Idioma original: castellano
Año de publicación: 1970
Valoración: Muy recomendable
Supe de este título a través de un sobrino, o nieto, del autor, quien lo citaba en otro libro bastante mediocre. No recuerdo qué es lo que entonces me llamó la atención, porque diarios de guerra los hay a montones, quizá fue ese Arteche escrito así, castellanizado (en euskera sería Artetxe), que parecía indicar que estaremos ante algo distinto de lo que a estas alturas es ya el tópico del vasco contando los horrores desde la trinchera chapucera donde defiende a su pequeña patria frente al fascismo y la Legión Cóndor. Y eso que el tal Arteche fue en la República uno de los máximos dirigentes guipuzcoanos del Partido Nacionalista vasco. Pero veamos qué ocurre aquí.
Arteche escribió desde muy joven en la prensa local, tanto en castellano como en euskera, su lengua materna, y se relacionó con numerosos personajes del mundillo cultural vasco. Era por tanto un tipo absolutamente integrado en la pequeña sociedad guipuzcoana de su tiempo, y además de familia carlista, lo que requiere una pequeña digresión. Al menos en Euskadi, los hijos de familias carlistas, o se hicieron nacionalistas, o permanecieron en un carlismo cada vez más escorado hacia el tradicionalismo (sobre todo en Navarra). Ese tronco común y el peso fundamental de la religión en ambos grupos explica las dudas que en ciertos sectores del nacionalismo existieron a la hora de alinearse en uno u otro bando, al menos en un primer momento y hasta la aprobación del Estatuto. Así que Arteche –alguno ya lo habrá adivinado-, unas semanas después del levantamiento militar pasó de dirigente del PNV a engrosar las filas del bando nacional. Un cambio que casi un siglo después nos puede dejar estupefactos, pero que en su momento tampoco fue del todo excepcional. Y un movimiento del que para nuestra sorpresa el libro no da ninguna explicación en absoluto, como si de repente este caballero hubiera aparecido allí, entre los franquistas, caído del cielo.
Arteche escribe entonces un diario que durará los tres años de la guerra, y que podemos leer en dos niveles diferentes, aunque obviamente se solapan. En su aspecto narrativo, se ve que el autor tiene hábito de escribir y lo hace con total eficacia. Como un buen cronista, sobrio pero muy sentido, va describiendo su experiencia primero en el frente del Norte, después en el de Aragón. No interviene en el combate, sino que tiene algún puesto de intendencia que no llega a explicar del todo, y con su relato vamos teniendo noticia de escenarios importantes, como las sucesivas batallas en el avance sobre Bilbao, que me impresionan especialmente porque son lugares que conozco bien (Saibi, Lemoatxa, Bizkargi) y en los que aún hoy pueden verse cicatrices de bombardeos y trincheras. O en las proximidades de Teruel o el Ebro, hasta alcanzar el Mediterráneo. No puede narrar Arteche los episodios de primera línea, pero sí describe admirablemente el ambiente que se encuentra: el estremecimiento ante los bombardeos, los pueblos destruidos, la hostilidad con que son recibidos casi siempre, las iglesias saqueadas, el miedo, los niños hambrientos, naturalmente los muertos que van quedando atrás. El relato es estremecedor, por sincero y sencillo.
Los soldados se emborrachan cuando pueden, buscan permisos para ver a sus familias, comentan en voz baja hasta cuándo durará este horror. Pero no hay en el diario rastro de soflamas políticas, patriotismo desatado ni odio al enemigo, lo que no quiere decir que no lo hubiese en el entorno, pero para Arteche parece no existir. Y aquí entramos en el segundo aspecto del libro. El autor sigue pareciendo que estuviese allí para realizar un trabajo cualquiera y fuese mero espectador de la tragedia (obviamente no es así, era un actor más, aunque no lo sintiese como tal). No habla del enemigo, sino de los otros, el otro lado o, a lo sumo, los rojos. No entiende las razones de tanto dolor, y su mantra es que termine cuanto antes. No hay prácticamente ninguna alusión a la política, solo alguna reflexión recogida además de otra persona: ‘Este es un problema de ideas, que ha degenerado en problema de sentimientos, y contra el sentimiento no hay razones que valgan’. En este sentido, asegura que las mayores dosis de crueldad se cuecen en las retaguardias más que entre la tropa, y puede que no le falte razón. También podría ser que Arteche simplemente se callase cosas para dulcificar su propio entorno, pero pienso que es sincero, y varias veces se refiere a los contactos que en ocasiones mantienen discretamente por la noche las avanzadillas de uno y otro lado, algo de lo que yo había oído hablar en alguna ocasión y no terminaba de creerme.
