Título original: La vie sexuelle d'Emmanuel Kant
Fecha de publicación: 1999 (1946)
Valoración: muy recomendable
Desde que Tales de Mileto se cayera a un pozo por mirar al cielo allá en el siglo VI antes de Cristo, es sabido que los filósofos son gente más bien extraña y ridícula. Podemos recordar, por ejemplo, que Pitágoras tenía auténtica fobia a las habas, Pascal veía siempre un abismo abierto a su izquierda y Nietzsche acabó abrazando caballos en la vía pública. En el ranking de filósofos trastornados, sin duda, Kant merece un lugar de honor. Se levantaba todos los días a las cinco menos cinco de la mañana; comía siempre en compañía de más de tres y menos de nueve personas, y después de comer daba su célebre paseo (con idéntico recorrido), durante el cual procuraba no sudar en ningún momento y respiraba sólo por la nariz. Kant estaba muy preocupado por su salud, lo que le llevó a inventar un original artilugio mecánico que le servía para mantener las medias a la altura adecuada sin necesidad de presionar peligrosamente sus piernas con cordones.
Dicho todo esto, os podéis imaginar que su vida sexual no era como la del común de los mortales. Pero refrenad por un momento vuestra calenturienta imaginación y sabed que, más bien, su vida sexual era nula. ¿Por qué dedicarle entonces un libro a este tema más bien entrometido y que da, además, para tan poco? Pues la razón debemos buscarla en una comunidad de emigrantes alemanes que abandonó Königsberg, ciudad natal de Kant, a finales de la II Guerra mundial. En su huida del Ejército Rojo llegaron hasta Paraguay, donde fundaron Nueva Königsberg, una colonia que debía regirse en todo por las máximas kantianas. Pronto se percataron de un pequeño problema que amenazaba el futuro de la comunidad: su modelo de vida se mantuvo célibe hasta que murió. Dispuestos a encontrar una salida a este escollo pidieron a un filósofo francés, Jean-Baptiste Botul, que tratara de explicar los motivos del celibato de Kant. Y así lo hizo, para ilustración de los habitantes de Nueva Königsberg, en una serie de conferencias dictadas en mayo de 1946.
Botul sale airoso de una petición tan peculiar, y ante tan peculiar auditorio. Recuerda las conflictivas (cuando no gélidas) relaciones de muchos filósofos ilustres con las mujeres, y se preocupa en buscar los motivos propios de Kant, leyéndole entre líneas. En el nivel más consciente, su castidad autoinfligida era un recurso para mantener la salud del cuerpo y del espíritu. Kant compartía la creencia, entonces muy asentada, de que cada eyaculación hace perder al hombre algo de energía vital. Sinceramente, creo que esa teoría no tiene la mínima base científica (o así lo espero), pero no debería perderse de vista que vivió 80 años cuando la media en la Alemania de entonces era más bien la mitad...
Pero quizá lo más interesante del libro es cuando Botul se atreve con el núcleo mismo de la filosofía kantiana, y señala las peculiares connotaciones que rodean el concepto central de "la cosa en sí" (das Ding an sich). Algo que nos provoca desde un temible exterior, movilizando nuestras fuerzas intelectivas en un empeño siempre insatisfecho de apropiación. Nunca podremos saber qué es la cosa en sí, porque se resiste a toda penetración de nuestro intelecto. Sin poder evitarlo, nuestra la razón sueña con conocerla, pero este empeño se revela, en manos de la crítica, un delirio falaz. No es tan arriesgado ver aquí una sublimación de sus propias preocupaciones en torno al sexo. Al fin y al cabo, Nietzsche declara que la Verdad es una mujer a la que todos los filósofos pretenden en vano, y Blumenberg sigue los avatares de la metáfora sobre la "verdad desnuda".
En fin, quien busque atroces revelaciones no las va a encontrar, pero sí un libro interesante y bien escrito que nos da acceso al lado más oscuro del filósofo de las Luces.
4 comentarios:
Comouna chota estaba mi querido Kant.Ay. Por cierto, hay un árbol de la Pérgola al que siempre saludo y doy palmaditas,entra eso dentro de los ejemplos que mencionas, como el de Nietszche?;-) La reseña ha generado bastante conversación en casa, y hemos sacado a la luz muchísimos casos de genios un pelín raritos;-)
Me alegro;). Por cierto, aprovecho para agradecer a Aran que me hablara por primera vez de este libro hace un montón de tiempo!
Eché un vistazo antes... muy bien, divertidos los comentarios de falsos autores. Pero esta vez cuentas poco... o mis referencias están equivocadas. No cuentas que Botul es una invención de un periodista llamado Fréderic Pagés o algo así, o puede que la mentira sea esto. Que fundó un movimiento llamado botulismo (???), sí, igual que la enfermedad. También que tiene su club de fans propio y un premio anual en un semanario satírico "Le canard enchainé". Y que Bernard Henry Lévy es el filósofo que siguió las tesis del libro en "De la guerre de la Philosophie" este mismo año poniéndose en ridículo.
Que lio! ¿El bulo es lo que yo digo o lo otro?
Tomás, me quito el sombrero. Todo parece indicar que, en efecto, Botul no es más que una invención. Me alegra y me avergüenza a partes iguales haberme tragado enterito este truco tan borgiano. Y lo que me entristece profundamente es la consecuente inexistencia de Nueva Königsberg. En fin, gracias por abrirme los ojos. Espero poder dedicarle una meta-entrada al asunto en cuanto saque un poco de tiempo.
(Ahora mismo me siento como Iker Jiménez tras el asunto del cosmonauta inventado. Ay.)
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