó Hivernia, la antepasada de Natalia e Irlanda, tocaya de esta última: Hivernia-Irlanda son el mismo nombre.
En fin: me gustó Irlanda, y mucho. Su atmósfera, y sobre todo, su final.
Toca el spring final de la infancia, la rivalidad femenina, la crueldad del que se sabe superior y disfruta con ello...
Que lo recomiendo. Y que paso de hablar de quién lo escribió.
También de Espido Freire en ULAD: Donde siempre es octubre, Melocotones helados
4 comentarios:
Estoy contigo, Ian. Creo que es el mejor libro de Espido Freire.
A mí también me tuvo en vilo un verano :)
Bueno, puede ser lo mejor que haya escrito Espido Freire, pero eso es fácil porque "Donde siempre es Octubre" no tiene palabras y "Melocotones helados" es una farsa de libro.
Irlanda me pareció infumalble, con una narrativa muy infantil y un argumento absolutamente predecible.
Si algo se puede rescatar de esta escritora son sus cuentos (y no todos), en "Juegos míos".
Allá cuando lo leí, hace ya más de 10 años(puff)me gustó. Angustioso, oprimiente y con la sensación de estar todo cubierto de moho,como las paredes de la habitación de la protagonista. Sí, me gustó.
No puedo negar que Espido Freire no es mi escritora favorita y su página web, no deja de sorprender para mal, pero Irlanda no me ha gustado nada: artificial, llena de acciones sin motivo,
personajes mal perfilados, carentes de consistencia: a veces parece la imitación mala de una novela gótica trasnochada o de un cuentecillo de miedo escrito por adolescentes.
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