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lunes, 29 de junio de 2015

Leonardo Sciascia: El caballero y la muerte

Idioma original: italiano
Título original: Il cavaliere e la morte
Año de publicación: 1989
Traducción: Ricardo Pochtar
Valoración: Muy recomendable

El caballero, la muerte y el diablo es posiblemente el grabado más célebre de Alberto Durero (no estoy seguro, porque en el que dedica a la visión de San Eustaquio aparece un ciervo con un crucifijo en la testuz, similar al de las botellas de Jägermeister, así que nunca se sabe...): en él aparece un ritter medieval, montado a caballo. con su armadura y su lanza; junto a él, una especie de esqueleto barbado que le muestra un reloj de arena -obviamente, la Muerte- y otro ser, entre monstruoso y grotesco, que representa al Diablo. Este grabado, amén de proporcionar el título a la novela, es el leit-motiv que recorre toda esta historia escrita por Leonardo Sciascia, la penúltima que escribió, de hecho -la última fue Una historia sencilla -, antes de morir.
De la misma forma que se enfrenta a la muerte el "caballero" protagonista de la novela: el Vice, un oficial de policía enfermo de cáncer que ha de resolver el asesinato de un importante abogado, en una ciudad italiana sin identificar (por ciertos datos, podría ser Turín). Un crimen cometido, aparentemente, por un supuesto nuevo grupo revolucionario que se hace llamar "Los hijos del 89"... aunque el caso está enturbiado por la implicación en él del Presidente, no de la República Italiana, sino de las Industrias Reunidas, alguien que parece ser incluso más poderoso... El personaje del Vice, por otro lado, no tiene nada que ver con el tópico policial; más bien resulta ser un trasunto del propio Sciscia: siciliano, exquisitamente culto y erudito, dado a la reflexión, al apunte filológico o histórico, incluso a filosofar....un personaje contado con una elegancia que se extiende a todo el texto, y por supuesto, al estilo con que está escrito. Elegancia que es marca de la casa, como ya sabrán sus lectores.
Por supuesto, El caballero y la muerte, novela a la que el autor puso el subtítulo de sotie ("tontería" en francés, pero también  farsa o sátira teatral), guarda un carácter de alegoría irónica y hasta sarcástica, en ocasiones. Recordemos que Sciascia no sólo fue un escritor siciliano que denunció los tejemanejes de la mafia de su tierra, conchabada con el poder político y económico; también ejerció como político en los años "de plomo" en que Italia se vio envuelta en la llamada" estrategia de la tensión", con grupos terroristas, tanto de la extrema derecha como de la izquierda, actuando a veces por motivaciones poco claras y con la intromisión de los servicios de inteligencia o de -otra vez-los poderes políticos y económicos (de hecho, Sciascia fue unos de los parlamentarios de la comisión encargada de dilucidar  el asesinato de Aldo Moro). De ahí que tuviera una opinión bastante desconfiada sobre lo que pudiera ocultarse detrás de este tipo de organizaciones, como ya dejó ver en una novela de 1971, El contexto.
El caballero y la muerte no es una novela policíaca redonda. No es tampoco -creo yo- la mejor novela de Sciascia: se me ocurren como obras mejor acabadas El consejo de Egipto o El día de la lechuza, por ejemplo. Y aunque aquí este escritor sí se explaya, en gran medida, sobre sus pensamientos y observaciones sutiles, no es tampoco, ni mucho menos, el único libro donde plasma todo su escepticismo humanista, su visión de la sociedad en la que le había tocado vivir. Pero sí que es, desde luego, su libro más conmovedor y emocionante, más comprensivo y compasivo. y eso, tratándose de Leonardo Sciascia, no es poco, precisamente.


Otros libros de Leonardo Sciascia en Un Libro al DíaEl archivo de EgiptoMuerte del InquisidorUna historia sencillaPuertas abiertasActas relativas a la muerte de Raymond RoussellLos apuñaladores

viernes, 22 de marzo de 2013

Leonardo Sciascia: Muerte del inquisidor

Idioma original: italiano
Título original: Morte dell'Inquisitore
Año de publicación: 1964
Valoración: Muy recomendable

Leonardo Sciascia (que se pronuncia, más o menos, como "Shasha") es una figura interesante de la literatura y la cultura italiana de la segunda mitad del siglo XX: profesor, periodista, político (famoso por sus discursos irónicos, directos, afilados) y escritor de novelas policiacas alejadas de la norma, sin un final cerrado y reconfortante; un escritor que mucho antes que Saviano se atrevió a retratar el mundo de la mafia y sus promiscuas relaciones con el poder político y económico.

Esta Muerte del inquisidor es una obra peculiar, una reconstrucción histórica pero con un inevitable aire de relato novelesco. Recrea, a través de una documentación bastante amplia, el asesinato del inquisidor Juan López de Cisneros a manos del fraile Diego La Matina en 1657, durante el proceso de interrogatorios (léase torturas) a que el fraile fue sometido antes de ser condenado a morir en la hoguera. La obra parte de un misterio casi policiaco: el origen desconocido de la persecución de la Inquisición contra La Matina: ¿quizás algún tipo de herejía religoso-política relacionada con el cuestionamiento de la propiedad privada? ¿Por qué, si era en efecto un hereje peligroso, la Inquisición encarceló y condenó a La Matina a varias penas menores antes de su condenación definitiva?

El "caso" que da origen al texto sirve de punto de partida para la presentación más amplia del régimen de terror implantado por la Inquisición en Sicilia, y en el resto de los reinos cristianos durante varios siglos: un régimen de delaciones, torturas, abusos de poder, brutalidad y fanatismo en el que, viene a decir Sciascia a lo largo del texto, la religión no pasaba muchas veces de una mera excusa para el ejercicio de un poder absoluto y arbitrario. Del mismo modo que el caso de De La Matina sirve para representar a toda la Inquisición, la Inquisición sirve para representar a todas las formas de poder omnímodo e ilimitado, sea cual sea su origen.

La lectura del texto gana con el paso de las páginas: al principio resulta fácil perderse entre la maraña de datos, nombres, fechas y documentos, hasta encontrar el hilo central que guía la historia. Después asistimos fascinados (con una fascinación algo morbosa, es cierto) a la representación de los terrores de las sesiones de tortura y las iniquidades de un sistema seudo-judicial sádico y corrupto.

Por cierto que el traductor de la obra, Rossend Arqués, merece una mención especial por su trabajo en la traducción de los fragmentos de documentos de los siglos XVI y XVII, en los que ha hecho un esfuerzo por reproducir la distancia gráfica y gramatical del original italiano, imitando la ortografía vacilante del español de la misma época. Probablemente un experto en historia de la lengua española pondría algunos reparos a algunas de las soluciones adoptadas, pero para el lector no especialista el efecto está muy bien conseguido. Algo menos mérito tiene el corrector ortotipográfico del texto (cuyo nombre nunca conoceremos) al que se le han escapado algunas erratas molestas (acentos, comas que sobran, espacios que faltan, etc.).

Nota final: Es imposible (para mí, por lo menos) hablar de Sciascia y de sus obras y no pensar en Andrea Camilleri, otro escritor siciliano, admirador de Sciascia para más señas, y que, como él, compagina la escritura de novelas policiacas (frecuentemente muy críticas con el sistema policial, político y judicial) y el compromiso político. De hecho, esta Muerte del inquisidor me ha recordado en cierto modo a Las ovejas y el pastor, una obra igualmente a medio camino entre el ensayo histórico y la novela, y que también reflexiona sobre el poder religioso, su vinculación con los poderes más terrenos y sus consecuencias en la vida social siciliana. La obra de Sciascia, en todo caso, tiene una profundidad y una resonancias más amplias que la de Camilleri.

Otros libros de Leonardo Sciascia en Un Libro al DíaEl archivo de EgiptoUna historia sencillaPuertas abiertasActas relativas a la muerte de Raymond RoussellEl caballero y la muerteLos apuñaladores

sábado, 12 de marzo de 2016

Jorge Manrique: Coplas a la muerte de su padre

Idioma original: español
Año de publicación: 1.476?
Valoración: Imprescindible


Vaya por delante que la poesía no es ni mucho menos mi fuerte. Tuvo su momento, la disfruté y luego esa etapa pasó, quedándome con algunas cosas maravillosas, casi todas de la poesía española de la primera mitad del siglo XX, y algunas delicatessen de otras épocas. Entre ellas, ésta que traigo ahora al blog. 

Jorge Manrique nació a mediados del siglo XV y dedicó la mayor parte de su vida a guerrear, como era menester en cualquier caballero castellano. Esto le otorga, desde mi punto de vista, un mérito añadido a su talento: imagino que es más fácil escribir versos estando horas perdidas mirando las nubes y los pajarillos que hacerlo en ratos sueltos, justo tras haber salvado el pellejo cruzando los aceros en una batalla. Pero también podría ser al contrario, quién sabe.

