viernes, 22 de febrero de 2019

Christopher Isherwood: Adiós a Berlín


Idioma original: Inglés
Título original: Goodbye to Berlin
Año de publicación: 1939
Traducción: Jaime Gil de Biedma (1967) Al catalán: Jordi Arbonès i Montull y  Josep Cornudella i Defis  (2016)
Valoración: Muy recomendable

Empecé a ir al acecho de Adiós a Berlín porque sabía que era la novela en la que se basaba –en realidad, apenas sirvió de inspiración- a la película Cabaret, que rodó Bob Fosse en 1972 con una estelar Liza Mineli de protagonista. Descubrir que existía una versión en castellano firmada por Jaime Gil de Biedma aumentó considerablemente el aliciente –y cómo se hace notar la mano del poeta barcelonés. Adiós a Berlín en castellano arranca y suena así: “En lo hondo la calle, pesada y pomposa, bajo mi ventana.”-.

El género cabaretero, con su corrosiva y contagiosa capacidad de sacarnos los colores a las personas convencionales y a los momentos esdrújulos y confusos –como la Europa de entreguerras o la actual- me parece por supuesto una manera deliciosa de hacer reír y de hacer sentir. De quien no albergaba ni remota idea era de Christopher Isherwood (Chesire, Reino Unido, 1904 / California, EE.UU., 1986), apenas que, como W.H Auden, Anthony Burgess o Stephen Stender, formó parte de esa extraordinaria ola de escritores británicos, cultos y sagaces, homosexuales y mundanos, brillantes y transgresores, que produjeron magnífica literatura. Con estos mimbres, desde luego, Adiós a Berlín debía valer la pena. Y así ha sido.

Aunque no se trata estrictamente de una novela al uso -escrita en 1939 juega ya con la hoy apabullante y omnipresente autoficción- puesto que se presenta formalmente como memoria de una experiencia vivida, la de la estancia del propio autor en el Berlín de finales de la década de los 20 y los primeros años 30. En la capital de la República de Weimar, en los momentos previos a la llegada –vía elecciones democráticas, no lo olvidemos- del Partido Nazi alemán al Gobierno, cuando todavía parecía que aquellos estúpidos y grotescos salvadores de la patria no eran más que una broma estúpida que no iba a ninguna parte. Pero el gran disparate fue a más, no se desvaneció: “Dentro de pocos días, pensé, habremos perdido toda afinidad con el noventa y nueve por ciento de la población mundial, con los hombres y las mujeres que se ganan el pan, que aseguran sus vidas y se preocupan por el porvenir de sus hijos. Es posible que en la edad Media las gentes sintiesen algo así cuando creían haber vendido su alma al diablo, era una curiosa sensación estimulante, y no desagradable, pero al mismo tiempo me sentía ligeramente asustado”.

Desde luego, Sally Bowles, el personaje que Liza Minelli encarnaría en el celuloide, es un lujo, inspirado a su vez en la persona de Jean Ross, una cabaretera, modelo, activista y escritora nacida en Alejandría en 1911 con la que Christopher Isherwood coincidió y trabó amistad en sus noches berlinesas. Su dieta apenas incluía criadillas y huevos batidos y su fascinante personalidad se basaba en una atractiva y arrolladora simbiosis de ingenuidad y ambición, de simplicidad y hedonismo: “Tenía una voz sorprendentemente baja y bronca y cantaba mal, sin la menor expresión, con las manos pegadas al cuerpo, y sin embargo resultaba impresionante a su manera, debido a lo extraño de su aspecto y a su aire de no importarle un pito lo que el público opinase”. La atmósfera que desprende la novela es precisamente esa, la de unos personajes aferrándose a la dicha de vivir en un momento en que todo está diabolicamente dispuesto para estallar y hacerse añicos.

El elenco de personajes que pululan por las páginas de Adiós a Berlín incluye unos cuantos miembros de la acomodada familia judía Landauer, así como también la proletaria y aria familia de los Nowak, a los que Christopher Isherwood alquila media buhardilla que le permitía compartir las noches con Otto, y unos cuantos chaperos, buscavidas, idealistas, estafadores, cabareteros y artistas de medio pelo. Gentes arruinadas, desesperadas, supervivientes en una urbe enloquecida y sin rumbo, sin apenas esperanza en el porvenir pero dispuesta a aprovechar cada instante.

