Título original: Journey to Virginland: Epistle I
Año de publicación: 2011
Traducción: Elia Maqueda López
Valoración: está bien
Como ya sabrán nuestros irreductibles y encantadores seguidores, en este blog nos hemos dedicado últimamente al escurridizo tema de los llamados "libros de culto". A pesar del estupendo prólogo que a tal respecto nos ofreció el compañero Francesc, puede que a algún lector le haya quedado el prurito de saber identificar uno de estos libros "de culto" e incluso adelantarse a su categorización como tal, para convertirse en el primer -y quizás único- fiel de ese culto tan peculiar que mereces algunos de estos objetos fabricados con celulosa, tinta y cartoné, en la mayoría de los casos, cuando no compuesto de bits o bytes o lo que sea... Pues bien, la novela de la que hablamos hoy reúne varias de las características requeridas para ser considerada como de culto... tal vez en un futuro, claro (después de todo, el libro se publicó hace sólo cinco años). Se trata de una obra excéntrica donde las haya, escrita por un autor poco conocido fuera de, supongo, ciertos círculos literarios estadounidenses. Y eso que en ha ganado un buen puñado de premios con ella, lo que en España le convertiría de inmediato -al menos por un rato- en aspirante a masterchef de las letras hispanas, futuro candidato a disputarse un sillón de la Real Academia de la Lengua y a zurrarse con Pérez-Reverte a la puerta de tan venerable institución.
En fin, sigamos: ¿por qué es esta una novela tan excéntrica, por no decir raruna? Pues ustedes dirán: En Viaje a Virgenia se nos narra, en primera persona, las vicisitudes de Can -viene de Dog, no de lata de refresco-, habitante de un lugar llamado Virgenia -Virginland-, que parece ser una región del Paraíso, país que queda más o menos en el Caúcaso (y que correspondería, se supone, con la real Armenia, el origen familiar, aunque él sea norteamericano, de Melikian). Las vicisitudes en cuestión se centran en sus dificultades con respecto a las vidriosas costumbres, y a las agobiantes peculiaridades políticas y religiosas imperantes en Virgenia. Y sobre todo, a la escasa predisposición amatoria -por decirlo de algún modo- de las lugareñas (lástima para él no haber sido vasco; en Euskadi al menos hubiera comido bien). Porque Can en realidad es de familia virgenia o paradisoica pero nacido en Adonis -¿Líbano?- y ha vivido en el Infierno o Satania -EEUU- concretamente en Pornostán -o sea, california- por lo que su mentalidad y sus costumbres son harto diferentes. Así, la estancia en la tierra de origen de sus ancestros adquiere casi el rango de crónica satírica de viajes, al estilo (salvando las distancias) de Los viajes de Gulliver, por citar el ejemplo más conocido... Se trata. por tanto , de una distopía, aunque la geografía del mundo que retrata Melikian sea similar a la real; básicamente está dividido en dos parte: África por un lado y Oniria... todo lo demás. Por lo demás, lo que ha hecho el autor es cambiar lo nombres de los píses y ciudades de forma más o menos chistosa: Alalia sería Arabia; Pashalia -enemiga ancestral de los paradisoicos-, Turquía. Leninstán o Natashalia, Rusia, claro. Alpacinolia (mi favorita) sería Italia y, bueno, no creo que haga falta explicar dónde estarían Napoleonia, Shakespearia o Faraonia...
