Idioma original: inglés
Título original: Tobacco road
Año de publicación: 1932
Traducción: Horacio Vázquez-Rial
Valoración: muy recomendable
Dijo Osvaldo Soriano (pronto reseñaremos algo de Osvaldo Soriano aquí, por cierto) que Caldwell había enseñado a los escritores a escribir diálogos. Leo, en el prólogo, que eran la aportación más relevante, la marca de fábrica de Erskine Caldwell. Como una especie de signo de distinción de este escritor, integrante de ese movimiento denominado gótico sureño, pero eclipsado por la inmensa sombra proyectada por Faulkner o Steinbeck.
Lo cual es algo injusto. Porque, sí, puede que sean los diálogos de Caldwell los que nos permiten comprender todo lo que está pasando, casi ver lo que nos ocultan las capas de mugre, miseria, precariedad, pero todo lo demás no se queda atrás, para nada.
El camino del tabaco es la historia de Jeeter Lester, campesino del algodón y padre de una extensa familia, diecisiete hijos tenidos con su mujer Ada, a la que dedica estas caballerosas frases:
" Ojala Ada hubiese sido así de bonita, pero hasta cuando era chica, Ada era más fea que un pecado. Nunca he visto una mujer más fea en todos estos sitios, fuera de esa condenada predicadora, Bessie. Esos dos agujeros sucios que tiene en la cara le descomponen a uno."
La Bessie a la que le suelta tan amable referencia es una viuda que se presenta en la casa (mejor digamos choza o chamizo) y que seduce a Dude, muchacho de pocas luces, para que se case con él. Dude es, junto a Ellie May (afectada de labio leporino), uno de los dos hijos que aún conviven con el matrimonio. De todos los otros, salvo Pearl (desposada a los doce años con Lov, fugaz protagonista, junto a un mísero saco de nabos, de la primera escena), poco más se sabe. Andan por ahí, buscándose la vida. Ah. También la abuela está en la casa.
Semejante estampa se enmarca en medio de devastadas praderas del estado de Georgia, en tiempos donde la parte central de la nación estadounidense era azotada por el desastre conocido como Dust Bowl, que agravaba el ya deprimente panorama de la Gran Depresión de 1929.
La existencia de Lester gravita en torno a sus escasas oportunidades de sacar algún provecho a las tierras que tiene arrendadas, lo mínimo para subsistir al día siguiente, calculando siempre meticulosamente cuál será el paso necesario para la obtención de los siguientes centavos, y siempre especulando con la deseada combinación (guano, semillas de algodón y el préstamo de una mula) que le permitirá, aunque sea de un modo precario y transitorio, superar ese mal momento que se alarga, ya, demasiado.
Mientras, piensa en cómo echarle algo a la olla del día siguiente: algo más que pellejo de tocino y granos de maíz. Su alternativa es abordar a tipos como Lov (a la sazón su yerno) y robarle un saco de nabos, para darse un oportuno y egoísta atracón. El hambre flota en todas las estancias de su destartalada casa.
El camino del tabaco no es una historia de idas y venidas de un puñado de gente miserable. Es un poderoso estímulo a indagar no solamente sobre otras novelas de Caldwell, sino sobre la propia situación que abocó a personas reales a la imagen de sus protagonistas. Su simbolismo es poderoso. No es, acaso, el flamante coche en que Bessie invierte los 800 dólares de herencia de su difunto esposo, una analogía de la fugaz riqueza previa al crash bursátil del Lunes Negro. Un vehículo que apenas tarda dos días en pasar de rutilante novedad a destartalado cacharro lleno de golpes, roturas y abolladuras, con asientos rotos y pintura descascarillada. Con Dude conduciéndolo mientras toca la bocina con insistencia y atropella (sin incidente ni remordimiento ni consecuencia alguna) a un negro que se cruza en su camino. Y con Bessie gobernando el coche con orgullo, siempre pensando que, mientras funcione y avance, todo es solventable.
A años luz de cualquier conato de frivolidad o glamour, solamente ese constante sentido del humor negro deja resquicio a la mínima e inútil esperanza. Caldwell quería alejarse con su prosa de cualquier sentido del romanticismo: sus personajes son seres gobernados (como ellos mismos reconocen) por los bajos instintos: el deseo, el hambre y la desesperación son de mal llevarse con la mesura y la contención. Ahí sembraba Caldwell sus semillas, y ojalá todos los frutos sean tan magníficos como esta novela.