Porque parece ser que este señor no era lo que hoy llamaríamos un poeta a tiempo completo, sino que escribía cosas un poco a salto de mata, según se le iban ocurriendo, y por el puro placer (o necesidad) de expresar sus sentimientos. Así que, según compruebo en la venerable edición de Cátedra -que incluye todo lo que escribió-, su obra poética es bastante reducida, en su mayor parte de temática amorosa o ligeramente burlesca. Cosas que, sinceramente y sintiéndolo mucho, no me interesan para nada.

Pero Manrique escribió también una cosa brutal: las Coplas a la muerte de su padre, una de esas obras que quedan grabadas a fuego, casi seguro en la memoria, pero sobre todo en el corazón. Y no ya por su calidad literaria (métrica, rima, estructura), que no me siento capacitado para valorar, sino por su carga emocional. En mi caso, en la profundidad de esa huella influye seguramente el hecho de haber leído las Coplas por primera vez de joven, momento apropiado para que hiciesen diana la sencillez del mensaje y un asunto sensible como la pérdida de un familiar; pero después lo he recuperado en varias ocasiones, y el efecto, aunque distinto, ha sido de similar envergadura.  

Don Jorge escribe la elegía con profundo dolor por la desaparición de su padre, el maestre Rodrigo Manrique, por lo visto a causa de una cruel enfermedad. Es muy probable que casi todo el mundo conozca cómo empiezan los versos (aquello de 'Recuerde el alma dormida…'), o ese 'cualquiera tiempo pasado fue mejor', que se ha hecho célebre durante siglos, aunque no siempre bien interpretado.

La primera parte se dedica a reflexionar sobre la vida y la muerte, con el tono de envidiable sosiego y entereza que Manrique transmite a lo largo de todo el poema. Utiliza la metáfora de los ríos (las vidas) que tienen su fin inevitable en el mar (la muerte), y añade algunas cosas llamativas:

Allí los ríos caudales
Allá los otros medianos
Y más chicos,
A llegados son iguales
Los que viven por sus manos
Y los ricos.

Y redondea cómo a los señores y poderosos

Así los trata la muerte
Como a los pobres pastores
De ganados.

Bueno, no es que Manrique fuera un peligroso izquierdista, los versos tienen un significado más bien religioso, pero no dejan de sorprender estas cosas dichas en el siglo XV. Y, lo mismo que hace respecto a los dineros, insiste en esa perspectiva de restar importancia a aquello que tanto valoramos en vida: la belleza, la juventud, las tierras, incluso los honores, cosas que se esfuman con la muerte sin dejar rastro,

Pues se va la vida apriesa
Como un sueño.

(acaso nos suena a Calderón, dos siglos más tarde?)

En realidad, esta primera parte es la expresión lírica de una idea recurrente en el cristianismo (y adoptada con más fidelidad por la doctrina católica), aquello de 'vanidad de vanidades', y las Coplas lo van adornando con sucesivos ejemplos, siempre con su estilo sencillo y cercano. Se diría que los versos no surgen de una mano especialmente virtuosa, sino de un tipo normal que dispone del don de expresar su dolor con una belleza natural.

Cierto que luego se explaya con un amplio repaso a diversos hechos de armas y personajes históricos -un cierto ejercicio de erudición-, a los que va aplicando la sentencia inexorable de verlos reducidos al polvo. Supongo que esta parte tendrá más interés para un estudio más académico, pero a nivel lector, digamos que pierde algo de fuelle. 

Sin embargo, lo recupera en la parte final, y de qué manera, cuando narra la muerte del padre, poniendo énfasis en su persona y su fe religiosa. Las últimas estrofas resultan realmente emocionantes, con una especie de retrato del lecho mortuorio muy impactante, siempre construido a base de sencillez. Pero para no cansar a los amables lectores –que ya veo gestos de apercibimiento en el palco-, me quedaré con los últimos versos, que creo que son las palabras más bellas que pueden dedicarse a un ser querido que nos ha abandonado:

Que aunque la vida perdió 
Dejonos harto consuelo 
Su memoria

Es difícil encontrar palabras más profundamente reconfortantes como colofón a un poema sobre la muerte. 

Son sólo cuarenta estrofas, se tarda sólo un ratito en leerlas y bien merecen esa pequeña dedicación. Y bueno, para qué quieren ustedes más, ni siquiera hay que comprar el libro, está en mil sitios de internet y, si nos ponemos, el gran Paco Ibáñez hizo una memorable versión reducida, con el mérito de captar inmejorablemente el tono de las Coplas.

domingo, 30 de septiembre de 2018

Leonardo Sciascia; El mar color de vino


Idioma original: Italiano
Título original: Il mare colore del vino
Año de publicación: 1973
Traducción: Juan Manuel Salmerón Arcona
Valoración: Muy recomendable

¿Por qué nos gusta tanto Sciascia? Repaso las entradas que este blog  dedica al escritor siciliano y encuentro hasta una decena, cargadas de elogios, reconocimiento de bondades y entusiasta recomendación. Y desde luego no seré yo quien vaya a desmarcarse de esta respetabilísima tradición. Pero, ¿por qué nos gusta tanto Sciascia? Podría irme por los cerros de Úbeda y soltar alguna ocurrencia del tipo por que todos los mediterráneos somos sicilianos. Proclives a buscar refugio en una sombra y verlas pasar, bla bla bla…

Pero no. Hay algo más hondo. Más sustancial. Los libros de Leonardo Sciascia (1921 / 1989) cuentan, casi exclusivamente, historias sicilianas y para nuestro autor Sicilia era una excelente unidad de medida de lo universal. Sin ápice de ombliguismo ni asomo de aldeanismo. Pero lo que ciertamente fascina de Sciascia es el rigor, la pulcritud de los argumentos, la exigencia a motivos y razones, la capacidad para pensar, para desnudar y (re)vestir ideas, comportamientos, actos y roles. O sea, para desmenuzar la condición humana con lucidez y agudeza. Por eso (creo) nos gusta tanto, y nos da lo mismo acabar de leer sus libros sin saber quién ha dado la orden, quién puso su pulgar hacia abajo, por que eso –como buenos sicilianos- no hace falta que nos lo cuenten, ya lo sabemos, estamos debajo de la sombra viéndolas pasar…. Lo que interesa es cómo sobrevivimos o cómo –casi siempre- somos manejados, dominados, toreados. Sometidos. Casi siempre.

El libro recoge trece relatos publicados en revistas y publicaciones varias entre 1959 y 1972. Destaca, por supuesto, la proverbial contención del autor; si el asunto puede ser bien contado en diez páginas, no son necesarias ni doce ni once. De los relatos aquí reunidos me parecen magníficos el que da título al libro, en el que un ingeniero peninsular emprende viaje en tren de Roma a Sicilia donde coincide en el compartimento con una familia siciliana –amor a dentelladas- que le dan un trayecto del que no conseguimos saber si le resulta sublime o terrorífico, o ambas cosas a la vez; la ironía resplandece con el mismo brillo que el sol del amanecer sobre el Jónico cuando el tren reinicia su andadura por el lado insular del estrecho de Messina.

En La retirada se pone a prueba el dogmatismo y la fe de aquellos militantes comunistas que recriminaban a sus esposas la devoción en santos milagreros y vírgenes protectoras mientras caían en la misma fantasía aunque su ídolo fuese un orondo y bigotudo soviético. En Un caso de conciencia vuelve a aflorar ese empacho de narcisismo y temerosa vergüenza al que dirán revestido de honor que tanto impregna y motiva al macho siciliano y a ese escozor que se percibe en la frente cuando surgen los cuernos, y que es uno de los grandes asuntos de la literatura del país. Y aquí es imposible no acordarse de los textos que componen el Tríptico siciliano de Vitalino Brancatti, uno de los referentes fundamentales en la formación como escritor de Leonardo Sciascia.

Otros relatos, como Juicio por violación o Eufrosina o El largo viaje, desprenden un aire como de crónica social, de retrato de un tiempo desde una cercanía sentimental que, aún así, prescinde por completo de la autoindulgencia que les haría caer de cabeza en el costumbrismo. Algunos, en fin, son un ejercicio divertido y sagaz de sacar punta a la relación entre los poderosos y las gentes de a pie, como en Reciprocidad, Western de “Cosa Nostra” o Giufà, donde la asimetría del trato entre los encaramados a la cúspide social y los que deambulamos por su base no deja de ser una arbitraria distinción frente a la simetría en la capacidad de pensar y desenvolvernos que a todos nos es propia y que convierte a quienes pululan por estos relatos en personajes de la negra comedia de la vida bajo el inclemente sol mediterráneo. Por eso siempre hay que volver a Sicilia. Y releer a Sciascia.

viernes, 26 de abril de 2024

Amor Towles: La autopista Lincoln

Idioma original: inglés
Título original: The Lincoln Highway
Traducción: Gemma Rovira Ortega para Salamandra
Año de publicación: 2021
Valoración: recomendable


Hay autores que, debido a su poca proliferación literaria, son bastante desconocidos para gran parte del público. Este sería el caso de Amor Towles quien, a pesar de ello y con únicamente unos pocos libros publicados, cada libro que publica es un acontecimiento. Así que, sucumbido a los encantos de «Normas de cortesía» y «Un caballero en Moscú», debía lanzarme a por su tercer y último libro publicado hasta la fecha.

