Título original: The house of hunger
Año de publicación: 1978
Traducción: María R. Fernández Ruiz
Valoración: muy recomendable
Hagamos un pequeño ejercicio. No solamente tengamos en cuenta la poca repercusión de la literatura africana, fruto seguramente de la escasez de traducciones (ya no digamos si los originales parten de algunos de los idiomas autóctonos y no, como es habitual, del inglés o del francés). Tengamos en cuenta las circunstancias de la población allí, y el caldo de cultivo que ello puede representar para el surgimiento de eso que llamamos escenas literarias. En sociedades con escaso acceso a la educación convencional, en sociedades diezmadas por precarias condiciones sanitarias, o por conflictos bélicos, por el hambre, por la miseria. Y ahora pensemos en que Dambudzo Marechera, según reza la solapa, murió en 1987 (con 35 años) a causa de una neumonía provocada por el SIDA. Tras ser expulsado de dos universidades; la de Rodesia y la de Oxford, UK, en este caso por negarse a someterse a tratamiento psiquiátrico (hecho al que se hace referencia explícita).
¿Qué puede depararnos, entonces, un libro como La casa del hambre? Pues una especie de viaje poco agradable con paradas en todos los lugares esperados. Que son, (porque la gran parte del libro -esa casa del hambre- se desarrolla en la Rhodesia que hoy conocemos como Zambia o Zimbabwe, la de la segregación y los conatos de independencia) los siguientes: excesos con el alcohol, con la marihuana, con el sexo, con la violencia, malos tratos de género, más violencia, embarazos no deseados, miseria, hambre, prostitución, enfermedad, falta absoluta de expectativas, desidia, desazón, fetidez, muerte. Y, volviendo a mi ejercicio, un escritor desconocido e ignorado, al que su desesperadas ganas de escribir, y hacerlo sobre su entorno más cercano, literalmente desbordan. Su escritura alterna pasajes de crudo figurativismo con tramos de lírica alucinación. Una montaña rusa que pone a prueba al lector, consciente de que Marechera ataca desde las vísceras, pura bestia a quien le da igual ser o no ser leído, pero que tiene que dejar constancia de esa existencia insegura y alterada. Da igual que sean encuentros con amigos en cervecerías, altercados de extrema violencia en callejones, visitas a amigos, a familiares de amigos, encuentros sexuales, palizas dadas o recibidas. Capaz de alternar un puñado de fascinantes páginas describiendo una tormenta con diálogos entrecortados, más propios de jerga maleante y callejera que de la apoteosis lírica que puede producirse en el siguiente párrafo.
Señores: enterémonos de que esta no es el África colonial de Dinesen sino la pestilente realidad. Ni leones ni safaris. Porquería y desesperación son el menú del día, de la semana, y Marechera no se corta, no se cortaba, en llamarlo por su nombre y, cosa de agradecer, dejarnos incómodos, disconformes y desorientados.
Señores: enterémonos de que esta no es el África colonial de Dinesen sino la pestilente realidad. Ni leones ni safaris. Porquería y desesperación son el menú del día, de la semana, y Marechera no se corta, no se cortaba, en llamarlo por su nombre y, cosa de agradecer, dejarnos incómodos, disconformes y desorientados.
2 comentarios:
Tengo el libro desde hace tiempo y voy dejándolo reposar en la estantería porque sospechaba que me iba a encontrar un poco lo que describes y no estoy segura de estar en este momento a la altura de esa montaña rusa que mencionas. Pero es un libro que leeré, porque me gustan los libros reales, por muy pestilente que sea la realidad...
Un abrazo
Puede que sea una experiencia algo dura, Ana, pero no me lo pensaría mucho. Marechera vuela muy alto cuando le da por volar. Gracias por el comentario.
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