sábado, 19 de octubre de 2019

Contrarreseña, Mi último suspiro de Luis Buñuel


Idioma original: Francés
Título original: Mon dernier soupir
Año de publicación: 1982
Traducción: Ana María de la Fuente
Valoración: Imprescindible

La memoria, vaya sustancia. Frágil, voluble, delicada. Deteriorada. Hace más de tres décadas leí estas memorias de Luís Buñuel y desde entonces vengo contando asiduamente la anécdota, sacada de este libro, del pueblo del Bajo Aragón que en un año de sequía sustituyó la escasa agua disponible por vino para elaborar el cemento. Vuelvo ahora a estas memorias y la anécdota no está, ausencia total. No existe. Me he pasado más de treinta años convencido de estar refiriendo un hecho cierto acontecido a principios del siglo XX que apenas ocurre en mi imaginación. Bien pensado, quizás a don Luis Buñuel, que nunca quiso renunciar a los desvaríos del credo surrealista, mi delirio continuado le pudiera resultar de lo más razonable y comprensible, pues el inicio de Mi último suspiro ya nos advierte que la memoria es invadida constantemente por la imaginación y el ensueño, y puesto que existe la tentación de creer en la realidad de lo imaginario, acabamos por hacer una verdad de nuestra mentira.

Así pues, lo maravilloso de este libro se halla exactamente en el apasionado alegato que Luis Buñuel Pórtoles (Calanda, Teruel, 1900 – Ciudad de México, 1983) hace de la imaginación, como eje de una existencia, como medida de su propia vida, como flotador al que agarrase sin miedo, ni reparo, ni vergüenza. Buñuel desprecia la ciencia, a la que tilda de presuntuosa, analítica y superficial y a la religión y advierte que aunque le demostrasen la improbable existencia de un Dios creador, no puedo creer, y en cualquier caso, no acepto que pueda castigarme para toda la eternidad.

Buñuel se rebela igualmente frente a la tecnología y también, por supuesto, frente a las ideologías y, pese a su teórica afinidad anarquista, desprecia a sus militantes por su arbitrariedad, imprevisibilidad y fanatismo, para acabar definiéndose como un inofensivo nihilista. Y nos explica que no fue hasta que llegó a los sesenta y cinco años de edad que comprendió y aceptó plenamente la inocencia de la imaginación: Admitir que lo que sucedía en mi cabeza no concernía a nadie más que a mí (…) y que había que dejar ir a mi imaginación, aun cruenta y degenerada, adonde buenamente quisiera. La imaginación, deslizándose entre el azar y el misterio, es la libertad total del ser humano. Nuestro primer privilegio.

Los chirriantes límites de la realidad y la fantasía, debatiéndose en conflicto entre lo preceptivo y lo creativo, entre lo impuesto y lo mágico, entre el deber y el placer, son el territorio Buñuel, que afirmaba con frecuencia haber tenido el privilegio de llegar a este mundo y criarse aún en la época medieval. De sus recuerdos de infancia en Zaragoza me quedo con el cine como espectáculo circense, con pianista y explicador, personaje que contaba al respetable la acción que se proyectaba en pantalla… De su paso por el Madrid de los años veinte queda el recuerdo de su frágil aunque fructífera complicidad con Salvador Dalí y Federico García Lorca, compañeros en la Residencia de Estudiantes. Y después, el salto a París, a Los Ángeles, a México DF. El cineasta aragonés anduvo en tratos con Benito Pérez Galdós, con Charles Chaplin y Billy Wilder, con Tristán Tzara y André Breton, con Catherine Deneuve y Ángela Molina, y nos depara por supuesto una genuina y amplia mirada al siglo veinte.

