lunes, 21 de marzo de 2011

Antonio Colinas: Sepulcro en Tarquinia


Idioma original: castellano
Año de publicación: 1975
Valoración: Imprescindible


Hoy es el Día Internacional de la Poesía y queremos celebrarlo comentando uno de los libros más emblemáticos de uno de nuestros mejores poetas, Antonio Colinas, que acaba de publicar su Obra Poética Completa (hasta el momento), 40 años después de haber ganado el Premio Ciudad de Irún en su primera edición.

Resulta bastante habitual, incluso en las obras consideradas antológicas, que unos cuantos poemas destaquen del conjunto, manteniendo los demás una presencia digna pero discreta. No ocurre así en la producción de Colinas, donde todo lo que se recoge tiene la misma excelente calidad. Sepulcro en Tarquinia compuesta, como la mayoría de sus obras, en verso libre, está dividida en cuatro partes que presentan una escenografía arcaica, el recurso frecuente a la memoria, paisajes desolados, individuos extraídos de la historia y estatismo: las figuras, humanas o no, parecen sacadas de un cuadro, sus interlocutores nunca replican de forma que su conversación es mero monólogo. La piedra, como elemento natural o arquitectónico, tiene una presencia fundamental: simboliza el pasado, da título explícito a la primera parte y de forma indirecta a las dos siguientes. La acusada musicalidad y el esteticismo, tan propios del autor, no faltan en ninguno de sus versos, lo descriptivo predomina sobre la acción. En general, recrea todos los referentes clásicos, del siglo de Oro a la generación del 27, convirtiéndolos en presente y, sobre todo, apropiándose de ellos hasta hacerlos completamente suyos.

La primera parte, Piedras de Bérgamo ,en la que utiliza, en su mayor parte, la segunda persona verbal, transmite una emotividad fría. El poema que le da nombre está compuesto por versos alejandrinos y su clasicismo es todavía mayor si cabe: “Si sepulcro, contienes una doncella viva; / si corazón de piedra, suenas como un oboe”. El simbolismo se obtiene a base de colores (negro, verde y oro) e imágenes visuales, aunque a veces alude a otros sentidos: humedad, sonidos, temperatura. En el poema Novalis, encontramos ecos de S. Juan de la Cruz. Se identifican naturaleza y sentimientos (noche/tristeza - nostalgia/belleza). En Poseidonia, vencedora del tiempo – dónde se compara la destrucción de esta ciudad de Italia fundada por los griegos con la actual pérdida de los valores espirituales – aparecen estampas bucólicas que son como ráfagas de los viejos poemas pastoriles. También aquí se refleja una naturaleza más leída que vivida, o la fusión de ambas, lo que le presta un efecto plástico especial. La estética del renacimiento europeo se identifica con la decadente elegancia de principios del siglo XX en el poema Vamos, vamos a Europa. Como en la mayoría de las composiciones de Piedras de Bérgamo, se dirige a un interlocutor cambiante y la inmovilidad es absoluta, incluso las acciones son estáticas.: “… caía la lluvia en Boulogne, / entre dos anarquistas, la irlandesa / cantaba, los aviones, sobre los chorreantes prados de Welwins Garden / un cielo de cerveza / (…) se levanta la noche con magnolias / sobre los lupanares de Pompei”. Poema particularmente pictórico es Noviembre en Inglaterra, que cierra esta primera parte del libro.

Sepulcro en Tarquinia está formado por un único poema – de más de 500 versos, sin apenas puntuación y dividido en secciones – en el que abundan las reiteraciones y sigue predominando lo visual. Esta minuciosa descripción, de carácter simbólico, tiene también destinatario. En él se emplean enumeraciones caóticas, fusión de lo rural antiguo con lo urbano moderno: "…después del huracán de las estrellas, / del otoño, con árboles de oro, / con torres incendiadas y columnas, / con los muros cubiertos de rosales / tardíos / y tú en aquel tranvía salpicado / a la orilla del agua por las barcas” junto a algún recurso surrealista: “con un sueño de potros… / con un nido de tigres… / con un hato de ciervos en los ojos”. El ritmo de cada verso individual es tan intenso como en el resto de la producción de Colinas, pero la cadencia general del poema se acelera o demora según falten o no los tiempos verbales, cambiando del paso al galope y viceversa. Todo el poema es un acto de nostalgia: el autor se traslada, mediante imágenes asociadas con plena libertad, a una época ya vivida. En ellas alude, fundamentalmente, a un pasado amoroso sin futuro: “debes saberlo ahora que recuerdas: / jamás llegará nadie a este lugar, / aquí nos trae el mar los peces muertos / y no hay más vida que la de las olas”.

La tercera parte, titulada Castra Petavonium, aunque compuesta por ocho poemas con título propio, tanto por tema como por recursos podría formar un todo continuado parecido al anterior. Excepto en los últimos poemas, se emplea también la segunda persona, motivos como el de los caballos y recursos poéticos son similares a la segunda pero lo que ahora se recrea es un ambiente guerrero para lograr un implacable canto a la derrota.

En la última parte, Dos poemas con luz negra, vuelven a aparecer noche, piedras, silencio y arcaica arquitectura. Ambos cuadros son nocturnos, con los claroscuros precisos para que podamos percibir las siluetas: “Se funden las vidrieras. / En su luz cae la luz o cae la escarcha (…) y van brotando soles de vacío, / coronas luminosas de las sombras”. Tras tanta acumulación de imágenes, concluye, en cada uno, con una reflexión trascendente: “presentían / la luz o la negrura del sepulcro” y “para escrutar la vida hay que fundarla / y que fundamentarla / en un Orbe”.

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