Es por tanto una visión de la guerra desde dentro, que en mi opinión abre la puerta a reflexiones de mucho peso. Quizá el odio más feroz anida en quienes llevan al país a la guerra o en quienes a través de ella buscan algún objetivo colectivo o personal, y así lo inoculan en los demás; y también en esa zona civil en la que, antes o después del combate, sangran heridas viejas o nuevas y donde la represalia y la delación pueden también abrir puertas a ciertas cotas de poder. Pero a fin de cuentas el soldado raso, que es el corazón de lo que cuenta el libro, lucha por su propia supervivencia, y ese trabajo no es muy distinto en función de la bandera que ondee en su campamento.
En definitiva, la obsesión de Arteche es la reconciliación, ese abrazo al que se refiere el título, el perdón y la convivencia, cosas que parecen de una ingenuidad casi inverosímil en un escenario de tanta crudeza. Su posición es como la de un alma pura, la de alguien quizá tan absorbido por la religión que parece no ver, o no entender bien, lo que tiene delante. Porque no dice siquiera ‘hay que parar la guerra’, sino ‘cuándo terminará esto’, como si fuese un castigo divino, una pandemia pongamos por caso. Ese es su punto de vista, desconcertante, insólito en quien es en definitiva un soldado que ha elegido bando. Pero, quizá precisamente por lo contradictorio, me parece un testimonio sincero y dolido que mueve a reflexión y quién sabe si no representaba el pensamiento de muchos otros, de algunos, de bastantes, no sé. La idea está fija desde la misma dedicatoria inicial: 'A todos los que luchando noblemente por un ideal murieron en la guerra civil de España', e incide en ella en una especie de epílogo escrito veinte años después, con esta rotunda conclusión: ‘Impresión desoladora. Nadie tiene ojos sino para considerar los crímenes ajenos; nadie tiene ojos para considerar los crímenes del campo propio’.
Desde luego habrá a quien no le interese para nada el tema, ya tantas veces visto, leído y discutido, pero si uno está dispuesto a abrir la mente y a conocer por dentro lo que es una guerra, los comportamientos a veces extraños de quienes se ven sumidos en una situación tan extrema, este libro aporta material de primera mano que, repito, creo que es totalmente sincero y estremecedor a la vez. Pese a sus trescientas páginas se lee con enorme facilidad, y nos puede dar pie a mirar ese terrible episodio desde alguna perspectiva diferente a las que con los años hemos asumido como inamovibles.
11 comentarios:
Lo pensé hace un par de meses y pensaba decirlo el día de las listas... pero ta... Tocqueville, lo de Joyce, otras tantas que ahora no recuerdo; tu admirable objetividad...
¡Carlos Andia reseñista del año!
Está dicho.
En serio, mucha calidad aportada al blog por tu parte. Es mi sincera opinión.
Y me apunto el título.
¿El día de las listas? ¿Qué es eso?
Una vez al año los colaboradores hacen un divertido resumen sobre lo que destacan de sus lecturas. Distintos comentaristas casuales, y alguno de los habituales también ponemos nuestras listas para simular que leemos.
Eso es todo.
Lo de reseñista del año fue mi manera de felicitar a Carlos.
Una pena que esté descatalogado o eso creo. Sólo lo encuentro en el mercado del libro viejo y no lo regalan precisamente. Aunque darse un lujo de vez en cuando tampoco viene mal.¡ Me lo pensaré porque la reseña me ha despertado la curiosidad!
Muy buena reseña y un libro interesante que parece estar en la línea de la idea que tengo sobre esa guerra (y la mayoría), más alejada del maniqueísmo que pretenden unos y otros. Salud.