Pero estos divertimentos geográficos son algo secundario; la miga de la novela se la llevan las disertaciones de can sobre las relaciones humanas en general y las referentes a hombres y mujeres en particular (bastante peliagudas en todas partes, más aún en Virgenia, según parece). Y, sobre todo, buena parte del libro se dedica a dilucidar las intricadas creencias religiosas dominantes en Oniria, un asunto en el que, por lo visto, de igual manera que en el mundo real, lo más prudente parece seguir la corriente dominante en cada sitio, si no se quiere ser lapidado, real o metafóricamente (en caso de convivencia de varias comunidades religiosas, hay que estar doblemente atento). Así, nos encontramos un confuso panteón formado por Diosoh -o Yehubaba- y su hermano Diosonón -también conocido por Ononón...creo-, Yehu o Yaveh o Yah -nombre inverso de Hay o Hayk dios del tiempo, fundador del Paraíso-, adorado por los judoicos o yinyinistas (tampoco estoy muy seguro de que sean los mismos); Yuju MacYehu, sucesor del faraonio señor Mosmos, con sus doce apóstoles, que a su vez remiten a las doce tribus maimónidas..., el señor Alamalá de Penesalén, el profeta Máimono, hijo de Sha -y sha Abu Ayatolá... Amén de religiones como la de los pedristas o la Iglesia Paradisoica, seguidora del Antiguo Testículo y del Libro de las Revelaciones, a los que debe renunciar, según el Can Negro -némesis de nuestro Can-, puesto que contradicen el espíritu de los dogmas de Yuju... En fin, todo un lío, intencionado para desnudar la absurdidad de ciertos dogmas y creencias, convenientemenete rebozado con consideraciones políticas, históricas y hasta lingüísticas (por ejemplo, sobre el lenguaje "nostrático", pre-indoeuropeo). El maremágnum resultante convierten la lectura de esta novela en delirantemenete divertida, siempre que no se intente seguir o entender al detalle todos los elementos que aparecen.
Al cabo, una novela que podemos situar entre el Gulliver y la Guía del autoestopista galáctico, entre le Antiguo Testamento y.... pongan aquí el nombre de su escritor armenio favorito (si conocen alguno, porque yo, he de admitir que ni idea). Si el tiempo lo convierte en uno de esos "libros de culto", cuando menos en el género humorístico y/o religioso (a veces coinciden los conceptos), eso ya se verá.
Pero estos divertimentos geográficos son algo secundario; la miga de la novela se la llevan las disertaciones de can sobre las relaciones humanas en general y las referentes a hombres y mujeres en particular (bastante peliagudas en todas partes, más aún en Virgenia, según parece). Y, sobre todo, buena parte del libro se dedica a dilucidar las intricadas creencias religiosas dominantes en Oniria, un asunto en el que, por lo visto, de igual manera que en el mundo real, lo más prudente parece seguir la corriente dominante en cada sitio, si no se quiere ser lapidado, real o metafóricamente (en caso de convivencia de varias comunidades religiosas, hay que estar doblemente atento). Así, nos encontramos un confuso panteón formado por Diosoh -o Yehubaba- y su hermano Diosonón -también conocido por Ononón...creo-, Yehu o Yaveh o Yah -nombre inverso de Hay o Hayk dios del tiempo, fundador del Paraíso-, adorado por los judoicos o yinyinistas (tampoco estoy muy seguro de que sean los mismos); Yuju MacYehu, sucesor del faraonio señor Mosmos, con sus doce apóstoles, que a su vez remiten a las doce tribus maimónidas..., el señor Alamalá de Penesalén, el profeta Máimono, hijo de Sha -y sha Abu Ayatolá... Amén de religiones como la de los pedristas o la Iglesia Paradisoica, seguidora del Antiguo Testículo y del Libro de las Revelaciones, a los que debe renunciar, según el Can Negro -némesis de nuestro Can-, puesto que contradicen el espíritu de los dogmas de Yuju... En fin, todo un lío, intencionado para desnudar la absurdidad de ciertos dogmas y creencias, convenientemenete rebozado con consideraciones políticas, históricas y hasta lingüísticas (por ejemplo, sobre el lenguaje "nostrático", pre-indoeuropeo). El maremágnum resultante convierten la lectura de esta novela en delirantemenete divertida, siempre que no se intente seguir o entender al detalle todos los elementos que aparecen.
Al cabo, una novela que podemos situar entre el Gulliver y la Guía del autoestopista galáctico, entre le Antiguo Testamento y.... pongan aquí el nombre de su escritor armenio favorito (si conocen alguno, porque yo, he de admitir que ni idea). Si el tiempo lo convierte en uno de esos "libros de culto", cuando menos en el género humorístico y/o religioso (a veces coinciden los conceptos), eso ya se verá.
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