La eterna comedia humana aconteciendo en un local como el Lady Windamere de la Tauentzienstrasse, escrita ¡en 1939! con abundante ironía, mordacidad y humanidad: “Para ser una demi mondaine parecía tener escaso tacto y sentido del negocio: perdió un largo rato insinuándose a un señor de edad que claramente hubiese preferido charlar con el barman”. O capturada en sabrosos diálogos sin desperdicio:
“-El otro día estuve en Hiddensee y no había más que judíos. ¡Da gusto volver aquí y ver verdaderos tipos nórdicos!

-Vamos a la otra playa, propuso enseguida Otto. Esta es aburridísima. No hay nadie.

-Vete tú si quieres, replicó Peter furiosamente sarcástico: Me temo que yo me sentiría un tanto fuera de lugar. Una de mis abuelas era medio española”.

7 comentarios:

Gabriel Diz dijo...

Hola Carlos,

Me convenciste. Va a la lista de pendientes (cada vez más grande).

Saludos

carlos ciprés dijo...

Hola Gabriel, y que no deje de crecer... ¡Salud y (buenas) lecturas!

reisner dijo...

En mi opinión, el personaje de Sally Bowles es un claro antecedente del de Holly Golightly en "Desayuno en Tiffany's", de Truman Capote. Capote y Isherwood escriben muy bien ambos, pero la diferencia, en mi opinión, es que el contexto de la historia de Isherwood (el Berlín previo al nazismo) es mucho más interesante que el de Capote (el Nueva York de los años 50).
En este sentido, Capote es el claro ejemplo de artista obsesionado con hallar "un tema a la altura de su talento". En mi opinión, lo consiguió plenamente en "A sangre fría". Isherwood, por su parte, lo consiguió con sus relatos berlineses.

Félix dijo...

Lo del tema a la altura del talento es un debate aparte. Un escritor, siempre y cuando lo sienta verdadero, puede sacar joyas de donde quiera. Y realmente, los temas más importantes son los más comunes, y los más difíciles de escribir. Siempre he escuchado, en boca de escritores, que se debe escribir de adentro hacia fuera. Con un lenguaje nacional, claro, pero en ningún momento, de forma necesaria, un tema nacional. Si no, Shakespeare que no basó casi ninguna de sus obras donde vivía no podría ser considerado un escritor que buscaba un tema acorde.

reisner dijo...

Estoy de acuerdo en que de un tema mínimo se puede hacer una joya literaria. Y al revés: un gran tema, tratado sin talento, puede hacerse insoportable.
En "Adios a Berlín" no pasa nada excepcional, pero resulta inolvidable, al menos para mí, por la capacidad de observación que demuestra el autor. Uno, a través de lo que nos cuenta, no presencia el incendio del Reichstag, pero te hace comprender cómo se llega a eso por medio de personajes como la casera, una persona cordial que pasa en pocos meses de votar por los comunistas a apoyar a los nazis.
Siempre me acuerdo del maravilloso final del relato sobre Sally, en cuyas últimas líneas Isherwood cambia el pasado por el presente y se dirige a la propia Sally. Un final lleno de elegancia y sensibilidad.

carlos ciprés dijo...

En "Adiós a Berlín", Isherwood retrata unos personajes y les hace actuar y dialogar de una manera tan convincente y lograda que le permite trasladar al lector una impresión viva y emocionante de aquella sociedad en un momento excepcional, sin necesidad de una narración explicitamente ideológica o historicista. Y eso, desde luego, hace a la novela tan atractiva. Tan rica en matices, en conflictos y en sentimientos y tan convincente narrando los comportamientos estrafalarios, exagerados y desesperados en un contexto que queda plasmado en toda su viveza. Así que supongo, como dice Félix, que es una cuestión de talento, pero también como dice Reisner de acierto. Y que aunque no siempre coinciden, en "Adiós A Berlín" creo que desde luego sí.

Pepe M. dijo...

Gracias por darme a conocer a conocer una novela que pongo para la próxima lectura.
También los comentarios animan un montón a ello.
Da gusto poder conocer libros que de otra manera me sería imposible saber de ellos.
Comparto la opinión de que el tema no es lo más importante. Dice Nabokov en sus clases de Curso de Literatura Europea que lo importante de la literatura no son las ideas si no las palabras, o algo así.