En este juego buñueliano nada es lo que pareciera o debería. De hecho, la redacción de Mi último suspiro, no se debe al propio Buñuel, si no a uno de sus colaboradores y guionista habitual, Jean-Claude Carrière. Circunstancia que confiere un tratamiento más liviano y atractivo para el lector que el que podría haber deparado el propio cineasta, quien ya desde el inicio se reconoce como poco dotado para tal tarea pese a que su nombre es el único que aparece en portada, a mayor tamaño incluso que el título. Pero, como cualquier memoria mínimamente honrada, también tiene algo de balance de descalabros, fracasos y errores. La confesión de André Bretón en 1955 –es triste tener que reconocerlo, mi querido Luis, pero el escándalo ya no existe-  así como la constatación trece años después, en mayo del 68, de que también la acción se había hecho imposible: al igual que nosotros, hablaron mucho e hicieron poco. Tampoco se censuran episodios truculentos, como sus agresiones a homosexuales que frecuentaban servicios públicos en el Madrid donde él estaba fascinado por la personalidad de García Lorca: La chulería es un comportamiento típicamente español, compuesto de agresividad, insolencia viril y autosuficiencia. Yo he incurrido en ella algunas veces… 

Aunque eligió su propio camino, libre, individual e indomable, Luis Buñuel perteneció a una familia muy rica -de esas que tenían a los hijos entre algodones, con criadas que le llevaban los libros a la escuela- lo que le facilitó en gran manera contactos, medios, posibilidades. Escogió lo que le resultaba más precioso, los sueños, el azar, la risa, el sentimiento, la contradicción y lo cultivó con ahínco, con cabezonería: Si fuéramos capaces de devolver nuestro destino al azar y aceptar sin desmayo el misterio de nuestra vida, podría hallarse próxima una cierta dicha, bastante semejante a la inocencia. En mi casa siempre nos han contado que mi abuela Victoria, cuando salió del pueblo, se fue de criada a Zaragoza, a casa de los Buñuel. Así que no puedo dejar de sentir su presencia por entre estas páginas, incierta o no, pero absolutamente real porque habita en ese precioso ámbito que es mi fantasía.

Mi percepción de este libro la puedo resumir con la calificación de Imprecindible, que en la jerga que usamos los inquilinos de este artefacto completamente irracional que es este blog es como ponerlo por los cielos. Se trata, por tanto, de una contrareseña de la que, en su momento, publicó Santi, quien le adjudicó un Muy Recomendable, que tampoco está nada mal. Puede que los motivos por los que le concedo a estas memorias más parabienes que mi colega reseñador y padre fundador de Un libro al día sean subjetivos o personales y aunque he intentado argumentarlos, no sé si resultarán convincentes. En todo caso, y tratándose de Luis Buñuel, viva la abuela que nos parió.

16 comentarios:

Gabriel Diz dijo...

Hola Carlos:

Un personaje fantástico Buñuel. La anécdota del vino y el cemento merecería ser real.
Gracias por la reseña.

Saludos

carlos ciprés dijo...

Hola Gabriel, comparto, como no, lo de presonaje fantástico. Gracias a tí porla atención.

Anónimo dijo...

un libro excepcional,una leccion de sabiduria.

beatrizrodriguezsoto dijo...

Después de leer tu estupenda reseña, encontré el libro en internet y lo estoy leyendo. Imaginaba a Buñuel más irreverente e incomprensible .Sí es gamberro, juguetón y tiene un gran sentido del humor. Tiene una gran seguridad en sí mismo y gran libertad de expresión para opinar sobre cualquier cosa aún en contra de todas las convenciones. Es profundamente divertido y el libro resulta muy ameno.
Me encantó el capítulo sobre los sueños, a mi también me gusta soñar y mis sueños me hacen reir siempre.
Sigo leyendo porque solo voy por la página 90.
Un saludo

carlos ciprés dijo...

Hola Beatriz, celebro tu manera de reaccionar a la reseña. Escríbenos más, te lo ruego, cuando acabes el libro y mil gracias por darle un sentido tan maravilloso a lo que vamos colgando de este cuaderno colectivo de lecturas.

Antonieta dijo...

Sí!!! De acuerdo con Carlos en relación a Beatriz.

Luis dijo...

