miércoles, 5 de abril de 2017

Shena Mackay: El vergel en llamas

Idioma original: Inglés
Título original: The orchard on fire
Traducción: Inés Clavero
Año de publicación: 1995
Valoración: Recomendable

A la hora de rememorar la infancia o de escribir una novela ambientada en esa etapa de la vida tienes, entre otras, tres opciones:
  1. Apelar a la risa fácil y/o al sentimentalismo barato y de garrafón, con el tan manoseado dicho de "cualquier tiempo pasado fue mejor".
  2. Mirar a la infancia de frente, pero desde la distancia que dan los años y las experiencias adquiridas.
  3. Las dos anteriores
La primera opción, que podría tener como ejemplos "Yo fui a EGB" o la serie "Cuéntame", puede hacer que te forres y que todo el mundo hable de ti, pero me da la impresión de que no tiene demasiado recorrido a largo plazo.

La segunda opción, probablemente, no hará que seas un superventas, pero hará que el relato sea más veraz, menos simplista o simplificador. Y quizá, con un poco de suerte, la novela te sobreviva.

Con la tercera, obviamente, quedará un pastiche que ni fu ni fa.

Todo esto viene a cuento de "El vergel en llamas", novela de iniciación, novela sobre la pérdida de la inocencia, en la que una mujer ya adulta rememora su niñez en un pequeño pueblo de la ¿apacible? campiña de Kent, allá por los años 50. Mackay opta por la segunda opción, sin caer en maniqueismos, sin idealizaciones absurdas, con sensibilidad pero sin sentimentalismos, de forma bastante creíble. Se trata de un libro bien escrito, ameno, ágil, con una visión poliédrica de la infancia. Esta no son solo amistades inquebrantables, escondites secretos, juegos, diversiones y demás. Obviamente, hay buenas dosis de esto en el libro, pero están acompañadas de sufrimiento, dolor, violencia, incomprensión, miedo, inseguridad, egoísmo, etc.

Para mi, esa es la principal virtud del libro: la desmitificación de la infancia, el presentarla como la realidad compleja que, llegado a la edad adulta, compruebas que fue. 

Por contra, y pese a la fuerza que poseen los personajes principales (April y Ruby), me da la impresión de que algunos personajes secundarios son demasiado estereotipados. Está claro que su función en el libro es la de presentar a April y Ruby el mundo de los adultos. Y eso, hay que reconocerlo, lo consiguen. Por ejemplo, las artistas Dittany y Bobs son la libertad entrevista por los ojos de una niña, el odioso señor Greenidge la represión mas absoluta, etc. Pero esos personajes podrían haber dado un poco más de sí. Por otra parte, me hubiera gustado un poco más de mala leche, sobre todo con algún personaje altamente aborrecible, que los hay.

A pesar de esto, me quedo con que se trata de un libro hermoso, triste en el fondo y perfectamente disfrutable para cualquier lector. Con él podremos volver la mirada a los ya lejanos días de la infancia y comprobar que quizá, solo quizá, no fueron tan agradables ni tan bucólicos como nos siguen queriendo hacer creer.

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