viernes, 31 de octubre de 2014

[Libros y comida] John Lanchester: En deuda con el placer

Título original: The Debt to Pleasure
Idioma original: inglés
Año de publicación: 1996
Valoración: Muy recomendable



Todavía me dura la sonrisa, y eso que voy a hablar de un libro siniestro cuyo inocente aspecto puede confundir incluso a algunos de los que han llegado hasta el final. No digamos a aquellos que han transitado por las primeras páginas y –quizá– encontrado insustancial lo que cuentan. Por ello, creo imprescindible advertir a quienes ni siquiera lo han tenido en sus manos que no se dejen engañar por la superficie. Puede que su protagonista no haya roto nunca un plato en el sentido literal del término, y doy fe de que ha manejado una gran cantidad de ellos a lo largo de su vida, pero convendrán conmigo en que la gente ejecuta acciones mucho más deleznables que destrozar la vajilla. Y disculpen que en este momento no considere oportuno enumerarlas.

La discreción es un requisito fundamental a la hora de comentar esta novela, hasta el protagonista advierte en el prólogo de que la mayor parte de nombres y lugares son supuestos. A mí, la verdad, me encantaría explayarme, analizarla en todos sus aspectos (y lo haría si creyese que todos ustedes la han leído ya), pero no tengo intención de destripársela. Como digo, con el pretexto de ofrecer una colección de comentarios sobre gastronomía contiene muchísimas capas, pero, adelanto: hace falta una lectura atenta, no solo para examinarlas todas, incluso para entender qué es, realmente, lo que nos está contando su autor.

Además de su exquisita sutileza, En deuda con el placer se caracteriza por ser una novela híbrida, un texto que se alimenta de otros géneros. El más evidente, guía para cocineros y gastrónomos, también resulta más que discutible pues, con la excusa de la obviedad de lo que falta, presenta recetas a medio elaborar, además de largas y numerosas digresiones que descentrarían a cualquier cocinero en ciernes; y ante todo, no es seguro que puedan tomarse en serio (ni eso ni nada de lo que cuenta, luego veremos por qué). En definitiva, utiliza a su manera –y a pesar de estar dividido en menús apropiados para cada estación– un formato fundamentalmente autobiográfico que salpica, no solo con los consabidos comentarios sobre comida y bebida sino con numerosas anotaciones sobre diversos campos de la cultura y con los fragmentos de un irónico ensayo sobre cuestiones éticas (que para hablar con propiedad deberíamos denominar antiéticas) y es lo que aporta verdadera entidad a la obra.

Se trata pues de un relato centrado exclusivamente en el narrador y personaje principal, Tarquín Winot, un temperamento contundente. Conocemos detalles de su infancia inglesa, relativamente acomodada con oscilaciones de fortuna debido a la excentricidad de sus padres, y de la relación con su hermano mayor, artista precoz y talentoso fallecido poco antes. Le vemos, ya afincado en Francia, crecer ante un lector testigo de sus misteriosos y hedonistas tejemanejes. Al presentarse como un orgulloso degustador de delicias gastronómicas tan vanidoso como simple, consigue enternecernos, aunque solo en las primeras páginas. Claro que quien logra este efecto es, por descontado, Lanchester, el marionetista que mueve los hilos con toda la ironía de que es capaz, que es enorme. Él es quien nos convence de la ingenuidad de Winot, también el que, hábilmente, va desenredando la madeja. Por eso, a medida que avanza la trama, comprendemos que nuestra sonrisa nace de su habilidad y su retranca, en cambio, las maniobras de su criatura maldita la gracia que tienen.

Decía que el protagonista lo invade todo. No hay muchos más personajes: los padres, una estudiosa de arte y su marido, la doncella y el criado de sus padres. Estos últimos, y sobre todo Bartholomew, el hermano de Tarquín –sombra que planea sobre lo narrado, invadiéndolo todo, apropiándose en cierta forma de los hechos– contribuyen a modificar la personalidad del que narra mostrándolo a los lectores bajo una óptica completamente distinta.

Doscientas páginas. Llenas de chispa al principio, apasionantes a medida que vamos leyendo, divertidas siempre, que dan que pensar. Aunque –y esto no es un reproche, al contrario– nos abandonan demasiado pronto, en el punto culminante de la historia.

11 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Estupenda reseña! De las que abren el apetito lector.

Montuenga dijo...

Oye, pues qué bien. ¡Miles de gracias, anónimo!

Anónimo dijo...

Hola!
En relación a Libros y comida os recomiendo BIG BROTHER de la autora Lionel SHRIVER, 2013.
Novela donde se plantea la alimentación ya sea en exceso o por defecto. La publicidad en los medios, la obsesión por adelgazar, dietas, comida rápida...
El origendel libro es una experiencia vivida por la autora con un hermano.