Empieza la historia el 12 de junio de 1954 con la llegada de un joven Emmet a su casa en Nebraska (donde le espera su hermano Billy) tras pasar unos meses en el correccional de Salina por haber sido el causante fortuito de la muerte de otro chico. Emmet, un chico con una gran madurez, que lamenta lo sucedido y que sabe que, a pesar de haber cumplido sentencia, «cuando has puesto fin con tus propias manos al tiempo que otro hombre tenía asignado en esta tierra, demostrarle al Todopoderoso que mereces su misericordia no debería llevarte ni un solo día menos que el resto de tu vida», ve a su vuelta del correccional como un banquero le informa que, a causa de las deudas contraídas por su padre recién fallecido, él y su hermano deberán abandonar la casa pues esta pasará a ser propiedad del banco. Así que, debido a los problemas que podrían tener viviendo en la ciudad donde se produjo la muerte del chico y sin tener lugar donde residir, deciden marcharse a California donde supuestamente vive su madre quien los abandonó ocho años atrás y que a su partida les mandó una postal cada día durante los primeros nueve días desde cada una de las ciudades por las que pasó viajando por la autopista Lincoln hasta Sant Francisco. Pero, justo cuando están planificando el viaje y están dispuestos a partir, aparecen por sorpresa Duchess y Woolly, dos chicos fugados de Salina y amigos de Emmett que tienen otras intenciones muy diferentes.

Bastan apenas cuarenta paginas para cerciorarse del talento de Towles. La familiaridad y el acierto en el retrato de los personajes es magnífica y en la lectura uno se encuentra entre graneros y zonas agrícolas, entre la camaradería entre amigos y la fraternidad entre hermanos. Towles sabe como pocos conseguir que cojas cariño a sus personajes a quienes retrata y perfila con maestría. De esta manera, en un relato que a medida que avanzamos se va convirtiendo en más coral, el autor pone voz a los cuatro chicos que, de manera intercalada, protagonizan el relato y nos trasladan la historia desde su punto de vista con una narración en primera persona que se muestra muy personal y que facilita en gran medida la empatía del lector hacia cada uno de ellos. Así, uno se forma una clara opinión de sus pensamientos y sus diferentes caracteres pues Towles sabe manejar con gran destreza el ritmo narrativo y el reparto del protagonismo, retratando así a la perfección las personalidades de los cuatro protagonistas: Billy, el más joven, pero a su vez más instruido y racional, Emmett, con sus ideales y valores y un propósito firme y constante, Duchess, aventurado intrépido y temerario y Woolly quizá el peor retratado, siempre a la estela de Duchess.

En esta road movie literaria (no me gusta la expresión literatura de viajes pues puede llevar a equívocos), el autor nos describe el día a día de los cuatro personajes durante diez días en un corto espacio de tiempo que a los ojos del lector y de los protagonistas parece mucho más; las desventuras y adversidades por las que transcurren, los cambios de planes y de intenciones, los peligros que enfrentan y las situaciones que viven les hacen madurar de golpe y constatar que el mundo es hostil y que no es recomendable fiarse de cualquiera pues es bien sabido que «la bondad empieza donde la necesidad acaba». Así, las diferentes necesidades e intenciones de los personajes los lleva a descubrir quienes son y cómo son sus relaciones a la vez que vamos descubriendo su pasado. Por ello, lo que en un inicio parece un libro con tintes de aventuras postadolescentes se va tornando reflexivo y profundo, pues Towles ha escrito un relato en el que la madurez azota de golpe e irrumpe en la personalidad de cuatro jóvenes que, emprendiendo la aventura de ir de Nebraska a California, se encuentran con situaciones imprevistas y quienes encontrarán a su vez diferentes personajes que, con voz propia y personalidad bien trazada, les abrirán su mentes y enriquecerán no únicamente su experiencia sino también el relato. De esta manera, escrito de manera coral, el libro muestra una gran variedad de personalidades que se entrelazan y se alimentan, expandiendo de esta manera el cerrado mundo que les auguraba una tierra como Nebraska y ampliando de esta manera costumbres y experiencias a las que el lector los acompaña en sus contiendas. Lamentablemente, esos personajes secundarios que funcionan perfectamente cuando intervienen de manera tangencial en la historia pierden peso y desvían la atención del relato cuando toman parte en la narración del relato, cuando tienen sus propios capítulos y cada uno de ellos se convierte también en narrador en primera persona. Aunque bien es cierto que tanta variedad de personajes expande el arco narrativo, en ocasiones lo hace de manera excesiva perdiendo tal vez foco en la trama principal dejando de lado ocasionalmente a los verdaderos y más interesantes personajes con la intención de hacer una novela que trate más temas y puntos de vista. Es evidente la intención de Towles, pues cada personaje tiene su voz y sus motivos, sus ideales y sus objetivos vitales pero, a excepción de Sally, sus apariciones rompen el ritmo narrativo y causa que el lector, consciente de que se trata de personajes secundarios, aparte a su vez el interés en la historia central. El equilibrio necesario para conseguir que funcione es difícil y el libro lo consigue, aunque solo puntualmente.

Para finalizar, debo confesar que los libros de carretera siempre me han costado. Claro que hay excepciones, como «On the road» de Kerouac pero, aún y así, me cuestan. De todos modos, y a pesar de ello, iba completamente mentalizado de cara a la lectura de este libro porque, siendo escrito por Towles, pensaba que encontraría la manera de hacerlo interesante. Y debo decir que lo consigue, aunque a veces y prácticamente solo en la primera mitad. En cualquier caso, tal y como indica Towles, «para ambicionar, para enamorarnos, para tropezar tanto y, sin embargo, seguir adelante, de alguna forma debemos creer que eso que estamos viviendo nunca lo ha experimentado nadie tal como nosotros lo estamos experimentando». Y así creo que debemos afrontar la lectura, con la mente siempre abierta deseando que los libros nos hagan sentir algo único y quizás irrepetible… hasta la siguiente lectura.

Otras obras de Amor Towles en ULAD: Normas de cortesía, Un caballero en MoscúMesa para dos

miércoles, 29 de julio de 2015

Leonardo Sciascia: Los apuñaladores

Idioma original: italiano
Título original: I pugnalatori
Año de publicación: 1976
Traducción: Juan Manuel Salmerón
Valoración: recomendable

La noche del 1 de Octubre de 1862, trece personas fueron apuñaladas por sorpresa, sin que mediara ningún tipo de riña o amenaza previa, a la misma hora y en distintos puntos equidistantes, repartidos por la ciudad de Palermo. Los agredidos eran personas de diferente edad y condición, sin nada más en común, en apariencia que su conciudadanía y encontrarse a esas horas en la calle. Los agresores, en cambio, sí que parecían cortados por el mismo patrón: iban vestidos de forma similar y también su apariencia física era la misma. Pero tan sólo uno de estos apuñaladores pudo ser detenido en el momento de los hechos: Angelo d'Angelo, un limpiabotas de treinta y ocho años que confesó formar parte de una banda constituida para ejecutar tales hechos; delató a sus compañeros e incluso al instigador de esos actos, que según él era nada menos que el príncipe de Sant'Elia, un rico noble y político siciliano, senador del Reino de Italia y representante en la isla del rey Víctor Manuel II, etc... (aunque quizá no demasiado leal al nuevo régimen; recordemos que esto ocurrió en un momento en el que el Estado de la Italia unificada aún estaba tratando de afianzarse, amenazado en el Sur por las conspiraciones borbónicas...).

Éste es el material a partir del cual Leonardo Sciascia construyó uno de sus libros -habituales en su producción literaria más madura-, en los que parte de un acontecimiento real o un proceso judicial del pasado para desarrollar una investigación a posteriori, que, dada la extrema agudeza y sutileza del escritor siciliano, le sirve para ir desovillando una trama bien enredada -en ocasiones, a propósito- y observar aquellos hechos aplicándoles la lupa clarificadora de los años transcurridos... y de su propia inteligencia, por supuesto. Así hizo también en La bruja y el capitán, 1912+1Muerte del inquisidor o La desaparición de Majorana y también hace en Los apuñaladores, sobre uno de los sucesos más misteriosos aún y más embrollados de la Historia de Sicilia (que no es cualquier cosa...).

