Título original: Edith´ diaryFecha de publicación: 1977
Valoración: Muy recomendable
Patricia Highsmith, creadora de mundos cotidianos bajo los que late la maldad que lleva al crimen, nos demostró que los límites entre el bien y el mal son bastante más sutiles que en las novelas policiales al uso. Nos introdujo en ambientes de clase media, en familias de matrimonios aparentemente bien avenidos, en la mente de personas normales, hijas del tedio y de la rutina, pero obsesionadas y desesperadas en el fondo, que se van deslizando poco a poco al crimen o a la locura.
Todo en las novelas de Highsmith se reviste de una maldad aterradora, precisamente por lo imprevisible. El paso de un universo de clase media americana, como el de los inicios de una película de Spielberg, al infierno se hace de una manera sutil. No es el enemigo que viene de fuera y que rompe la armonía. El enemigo viene de dentro, de los oscuros rincones de mentes retorcidas que no son tan diferentes a las nuestras. Sus personajes, aparentemente anodinos, superficialmente buenos, son bombas de relojería, gente modélica que no lo es tanto, que vive en familias felices de puertas para afuera pero con oscuros secretos.
El diario de Edith comienza con un ama de casa ejemplar, casada y con un hijo, que se muda de Nueva York a un pueblecito de Pennsylvania. Lleva un diario en donde anota los pormenores de su bien organizada existencia en la que solo hay dos inconvenientes: tener que acoger en la casa al tío casi inválido de su marido y su hijo Cliffie, que desde niño da muestras de una maquiavélica rebeldía que su despreocupado padre atribuye a cosas de la edad.
Un acontecimiento trivial y nimio, el suspenso de Cliffie a los exámenes de acceso a la universidad, lo desencadena todo. Ese día, Edith escribe en su diario: “Cliffie se examinó conjuntamente hoy de varias asignaturas en Trenton para el ingreso a la universidad y cree que lo ha hecho bastante bien. Se trataba de álgebra, inglés, francés, geografía, historia y química. Si consigue una media de 80 ira quizá a Princeton.” Edith se agita inquieta en la silla, luego deja la pluma y el diario y se pone en pie. Lo que acababa de escribir es mentira pero, después de todo, ¿quién va a saberlo? Y ella se siente mejor después de haberlo escrito, menos melancólica, casi alegre de hecho.
Pero esa mentira engendra otras y bifurca la existencia de Edith (toda mentira engendra una pequeña disociación y para justificarla hay que crear otra y otra más) hasta que la vida real y la imaginaria de la protagonista se van apartando de manera enfermiza.
Su vida conyugal se tambalea, su hijo se convierte en un haragán alcohólico cuyo pasatiempo es masturbarse con un calcetín y el día a día de Edith se desliza entre bandejas subidas al tío enfermo. El diario que escribe, en sus inquietantes mentiras, casi parece un anticipo profético de la era Facebook puesto que, ¿qué es Facebook más que el escaparate de vidas aparentemente perfectas, un medio de promoción personal o una distorsión idealizada que en casos extremos puede conducir a la locura?
Edith reprime sus emociones, experimenta el abandono de su esposo y el desprecio de su hijo; solo su diario, escaparate ficticio de una vida mediocre, le ayuda a seguir adelante… o a ir directa al abismo.
Retrato de un matrimonio convencional fracasado, estudio de la soledad, análisis de una familia disfuncional, historia enmarcada en la más estricta cotidianeidad, El diario de Edith es una novela que, aunque menos famosa que las de la serie de Ripley, basta para reconocer a su autora como una gran novelista.
El estilo de Highsmith es sobrio, casi periodístico, un escalpelo que penetra en las mentes de sus personajes. Actúa como una tijera de podar de un jardín debajo del cual se escondiera un cadáver. Como con toda gran ficción, después de leer El diario de Edith algo cambia en nosotros y en nuestra manera de ver el mundo. Quizá en las ensoñaciones aparentemente inocuas de nuestra vecina se esconda la semilla de la locura, quizá en esa casa con un jardín de setos bien podados habite la demencia. Lo perturbador está más cerca de lo que creemos.
Tal vez incluso habite dentro de nosotros mismos.
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Firmado: Federico Escudero
1 comentario:
Muy buena entrada, sin lugar a dudas me lo apunto para que sea de mis próximas lecturas!!
Gracias por dármelo a conocer.
Nos leemos.
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