Idioma original: Castellano.
Año de publicación: 2012
Valoración: recomendable.
El título no debe atraer a los Dylanófilos ni espantar a los que estamos hartos de tanto culto al compositor. En realidad alude a la descripción del personaje principal de la novela, Vilnius, que se parece a Dylan físicamente y además cultiva cierto aire de dejadez que recuerda al primer Dylan. En cuanto a la palabra "aire" en el título, bien podría leerse como el oficio de su protagonista: vivir del aire.
Es sin duda una novela más fácil que El mal de Montano (2002), que como ya se dijo en este blog es pura metaliteratura. Pero los vicios de Vila-Matas también afloran aquí. Entre ellas la ya mencionada metaliteratura y el empeño quijotesco en misiones no menos quijotescas que guardan relación con la literatura. Empieza la novela en una escena muy típica de Vila-Matas: el congreso literario. Allí, Vilnius, hijo del reputado escritor Lancastre, hace un relato de los días tras la muerte de su padre, en el que habla del fracaso como tema y como fin: Vilnius pretende dejar la sala de su conferencia vacía. En su vuelta a Barcelona, Vilnius comienza otra misión quijotesca: saber de dónde proviene la frase "Cuando oscurece, siempre necesitamos a alguien" de la película Tres Camaradas (Frank Borzage, 1938), cuyo guión original escribió Scott Fitzgerald. Y he aquí otra constante del escritor catalán: la intertextualidad, la concepción del discurso literario en conjunción con un universo literario que lo abarca y lo nutre.
Entre tanto, Vilnius irá recibiendo la visita del fantasma de su padre que se apropia de su conciencia. Destacable la escena en la que Vilnius vuelve solo y de noche a casa y una voz a su espalda lo invoca llamándolo "Hamlet". En esa relación basada en el leitmotiv de Shakespeare se establece el juego metaliterario entre el narrador omnisciente en tercera persona y el pensamiento de Vilnius, a veces invadido por la voz de Lancastre.
Hacia la mitad, la novela deriva en una versión cómica de la novela negra que pese a que mantiene la narración en marcha no es que aporte gran cosa. Lo que es remarcable es el diálogo que Enrique Vila-Matas establece a lo largo de la narración entre la postmodernidad y la tardo-modernidad. Está por un lado la generación más joven, la postmodernidad representada en la dejadez, el no hacer nada o la aversión de Vilnius a la ética del trabajo burguesa, fiándolo todo a la levedad, la inspiración y la fe en el genio propio pese a no trabajarlo. Por otro, el escaso pero trabajado talento de Lancastre, el ensalzar la ética burguesa de trabajo, la preocupación por llevar la literatura hacia sus límites de vanguardia sin por ello renunciar a un contenido sólido; elementos que se atribuyen a la modernidad-tardía o a la postmodernidad que no cae en el discurso gaseoso, el paso siguiente a lo líquido. El final de la novela puede servir como síntesis en la dialéctica que las dos posturas presentan, pero personalmente adivino cierto acercamiento cariñoso de Vila-Matas, no sin una dosis proporcionada de condescendencia, hacia esa postmodernidad líquida.
No es la obra cumbre del escritor catalán. Pero ofrece la oportunidad de leer a uno de los mejores escritores en España hoy en día, amén de procurar una reflexión sobre la deriva hacia la levedad del mundo artístico.
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