Como es evidente, Sciascia no tenía nada de estúpido; tampoco de ingenuo... Este libro apareció en 1976, justo en los años en los que estaba reciente en Italia la llamada "estrategia de la tensión" (una versión imperfecta o más expeditiva de la "doctrina del shock", si se quiere), con la que la extrema derecha -y otros poderes utilizando a la extrema derecha- había tratado de provocar un colapso en la política italiana por medio de cruentos atentados, para precipitar la instauración de un gobierno autoritario neofascista, que frenase al pujante PCI. La respuesta de la izquierda tampoco se quedó atrás y dio lugar a los llamados "años de plomo". Sciascia (que, no olvidemos, además de literato también se dedicó esporádicamente a la política y en aquel momento era concejal en Palermo por el Partido Comunista) vio en aquellos hechos lejanos del ottocento siciliano un antecedente claro de esta "estrategia de la tensión" y también una manera de evidenciarla. Lo que no es obstáculo para que este libro, escrito con la elegancia característica de este autor, sea, además de una pesquisa en el pasado apasionante , una obra literaria estimable yuna lectura de lo más recomendable, sin duda alguna.




sábado, 14 de septiembre de 2019

Juan Benet: Nunca llegarás a nada

Idioma original: castellano
Año de publicación: 1961
Valoración: Recomendable (pero avisando)

Como hemos podido comprobar en alguna ocasión, Juan Benet es un autor que suscita cierto debate. Un debate de participación reducida, como reducido es el número de sus lectores, pero un tanto agrio, con posiciones muy encontradas. Desde que este ingeniero de caminos empezó a publicar cosas allá por los años 60, se puede decir que tiene dos tipos de lectores: los apasionados por su audacia y su estilo que, no sin algún grado de sufrimiento, se sumergen en la densidad del mundo oscuro y denso que propone; y los que, refractarios a todo ejercicio de lectura ardua, han topado de alguna forma con él y echan pestes ante su (bastante elevado) grado de exigencia. Sobra decir que me encuentro más próximo a los primeros aunque, eso sí, sin dogmatismos.

Nunca llegarás a nada es el primer libro de Benet que vio la luz, por lo visto financiado por el mismo autor, y formando parte de una colección cuyo primer volumen (justo el anterior) era un libro de instrucciones para el manejo de la olla exprés. Puede que con algo de carrera editorial de por medio, tampoco hay que olvidar que uno año después (1962), su amigo Luis Martín-Santos publicó Tiempo de silencio que, dicho sea de paso, cosechó bastante más éxito del que Benet pudo conocer en toda su trayectoria. Por terminar de situarnos, faltarían aún cuatro o cinco años para que concluyera la redacción de Volverás a Región, la novela más conocida (o menos desconocida) de don Juan. 

Es importante ubicar bien esta primera obra de Benet, porque apunta algunas de las claves que serán definitorias de lo que vendrá después. Estamos ante cuatro relatos de extensión media que son una especie de amago, como ejercicios de estilo en los que descubrimos, mezclados con ingredientes diríamos extraños, algunos de los elementos que caracterizan a este autor. En el primero de ellos, que da título al conjunto, apenas reconocemos a Benet, contando en un registro más bien realista el viaje de unos jóvenes por París y Alemania, una especie de relato de formación en el que se cuelan algunos personajes borrosos. No es una historia demasiado interesante, pero sí percibimos algunos rasgos familiares del autor, en especial el escamoteo de datos al lector, que se ve obligado a esforzarse para construir una imagen reconocible con elementos que claramente son insuficientes. Este juego resulta más evidente en algunos momentos en que despunta otro recurso muy benetiano: el monólogo interior (o ese híbrido difícil con la voz del narrador) que podríamos definir como extremo o radical, en el que el lector no puede más que asistir perplejo a plurales de verbos que no sabe a quién incluyen, o pronombres que ocultan personajes desconocidos. Aunque el relato en sí me parece perfectamente prescindible, tímidamente se atisban cosas que Benet manejará con maestría (y yo diría que sin compasión) en el futuro.

Baalbec, la mancha tiene un punto emocionante, porque es el primer texto en el que aparece Región, el entorno mítico en el que se desarrollará toda la obra narrativa de Juan Benet. Es una narración sólida, bien construida, quizá el mejor de los relatos del libro. Cuenta el retorno, para resolver unos asuntos, de un anciano a la casa familiar, un viejo caserón edificado en una oscura finca de la malsana comarca montañosa en la que Benet coloca a sus espectros. Baalbec es como una miniatura del mundo que conoceremos en las obras posteriores, nos es presentado el escenario, su paisaje intimidatorio y la hostilidad de su tierra, empezamos a sentir, aunque sea de forma muy tenue, que en ese lugar ya no están claros claros los límites de los recuerdos y la realidad, y el tiempo deja de ser una categoría reconocible. Aunque empieza a manifestarse el Benet de la frase sinuosa y la abundancia verbal, el texto se mantiene todavía en un terreno más o menos convencional, por lo que permite una lectura bastante lineal y podría ser un muy buen primer contacto con este autor.

En Duelo aumenta la oscuridad y tal vez también la densidad. Si en el relato anterior los protagonistas son el tiempo y el espacio, aquí el peso recae sobre los personajes, o más bien sobre su ruina, la de Rosa y Amelia en su soledad, la miseria moral del indiano, la degradación de Blanco hacia lo infrahumano. La negrura del paisaje contamina la tierra, las casas y los caminos, pero impregna sobre todo a sus habitantes, que se muestran torvos, resecos o envenenados por el mal, carcomidos por el pasado, aniquilados, fantasmagóricos. Aunque subsisten rasgos de una narrativa más usual, la lectura se complica algo más por los frecuentes vacíos (algo más allá de la elipsis) a los que me refería antes pero, a cambio, tenemos una idea bastante aproximada del tipo de personajes que se podrán encontrar en Región.

Después es el relato que cierra el libro, el más hermético y el que más se aproxima en conjunto a la narrativa posterior del autor madrileño. Con conexiones con Una tumba -un cuento bastante posterior- y rasgos que recuerdan al bucle temporal de Un viaje de invierno, por ejemplo, la narración ahonda en la ruina, el abatimiento absoluto de los personajes, del que ya tuvimos un avance en el cuento anterior. La misma prosa, oceánica más que torrencial, se infla de forma exponencial y contribuye al aplastamiento de todo lo que puebla Región: las personas y sus historias, los paisajes, la línea entre la vida y la muerte, todo resulta vaciado y sustituido por una bruma enfermiza. Todavía Benet mantiene algunos diálogos presentados de forma convencional, último vestigio de lo humano, que desaparecerán  muy pronto.

Esta pequeña colección quizá no aporte mucho como libro de relatos, tal vez con la excepción de Baalbec, y es claramente una opera prima, con todas sus limitaciones. Pero es inmejorable si nos interesa –aunque sea un poquito- aproximarnos a este autor y contemplar su evolución. Los cuatro relatos la marcan con mucha claridad, se van introduciendo uno tras otro los elementos fundamentales de la narrativa de Benet, y ofrecen una perspectiva bastante clara de lo que nos espera si continuamos en la búsqueda: en la trayectoria principal de su novela este caballero no titubeó ni se permitió siquiera sondear en campos próximos, una tras otra sus obras mostraron una radicalización progresiva y sin concesiones. Así que esta obrita es una invitación para lanzarnos a una aventura de grandes proporciones, compleja, atrayente y desconcertante. Usted la lee y luego decide. Y nos cuenta.

domingo, 9 de abril de 2017

Zoom: Carmen de Prosper Merimée

Idioma original: francés
Tïtulo original: Carmen
Año de publicación: 1845
Valoración: interesante

Segunda obra seguida que califico como "interesante" (la anterior fue Un largo camino a casa de Saroo Brierley). ¿Qué quiero decir con esta calificación? Que a lo mejor son obras que estética o literariamente no son imprescindibles, maravillosas, avasalladoras, pero sí son obras que (me) provocan reflexiones y que darían, por ejemplo, para ser analizadas en clase con los alumnos; y de hecho, en mi caso, lo están siendo.

En esta ocasión se trata de un clásico, una de esas obras que todo el mundo dice conocer, pero muy poca gente ha leído. De hecho, sospecho que la versión que tenemos de Carmen tiene mucho más que ver con la ópera de Bizet que con la novela de Merimée. Por eso, a lo mejor esta entrada podía organizarse en forma de lista, con el llamativo título de "10 cosas que probablemente no sabías sobre Carmen". Vamos a hacerlo así:

10 cosas que probablemente no sabías sobre Carmen

1.- Prosper Merimée es una figura interesante en sí misma: políglota, traductor, viajero, autor de teatro, novelas, narraciones de viaje, amigo de la condesa de Montijo... Por si esto fuera poco, a Merimée y a su amiga George Sand se debe el descubrimiento de los tapices de La dama y el unicornio, en un castillo del centro de Francia.

