jueves, 29 de junio de 2023

Luis Gusmán: El frasquito

Idioma original: Español 
Año de publicación: 1973
Valoración: Curioso (aunque no para todo el mundo)

Ubiquémonos: El frasquito, debut de Luis Gusmán, es una novela corta sumamente rara, densa, turbia, violenta y pornográfica. Es más legible que otros artefactos literarios similares, pero aun así resulta exigente e incómoda, y casi que recomendaría que se contextualizara siempre con un prólogo. Presenta un argumento tenue, una estructura fragmentaria, una prosa deliberadamente opaca y temas a cual más escabroso. Produce, según se tercie, una sensación de perplejidad, fascinación, extrañeza y asco.

Trata (si es que puede decirse que trate sobre algo) de la rivalidad entre un padre y su hijo, del deseo de ese mismo hijo por poseer a su madre y de las dinámicas de una familia tan pobre como desestructurada. 

Aunque puede parecer que su objetivo sea escandalizar, y algo de eso hay, emplea la provocación como medio, y no como fin. Así pues, cuando habla de la forma más explícita, directa e irreverente posible acerca de familias desestructuradas, sexo sórdido, prostitución, violaciones, abortos, drogas, brutalidad policial, religión o espiritismo, se adivina una intención reflexiva detrás de la mera voluntad de epatar. 

Adjunto a continuación un par de ejemplos que demuestran que, en El frasquito, lo obsceno, morboso e inmoral sirve a propósitos elevados. El primer fragmento, sacado de las páginas 66 y 67, indaga en torno a la pobreza: «No me suelto de la mano de la abuela porque si me suelto me dijo que me iba a dejar empeñado como dejó la cadenita de oro, el traje de comunión, el anillo del abuelo y se fueron a remate y no los pudo rescatar nunca. / La madrecita dice que ya no sabe qué empeñar, que hasta el culo tiene empeñado, que cualquier día de estos se va a tener que empeñar ella.»

El segundo, de la página 97, también: «Milanesa, pedazo tras pedazo el paraguayo va comiéndosela, cojiéndosela a la madrecita noche tras noche, besandoselá pedazo tras pedazo, ella gime de placer, él come con placer las doradas milanesas, mientras nosotros famélicos esperamos que nos tire algún pedazo. Él sólo abre la boca y mastica, el resto lo hace la madrecita que corta la milanesa en pequeños bocados a los que recubre con puré y los lleva a la boca abierta del paraguayo. Nosotros miramos.»
  
Además de una intención reflexiva, a El frasquito lo dignifican también ciertos hallazgos formales: la furia que traspira el lenguaje empleado, el ritmo frenético que imprime la narración, la intuición de sus recursos expresivos o la plasticidad de los pasajes de corte onírico. 

Dejad que transcriba un párrafo torrencial de las páginas 87 y 88, que da buena cuenta de la voz, tono y registros que caracterizan a El frasquito: «Casi nunca hablamos, madrecita, un beso, un saludo, un regalo para el cumpleaños. Te miro, tenés un callito en el mismo dedo que yo, y los mismos huesitos puntiagudos donde terminan las clavículas (…). Será verdad que en la cama sos extraordinaria como dice papá, me acuerdo cuando dormía en la pieza de al lado de ustedes y cada vez que él venía se encerraban y yo oía gemir y gritar, pero nosotros teníamos prohibido entrar a molestar, o cuando tenía quince años, que fui a dormir a tu cama porque tenía miedo de los espíritus y te desnudaste delante mío y te quedaste con todas las tetas al aire, yo te miraba de reojo por el espejo y me puse todo colorado, porque se me paraba. Quizá por eso, ese silencio hostil, esa barrera de piel que nos separa, habría que llevar esto hasta las últimas-primeras consecuencias, acostarme a tu lado, apoyar mi cabeza sobre tu barriga que una vez llené con mi cuerpecito, volver a mamar de tus tetitas (…). Antes de ser mujer se es madre, pero habría que invertir los órdenes, (…) antes de ser madre se es mujer, mujer tirada en el patio tomando el sol, mujer con olor a bronceador, piel dorada, tus cabellos negros descienden por tu espalda de oro, (…) te tiro de los pelitos y casi se me ve la mano por allí por donde nací, (…) meter la cabeza ahí, todo el cuerpo ahí, zambullirme adentro como si fuera una pileta de natación (…).»

En el lado menos positivo, destacaría que el contenido de esta novela oscurece en ocasiones al resto de apartados. Asimismo, tengo la impresión de que unas cuantas de las obsesiones del autor aquí presentes, aunque interesantes en sí mismas, apenas se esbozan (los sueños, los mellizos...).
 
Si bien se le puede aplicar una lectura freudiana y marxista a El frasquito, como sugirió Piglia en uno de los muchos prólogos que han acompañado a la novela, ésta incita otras interpretaciones: estéticas, autobiográficas...     

Resulta curioso, por cierto, que Gusmán, quien ha reescrito varias de sus novelas, haya decidido no modificar El frasquito. Seguramente podría pulirla muchísimo más, pero quizá tema arrebatarle su esencia imperfecta, espontánea y alucinada. 

En fin: entiendo que El frasquito se considere una obra de culto, dados los debates que ha inspirado desde su publicación y las reacciones que ha suscitado en el público. A título personal, agradezco sus múltiples hallazgos y jamás osaría reprocharle ni sus temas ni la crudeza con que los aborda. Pese a todo, y aunque creo que su valor trasciende lo meramente experimental, vanguardista e histórico, tampoco me parece una novela intrínsecamente extraordinaria en lo literario. 

Para terminar esta reseña, destacaré que yo he leído El frasquito en la edición conmemorativa de Contrabando. Valoro especialmente el prólogo en ella ofrecido, porque ayuda a contextualizar la obra sin condicionar excesivamente su lectura; también da información relevante que de otro modo igual pasaría desapercibida acerca de los paralelos entre esta ficción y la vida del propio Gusmán, o sus influencias, genealogía e impacto.


También de Luis Gusmán en ULAD: Tennessee

3 comentarios:

Guillermo Sacchi dijo...

No leí el libro, sólo tu reseña. No sé bien el contexto social del narrador.. conozco como se vive en una "villa miseria" (término de Bernardo Verbitsky) de Argentina, en dónde muchas veces no hay dos habitaciones y los niños se crían viendo y oyendo todo. Creo que no sería raro encontrar un personaje con un "Edipo mal resuelto", lleno de bronca.. igualmente si los monólogos son todos como el que dice "meter mí cabeza ahí, zambullirme..." suena bastante freak! Tal vez desde la perspectiva psicológica aparte del Edipo se encuentran varios "mambos" más del personaje. Saludos!!

Oriol dijo...

¡Hola, Guillermo! Pues sí, la novela es algo freak, pero en el buen sentido. Al menos a los lectores con gustos afines al mío les encantará.

Lo que dices de familias hacinadas en un mismo cuarto me entristece, aunque sé que sucede, desgraciadamente, en distintos rincones del mundo. Si no recuerdo mal, otra novela donde el protagonista quedaba bastante tocado (por esa y otras razones) es "Hijo nativo" de Richard Wright.

La gracia del narrador de "El frasquito" es que no se reduce a su complejo de Edipo; ¡tiene muchas más obsesiones que lo atormentan!

buhoevanescente dijo...

Hola! Soy nueva por aquí y Está puede ser una lectura que me guste mucho.
Gracias.por compartirla Saludosbuhos! !