jueves, 18 de octubre de 2018

Semana del arte #4: André Salmon: La apasionada vida de Modigliani

Idioma original: francés
Título original: La vie passionnée de Modigliani
Traducción: Manuel Arranz
Año de publicación: 1957 (reeditado en 2017)
Valoración: Está bien

Cuando el Consejo de Ancianos de ULAD decidió convocar esta Semana del Arte, no lo pensé: desde que se publicó por primera vez en castellano el año pasado, tenía en cartera este libro sobre Modigliani. No porque fuese especialmente fan de su obra, sino por curiosidad en torno a personaje tan peculiar, solitario y destacada víctima de dependencias varias. 

Pero, por ir al grano, resulta que el libro no es exactamente una biografía, o al menos lo que yo entiendo por biografía, es decir, el relato cronológico de lo acontecido en la vida de tal personaje. André Salmon, poeta y crítico de arte, fue por lo visto amigo del pintor italiano, y al parecer veinte años antes ya había escrito un ensayo previo al que ahora nos ocupa. No sé hasta qué punto Modigliani era protagonista de aquel trabajo, pero lo cierto es que al menos en la primera mitad de este, Amedeo aparece más bien poco. La impresión que da es que M. Salmon, en el ocaso de su vida (andaría por los setenta y tantos), decidió retomar su personaje favorito como imagen central, con la intención de elaborar un retrato mucho más amplio, con los recuerdos de toda esa época ya mítica de la bohemia parisina (primeras dos décadas del siglo XX), con centenares de artistas en ciernes viviendo casi siempre en la miseria para estar donde había que estar, en el corazón de la creatividad del planeta. 

Lo reconoce el mismo autor, cuando habla de evocar ‘los grandes días de una época sin igual como fue la de las grandes creaciones’. Siente nostalgia el viejo Salmon, y se lanza a describir con detalle cafés, boulevares y miserables estudios de Montmarte y Montparnasse, y semblanzas, a veces un poco largas, de numerosos artistas (Picasso, Derain, Soutine, Severini, entre otros muchos). Y todo ello, según reconoce, novelado en una medida que no podemos conocer, pero que en bastantes ocasiones sospechamos bastante elevada. Con todo, la sensación es la de un inmenso travelling, un recorrido en el que la cámara va viajando por la ciudad y se va encontrando aleatoriamente con diversos personajes que beben en una taberna, discuten en un café o se reúnen en una pensión. Y entre ellos, cada cierto tiempo aparece el guaperas de Modigliani. Salmon se esfuerza en hacerle protagonista, en mantenerle a la vista, pero no será hasta la segunda mitad del libro cuando acapare la mayor parte de la atención. En cualquier caso, esa dispersión inicial no carece de cierto interés. 

Centrándonos ahora en Amedeo, descubrimos a un joven que, como tantos otros, acude a Paris atraído por el magnetismo del epicentro mundial del arte. A las penalidades comunes a todos los que allí aterrizaron con una mano delante y otra detrás hay que añadir la doble desubicación de Modigliani. Por una parte, es un tipo rabiosamente individualista, de pocas palabras y ninguna afición por las actividades colectivas de la bohemia. Generalmente, aparece por los bares solo o con alguno de sus escasos amigos, dibujando sin descanso y sin convicción.

Pero además parece también voluntariamente aislado desde el punto de vista creativo: como buen italiano, Modigliani carga con una importante herencia clasicista, y no termina de encontrar el camino. Aunque admira a Picasso (estrella emergente), detesta el cubismo y su geometrización de la formas, y tampoco se deja seducir por el divisionismo que goza de cierto predicamento entre algunos compatriotas. Puede que este doble aislamiento, personal y artístico, haya dejado su huella en un obra tan personal, inconfundible e imposible de etiquetar en las corrientes de la época.