También de Erskine Caldwell en ULAD: La parcela de Dios, Tierra trágica
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10 comentarios:
La leí el verano pasado en un par de tardes soleadas que sin embargo en mi memoria aparecen oscuras como la historia. En algunos pasajes no podía dar crédito a la realidad ¿pero de verdad viven así? Una puerta a la que asomarse a "oro mundo" dentro de este. Buen escritor y buena reseña. Un saludo.
Lo dije en Twitter este mediodía y lo recalco aquí. El recuerdo de la lectura de este libro, apenas hace una semana, me acompaña de manera indeleble y constante. Creo que hay que empezar a movilizarse para reivindicar a Caldwell. Gracias por el comentario.
No lo conocíamos, pero nos lo apuntamos.
hay también una famosa canción de los año 60 , tobacco road.No me acuerdo de que grupo americano era, es una muy buena canción. Habrá que leerse el libro.
Bueno: esta es la extraña película basada en el libro... Tobacco road
Después de ver la excelente versión cinematográfica de John Ford (1941), quedé con ganas de leerlo.
Pues verán, desde mi punto de vista sí es una novela que por momentos atrapa y es tensa. A pesar que no tiene muchos argumentos, el escritor logra extender el número de páginas de manera afortunada y a pesar de dar vueltas sobre lo mismo mantiene al lector expectante. Aunque, por otro lado, también siento que los personajes son muy inverosímiles. Entiendo que la época de la Gran Depresión y el llamado “Dust Bowl” fue dura y que afectó aún más las condiciones educativas, culturales y hasta intelectuales de la población rural de Estados Unidos, pero me parece imposible de creer que haya sido hasta ese grado. Los personajes por momentos parecen, perdón por la palabra, bestias o autómatas que no sienten ningún tipo de empatía ya no digamos por sus vecinos, sino con sus propios hijos o padres.
También creo que por momentos es incoherente: por ejemplo, son capaces de robar los nabos del yerno porque el hambre literalmente los está matando pero no pueden pedir 50 centavos a una persona que va a gastar 800 dólares en un auto nuevo para saciar el apetito.
Por último, hay escenas que francamente están muy forzadas y fuera de lugar. Como aquella donde pernoctan en un hotel y andan paseando a la nuera de cuarto en cuarto y padre e hijo como si nada. Es este el punto que me parece más flojo por irracional: que los personajes no son reales, por más que se quiera justificar por la época en la que les tocó vivir. Ninguna persona puede haber sido tan ignorante, tan displicente, tan salvaje y hasta tan fría (la parte en la que matan a la abuela o incluso al negro del choque en auto y donde siguen adelante como si nada hubiera pasado).
En fin, y ya para concluir, dudaba de leer algo más de este autor pero ya sopesando pros y contras creo que mejor me enfoco a otros asuntos.
Gracias por reseñar, como siempre amena su escritura.
Junto con Wolfe, Caldwell es el segundo gran olvidado de la generación de Faulkner, Steinbeck, Hemingway, Fitzgerald. He llegado a él recientemente por puro azar y no puedo sino decir que su escritura poco o nada tiene que envidiar, cada una con sus peculiaridades, a ninguna de la de los citados.
Muy recomendable para los seguidores del gran Faulkner o de Steinbeck. De momento sólo he leído El camino del tabaco pero repetiré a no mucho tardar con algún otro libro suyo.
Que vaya bien la semana que está a punto de empezar!
La novela está bien, con una trama sorprendente y distinta, bastante rompedora para su tiempo quiero suponer. Pero me parece que el autor está por lo menos un escalón por debajo de los 4 grandes y de Wolfe, que para mi sería como el quinto Beatle.
Se lee muy bien. Es concisa y con abundante diálogo.
Si Wolfe y Caldwell son grandes olvidados de la generación perdida, no lo es menos Nathaniel Hawthorne, cuyas obras han sido bastante ignoradas (salvo alguna edición fugaz) por España.
El Camino Del Tabaco es una de esas obras que te dejan con mal cuerpo, con el mal cuerpo que puede dejar el relato de la miseria y las injusticias sociales. Pero eso sí no escatima en describir los vicios y defectos de sus personajes, que no son pocos, y que el autor no evita, achacándoles una responsabilidad importante de cuanto les pasa. Ignorancia, deseo, haraganería, falta de iniciativa y egoísmo, son algunos de ellos.
Me parece que esa brutalidad humana del medio rural acompañada de la absoluta miseria a la que se ven abocados los personajes por la brutalidad del capitalismo, no es tan inverosímil ni incoherente como comentan arriba. No hay más que fijarse como en los años precrisis (y en estos más recientes) mucha gente vivía a todo trapo sin pensar en mañana, y este mundo urbano y actual, es bastante "más suave" que aquel de primera mitad de siglo.
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