Bueno, bueno, Diego, gracias por el elogio, pero no nos pasemos. Es bastante fácil y no tiene mérito reseñar un libro interesante como este. La objetividad, pues sí, he intentado ser lo más objetivo posible con este libro, como con todos, pero con este en especial, porque es un tema que hiere sensibilidades y no quisiera que se me interpretara mal.
Gracias también a Toni, y te contesto en la misma línea: quisiera ser capaz de ser objetivo en este tema. Tengo mis propias convicciones, pero creo que no está de más escuchar testimonios, no ya de políticos o dirigentes, sino de gente de a pie, como este Arteche. El libro es muy interesante, de verdad, y si nos liberamos un poco de prejuicios lo podemos valorar en su justa medida.
Y respecto al Anónimo, pues nada, que supongo que efectivamente estará descatalogado, yo tuve que pedirlo al depósito de la biblioteca, y me parece bastante increíble que un libro así esté perdido en los fondos de algún almacén oscuro. No sé en qué precios se moverá, pero es algo que realmente me parece que vale la pena... dentro de un orden, claro.
De nuevo gracias a los tres, y un cordial saludo.
Hola, Carlos:
Un libro que pinta muy interesante, por muchas razones. Te comento algunas:
-Los prejuicios que se tienen hacia los escritores en España están muy arraigados si estos se basan en su postura ideológica en la época de la guerra y posterior dictadura. No pocos autores han sido denostados por ser afines al régimen franquista o simplemente neutrales. Si los escritores son vascos escribiendo en castellano, tenemos el lote completo. He buscado este libro en las bibliotecas y en Navarra también están en depósitos.
-Este hombre era vasco y tenía el euskera como lengua materna, pero escribía muy bien en castellano. Este sentirse español y vasco (como Unamuno, por ejemplo), y tener una mano tendida al entendimiento, sorprende en una época de polarización y politización del idioma. El uso de tx/ch está muy bien traído, porque se asocia mentalmente a una postura respecto a la lengua y al bando ideológico. También estamos los que, supongo que como el propio Arteche, tenemos el mismo sentimiento hacia la tx que hacia la ch, sin querer que ninguna esté por encima de la otra, cosa harto difícil de hacer entender por lo que ya he expuesto.
- La guerra vista desde dentro, para poder entender qué sucedió, me resulta atractiva. Mi abuelo estuvo en la batalla del Ebro, pero nunca, jamás, nadie hablaba de la guerra. Lucharon en el bando que les tocó, y su forma de seguir viviendo en el pueblo, fue no hablar.
- La importancia de la fe como motor vital era tan grande que ahora no se puede entender. Por lo que recuerdo, Arteche era un fervoroso católico y quizás movido por esto, se pasó al bando nacional. El tema religioso a mí también me gusta, aunque sea como fenómeno sociológico.
Bueno, después del rollo, termino sumándome a los elogios de Diego, aunque los hago extensibles a todos; me gustáis todos, aunque cada uno por algo distinto, como me gustan el euskera, el castellano y hasta el latín.
Saludos, Gero arte!!
Pues poco más tengo que añadir a lo que has expuesto, Lupita, lo has dicho con toda claridad. Muchas veces nos agarramos a nuestras convicciones y las simplificamos para poder defender una posición frente a otras, pero conviene de vez en cuando abrir el foco y conocer otros puntos de vista, que no siempre son opiniones sino perspectivas, y ahí podemos empezar a entender cosas. Ojo, entender y no necesariamente estar de acuerdo, son dos cosas diferentes.
Y ya que me he puesto tan abstracto, paso a algo muy concreto y relacionado con lo que hablamos. Hace unos cuantos años conocí a un grupo de viejillos que se reunían todos los día a tomar potes en un bar. Dos de los que nunca fallaban eran un antiguo falangista, que como tu abuelo también estuvo en el Ebro, y un viejo comandante de gudaris. Creo que alguna vez hasta hablaban de la guerra, cuando los dos eran poco más que unos chavales. Es algo que tenía en la cabeza mientras leía el libro, y creo que es una imagen que le hubiera gustado mucho a Arteche.
Por lo demás, en lo que sí discrepo, Lupita, en respecto del latín. Eso no es un idioma, es un tormento inhumano.
Saludos y gracias por tus opiniones.
No estoy seguro de su calidad alimenticia, pero este arroz vaporizado que no se pasa es una maravilla.
