Título original: A Feira dos assombrados
Año de publicación: 1992
Valoración: Recomendable
Creo que con esta reseña estoy incumpliendo una de las normas implícitas de ULAD (mea culpa, mea culpa, mea culpa) al reseñar un libro que, hasta donde he podido averiguar, no ha sido todavía traducido al español (y debería: editores a la caza de buenos libros, esta es vuestra oportunidad). Por eso, también, no me atrevo a poner un título en español en el encabezamiento, porque ¿qué pasaría si pongo uno, y luego la traducción española pone otro? Quedaría poco serio. Y ULAD, si es algo, es la seriedad personalizada, o mejor, bloguizada. Además, la palabra "assombrados" del título no significa, como podría pensarse, "asombrados", sino más bien "embrujados, hechizados, encantados"... A saber por cuál van a optar los futuros traductores (o editores) españoles... Mejor dejarlo como está, por si acaso...
Pero bueno, vamos al contenido: A Feira dos Assombrados es una mezcla de Miguel Street, de Naipaul, y casi cualquier relato de García Márquez (por ejemplo "Un señor muy viejo con unas alas enormes"). Creo que el realismo mágico latinoamericano tiene aquí su contrapunto africano; no digo que Agualusa copie a los maestros del boom, sino que quizás sus realidades americana y angoleña, y el modo en que esas realidades son interpretadas, tienen elementos comunes que se trasladan a la literatura. En el caso de Agualusa, el mensaje (ya desde el subtítulo "y otras historias verdaderas e inverosímiles") es bastante evidente: no importa tanto lo que realmente suceda o haya sucedido, como la narración de los hechos (narrar es explicar y dominar al mismo tiempo) que se construya y que consiga perdurar.
En esta novela -o ciclo de relatos con un escenario común, la aldea de Dondo, en Angola, en pleno cambio del siglo XIX al siglo XX-, lo maravilloso se inicia con la aparición en el río de una serie de cadáveres cada vez menos humanos, que el sacerdote del pueblo se niega a enterrar en suelo sagrado. Los capítulos dedicados a los cadáveres-pez se entrelazan con otros dedicados a los habitantes del pueblo: el niño criado por monos; el cacique enamorado de la muchacha más bonita; el hipnotizador milagroso... Todo ello (no es por repetirme, pero: como en el realismo mágico latinoamericano o, por qué no, en Kafka) contado con el mismo estilo desapasionado y rutinario con que contaría que alguien sale a comprar el periódico en cualquier ciudad europea una mañana de miércoles.
A los relatos que componen el núcleo principal del libro se añaden todavía cuatro o cinco fragmentos narrativos independientes que, tal y como yo lo interpreto, insisten en la misma idea general: no importa la verdad de los hechos, sino la narración de los hechos. Quien controla la memoria y sus construcciones, tiene el poder.
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