Imma

Montuenga dijo...

Gracias, Inma. Pero no sé si me animaré a repetir con Shriver después del empacho que sufrí con Tenemos que hablar de Kevin, y eso que, creo recordar, no llegué ni a la mitad. Me pareció repetitivo e insufrible. El tema era de lo más interesante ¿no? Pues ni así.

jhonny dijo...

Recalco lo anterior comentado por Inma, tampoco estaría mal leer más libros de esta autora, todos con un estilo narrativo sencillo e inteligente.

jhonny dijo...

A mi me gustó...

jhonny dijo...

Evidentemente en el post de arriba quise decir Baudelaire...

Igor dijo...

Llego muy tarde a esto, pero, ¿en qué traducción lo leíste? La que tengo entre manos parece un horror.

Montuenga dijo...

Pues el libro no lo tengo, pero creo que, al menos en España, solo lo tradujo Anagrama. Y aún conservo un archivo con mis anotaciones donde escribí el nombre del traductor: Javier Lacruz.
También anoté que en la novela nada es lo que parece y hay que leer entre líneas. Puede que ahí esté la clave de lo que te molesta.
Si no menciono la traducción es que no me chocó nada, porque me parece fundamental y nunca lo paso por alto. Recuerdo, eso sí, el argumento y que me pareció muy divertido, pero ten en cuenta que mientras finge que te cuenta una cosa te está contando otra. Humor británico.
Si lo acabas, y quieres contarnos qué tal, aquí estaremos.

Igor dijo...

Bueno, lo primero muchas gracias por tomarte la molestia de responder a un comentario de un texto escrito hace ya mucho! Es que he llegado a él estos días.
Por supuesto el tema de la voz y el estilo del libro es como dices, claro que eso no me molesta, pero leyendo la traducción, pues mi inglés es limitado, me he ido encontrando con cosas que no me cuadraban o no entendía, y de ahí que haya buscado el original, cosa que casi jamás hago.
Voy con ejemplos de lo que digo y perdón por adelantado por la chapa, teniendo en cuenta que quizá me equivoco en la interpretación.
Dos párrafos independientes, del original, en negrita las cosas que me sorprenden:
1.
Considered as a space, moreover, the interior of the church has the same deficiencies of proportion as the exterior ('It would, wouldn't it?' as my brother used to enjoy saying, often aptly but still with a mysterious frequency).
2.
Naturally we drank Black Velvet, that very English confection, combining clubmanly propriety with nineties-ish, Cafe Royal-ish institutionalized aestheticism,to which my father had introduced me, in his handsome way, in a hotel bar - the Shelbourne? the Gresham? - in Dublin, my father pre-empting the traditional imprecation 'Waste of good Guinness' by insisting on the drink's being made with Courage's Imperial Russian Stout, difficult to get, get, rick, thick, sweet, as if it embodied that douceur de la vie which Talleyrand said no one who had not lived before the French Revolution had ever tasted.

Traducciones:
1.
Para colmo, desde el punto de vista espacial, el interior de la iglesia tiene los mismos defectos de proporción que el exterior («¿Será o no será?», como le gustaba decir a mi hermano; a menudo cuando venía a cuento, pero, aun así, con una misteriosa frecuencia).
2.
Naturalmente, bebimos Black Velvet, esa fórmula tan inglesa que combina el decoro del casino con el esteticismo dieciochesco institucionalizado, a lo Café Royal, que mi padre me había dado a conocer, con su distinción habitual, en el bar de un hotel. —¿El Shelbourne?, ¿el Gresham?— de Dublín, mientras hacía suya la maldición tradicional «Qué derroche de buena Guinness» al insistir en que aquella bebida estaba hecha con Courage’s Imperial Russian Stout, difícil de conseguir, fuerte, densa, dulce, como si fuese la encarnación de aquel doucer de la vie del queTalleyrand dijo que nadie que hubiera vivido antes de la Revolución Francesa lo había probado nunca.

Comentarios a las negritas:
1.
“¿Será o no será?” No le veo el sentido. ¿No es más bien “¿era de esperar, no?”No es un uso habitual del “would”, pero es al que le veo sentido aquí.
2.
Entiendo que dieciochesco en lugar de diecinueve sea un lapsus, aparte de lo raro de traducir “clubmanly” como “del casino”.
3.
¿Qué sentido tiene la traducción? Ni suena bien ni se entiende en el contexto del párrafo. ¿No sería algo tipo “mi padre se adelantaba a la imprecación insistiendo en que la bebida se hiciese con Courage Imperial”?

Gracias y un saludo

Igor dijo...

Hola de nuevo. No sé si pudiste ver mis reparos con la traducción y qué opinas.
Un saludo.