Título original: Samfundets Støtter
Traducción: Cristina Gómez-Baggethun
Año de publicación: 1877
Valoración: recomendable
Considerado uno de los grandes dramaturgos que ha dado la literatura, no únicamente noruega, la obra de Ibsen destaca por el cuestionamiento y debate que suscita respecto a los valores tradicionales de su época. Y bien es cierto que se conoce al autor principalmente por otras obras publicadas como Un enemigo del pueblo, Casa de muñecas o El pato silvestre, pero sería un error dejar de lado el resto de sus obras, pues su calidad bien vale una lectura, pausada, como demanda el teatro.
En esta obra teatral, el autor noruego sitúa toda la acción en una casa de gente acomodada e influyente, donde se desarrollan y entretejen dos principales hilos argumentales inicialmente desvinculados entre ellos: por una parte, está la controvertida construcción de una nueva línea de ferrocarril, que se encuentra proceso de discusión pues no está claro que favorezca a toda la región sino únicamente a unos pocos, a pesar de lo que sus acaudalados defensores afirman. Esta sería la parte política de la obra. Por otra parte, se narra una historia de chismorreos y tensiones amorosas entre miembros de la alta sociedad, que arrastran decisiones tomadas en el pasado y que no están del todo subsanadas. Y, por si fuera poco, la visita inesperada de alguien conocido que causó tiranteces en el pasado en la familia (y, por extensión, en la comunidad) acaba de tensar una situación ya de por sí compleja por la necesidad que tiene el cónsul de convencer a la población de la idoneidad del ferrocarril y lo pone en un apuro justamente «ahora que necesito un clima tan favorable y sin fisuras, no sólo en la ciudad, sino también en la prensa».
Con este contexto, en esta obra, partiéndo inicilamente de estas dos premisas básicas, Ibsen refleja un dilema moral en una sociedad con diferencias de clase totalmente diferenciadas (propio de la época), desplegando un tapiz sobre el cual retratar una historia de intereses, enredos y mentiras, de afirmaciones sostenidas a lo largo del tiempo, faltando a la verdad, de apariencias y subterfugios realizados para el beneficio particular y con la mirada y mensaje puestos en la reputación, pero con los actos puestos en el propio interés. Tal es así, que el autor lo expone claramente en el siguiente diálogo:
De esta manera, Ibsen analiza, de manera crítica, la élite que dirige la comunidad y que, por medio de manipulaciones y mentiras se erige como estandarte de los valores y de la rectitud y la preocupación por la sociedad. Así, los pilares morales sobre los que se edifica la sociedad, se muestran en clara estado de carcoma y debilidad. Ibsen es contundente en este aspecto, afirmando que «mira en el interior de cualquier hombre y descubrirás, como mínimo, un punto oscuro que necesite ocultar». Y es en ese análisis y en el desarrollo de la acción donde se pone de manifiesto que los grandes pilares, que deben construirse y mantenerse firmes, pulcros e impolutos para sostener una sociedad a costa incluso de uno mismo, no es sino un espejismo y un ejercicio de maquillaje que oculta los intereses reales de quien utiliza precisamente la sociedad que dice y proclama proteger, para que alimenten y engrandezcan el beneficio propio de unos particulares regidos únicamente por el valor de la avaricia y el egoísmo.
Siempre habrá una justificación que eluda una responsabilidad o una disfrace mentira, siempre habrá una causa por la que eludir la carga emocional de una decisión, siempre habrá motivos para convencerse de que uno actúa de manera correcta. La cuestión no es si se puede justificar una acción, sino ver, no a quién beneficia, sino a quien realmente perjudica. Es condición humana e Ibsen sabe perfectamente cómo denunciarlo, como poner de relieve las contradicciones inherentes en cada una de nuestras decisiones y hacernos ver que siempre hay intereses de por medio que minan y degradan nuestra sociedad, como afirma uno de sus personajes al decir que «las grandes sociedades lucen un aspecto brillante y dorado, pero ¿qué hay debajo del maquillaje? Superficialidad y podredumbre, si me permiten decirlo. Carecen de suelo moral bajo sus pies. En dos palabras, estas grandes sociedades de hoy son sepulcros blanqueados».
Y, desgraciadamente, esto es válido tanto para la sociedad de finales del siglo XIX como la de nuestros días. Es por este motivo que es bueno volver, de vez en cuando, a los clásicos y ver que puede que el mundo haya cambiado en apariencia, pero sigue siendo regido de similar manera. Lamentablemente.