Excelente reseña, Carlos, como es habitual, de un libro ameno e interesante. En mi modesta aportación, de los libros autobiográficos que he leído, destacaría como imprescindibles por diferentes motivos: Los "Relatos autobiográficos" de Thomas Bernhard (perturbador e hipnótico), "Recuerdos y olvidos" de Francisco Ayala (qué enorme escritor y pensador), "Autobiografía" de Arthur Koestler (valiente, contradictorio y reflejo de un siglo), "El largo viaje" de Jorge Semprún (realidad y ficción poética) y, por supuesto, el clásico "París era una fiesta de Ernest Hemingway. Se admiten sugerencias.
Un cordial saludo.

Anónimo dijo...

Estupenda reseña de un libro magnífico. Son las memorias de un tipo genial que no renuncia al humor, la sencillez y la autocrítica ("los surrealistas no cambiamos el mundo pero ganamos dinero"). Tiene páginas memorables: cuando recuerda don Luis que su primer contacto con el cine fue en Zaragoza viendo una película en donde salía un cerdito con una bufanda rosa; o su extraña relación de amor-odio con la religión ("soy católico por la gracia de Dios"); o su magnífica frase sobre el azar: si pudiéramos entregar nuestra vida al azar obtendríamos una dicha muy cercana a la inocencia; su defensa de los enanos; su rechazo de la ciencia: analítica y superficial porque renuncia al sueño y la poesía de la vida; sus recuerdos de Lorca ("era como una llama"), Dalí ("no le contesté"), Unamuno ("pedante carente de humor") etc; su arbitrariedad genial a la hora de enjuiciar a otros cineastas; la descripción divertidísima de México y su violencia surrealista, que luego recogería ejemplarmente su amigo Max Aub: muerto por preguntón; o su gusto por la bebida, los sueños, la conversación, Galdós, las armas, el milagro de Calanda, la literatura fantástica o los insectos ("la mosca es para mí un animal tan fascinante como un hada"). Una maravilla de libro, entretenidísimo, escrito, o dictado, sin ningún engolamiento y que cuenta mil anécdotas. El genio es compatible con la gracia.

carlos ciprés dijo...

Luis y anónimo, muchas gracias. Quizás en castellano la memoria personal no haya sido un género tan bien explotado como si han sabido hacer los anglosajones que, en general, tienen muy presente la noción de amenidad. Me viene ahora al receurdo alguna gloria literaria local que lleva tres volúmenes publicados de su autobiografía y todavía va por la mitad de su vida. Así que por supuesto voy ha hacer caso a las sugerencias de Luis. Y, por cierto, anónimo, ¿no era "soy ateo gracias a Dios"?

Anónimo dijo...

Pues ahora mismo no lo sé je, je; pero desde luego Buñuel, que se había criado en un ambiente que él mismo calificaba de medieval, era de todo menos indiferente a la religión. Ahí están sus películas religiosas. O su interés surrealista por los milagros. O la anécdota que contaba de su madre: tenía el retrato de Buñuel en su mesita de noche con otros de obispos. Buñuel no creía en Dios, pero entendía la importancia de la religión. Le encantaba discutir de religión-teología con curas, que a veces se asombraban de su inclinación irónica por las milagrerías ("amigo Buñuel, me parece que se está usted pasando"). Seguramente esta predisposición religiosa o supersticiosa de Buñuel tenía mucho que ver con su inclinación por el absurdo y por su infancia católica. Pocos españoles de su tiempo eran indiferentes a la religión, como por fortuna sucede hoy: o la odiaban, o la seguían, o se preocupaban por ella de alguna manera. Estaban vinculados al misterio, como confesaba el mismo Buñuel.

carlos ciprés dijo...

En efecto, en el libro Bunuel se refeire en varias ocasiones al aprecio que siente por las creencias y devociones religiosas -¿espirituales?, ¿irracionales?, ¿colectivas?- de los calandinos, de las que él forma parte y a las que concede una importancia capital a la hora de retratarse y explicarse. Y que, por supuesto, están muy presentes en su trabajo creativo. No tengo el libro a mano, lo devolví a la Biblioteca, por eso te preguntaba lo de "ateo gracias a Dios". Te agradezco muy de veras tus aportaciones.