2.- Primera sorpresa: Carmen es una novelista bastante corta: unas cincuenta páginas, notas incluidas, con letra moderadamente grande.

3.- El narrador de Carmen (que no su protagonista) es un arqueólogo francés que viaja por España intentando descubrir el lugar donde ocurrió la batalla de Munda; no está muy lejos de ser el propio Merimée aunque nunca se dice explícitamente. Durante ese viaje conoce al bandido don José y a la gitana Carmen, convirtiéndose así en un clásico "narrador testigo".

4.- El núcleo de la novela, su tercera parte, consiste en el relato de la relación entre Carmen y don José, y sus celos de picador Lucas. Sí, la novela incluye la terna romántica de personajes estereotípicos españoles: el bandolero, la gitana y el torero. La cuarta y última parte, en cambio, es una digresión sobre los gitanos, sus orígenes, su lengua y sus costumbres que queda bastante separada del resto; quizás sea aquí donde más se nota que Carmen es obra de un extranjero.

5.- Tanto don José (que es navarro) como Carmen (que no se sabe de dónde es, aunque ella dice que también es navarra) hablan euskera en varios momentos del texto. Desde una perspectiva actual esto resulta un poco chocante, en una obra que se ha convertido en un icono de la españolidad, pero desde el punto de vista del romántico francés que era Merimée, no deja de ser una nota más de exotismo, además de un recurso narrativo que le permite hacer avanzar la trama en varios momentos.

6.- A pesar de ser un autor romántico, sobre todo en la construcción de los personajes, el estilo de Merimée no es excesivamente recargado ni exagerado, cosa que se agradece. Predomina la acción frente a la descripción, e incluso estas descripciones son relativamente ligeras. Eso sí, la visión de España es la de los románticos: peligrosa, atrasada, primitiva, salvaje.

7.- No creo que sea muy sorprendente si digo que Carmen es una novela bastante misógina. Sí, Carmen es una mujer libre, que hace lo que quiere y que domina a los hombres con sus artes de seducción; pero también es el prototipo de femme fatale que provoca su condenación y la de los hombres a los que seduce. Es el pecado y el caos; el diablo y la selva. De hecho la mayor parte de las comparaciones que se hacen sobre ella son con animales: cuervo, loba, potra, gata... Y por si hubiera dudas, el epígrafe del texto las despeja; dice: "La mujer es como la hiel, pero tiene dos buenos momentos: en el lecho y en la muerte".

8.- A pesar de esta visión negativa de la mujer, simultáneamente también se puede decir que Carmen es un personaje trágico romántico: asume que el precio de la libertad es la vida; rompe las normas sociales, pero acepta su destino. Prefiere morir libre a vivir subyugada o a traicionarse a sí misma.

9.- La ópera de Bizet modifica bastantes elementos de la historia: da mucha más importancia al torero (que en la novela es un picador, y prácticamente no tiene voz propia); omite el personaje del marido de Carmen, amplía el papel de Remendado y crea otros nuevos, sobre todo femeninos, probablemente para adaptarse a los cánones operísticos. Esta versión, y las músicas que la acompañan (la habanera de Carmen, la marcha de los toreros, la canció del "toreador") son las que han pasado a la cultura popular, y no tanto la novela de Merimée.

10.- Curiosamente, existe una novela española que no creo que sea descabellado interpretar como una respuesta a Carmen: me refiero a La Gaviota, de Fernán Caballero. Frente al hedonismo, el romanticismo y la visión extranjera de Carmen, Cecilia Böhl de Faber propone una versión tradicionalista, católica y nacional. La protagonista, María, La Gaviota, es como Carmen una mujer libre, arisca y rebelde; pero en este caso su marido, el pobre Stein, es el modelo positivo que se propone al lector como alternativa. El desenlace trágico sirve para remachar el mensaje ideológico: el libertinaje y el abandono de las tradiciones nacionales lleva a la infelicidad, al pecado, a la muerte.

¿A que era interesante Carmen, como decía yo al principio? ¿A que sí? ¿A que sí?

domingo, 21 de febrero de 2021

Camilo José Cela: San Camilo, 1936

Idioma original: castellano

Título original: Vísperas, festividad y octava de San Camilo del año 1936 en Madrid

Año de publicación: 1969

Valoración: Recomendable


Sobre Camilo José Cela y su personaje hemos hablado ya aquí en varias ocasiones, así que dejaré de lado ese aspecto. Centrándome estrictamente en su faceta de escritor, hay algo que me llama la atención y que en mi opinión engrandece su mérito, porque es una cualidad no demasiado habitual: su capacidad para tocar palos bastante diversos desde el punto de vista formal, como esos (no muchos) actores difíciles de encasillar que poseen registros muy diferentes. Al menos en una etapa inicial (pero muy amplia), Cela brilla primero con el tremendismo de Pascual Duarte (una poderosa vuelta de tuerca a cierto realismo rural), se aproxima a la prosa poética y algún grado de experimentación estructural (Pabellón de reposo), construye un interesante modelo de novela coral (La colmena) y se pasea por el intimismo de un monólogo femenino (Mrs. Caldwell habla con su hijo), además de alguna obra más que no conozco pero que, por referencias, creo que también incorporan elementos muy alejados de los anteriores. O sea, interesante versatilidad, desde luego con mayor o menor acierto según los casos, y sin que pueda afirmar si continuó más allá de los años 70 del siglo pasado porque no he leído nada de él posterior a esas fechas.

Con esta pequeña chapa pretendo ubicar mínimamente la novela de hoy porque, como veremos, presenta también algunas cosas novedosas en la carrera del escritor junto con otras que entroncan con títulos anteriores, y parece servir de punto de apoyo a la apuesta por lo más arriesgado y hermético que vendría poco después con Oficio de tinieblas 5.

El San Camilo es una narración situada en unos pocos días anteriores y posteriores al levantamiento militar de 1936. El escenario es el Madrid de los prostíbulos y las aventuras sexuales, gente corriente vista desde la perspectiva de lo que a veces se conocía como ‘vida privada’, el encuentro de los amantes en un meublé, el respetable caballero que tiene su entretenimiento semanal en el burdel, los estudiantes que buscan desahogo, las hermanas que no pierden ocasión de explayarse. Un enorme mosaico de decenas de actores en el mercado, remunerado o no, del sexo, dibujado con precisión un poco al estilo de La colmena, sin dejar que ninguno cobre protagonismo, como si no interesasen sus circunstancias personales (profesión, clase social) sino su simple presencia para componer ese cuadro. No hay tampoco sordidez ni violencia ni crítica. Es un telón de fondo de gentes que viven ese aspecto lúbrico de la vida con naturalidad y cierta despreocupación.

En ese bullicio multitudinario (que puede llegar a saturar al lector, es cierto) se empieza a colar la realidad histórica de los acontecimientos que precedieron a la sublevación del 18 de julio, y ahí, como una grieta cada vez más inquietante y profunda, contemplamos los dos crímenes tradicionalmente considerados como desencadenantes inmediatos de los acontecimientos: el asesinato del teniente Castillo y, poco después, el de Calvo Sotelo. Asistimos a esos acontecimientos desde fuera, como si fuéramos parte de ese gran elenco del Madrid nocturno, simples espectadores de hechos terribles pero que todavía se perciben como lejanos. Porque sobre ese frenesí de polvos y magreos se extienden con rapidez el temor y la incertidumbre frente al ambiente cada vez más enrarecido de las calles, y la vida alegre –una especie de Belle Époque cutre- se empieza a teñir de gris. El tono es cada vez más oscuro cuando llega a conocerse la insurrección y se multiplican las noticias contradictorias sobre su éxito o fracaso, el apoyo de unos u otros altos mandos, o las decisiones (o indecisiones) del Gobierno. Con la mecha de la guerra ya encendida, el asalto al cuartel de la Montaña es el punto donde confluye el destino de buena parte de esos personajes, unos en un bando y otros en el otro, y algunos simplemente arrastrados por las circunstancias, con aquella vida disipada como tragada por un enorme desagüe.

Con estos pocos episodios concentrados en escasos días, asistimos al derrumbe de aquel mundo que, aunque imperfecto, representaba la cotidianeidad que ahora se resquebraja, la irrupción del enfrentamiento y la muerte como seguramente nunca lo pudieron sospechar aquellos personajes. Porque en definitiva son ellos los protagonistas del libro, no seres anónimos sino simples ciudadanos con sus identidades y sus trayectorias, aunque su misión parezca reducida a componer el decorado en el que insertar la tragedia de la guerra. En medio de todo ese material, disperso pero colectivamente uniforme, encontramos retazos del monólogo interior de un joven (quizá el propio Cela, que pronto sería movilizado) que se enfrenta a un espejo, reflexionando sobre sí mismo y su destino. En cierto sentido con un claro eco de la ya muy lejana generación del 98, con la recurrente alusión al sinsentido del enfrentamiento y la fatalidad de un país que parece siempre abocado al desastre. 

