Idioma original: inglés
Año de publicación: 2015
(Sin título en inglés pues la primera publicación es esta, en español)
Traducción: Gabriel Pasquini
Valoración: muy recomendable
A los medios críticos de mayor alcance que el nuestro (puede que haya alguno) avisarles de que eviten, en la medida de lo posible, eso tan socorrido en la música cuando ciertos ídolos quedan desplomados. El nuevo tal, el nuevo cual. En la literatura, ámbito más reducido, mismo motivo por el que ello tiene una resonancia total más inmediata, ya vamos coleccionando de ésos. A veces sin el mínimo respeto a la hora de esperar. Así que a los nuevos Pynchon y a los nuevos Foster Wallace toca añadir, ya, los nuevos Kapuscinski. Nada mejor para vender o para definir que esa etiqueta customizada, ese adhesivo de prestigio que nos emboba y nos tiene en la tienda hipnotizados por la contratapa y casi nos conduce ante el mostrador de caja. Por favor, con Lee Anderson no caigamos en eso. Ni cosa de similitud de estilo ni niveles de calidad literarios. Simplemente diferentes escritores y no hay que condenar a uno a vivir a la sombra de otro. Tampoco es que Lee Anderson sea un recién llegado. Pero donde los magníficos libros de Kapuscinski tienen una sensación meditada y aposentada, una (a que soy pesado con el concepto) intención literaria concreta, perdonad la expresión, exigirle eso a otros es cagarla.
Lee Anderson, casi juraría, vuelve al hotel o al camastro o a la mesa precaria desde la cual sigue oyendo las bombas y las balas zumbar, y escribe allí lo primero que le viene a la cabeza. Que siempre es una impresión fresca y vigorosa, como una obsesión post-onírica para que ningún detalle relevante se escape. A costa de, en algún momento, hacer mención a algo que ya haya tratado anteriormente. No parece el escritor que cocine y cocine su texto hasta dejar algo impecable. No se trata de eso, más bien de trasladar ese mensaje de forma clara y directa. Y hacerlo a costa de estilo o incluso de recrearse demasiado en explicaciones acerca de lo que pasa. El lector ya comprenderá. Una de las primeras cuestiones que queda clara es el escepticismo hacia lo que pasa a su alrededor, y hacia las intenciones reales de todos los actores.
Porque el primer mal parado aquí es el papanatismo tan dado hoy en día, el que cree en el concepto del cambio más que en asegurar el resultado del cambio. Lee Anderson no es que ponga en tela de juicio el mundo post-Primavera Árabe; se limita a diseccionar los distintos escenarios que el movimiento de inicios de década (tan lejano como parece) generó y los contempla en perspectiva. Claro, la perspectiva cuando se habla de Libia (o de Siria) contiene de todo menos romanticismo y utopía. Las últimas frases del libro, quizás las pocas que pudieran ser acusadas de lapidarias, lo dicen bien claro, igual que el título. No es ninguna justificación, pero la Libia de un chalado errático como Gaddafi deja lugar a un país desolado, prácticamente a un territorio donde el caos y la inseguridad campan a sus anchas. Inseguridad para la población y para los profesionales que acuden allí a ejercer su deber. Muchos periodistas caídos: secuestrados, tiroteados, asesinados. Pero no muestra añoranza por ese pasado. Simplemente, sin carga ideológica alguna, explica que en algún caso uno salta de la sartén y cae en las brasas y, como cronista y conocedor del entorno, sabe del destino dispar de los países involucrados en un movimiento que, inicialmente, fue unánimemente aplaudido por su capacidad de generar ilusión, pero que la evolución posterior ha puesto mucho en duda.
Un excelente ejercicio, se lee como un extenso reportaje de un suplemento dominical o como uno de esos dinámicos programas de TV cámara en ristre. Y tras su lectura nuestra visión del conflicto resulta matizada y mejorada. Como diría Jorge Carrión, mejor que ficción.
Porque el primer mal parado aquí es el papanatismo tan dado hoy en día, el que cree en el concepto del cambio más que en asegurar el resultado del cambio. Lee Anderson no es que ponga en tela de juicio el mundo post-Primavera Árabe; se limita a diseccionar los distintos escenarios que el movimiento de inicios de década (tan lejano como parece) generó y los contempla en perspectiva. Claro, la perspectiva cuando se habla de Libia (o de Siria) contiene de todo menos romanticismo y utopía. Las últimas frases del libro, quizás las pocas que pudieran ser acusadas de lapidarias, lo dicen bien claro, igual que el título. No es ninguna justificación, pero la Libia de un chalado errático como Gaddafi deja lugar a un país desolado, prácticamente a un territorio donde el caos y la inseguridad campan a sus anchas. Inseguridad para la población y para los profesionales que acuden allí a ejercer su deber. Muchos periodistas caídos: secuestrados, tiroteados, asesinados. Pero no muestra añoranza por ese pasado. Simplemente, sin carga ideológica alguna, explica que en algún caso uno salta de la sartén y cae en las brasas y, como cronista y conocedor del entorno, sabe del destino dispar de los países involucrados en un movimiento que, inicialmente, fue unánimemente aplaudido por su capacidad de generar ilusión, pero que la evolución posterior ha puesto mucho en duda.
Un excelente ejercicio, se lee como un extenso reportaje de un suplemento dominical o como uno de esos dinámicos programas de TV cámara en ristre. Y tras su lectura nuestra visión del conflicto resulta matizada y mejorada. Como diría Jorge Carrión, mejor que ficción.
2 comentarios:
Estasmuy político Francesc. Vuelve a la ficción jejeje
Genial, me gusta el menú: no siempre va a ser ficción: ¡Más comic!¿Más ensayo! ¿y por qué no? ¡Más libros ilustrados!
Sir Robin...desde un PC público.
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