Idioma original: inglés
Título original: Waiting for nothing
Año de publicación: 1935
Traducción: Ana Crespo
Valoración: muy recomendable
Otra vez Sajalín dando en el clavo. Narices, cómo debe hacerlo esta gente. No es tan fácil encadenar aciertos sustentándose en la recuperación de clásicos oscuros, porque siempre llega un momento en que uno mete la pata y se deja llevar por el entusiasmo. O por el sentido del exotismo. Pero no: los característicos lomos y portadas en austeras combinaciones de blanco, negro y otro color van erigiéndose en auténticas garantías.
Nada que esperar, por supuesto, no desmerece en el catálogo. Narración dura en primera persona de las peripecias como vagabundo del propio escritor (de las circunstancias en que llega a ello rinde cuentas en el capítulo autobiográfico que, junto a otros, se ofrece de regalo en la edición), la escritura pulcra de Kromer es capaz de aportar mucho más detalle del que nos resulta cómodo digerir. Pero es una narración estructurada, parece una novela o nos resulta cómodo pensar en ello. Cómo va a pasar temporadas durmiendo en la calle una persona capaz de una prosa tan fluida (aunque me temo que hemos perdido algunos matices del slang de los vagabundos en la traducción). Pues fue así. Y aunque los primeros capítulos nos parezcan más bien una descripción de artimañas y picarescas para sacarle unos centavos a los transeúntes o algún café gratis a los encargados de los bares, conforme avanzamos esa sensación desaparece y da paso a la crónica de la desesperación, de la anulación de las expectativas, de la desazón y la incomprensión de la enorme desigualdad.
Ambientada en la época inmediatamente posterior al crack del 29, Nada que esperar toma, a partir de la mitad del libro, un aire, si cabe, más sórdido e insano. Las colas para comer comida inane, los sermones de tres horas aguantados con tal de poder dormir bajo techo en un albergue cristiano, la convivencia con la precariedad más extrema y la contemplación de la degradación física y psíquica de aquellos que llevan en la calle más que uno. Contado sin pelos en la lengua y con muy poco resquicio al humor negro. La calle no da para eso. Vivir al raso pendiente de diez centavos para una cena o de medio dólar para alquilar un cuartucho no se presta a ironías, ni a empatía de ningún tipo. Algunos capítulos acaban asi: situación extrema, pose práctica, hay que sobrevivir para el siguiente día. Aún así, el Kromer vagabundo aún distingue entre el bien y el mal. Entre la gente que comprende su situación y los policías que se ensañan. Ese residuo ético, supongo que el mismo impulso inexplicable que le empujó a escribir sobre esa dura experiencia que marcó su vida (esta fue su única obra completa), su asimilación por parte del lector de cómo es la máxima desesperación, mejora, perdonad la boutade, a quien lee Nada que esperar. Recuerdo una vez en que, no me contestéis en qué contexto, alguien decía que la mayoría de la gente estaba más cerca de la indigencia que de comprarse un yate. Libros como éste hacen tomar conciencia de algunas cosas poco agradables.
Pero bueno, siempre se puede mirar hacia otro lado.
Ambientada en la época inmediatamente posterior al crack del 29, Nada que esperar toma, a partir de la mitad del libro, un aire, si cabe, más sórdido e insano. Las colas para comer comida inane, los sermones de tres horas aguantados con tal de poder dormir bajo techo en un albergue cristiano, la convivencia con la precariedad más extrema y la contemplación de la degradación física y psíquica de aquellos que llevan en la calle más que uno. Contado sin pelos en la lengua y con muy poco resquicio al humor negro. La calle no da para eso. Vivir al raso pendiente de diez centavos para una cena o de medio dólar para alquilar un cuartucho no se presta a ironías, ni a empatía de ningún tipo. Algunos capítulos acaban asi: situación extrema, pose práctica, hay que sobrevivir para el siguiente día. Aún así, el Kromer vagabundo aún distingue entre el bien y el mal. Entre la gente que comprende su situación y los policías que se ensañan. Ese residuo ético, supongo que el mismo impulso inexplicable que le empujó a escribir sobre esa dura experiencia que marcó su vida (esta fue su única obra completa), su asimilación por parte del lector de cómo es la máxima desesperación, mejora, perdonad la boutade, a quien lee Nada que esperar. Recuerdo una vez en que, no me contestéis en qué contexto, alguien decía que la mayoría de la gente estaba más cerca de la indigencia que de comprarse un yate. Libros como éste hacen tomar conciencia de algunas cosas poco agradables.
Pero bueno, siempre se puede mirar hacia otro lado.
6 comentarios:
Blackie, Sajalín y Malpaso deben hacerte un monumento jejeje
Saludosss!
Blackie? No tanto últimamente. Desde Instrumental no les veo con tanto tirón. Y mi último Malpaso (Divry) me decepcionó.
Sajalín no falla, de momento.
Instrumental es de lo poco bueno de una editorial emperrada con un chavalin de 16 años que hace pseudoliteratura. El corpus de Malpaso no es que sea gran cosa exceptuando a Doctorow y Mrlon James. Sajalín en cambio tiene a Osmu Dazai y Edward Bunker, unido eso a títulos como Gallo de Pelea o Glanbeigh, hace que Sajalín cotice al alza.
Instrumental es un timo muy bien orquestado. y nunca mejor dicho.
No tenía conocimiento de este autor y la reseña pinta fantástica. A la saca veraniega. Y parad ya que no me caben más libros. Muy fan de vuestro blog, seguid así.
Su única obra, y merece la pena, aunque su lectura no es precisamente una fiesta. Gracias por tus palabras, seguimos adelante.
Publicar un comentario