El esquema está muy conseguido, con una dosificación casi matemática de cada personaje para que ninguno descompense el conjunto, y la incisión progresiva de los acontecimientos que en poco tiempo van a cambiar sus vidas, o directamente a acabar con ellas. Y desde el punto de vista formal, en esa especie de búsqueda de nuevos espacios narrativos a la que me refería al principio, parece que Cela se apunta a la corriente de experimentación que en España habían desarrollado Martín-Santos, Goytisolo o el primer Guelbenzu, por ejemplo, aunque ciertamente con unos cuantos años de retraso. En realidad, al margen de la laxitud en el manejo de los signos de puntuación y de ese ritmo en aluvión, los riesgos que asume tampoco son demasiado importantes, y el libro permite una lectura convencional sin ningún problema. En este sentido, digamos que Cela llega tarde a la modernidad y lo hace, de momento, con bastante contención.

No deberíamos dejarnos influenciar por prejuicios ni intimidar por el aspecto monolítico de las páginas, ni siquiera deberíamos dejarnos vencer por la un poco cansina carga sexual (y, no sin cierto esfuerzo, hasta se le pueden perdonar arranques de homofobia rampante). Desde luego tiene defectos, pero en general San Camilo, 1936 me parece un buen libro, diferente, relativamente atrevido y que ofrece una perspectiva interesante de esos episodios históricos decisivos que hemos visto relatados de tantas formas y con tan variadas intenciones.

P.S: Por cierto que, aunque el santoral no es precisamente mi fuerte, creo que la festividad de San Camilo de Lelis es el 14 de julio, y no el 18 como dice Cela. Bueno, tal vez una pequeña licencia literaria.

Otras obras de Camilo José Cela en ULADLa colmenaPabellón de reposoLa familia de Pascual Duarte

martes, 19 de agosto de 2014

Leonardo Sciascia: Una historia sencilla

Idioma original: italiano
Título original: Una storia semplice
Traductor: Carlos Manzano
Valoración: Muy recomendable

Ésta es la última novela (y el último libro) que escribió uno de los grandes de la literatura italiana, Leonardo Sciascia, precisamente entre sus sesiones médicas, cuando ya la enfermedad que padecía le conducía hacia un final inevitable. Se publicó justo antes de su muerte, en 1989.

La historia, de corte policial, en realidad no tiene nada de sencilla, como ya podíamos imaginar: un ex-diplomático siciliano, residente en el extranjero, vuelve un día  a la casa de campo familiar y encuentra algo que no debería estar allí, un famoso cuadro robado años atrás (Sciascia se inspiró en el caso real de una famosa tela de Caravaggio desaparecida en 1969 de un oratorio de Palermo). El hombre llama a la policía, pero cuando un sargento acude al día siguiente, lo que halla en la casa es el cadáver del ex-diplomático, aparentemente suicidado. A partir de la pista que le da un profesor, viejo amigo del finado, el sargento de policía sigue investigando una trama que se va complicando por momentos, a medida que transcurre la novela (y eso que el libro consta de poco más que 70 páginas), hasta llegar al sorprendente final. o quizás sea el final, precisamente, lo que tiene poco de sorprendente, menos aún en un lugar y una época (la Sicilia de los años 80) en donde cualquier cosa parecía posible, incluyendo las actividades criminales de personas poco sospechosas de ellas. 

La sencillez de es ta historia viene marcada, eso sí, por la limpieza y concisión del estilo, admirables. Lo que no impide que el autor demuestre en cada momento su erudición y la distinción característica de su prosa, como sabrá cualquiera que haya leído sus libros. En esta novela, en todo caso, hay alguna diferencia con respecto a otras que escribió en los 60, como El día de la lechuza y A cada cual lo suyo: si en éstas su función principal era la denuncia, aunque fuese una denuncia amarga e incluso desesperanzada, en Una historia sencilla, bajo el evidente escepticismo queda lugar para la esperanza, al menos la que supone la figura del sargento Lagandara. Una esperanza que también, en ese momento y lugar, en Sicilia, era absolutamente necesaria,  por más que recibiese duros golpes no mucho después (uno de ellos, sin duda,  la desaparición del propio Sciascia). 

En suma, una novelita concentrada y deliciosa, magníficamente escrita. Y un buen modo, para quien no lo conozca, de comenzara frecuentar a un autor imprescindible. Y para quien no guste demasiado de las historias de mafiosos y demás, tranquilos: la palabra Mafia no aparece ni una sola vez en todo el libro. No hace falta.

También de Leonardo Sciascia en Un Libro Al Día: El archivo de EgiptoMuerte del InquisidorPuertas abiertasActas relativas a la muerte de Raymond RoussellEl caballero y la muerteLos apuñaladores

domingo, 12 de mayo de 2013

Leonardo Sciascia: Puertas abiertas

Idioma original: italiano
Título original: Porte aperte 
Año de publicación: 1987
Valoración: Recomendable

Tengo la sensación de que las novelas de Leonardo Sciascia (aunque solo he leído dos, y por lo tanto estoy extrapolando) no pueden calificarse propiamente de novelas policiacas, sino más bien de novelas políticas con una excusa policial. No son, desde luego, novelas policiacas al uso, ni del género whodunit ni hard-boiled, y el "caso" policial es en realidad una excusa para reflexiones de mayor calado, basadas en la realidad siciliana pero aplicables al resto de Italia y del mundo.

Ese es, por lo menos, el caso de Puertas abiertas, una novela aparentemente inspirada en un caso real. Como en toda novela policiaca, hay un crimen: en 1937, en pleno auge del fascismo de Mussolini, un hombre asesina con premeditación a su mujer, al jefe que lo ha despedido y a la persona que ha ocupado su cargo; pero este crimen es únicamente el origen, no el núcleo de la novela. En realidad, el personaje central es el juez ad latere del caso, que sabe que el acusado es culpable -así lo ha confesado el propio reo-, pero que debe decidir si le aplica la pena de muerte, como quiere todo el lobby jurídico y político, o si, de acuerdo con sus convicciones, lo condena "solo" a cadena perpetua.

Sciascia, como hacía en Muerte del Inquisidor (aunque en un género textual distinto), utiliza por lo tanto el caso puntual como origen para una reflexión, densa y demorada, sobre el poder, la justicia, la dignidad y la honestidad en medio de un ambiente corrupto que clama pidiendo sangre: prensa, abogados, políticos, policías y el conjunto de una sociedad anestesiada que viste la escarapela del fascismo aunque no crea en él. En una Italia en la que, según la propaganda oficial, "se duerme con las puertas abiertas", la realidad es que todo el mundo tiene miedo de todo el mundo, y la lealtad a unos principios puede costar cara.

Traducción de Ricardo Pochtar.

Otros libros de Leonardo Sciascia en Un Libro al DíaEl archivo de EgiptoMuerte del InquisidorUna historia sencillaActas relativas a la muerte de Raymond RoussellEl caballero y la muerteLos apuñaladores

domingo, 9 de agosto de 2020

James Joyce: Finnegans Wake


Título original: Finnegans Wake

Idioma original: inglés (¿)
Traducción: Marcelo Zabaloy
Año de publicación: 1939 (en castellano, 2016)
Valoración: Necesario, agotador, cruel, inolvidable

Las expectativas

Lleva rondando mi cabecita la idea de leer Finnegans Wake desde que me enteré que existía un tal James Joyce, allá por mis diecisiete años o así (no ha pasado tanto tiempo, aunque sí más que en el caso de Oriol, y suficiente para que esta lectura postergada se fuese convirtiendo en algo parecido a una obsesión; pero sigamos). Este caballero, Joyce, había escrito cosas increíbles que fui leyendo una tras otra, pero por ahí andaba el monstruo, su obra cumbre, ese tocho esquivo al que dedicó más de quince años de trabajo. Un libro inclasificable que nadie había sido capaz de traducir completo al castellano, lo que era un síntoma preocupante pero que no hacía más que aumentar mi expectación. Nadie lo había traducido hasta que llegó Marcelo Zabaloy.

La traducción

Muchos (bueno, algunos que se atrevieron) había fracasado en la empresa. Por ejemplo, Salvador Elizondo se pasó no sé cuánto tiempo elaborando una traducción anotada y abandonó el trabajo cuando concluyó… la primera página. Por lo visto Zabaloy no le vio tanta dificultad al desafío, y lo terminó en unos cinco años. Hay toda una historia en torno a esos intentos de traducción, parte de la cual puede encontrarse por ejemplo aquí. El caso es que hay que hablar más de versiones que de traducciones, porque el libro está cuajado, línea por línea, de incrustaciones de otras lenguas y jergas, infinitos juegos de palabras, dobles sentidos y locos neologismos que multiplican hasta el infinito las posibles interpretaciones. El sitio web FWEET reúne más de 80.000 anotaciones sobre el Finnegans, y hay montones de libros escritos en torno a este fenómeno. De forma que, como seguramente hizo Zabaloy al traducirlo, al leerlo también habrá que utilizar un código diferente al habitual.