A ver, una cosa no quita las otras. Felicitaciones hay para todos, claro que sí. Pero yo quería destacar el año de Carlos por ciertos títulos que rescató y por esa gran capacidad de objetividad y equilibrio. Cosa que no quiere decir que todo el equipo no se complemente muy bien, partido a partido, y todo eso.
Tampoco quiero decir que esa característica de él sea mejor que la ironía inteligente de otros, a quienes da gusto leer sin importar el libro, solo por su texto en sí. Ni mejor que el que pone el corazón y da pie a cuestionarse. etc.etc
Pero bueno, en honor a los Iniestas o Xavis que no se llevaron el balón de oro en 2010, quizá, porque una buena planificación del juego o estar siempre bien parado no brilla tanto como otras filigranas, yo solté mi felicitación particular a Carlos.
Y no, Carlos, no comparto contigo eso de que no tiene mérito una reseña como esa... Yo lo intenté algunas veces y no fui capaz de hacerlo bien.
Requiere trabajo, requiere sensibilidad, requiere un amplio vocabulario y tantas otras cosas. Es mucho más fácil limitarse a leer o perder la humildad.
Muy bueno tu comentario, Lupita.
Un saludo.
Diego, se ha entendido, es esa vena de madre gallina, ya sabes, que todos se sientan bien (mis hijas lo llaman ser muy cursi, en fin..)
Carlos, el latín podía ser insufrible, como todo lo impuesto, pero como lengua muerta no pertenece a nadie ideológicamente y, como broma, si digo que me gusta el latín, no soy ni facha ni abertzale, sólo rara.
Insufrible el fútbol. Lo odio desde..¿1981?
Vaya desvarío, volvamos al libro, leeré a Arteche. Justo estos días estoy con Unamuno, para "-alegrar" la lluvia y el frío,
De nuevo, un saludo
El testimonio de José de Arteche es doblemente interesante por dos razones: la primera, porque es un documento poco conocido, pero de notable calidad literaria e interés histórico (la guerra desde la retaguardia; en la guerra civil murieron más personas asesinadas en las cunetas que en el frente; en este sentido, fue una guerra sucia y un gran ajuste de cuentas por ambos bandos); en segundo lugar, por la trayectoria del propio Arteche: un nacionalista vasco que cuando estalla la guerra se suma al bando franquista. Esta realidad fue más común de lo que parece, aunque hoy los custodios del fuego sagrado de la inefable m(entira)emoria histórica lo oculten celosamente. Y es que el PNV era y es un partido claramente conservador (lo que no quiere decir "facha" sin más). En la coyuntura extrema de los años 30, el PNV, como partido católico y burgués de centro-derecha, que buscaba el establecimiento de la autonomía en Euskadi (lo que se consiguió en octubre de 1936, ya con las espadas en alto), tenía más que ver, pese a todo, con la derecha que con la izquierda. Pero la derecha española era antinacionalista vasca y la derecha nacionalista vasca antinacionalista española. Así pues, el péndulo del PNV osciló hacia los republicanos de izquierda a partir de 1933. No fue un cambio ideológico, por supuesto, sino pura táctica política forzada por la consecución del Estatuto. Pero este fue un apoyo condicional, con muchas contradicciones y con un episodio final tan lamentable como la rendición por separado en Santoña en 1937 del ejército vasco sin conocimiento del gobierno republicano. Pero nacionalistas vascos como Arteche se unieron a los franquistas por catolicismo y conservadurismo, con las mismas reservas con las que otros de sus correligionarios apostaron por los republicanos. En una guerra civil las posiciones no están nunca tan claras como ahora cómodamente se nos quiere hacer creer. La posición del PNV era especialmente complicada e incómoda. Como partido conservador, no podía admitir la revolución en la zona republicana; como partido confesional, no podía tolerar el anticlericalismo y la matanza de curas; como partido democrático, era claramente antifascista; como nacionalista vasco, el PNV era contrario al centralismo de los franquistas. Todo un sudoku político y estratégico de casi imposible solución. Aguirre pilotó la situación como pudo y con indudable dignidad y valor.
Este es grosso modo el contexto histórico. El contenido de este excelente libro está admirablemente analizado por Carlos Andia.
Un cordial saludo
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