Anónimo dijo...

La frase exacta es “ateo gracias a Dios.” Junto al azar, añade Buñuel, su hermano, el misterio. Mi ateísmo conduce necesariamente a aceptar lo inexplicable. Todo nuestro universo es misterio. Y concluye con esta magnífica reflexión: Si fuéramos capaces de devolver nuestro destino al azar y aceptar sin desmayo el misterio de nuestra vida, podría hallarse próxima una cierta dicha, bastante semejante a la inocencia.

carlos ciprés dijo...

Ya decía yo... ¡Mil gracias!

beatrizrodriguezsoto dijo...

Hola, Carlos:
Me invitaste a volver a entrar al blog cuando terminase el libro y aquí estoy. El relato cambió mucho desde la página 90 porque Buñuel fue entrando en la vida de adulto, maduro e incluso viejo. Pero nunca perdió el gusto por la broma. Me gustaría saber cómo murió y si pudo organizar alguna para su funeral.
El libro entero me ha encantado y desde ahora me voy a dedicar a buscar películas suyas para disfrutarlas mucho más.
Él es un crítico exigente cuando habla de su propia obra, de la de otros cineastas, escritores y pintores e incluso actores. Esperaba con curiosidad por ver lo que decía de Caterine Deneuve que a mi me parece muy guapa pero la peor actriz del cine mundial. La nombró pero no hizo ninguna calificación; eso terminó de ganarme. Muy claras y sinceras sus opiniones sobre Dalí Pero, sobre todo me gustó su percepción de Lorca y lo bien que la explica: no era una obra de arte su teatro, tampoco su poesía, la obra de arte era él.
Increiblemente, muchas de mis opiniones coinciden conn las suyas y me he sorprendido. Seguramente es la afinidad de ser personas sinceras. También la edad, aunque mi experiencia es que las personas mayores que yo conozco no coinciden nada conmigo.Sea lo que sea me gusta muchísimo.
Ese debate que habeis sostenido Anónimo y tú sobre su postura religiosa también me ha interesado mucho porque casi es el mío propio. Buñuel piensa : la existencia del hombre y el universo se debe al azar pero después piensa que que ese órden necesita un relojero organizador y finalmente piensa que todo es un misterio envuelto en la niebla. Es el sólo se que no se nada, de Sócrates. Yo también digo siempre " estoy dispuesta a creer en la Virgen si se me aparece". ¿No se apareció a Pitita Ridruejo y a Kiko Arguello, además de a tantos pastorcitos?
En fin, un buen libro, y una buena reseña
Muchos saludos


Un saludo, Antonieta.

carlos ciprés dijo...

Hola Antonieta, contento y agradecido por tus comentarios, tan estimulantes y enriquecedores como el resto de aportaciones que han ido apareciendo. Sobre las opiniones coincidentes; el libro me dejó la sensación de que Buñuel fue fiel durante su vida a unas ideas, creencias y valores aunque con el paso de los años y la experiencia fue capaz de matizar, relativizar o modelar su pensamiento en función de lo que le fue deparando el transcurso de los años. Al final, esa simbiosis de radicalismo ideológico y moderación humanística, por decirlo de alguna manera, resulta muy atractiva, generando una capacidad de despertar simpatía -de empatía se oye mucho ultimamente- tan potente. Espero que disfrutes del festín que puede ser repasar su filmografía y quiero agradecer la cantidad de ideas, enfoques y matices nuevos e inesperados que están brindando estos comentarios. ¡Mil gracias pues! que diría mi "yaya".

Ape Rotoma dijo...

Uno de mis libros favoritos, devorado, releído y subrayado en mi lejana adolescencia. Por supuesto, aprecio especialmente el muy particular capítulo titulado "Los placeres de aquí abajo" sobre sexo (poco), alcohol y tabaco (mucho y bueno). Un saludo, Carlos.