El libro

Como digo, las 628 páginas de Finnegans Wake son un torrente continuo de todos estos elementos que acabo de citar, mezclados, superpuestos, exhibidos sin tregua, hasta hacer el texto irreconocible, pantanoso, laberíntico. Como se puede suponer, tampoco es posible hacer una sinopsis normal. Por hacernos una idea mínima, se puede decir que se parte de la muerte del albañil Finnegan y su posterior velatorio, aunque eso es casi lo de menos, porque pronto revive y se transforma en el tabernero Earwicker. O tal vez es Earwicker el que sueña su propia muerte como Finnegan, porque el personaje es a fin de cuentas el protagonista de una vieja balada irlandesa. Podríamos decir que Earwicker es condenado por algún motivo que no conocemos y con todo ello se relaciona una misteriosa nota que desentierra una gallina. Pero también sabremos de su mujer, Anna Livia Plurabelle, y de sus dos hijos... y un millón de cosas más, con la presencia permanente de tres elementos esenciales: Irlanda, la religión y el sexo. Un millón de cosas que apenas intuimos, sumergidas en un colosal marasmo léxico al que luego me referiré. Se intuye que Joyce habla al mismo tiempo desde lo real y lo onírico, y el lenguaje y la lógica de los sueños (inestables, intuitivos) impregnan todo el libro. Los personajes se trasmutan unos en otros, aparecen y desaparecen o cambian de nombre, se encarnan en héroes y se materializan en paisajes, hay escenas que se repiten, sonidos que las interrumpen y evocan momentos pasados o futuros, guiños metaliterarios. Todo parece un gran chiste, una genialidad, una puta locura.

La experiencia

Esas etiquetas que tan poco usamos en el blog, Experimento o Artefacto literario, tienen aquí todo el sentido. El Finnegans es, en opinión de casi todos los que lo han leído, y yo lo corroboro en la medida de mis limitados conocimientos, el libro más extraño, complejo y hermético que nunca se ha escrito. Y sin embargo las sensaciones no son exactamente lo que puede esperarse. Se puede pensar que uno encara la lectura un poco por curiosidad y, visto lo que tiene delante, lo más probable es que enseguida deseche el libro, exasperado por no entender nada, o casi. Pero no necesariamente es así. Como decía antes, conviene deshacerse de prejuicios, abrir la mente y utilizar otras herramientas. Samuel Beckett recomendaba leerlo en voz alta, pero sin llegar a tanto, puede ser recomendable dejarse llevar por el ritmo y la musicalidad del texto y, una vez integrados en ese fluir, ver cómo la información permea en la consciencia. El peso de la entonación y los sonidos tiene gran importancia por ejemplo en ciertos textos literarios árabes y, a veces de forma inconsciente, es también relevante cuando leemos poesía. Resultando imposible detenernos en cada escollo (porque no terminaríamos nunca, ni llegaríamos a superar más que un puñado de ellos) esta forma de lectura me parece la más útil (y menos dañina para la salud).

Claro está que en este caso el éxito dependerá en buena parte de que el traductor haya sido capaz de transmitir los valores del original. Eso ya no me siento capaz de valorarlo en absoluto, aunque sí me suscita algunas dudas. En parte porque a veces el texto suena un poco a traductor de Google, dicho sea con todo el respeto. Y también porque he comparado algunos párrafos con otras traducciones y algunas cosas parecen no encajar del todo. Pero en fin,  la empresa es tan descomunal que no cabe más que admirar a este Zabaloy que ha conseguido llegar al final y, además, es lo que tenemos si queremos leerlo en castellano.

Con todo, la sensación es un poco la de un paseo por el monte en un día de niebla. No disfrutamos del paisaje, pero vagar entre la bruma tampoco resulta del todo desagradable. Solo hay que verlo con otros ojos: sentir el fresco, el aire de misterio, el reto de encontrar el camino, y de vez en cuando notamos que se abre una pequeña ventana de luz y nos sorprendemos al ver el peñasco, los árboles, quizá un trozo de panorámica en alguna dirección. Así, somos medio conscientes de la desgracia del pobre albañil, asistimos a una singular borrachera de su sosias, conocemos algún tipo de rivalidad entre sus dos hijos, o entrevemos algunas experiencias sexuales (varias, reales, soñadas o deseadas, no sabemos). Cosas así, esporádicas, que asoman brevemente entre el enorme desparrame lingüístico, y son un alivio, un pequeño premio, porque también dejan ver la genialidad del autor y disfrutar de momentos brillantes cuando se aligera de trucos retóricos. Y es que, digámoslo ya, esto no es una lectura sino más bien una inmersión, una experiencia.

Se podrá plantear si todo esto tiene realmente sentido, y de hecho algunos de los mayores valedores de Joyce pensaron que había perdido el juicio o que simplemente se le había ido la mano. Yo creo que desde luego el Finnegans tiene un valor inmenso, porque qué sería del arte si no hubiese gente decidida a explorar sus límites y a transgredirlos, y con talento para hacerlo. Tampoco una pintura abstracta representa cosas y no por ello parece razonable despreciarla sin más. Aquí se juega con otras reglas y no se puede mirar bajo los criterios habituales. El problema, claro está, es que hablamos de medios muy diferentes: una pintura la observamos durante unos segundos, hasta algunos minutos, pero leerse las seiscientas páginas del Finnegans lleva muchas horas. Así que, en su inmenso esfuerzo de años y su estratosférica creatividad, a lo mejor Joyce se olvidó de algo que puede tener cierta importancia hablando de un libro: el lector.

Otras obras de James Joyce en ULAD: Ulises, Dublineses, Exiliados

jueves, 20 de julio de 2023

ULAD hace Historia #4 El queso y los gusanos de Carlo Ginzburg

Idioma original: italiano

Título original: Il formagio e i vermi

Año de publicación: 1976

Traducción: Francisco Martín

Valoración: bastante recomendable (aunque quizá algo ríspido para quien no sea lector habitual de Historia)

Pese a lo que tal vez alguien pueda pensar,  debido a su curioso título (enseguida voy con eso), éste es un libro de Historia comme il faut, con su excelente contextualización, sus -muchas- notas a pie de página y su abundante bibliografía. Es más, se trata de la obra señera de la corriente historiográfica conocida como "microhistoria", escrita por su más conspicuo practicante, el prestigioso historiador italiano Carlo Ginzburg. Tal microhistoria es una tendencia o rama de la Historia social que consiste en centrarse en algún acontecimiento o personaje del pasado, en principio secundario o incluso marginal y analizarlo, como si se estudiars con una lupa o microscopio, hasta poder extraer conclusiones  y generalizaciones que se puedan relacionar con los grandes procesos y cambios históricos; de esta forma, el estudio de los sucesos individuales ayudan a entender la verdadera dimensión del desarrollo de los sucesos históricos. Es una tendencia que ha tenido (aunque no sólo y en esta semana en la que ULAD hace Historia os vamos a mostrar más de un ejemplo), especial predicamento en Italia,hasta el punto de que incluso la cultivaron, en cierto modo, escritores de narrativa o ensayo, como Leonardo Sciascia en La bruja y el capitán.

En el caso de este célebre estudio, quizás el más emblemático de esta modalidad historiográfica, Carlo Ginzburg se centró en la figura de Domenico Scandella, alias Menocchio, un molinero del pueblo friulano de Montereale, que en 1584 fue procesado por el Santo Oficio debido a una denuncia -tal vez del párroco del pueblo- por haber pronunciado "palabras heréticas impías sobre Cristo". Durante este proceso y el que tuvo de nuevo lugar en 1599 , cuyas actas el historiador analiza pormenorizadamente, punto por punto, los inquisidores asistieron, atónitos, al despliegue cosmogónico y religioso que Menocchio -cuya aspiración era poder debatir con papas y emperadores, pero se conformaba con los doctos miembros del Tribunal- hacía ante ellos: una mezcla de, más que elementos luteranos, como se temía los inquisidores, anabaptistas, más panteísmo, universalismo, lecturas religiosas -o no- interpretadas según su libre albedrío, razonamientos propios más o menos coherentes y, al fondo del todo, según código Ginzburg, la presencia de una religión secular campesina, fuertemente materialist y transmitida por medio de la tradición oral, al menos hasta la aparición de la Contrarreforma, en los países católicos. Sirva como ejemplo del resultado -ya llego, por fin-, la imagen del queso y los gusanos: según Menocchio, Dios no había creado el mundo, sino que éste se habría generado a partir deun caos primigenio, semejante a la leche cuajada que da lugar al queso y del que habrían surgido el propio Dios y los ángeles, como los gusanos que aparecen en este queso. Imaginemos por un momento la cara que pusieron los señores inquisidores...