Realmente, esto son circunstancias que tampoco tenían por qué conducir a más desgracias. Pero Modigliani pronto encontró otras fuentes de sufrimiento. Su talento parecía estancado y ni siquiera se decidía a pintar (se refugiaba en el dibujo y sondeó la escultura, robando piedras de obras en construcción para poder trabajar). Y bien por esto mismo, o simplemente porque le dio por ahí, comenzó una intensa y prolongada relación con el alcohol y el hachís. Añadido a su carácter colérico, los colocones del frustrado pintor y los escándalos consiguientes fueron famosos en toda la ciudad. La interacción entre su carácter difícil, las generosas adicciones, su pobreza casi extrema y la creatividad marchita genera un conglomerado inevitablemente explosivo, pero sin que queden claras las relaciones de causa/efecto entre los distintos factores.

Y no quedan claras quizá porque la posición de Salmon resulta bien extraña. Se presenta como amigo de Modigliani, y así lo confirman testimonios de la época, pero nunca parece estar ahí en los momentos importantes. Transmite el autor la sensación de escribir de oídas, y ofrece citas larguísimas de numerosos personajes que claramente son reelaboraciones de recuerdos más que el relato fiel de las situaciones. Incluso llama enormemente la atención cómo cuenta sin rubor en una escena bastante cruda cómo corrió a esconderse mientras Amedeo maltrataba a su gran amor Jeanne Hébuterne en plena calle. O esa amistad era algo bastante relativo, o la cobardía de don André era sencillamente sonrojante.

Al margen de esto, la verdad es que esta última parte del libro ofrece un buen retrato del artista italiano, presentado con ciertas dosis de ironía. Es Salmon especialmente punzante con la primera gran amante de Modigliani, la supuesta poetisa Beatrice Hastings, aunque tampoco le duelen prendas en reconocer que fue bajo su influjo cuando la pintura de Amedeo comenzó por fin a florecer. 

Finalmente, como decía antes, el amor terminó triunfando quizá con la persona más inesperada, aquella muchachita llamada Jeanne que, no obstante su aparente insignificancia, capturó el corazón de aquel hombre ‘de belleza dramática’, atormentado y devorado por el alcohol y la droga. Y como la acción conjunta de todos estos ingredientes no dejaba margen al error, el final de Modigliani, de Jeanne y del hijo que esta llevaba encima, fue inexorablemente catastrófico.

4 comentarios:

El Puma dijo...

Hola, Carlos! Elegiste bien: Modigliani es uno de esos "pintores malditos", como Van Gogh, que tienen vidas trágicas y miserables, y cuyas obras adquieren valores siderales post mortem.
Desde chico me llamó la atención su pintura. En casa coleccionaban unos fascículos de Grandes Maestros de la Pintura, y el dedicado a Don Amedeo sobresalía por esas inconfundibles figuras alargadas y, a los ojos asombrados de un niño entrando a la pubertad, sus desnudos.
Seguramente no leeré nunca este libro, pero he disfrutado enormemente tu reseña.
Gracias una vez más!

Carlos Andia dijo...

Si has disfrutado unos minutos leyendo la reseña me doy por mucho más que satisfecho.

Efectivamente, la pintura de Modigliani es algo imposible de clasificar, con un punto inquietante, que puede gustar más o menos (a mi tampoco me entusiasma mucho) pero resulta difícil de olvidar.

Y bueno, aunque el de Modigliani es un caso algo extremo, tampoco hay que olvidar que compartía miseria con montones de artistas que malvivían en aquel fascinante Paris, en busca de un sueño.

Una vez más, gracias por compartir un rato con nosotros.

Esther dijo...

Me apunto este libro. La película que hicieron hace años sobre él reflejaba bien la vida atormentada de Modigliani. Gracias por compartir tu lectura. Un saludo

Carlos Andia dijo...

No sabía que hubiese una película, pero está claro que la vida de este artista fue cinematográfica cien por cien.

Gracias por el dato y que disfrutes del libro.