También de Henrik Ibsen en ULAD: Juan Gabriel Borkman, Un enemigo del pueblo, Casa de muñecas, Espectros
En esta obra teatral, el autor noruego sitúa toda la acción en una casa de gente acomodada e influyente, donde se desarrollan y entretejen dos principales hilos argumentales inicialmente desvinculados entre ellos: por una parte, está la controvertida construcción de una nueva línea de ferrocarril, que se encuentra proceso de discusión pues no está claro que favorezca a toda la región sino únicamente a unos pocos, a pesar de lo que sus acaudalados defensores afirman. Esta sería la parte política de la obra. Por otra parte, se narra una historia de chismorreos y tensiones amorosas entre miembros de la alta sociedad, que arrastran decisiones tomadas en el pasado y que no están del todo subsanadas. Y, por si fuera poco, la visita inesperada de alguien conocido que causó tiranteces en el pasado en la familia (y, por extensión, en la comunidad) acaba de tensar una situación ya de por sí compleja por la necesidad que tiene el cónsul de convencer a la población de la idoneidad del ferrocarril y lo pone en un apuro justamente «ahora que necesito un clima tan favorable y sin fisuras, no sólo en la ciudad, sino también en la prensa».
Con este contexto, en esta obra, partiéndo inicilamente de estas dos premisas básicas, Ibsen refleja un dilema moral en una sociedad con diferencias de clase totalmente diferenciadas (propio de la época), desplegando un tapiz sobre el cual retratar una historia de intereses, enredos y mentiras, de afirmaciones sostenidas a lo largo del tiempo, faltando a la verdad, de apariencias y subterfugios realizados para el beneficio particular y con la mirada y mensaje puestos en la reputación, pero con los actos puestos en el propio interés. Tal es así, que el autor lo expone claramente en el siguiente diálogo:
«Capataz Aune: Lo hago para reforzar los pilares de la sociedad.
Pasante Krap: ¡Qué curioso! El cónsul opina que los está derribando.
Capataz Aune: ¡Mi sociedad no es la misma que la del cónsul, señor pasante!»
De esta manera, Ibsen analiza, de manera crítica, la élite que dirige la comunidad y que, por medio de manipulaciones y mentiras se erige como estandarte de los valores y de la rectitud y la preocupación por la sociedad. Así, los pilares morales sobre los que se edifica la sociedad, se muestran en clara estado de carcoma y debilidad. Ibsen es contundente en este aspecto, afirmando que «mira en el interior de cualquier hombre y descubrirás, como mínimo, un punto oscuro que necesite ocultar». Y es en ese análisis y en el desarrollo de la acción donde se pone de manifiesto que los grandes pilares, que deben construirse y mantenerse firmes, pulcros e impolutos para sostener una sociedad a costa incluso de uno mismo, no es sino un espejismo y un ejercicio de maquillaje que oculta los intereses reales de quien utiliza precisamente la sociedad que dice y proclama proteger, para que alimenten y engrandezcan el beneficio propio de unos particulares regidos únicamente por el valor de la avaricia y el egoísmo.
Siempre habrá una justificación que eluda una responsabilidad o una disfrace mentira, siempre habrá una causa por la que eludir la carga emocional de una decisión, siempre habrá motivos para convencerse de que uno actúa de manera correcta. La cuestión no es si se puede justificar una acción, sino ver, no a quién beneficia, sino a quien realmente perjudica. Es condición humana e Ibsen sabe perfectamente cómo denunciarlo, como poner de relieve las contradicciones inherentes en cada una de nuestras decisiones y hacernos ver que siempre hay intereses de por medio que minan y degradan nuestra sociedad, como afirma uno de sus personajes al decir que «las grandes sociedades lucen un aspecto brillante y dorado, pero ¿qué hay debajo del maquillaje? Superficialidad y podredumbre, si me permiten decirlo. Carecen de suelo moral bajo sus pies. En dos palabras, estas grandes sociedades de hoy son sepulcros blanqueados».
Y, desgraciadamente, esto es válido tanto para la sociedad de finales del siglo XIX como la de nuestros días. Es por este motivo que es bueno volver, de vez en cuando, a los clásicos y ver que puede que el mundo haya cambiado en apariencia, pero sigue siendo regido de similar manera. Lamentablemente.
También de Henrik Ibsen en ULAD: Juan Gabriel Borkman, Un enemigo del pueblo, Casa de muñecas, Espectros
3 comentarios:
Hola Marc,,,,
Ibsen... el Maestro del Teatro y Maestro del Sub- Texto,,
Saludos
Un gran crítico social adelantado a su época y proyectado en el siglo venidero..excelente aporte por el facilitador de esta uente de información.
Un gran crítico social adelantado a su época y proyectado en el siglo venidero..excelente aporte por el facilitador de esta fuente de información.
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