Título original: Oliver Twist
Traductor: Enriqueta Sevillano
Año de publicación: 1837-1838
Valoración: Imprescindible
Poco puede decirse de esta obra que no se haya dicho ya. De las aventuras del huérfano Oliver Twist (de su paso por asilos de beneficencia, de sus pinitos en la profesión funeraria, de sus buenas y no tan buenas compañías londinenses o del afortunado y feliz desenlace de sus vivencias) están al tanto incluso los peor informados. La guarida de Fagin resulta al común de los (lectores) mortales tan cara como el camarote del Pequod, las habitaciones del 221B de Baker Street o las mesas de la posada del Almirante Benbow.
Charles Dickens da cabida en su prosa a dos pulsiones narrativas contradictorias. Por un lado tenemos al Dickens mordaz; el Dickens que se vale de la frase aguda, de la fina ironía y de la crítica sardónica para aniquilar con sus retórica cáustica las vergüenzas y los vicios más obscenos de la sociedad que le tocó vivir. Es en estas ocasiones, cuando modela desde el desenfado su prurito criticón y olvida cualquier compromiso con la corrección formal y política, cuando su crítica se hace más efectiva; más vigorosa y sagaz. Esta fuerza se transmite a su prosa, que interpela y conmueve al lector, aunque sea haciéndole reír a base de bien.
Este impulso viene a menudo acompañado de otro de signo contrario. Hablamos en este caso del Dickens ampuloso y afectado, el que con solemnidad excesiva y poco entrenada pretende conmovernos. Esta afectación se adereza a menudo con una prosa almibarada hasta extremos intolerables y que otorga a la narración a un patetismo poco saludable. Donde el Dickens mordaz conmovía sin pretenderlo, el Dickens hiperbólico ni remotamente se aproxima a lo que de forma tan clara ambiciona.
Del mismo modo que conviven en el autor, las descritas pulsiones cohabitan su obra. Así pues, raro es el caso en que ambas no aparecen de consuno, entremezcladas en mayor o menor medida, combinadas con tino dispar y divergente fortuna; pero juntas, al fin y al cabo. Quizá sea Oliver Twist la novela que de un modo más claro da cuenta de la bicefalia dickensiana. En esta novela Dickens retrata dos mundos antagónicos: el mundo de los Brownlow y el mundo de los Fagin. El primero es el universo de la burguesía acomodada y biempensante; de la clase media aburrida y anodina, preludio de la encorsetada (e hipócrita) moral victoriana. El mundo de los saciados, de los que, viviendo de las rentas (pues poco es lo que sabemos de la procedencia de sus emolumentos) no paran mientes a la hora de ofrecer pingües recompensas para conseguir lo que ambicionan. Este universo lo retrata el segundo Dickens. El mundo de Fagin es el mundo subterráneo; el mundo del subsuelo y de los bajos fondos. Un mundo habitado por ladinos proxenetas, pillastres carteristas, simpáticas meretrices y coléricos criminales. Mundo de tascas, de timbas y figones; de atmósfera congestionada por el humo del tabaco y el aroma de los licores. Territorio dominado por los “chavales del arroyo” (Pasolini dixit), donde la disipación y los más bajos (y humanos) instintos no se esconden, sino que se muestran con orgullo. Aquí utiliza el autor su otro registro, sulfúreo y penetrante.
Hasta cierto punto, la dicotomía se plantea en términos de elección, pues a menudo es tan profunda la fractura entre una y otra dimensión que ciertos fragmentos podrían formar parte de novelas completamente distintas. En consecuencia, el lector quedará prendado de uno de estos universos y acabará odiando al otro. El propio Oliver, con su inocencia lacrimógena y su benevolencia ingenua, pertenece más al primero que al segundo; de ahí que nuestra afinidad para con el protagonista dependa de hacia donde se incline la balanza de nuestras preferencias. Yo tengo clara mi elección; pero, ¿cómo no quedar prendado de Dawkins, ese caballerete con ínfulas de lord? ¿Cómo no dejarse contagiar por la exagerada hilaridad de Charley Bates? ¿Cómo permanecer impertérrito ante la profunda y plebeya muestra de coraje y honradez dada por Nancy? Hasta la retórica enfurecida de William Sikes ejerce sobre el lector una intensa atracción.
¿Por qué imprescindible? Charles Dickens constituye una de las mas aplaudidas y admiradas figuras de la narrativa decimonónica y de la literatura universal; Oliver Twist, en tanto que epítome de toda su obra, en tanto que encarnación de su naturaleza bipolar, merece ser considerada como un jalón imprescindible dentro de la obra de un autor imprescindible. Pero al lector de esta reseña poco o nada ha de interesar la opinión de quien escribe; pase, lea y juzgue por usted mismo.
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2 comentarios:
Enhorabuena al gandor por su reseña.
Algunos lo hemos intentado, pero solo tres han ganado...felicidades y enhorabuena a los ganadores. Bravo!!!
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