viernes, 5 de octubre de 2018

Paul Theroux: El gran bazar del ferrocarril

Resultado de imagen de el gran bazar del ferrocarril amazonIdioma original: inglés
Título original: The Great Railway Bazaar
Año de publicación: 1975
Valoración: Muy recomendable


No podía imaginar Paul Theroux, cuando era niño y vivía en Boston muy cerca de la vía férrea, que un día sería escritor, ni que elaboraría un libro de viajes que llegaría a convertirse en paradigma del género. Ya entonces, cuando escuchaba desde su casa los silbidos de las locomotoras y sentía el impulso de viajar algún día dentro de esos monstruos enormes y veloces que más tarde llamaría “bazares irresistibles” debió germinar en su cabeza esa imagen fantástica: “cantos embrujados”. Evocación que sirve de arranque a un relato tan quebrado y fragmentario como el género exige, pero con una coherencia esencial que no está reñida con la clara evolución que sufre el autor después de una experiencia tan potente. Es cierto, reconoce, que las imágenes que encuentra al otro lado de las ventanillas de los sucesivos trenes entre Victoria Station y Tokio Central son tan diversas como impactantes, pero mucho mayor es el cambio experimentado por el viajero y por el propio relato, que “al comienzo resulta sin duda divertido, pasa de ser periodismo a ser ficción y llega a convertirse en autobiografía.” Y asegura que esa etapa final del prolongado viaje no es otra cosa que confesión y hasta “desconcertante monólogo en un bazar desierto”. En concreto, a su paso por el Transiberiano –tras llevar a la espalda miles de kilómetros– la soledad, el cansancio y la cantidad de experiencias vividas en un periodo tan corto de tiempo acaban por abatirle.
“Pero todos los viajes eran viajes de regreso. Cuanto más lejos va uno, más desnudo se encuentra, hasta que, hacia el final, cuando ya no le anima ninguna escena, uno se siente sobre todo uno mismo, un hombre en una cama rodeado de botellas vacías.”
 El punto de partida es, pues, la perentoria necesidad de emprender esa aventura, de atesorar vivencias (aburrimiento, privaciones, sobresaltos) junto a la constante sucesión de panoramas que describe con vívida emoción. No es que le apetezca llegar a un punto concreto –en ese caso, habría optado por el avión–, lo que quiere es emborracharse de tren (ese bazar misterioso, contenedor de maravillas) y observar todos y cada uno de los puntos intermedios entre el lugar de partida y el de llegada, así como a sus habitantes y a los viajeros que ocasionalmente se cruzarán en su camino. En sus propias palabras, lo que ha hecho es trazar “una parábola sobre uno de los hemisferios del planeta”. Veintinueve trayectos, de Londres a Tokio y vuelta a través de Siberia hasta Moscú, que es dónde acaba la crónica, ya que el resto –Polonia, Alemania, Holanda– hasta llegar a Londres de nuevo, no le parece digno de mención. El viaje le habría servido de cura, solo cediendo a su impulso viajero podía librarse de él.
Hay tres maneras de efectuar cualquier recorrido sirviéndonos de un libro de viajes: acompañándolo con las observaciones del autor, emprendiendo dos rutas distintas, la física y la literaria, o bien, viajar únicamente en espíritu sin moverse del sillón de casa. Quiero decir con esto que tan interesante como el análisis que hace Theroux de sí mismo resulta la descripción, en ocasiones irónica, de la idiosincrasia de los habitantes, costumbres y nivel de vida de los pueblos que el autor va visitando, tan radicalmente distintos entre sí como pueden serlo un japonés de un hindú o un iraní de un ruso. Eso sí, resulta todo un lujo viajar por los años 70 de la mano de un observador tan parcial como el autor –que alterna el desapasionamiento con la indignación o el sarcasmo–, caminar en sus zapatos, mirar a través de sus ojos y conocer su particular punto de vista. Incluso llegamos a compartir sus sentimientos: miedo, repulsión, curiosidad, ira, desconfianza, lástima, aburrimiento, calor extremo, frío helador, hambre, asco…
La decepción de un Orient Express París-Estambul carente del glamour transmitido en los libros, un anochecer en Turquía, viajeros siniestros, vagones sórdidos, piadosos iraníes, prósperos comerciantes de dudosos escrúpulos, la propina como necesario soborno del viajero, el dilema entre economía y religión... El ramadán y la desorganización de los afganos, muchedumbres famélicas viviendo en estaciones, el arte religioso de Pakistán, atareados poblados miserables, el exotismo de los bazares, baños públicos en templos... La desaprovechada fertilidad de Sri Lanka, las castas hindúes a través de los letreros ferroviarios, los ríos sagrados de la India, su inexistente planificación urbanística, la dickensiana fisonomía de Calcuta, los templos budistas birmanos, la inquietante serenidad malaya... El aroma a sexo pagado de Bangkok, los estertores de la guerra del Vietnam, la próspera desigualdad de Singapur, la programada eficiencia japonesa, la nocividad de la atmósfera de Osaka... La impresionante extensión de la estepa rusa, la peculiar fisonomía de las urbes soviéticas...
Theroux viajaba tomando notas para este libro e impartiendo las conferencias que financiarían su aventura. Gracias a su pasión y constancia, la literatura de viajes experimentó una renovación radical. El gran bazar del ferrocarril comienza con cierto titubeo, echando mano, incluso, de tópicos, pero coge aliento a medida que avanza regalándonos escenas magníficas, personajes estrafalarios, situaciones de lo más chusco y una excelente mezcolanza introspectiva que alterna curiosidad, tedio, desánimo, desorientación y hasta sueños recurrentes.
* Traducción: Juan Godó

También de Paul Theroux: La costa de los mosquitos

8 comentarios:

Diego dijo...

No quería leer la reseña porque imaginaba que podía acabar añadiendo a la lista otro libro que en principio no me interesaba... Pero ahora ya es tarde para decirle que no. Ya es difícil no interesarse.
Contagias.
Gracias por eso.

Montuenga dijo...

Pues no sabes cómo me alegro que te haya gustado.
Espero tu opinión (si es que te animas) y te agradezco el elogio.

Gabriel Diz dijo...

Hola Montuenga, de Theroux leí Chicago Loop pero ningún libro de viajes. Investigando un poco me enteré que Theroux está muy identificado con ellos. Si lo consigo lo leo en breve.

Saludos

Montuenga dijo...

Pues aquí estaremos para intercambiar impresiones.
Un placer, como siempre.

El Puma dijo...

Voy a ser poco original. Me pasó lo mismo que a Diego. Conocía a Theroux por La costa mosquito. No porque hubiese leído el libro, sino porque recordaba la película dirigida por Peter Weir y protagonizada por Harrison Ford, basada en él. Qué buena reseña, Montuenga! Me recordó un viaje que hice hace 20 años al sudeste asiático, volví a sentir olores, a oir ruidos, a quedar deslumbrado por lo que veía...Difícil quedar indiferente.

Montuenga dijo...

Hola Puna
Claro que has sido original: por vincular literatura y vida y por haber hecho ese o parecido itinerario y venir a contarlo aquí. Halagador también, muchas gracias :)

Anónimo dijo...

Yo empecé a leerlo y tuve que dejarlo, me aburrió.

Montuenga dijo...

Sí, como digo en la reseña, al principio resulta un poco soso, pero más adelante mejora.