Quizás lo más interesante para nosotros, amigos y amigas bibliófilos y hasta bibliómanos, sea que buena parte de estas ideas, de su "corpus teológico", por así decirlo, proviniera de sus, si no abundantes, sí recurrentes lecturas, pues resulta que Menocchio era un lector voraz de los libros que caían en sus manos; sobre todo, el muy cristianó Florilegio de la Biblia, pero también el medieval libro de los Viajes de John Mandeville y el Decamerón. Y, probablemente, según Ginzburg, puede que también la Divina Comedia, De Trinitatus erroribus de Serveto (es decir, Miguel Servet) y hasta el Corán.  De esta heterogénea lista de lecturas y otras ( es notable, por cierto, la relativa abundancia de libros que circulaban por esa zona rural en aquella época si bien se encuentra cercana a Venecia), según el bueno de Menocchio había extraído sus ideas,"que habían nacido del aislamiento, por el solo contacto con los libros". Es decir lo mismo que le pasó a un famoso personaje de ficción  contemporáneo suyo, sólo que a don Alonso Quijano sus lecturas le impelieron a convertirse en caballero andante, mientras que al molinero friulano las suyas le sugirieron la aspiración de ser un profeta, nada menos.

De todas formas, el autor de este libro le resta importancia a la influencia de esas lecturas en el pensamiento de Menocchio, y considera que "(...) como hemos visto, él proyectaba sobre la página impresa elementos extraídos de la tradición oral"; es decir, de ese sustrato de creencias populares a las que Ginzburg concede la mayor importancia: "Es esa tradición, profundamente enraizada en la campiña europea, lo que explica la tenaz persistencia de una religión campesina intolerante ante dogmas y ceremonias, vinculada a los ritmos de la naturaleza, fundamentalmente precristiana. Era frecuentemente un auténtico extrañamiento del cristianismo (...)". Es más, para ilustrar esta tesis, también nos presenta dos casos contemporáneos al de Menocchio y más o menos análogos de otras regiones de Italia: el del poeta popular de Lucca llamado Scolio y el de otro molinero, Pighino Baroni, de la Romaña.

En cualquier caso y también independientemente de lo delirantes que nos puedan parecer estas u otras ideas religiosas (o todas), Menocchio  no deja de ser un mártir de la libertad de pensamiento y expresión. Porque -y  lamento si alguien considera esto como spoiler, pero, después de todo, hablamos de un caso que es Historia- y pese a haberse retratado y pasar unos años en prisión, nuestro molinero volvió a las andadas, expresando de nuevo en público sus heréticas opiniones, de forma que volvió a ser detenido y procesado por la Inquisición en 1599. Con la mala fortuna, esta vez, de ser condenado a muerte y ejecutado, casi a la vez que otro pensador heterodoxo mucho más conocido, Giordano Bruno, lo era en Roma. Y todo por tener unas ideas más o menos extravagantes, pero propias, consideradas heréticas y peligrosas por el poder, pero que hoy no llamarían la atención en las redes sociales entre tanto terraplanista, conspiranoico e illuminati varios (e incluso serían consideradas un ejemplo de mesura). Por suerte, en nuestra sociedad occidental ya no existe el peligro de ser procesado ni encarcelado por leer libros y sacar nuestras propias conclusiones es sobre la religión, por ejemplo, y expresarlas en público, y es es algo que ya no va a volver a pasar, ¿verdad? ¿VERDAD?

viernes, 2 de agosto de 2019

Camilo José Cela: Pabellón de reposo

Idioma original: castellano
Año de publicación: 1944 (un año antes, por entregas)
Valoración: Está bien

Lo siento, pero no puedo empezar a hablar de un libro de Camilo José Cela sin dejar claro que este caballero me caía gordísimo. Era Cela uno de los representantes de esa estirpe de artistas mediáticos que se construyeron su personaje y supieron sacarle todo el partido, lo cual despierta mi antipatía y, en mi humilde opinión, les hace perder crédito. No citaré otros nombres –los hay, y varios, también en la actualidad- pero en el caso de Cela, su connivencia con el franquismo (desconozco el alcance real, y tampoco me interesa mucho) y su eclosión en la época de la televisión única pregonando bufonadas sin gracia le hicieron acreedor a mi rechazo y consiguiente exclusión de mi lista de lecturas. Pero como todo aquello queda ya afortunadamente muy lejos, pues nada, dejemos por un momento los prejuicios, al menos para dar una oportunidad a una obra de la que había oído hablar pero que no conocía.

Dentro de la prolongada, bastante abundante, muy variada y creo que enormemente irregular trayectoria del autor gallego, Pabellón de reposo aparece poco después de la célebre (con razón) La Familia de Pascual Duarte, todavía inmersa en el realismo y muy lejos de la experimentación que ensayó años más tarde. Con un innegable parentesco, al menos en el escenario, con La montaña mágica de Thomas Mann (1924), y más notorio aún con The Straw, de Eugene O´Neill (1922), la obra de Cela es un compendio de reflexiones de un grupo de enfermos terminales en un sanatorio para tuberculosos. Personas de diferente edad y condición social dejan constancia escrita de sus sentimientos en esas difíciles circunstancias, aislados del mundo exterior y carcomidos por la enfermedad.

En esa fase final los siete pacientes van dejando sus impresiones sobre el entorno, la vida que dejaron fuera, sus temores y esperanzas, los tratamientos que se les proponen, o sobre sus propios compañeros de pabellón. Reflexiones a veces amargas, otras cargadas de ingenuidad, más centradas en la vida que en la muerte, y con una característica casi permanente: por encima de la añoranza de lo perdido o de las dudosas perspectivas sobre el futuro, los enfermos hablan casi siempre en torno al presente. Con escasas excepciones, parecen individuos que hubieran asumido el aislamiento y la incertidumbre que les ha tocado vivir, sin hacerse demasiadas preguntas y sin dejarse dominar por las debilidades que se dirían naturales, el anhelo o la desesperación. Tanto han asimilado la situación que (recurso ya visto otras veces) pierden sus nombres y se llaman entre sí por el número de habitación.

Como seguramente se puede ir deduciendo, aunque los pacientes son muy diferentes en edad, situación personal o circunstancias sociales, las voces no son demasiado diferentes. Es el primer elemento que choca desde el punto de vista narrativo. Como la génesis del relato se encuentra en una experiencia personal del autor (como creo que también lo fue en caso de O´Neill), da la impresión de que Cela ha trasladado a este peculiar colectivo sus propias sensaciones, diversificando con algunos matices para individualizar a los personales, sin conseguirlo del todo. Y así apenas encontramos rastro de lo que serían reacciones dispares según la personalidad del enfermo, es decir, el predominio de la tristeza, del miedo, de la esperanza o de la ira, según los casos. Todos parecen pensar y sentir de una forma demasiado homogénea.

No es solo el contenido de esas reflexiones, también su forma es poco menos que intercambiable, y en mi opinión más bien poco adecuada a lo que se quiere transmitir. Vale que alguno de los personajes se deje llevar en su agonía por la vena poética, pero no es creíble que lo hagan todos ellos. Apenas ningún momento de desgarro, nadie recurre a la exclamación ni transcribe un diálogo, casi no encontramos una anécdota, ¿puede no haber ruptura en el estilo de siete personajes que escriben libremente durante varios días? Y no, tampoco busquemos subtexto ni vanguardismo que dispensen este extraño efecto. Estamos en la vía realista.

Lo que ocurre es que la estructura de la narración resulta determinante en el resultado. Formalmente el esquema está bien diseñado, pero me atrevería a decir que peca de inmadurez.  Se diría que Cela toma la idea central, decide desarrollarla en esas dos rondas sucesivas de voces, lo que es una apuesta valiente y hasta atractiva, pero no acierta con los elementos que esa estructura exigía: profundizar mucho más en los personajes, darles tonalidad y lenguaje bien definidos, hacer funcionar el conjunto como tal y no como mera suma de testimonios. Seguramente por haber recurrido al formato de textos escritos, es ahí donde el relato pierde credibilidad, resulta forzado y muy lejos de la naturalidad que destilaba Pascual Duarte. Unos años más tarde, en La colmena sí dio con el mecanismo correcto de una novela coral.

Con todo, es cierto que hay algunos momentos de intensidad bien construida, y habrá quien disfrute de esa prosa en mi opinión excesivamente poética, pero el texto se queda a medias, tal vez por incoherencia entre el objetivo y los medios empleados, quizá por excesivamente ambicioso.

También de Camilo José Cela en ULAD: La familia de Pascual DuarteLa colmenaSan Camilo 1936