lunes, 5 de diciembre de 2016

Manuel Vicent: La muerte bebe en vaso largo

Resultado de imagen de la muerte bebe en vaso largoIdioma original: español
Año de publicación como libro: 1992
Valoración: Está bien


Mezcla de novela negra, sátira  y relato fantástico, esta novela tenía todas las papeletas para encontrarla más que disfrutable. Pero no ha sido así y, buscando una explicación, me entero de que se publicó en el diario El País, por entregas, con el título Domingo negro, antes de editarse en forma de libro. Es de suponer que fue escribiéndose a medida que se publicaba perdiendo, quizá, por el camino la posibilidad de reelaborar sobre la marcha, rectificando, enriqueciendo o limando lo que fuese menester. Ese sería el motivo de que haya quedado algo deslavazada, de que contenga los elementos necesarios para seducir a un gran número de lectores y no llegue a conseguirlo del todo. Con esto no estoy insinuando que la técnica del folletín suponga un lastre en todos los casos, ni mucho menos, todos conocemos ejemplos ilustres, pero creo que, para este en concreto, se trata de una explicación razonable.
Vicent nos conduce por calles, edificios y cloacas de Madrid, con gran habilidad descriptiva y un ritmo en apariencia trepidante, de la mano de personajes tan marginales, alocados y proteicos como podamos imaginar: tahúres, coristas, tenderos, aristócratas venidos a menos, profesores con doble vida, bingueras, mendigos, o empleados de tanatorio. Toda una nómina siniestra que evoluciona a su aire, entrando y saliendo del mundo de los  vivos con una libertad que llega a convertirse en rutinaria. Sin que el hecho de estar vivos o muertos tenga la menor importancia, este peculiar grupo busca tesoros, pone en marcha negocios, triunfa en los escenarios, seduce, conquista o perdona traiciones amorosas o se venga de ellas en fiel paralelismo con el mundo real.
Pero, por una parte, el simbolismo no acaba de quedar claro del todo, por otra, a un artefacto tan recargado como este, tan potente en potencia –valga la expresión –, con tal abundancia de significantes y que sin embargo se queda corto de significado, lo podríamos llamar rocambolesco.
Y es que hasta lo más sorprendente puede parecernos monótono si llega a convertirse en costumbre. Sobre todo en ausencia de elementos –emotividad, intriga, información novedosa, crítica o lo que sea– que conecten con la sensibilidad del lector. Porque, a pesar de los mil y un sucesos disparatados, ocurrencias varias y continuas vueltas de tuerca –o precisamente por ellos– lo encuentro un relato plano, con algunos (no muchos) destellos que se elevan (poco) por encima del resto.
La perspectiva que ofrece es muy negra, muy ácida y desencantada y se intenta compensar con un humor que a mí me parece fallido. Sus mayores logros residen, creo yo, en la capacidad fabuladora, la habilidad para construir recargadas escenografías que podríamos denominar fellinianas y un escepticismo que lo abarca todo.
Pero hasta el absurdo más completo ha de tener algo parecido a la coherencia, conducir a alguna parte aunque el lector solo intuya dónde, pues si se pierde por completo dejará de interesarle lo que ocurra a continuación y eso significa, o bien cerrar el libro, o bien como en mi caso, acabarlo a la fuerza.
El autor ha explicado en alguna entrevista que “esa novela parte de un hecho real, de un tipo que murió a mi lado. Y prácticamente todo el resto de cosas que suceden son elaboraciones de hechos reales.” Lo considera, por tanto, producto de la imaginación y no de la fantasía, que según él consiste en un juego cerebral carente de lógica, mucho más sencillo y que no le interesa para nada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ya está bien de libros que 'están bien'. Tenemos sed de Imprescincibles!! Muahahah

Montuenga dijo...

Para eso nos tiene que encantar el libro, Anónimo, y eso no siempre ocurre. Pero te aseguro que se intenta.
Gracias por leernos.