domingo, 13 de noviembre de 2016

Anthony Doerr: La luz que no puedes ver

Idioma original: inglés
Título original: All the light we cannot see
Año de publicación: 2015
Traducción: Carmen Cáceres y Andrés Barba
Valoración: bastante recomendable

Aparte de una portada y un formato bastante best-selleriano (etiqueta de prestigioso premio incluida), La luz que no puedes ver dispone de muchos de los elementos que hacen que una novela no me interese demasiado a priori. Por ejemplo, pronto uno se da cuenta de que está protagonizada en su inicio por dos niños en extremos opuestos. Niños que casi no dejan de serlo en toda la novela. Niños, cómo van a ser la mayoría de los niños en la literatura (excepto alguno), inocentes en medio de un caldo de cultivo tan poco nutritivo como la Alemania de la eclosión del nazismo y la Francia en los días cercanos a la ocupación. Niños que, encima, no han contado con suerte en la vida para nada. Aquí ya los vamos presentando: Marie Laure Leblanc, francesa, ciega a los seis años, que convive con su padre, humilde fiel custodio de las llaves de un importante Museo de Historia en París, y Werner Pfenning, alemán, interno, junto a su hermana Jutta en un orfanato, después de que su padre haya perecido en un accidente en la mina en la que trabajaba, y a la que Werner parece estar destinado a trabajar, justo cuando cumpla quince años, si nada lo remedia.
Más detalles que suelen repelerme: los ancianos entrañables que cuidan a esos niños (les una o no vínculo sanguíneo). Aquí Marie Laure tiene a Etienne, parece, enajenado tras la primera guerra mundial, y confinado en uno de los pisos de la casa de Saint-Malo donde Marie Laure y su padre acaban viviendo en una estéril huida, para la cual se han hecho acompañar del Mar de Llamas, enorme diamante cuya puesta a salvo de la avaricia nazi le ha sido encomendada. Y Werner tiene a la frau de turno en el orfanato, que le ha enseñado francés y que se da cuenta de que la habilidad de Werner con los aparatos de radio puede procurarle un salvoconducto para eludir el futuro. En el telón de fondo, la Segunda Guerra Mundial, las Juventudes Hitlerianas, la Francia ocupada, el gobierno títere, la organización de la Resistencia.
A pesar de esas reticencias, desafío a cualquiera a leer las 50 o 60 páginas iniciales de esta novela y no tener ganas de leer hasta el final.
Porque Doerr, hasta ahora desconocido para mí, aunque la solapa le atribuye una nutrida obra no exenta de galardones de menor entidad, tiene la cualidad de narrar de una forma efectiva. Sin tomar partido, sin azucarar, sin pretender, aunque sea imposible no tomar partido de alguna manera, definir un mundo de malos contra buenos. Aunque en las historias sobre nazis esto está bastante complicado. Ya sabemos. Pero la de Doerr no sobra: quizás porque La luz que no puedes ver podría ser despojada de esos detalles y sería en su chasis una pura historia de cómo el mundo adulto y la intemperie coyuntural acaban devastando la inocencia y la pureza de las personas. Pero las circunstancias que la aderezan la enriquecen, y quien la lee se solaza de los tímidos avances de organización de la población ocupada, de las perversas decisiones de los ocupadores, de la propaganda del régimen para que los cachorros corran contentos a inmolarse, y aunque todo esté escrito otras veces y desde distintas perspectivas (esta, por ejemplo, no presta atención más que puntualmente a toda la cuestión de la shoah), y a pesar del poderoso aroma a best-seller, se convierte en una lectura fascinadora y enormemente dinámica (capítulos de cinco o seis páginas como mucho), que solo acusa un final no exactamente feliz pero sí algo a medio camino entre lo rimbombante y lo acomodaticio. Que queda justificado y encaja, pero que encuentro algo forzado. Y ya que hablamos de un territorio literario cercano a grandes masas, de una historia con cierta vocación de universalidad, pues ahí creo que, para aceptarle otro nivel, y otorgarle (disculpad cierta prepotencia) un ascenso, aquí la historia es buena y la intriga generada, notable, pero, por poner un ejemplo, no he sentido la necesidad de transcribir ningún párrafo. O sea, que la excelencia es, definitivamente, otra cosa.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Ostras, pues a mí me pareció una novela directamente juvenil. Es infantiloide hasta decir basta, con personajes y situaciones tan fabricados, tan buscados tan artificiales... no sé, la niña ciega y el padre que le hace con madera maquetas de la ciudad entera, y la idea de custodiar un diamante al mejor estilo Indiana Jones o la esmeralda aquella de Michael Douglas, y el niño genio que de la nada fabrica una radio (!!!), y el viejito misterioso encerrado en un altillo que no quiere a nadie pero de pronto congenia con la niña así, porque sí... pfff. Yo tuve que leerla por trabajo y al principio pensé que se trataba de una novela juvenil, lo juro. Flipé muchísimo cuando le dieron el Pulitzer, yo leí hasta la página 100 y no pude más.

Anónimo dijo...

La novela es disfrutable, adictiva, consigue trasmitir bien el mensaje y que cale en el lector, crea una historia sorprendente y personajes memorables con elementos trillados, lo que es bastante difícil, está bien escrita, bellamente escrita diría yo.
A veces un best-seller puede deparan gratas sorpresas.
¿Bastante recomendable? Sí, bastante recomendable.

GPG dijo...

Simplona a más no poder. Escrita para que hagan una película. Ñoña.

Francesc Bon dijo...

Curioso, esto. Tres comentarios aparentemente dispares sobre el mismo libro, y podría decir que no discrepo del todo con ninguno de ellos. Creo que el tufillo de novela juvenil (algún día que alguien me defina novela juvenil, please, en un mundo en que la gente bebe y droga y folla a los 16 años...) queda desvanecido más allá de esa página en que lo abandonaste. Pero sí, está ahí, quizás persiste más de lo que debería y toda la estructura del libro (incluyendo portada y capítulos fugaces) no haga más que confirmarlo. En cuanto a la ñoñez, pues resulta inherente cuando hablamos de libros con niños. Casi siempre, por eso.

Sol Elarien dijo...

Me gustó mucho el estilo poético de frases breves con el que la novela está escrita, sin embargo me sobró el epílogo, no era preciso alargar el final.
Un saludo

viuda de Tom Bombadil dijo...

Acabo de terminarlo. Es bonito y ya está, no me ha aportado nada. Me lo regaló una persona que quiero mucho pero que hace años que hemos tomado caminos diferentes en la literatura.

Francesc Bon dijo...


Madre mía. Justo hace poco que reseñé la cosa esa insulsa de John Boyne y resulta que hace tiempo que leí (y me olvidé) de este, que es casi su reverso. Pues eso: perfectamente digerible y a otra cosa mariposa.