Titulo original: K
Año de publicación: 2012
Traducción: Teresa Matarranz
Valoración: muy recomendable
Debo advertir a quienes nos leen desde ciertos países de Sudamérica que la lectura de esta novela puede convertirse en una experiencia poco agradable. Muchas heridas continúan abiertas y la conclusión no es demasiado esperanzadora. Desde luego no es la primera novela que trata de los desaparecidos bajo las dictaduras, pero lo hace de una forma particularmente desoladora. Porque aquí no se incide en las torturas, en el maltrato físico, en las cifras y en las estadísticas, planteamientos todos ellos completamente necesarios y que complementan y rellenan todo hueco necesario. Aquí hablamos de ese terrorismo de estado, de ese bloque monolítico con el que la maquinaria represora se niega a sí misma. Y de impunidad, de silencio, de trabas y coacciones y crueldad infinita.
Porque la historia de K, padre de una desaparecida, profesora de Química en la Universidad de Sao Paulo, su búsqueda obsesiva y sin descanso (como solamente puede ser la búsqueda de un padre) es el nudo de esta novela. Sus palos de ciego, sus indagaciones estériles, sus escritos a los medios, su participación en manifestaciones y foros, su denuncia individual y colectiva, su lucha contra el paso del tiempo y contra sus efectos de olvido y relativización.
Porque ese aferramiento a la esperanza ya parte de unas posibilidades muy bajas. Al inicio de la novela la hija de K lleva unos días desaparecida, la depuración de activistas de izquierdas llevada a cabo por la Junta Militar brasileña funciona a pleno rendimiento. K, judío de ascendencia polaca, ya arrastra un pasado vinculado al horror como mecanismo del poder. La huida del nazismo de su familia, ese recuerdo, aporta un adicional de dramatismo a la situación, y nos presenta incluso un chocante planteamiento. Cómo se compara una matanza organizada y controlada burocrática y administrativamente como la del nazismo con lo que parece ser una destrucción descontrolada y caótica como la del régimen brasileño. Así que conforme avanzan los capítulos comprendemos y asumimos que la pérdida de la batalla en la que K se sumerge es irreversible, y que no solo se enfrenta a un muro de opacidad sino a una especie de perverso laberinto de confusión deliberada con la finalidad de hundirlo también a él. Los breves, pero impactantes y memorables, capítulos que se alternan y otorgan desde el punto de vista de "la parte contraria", a poco que se comprenda que ésa es la respuesta de una maquinaria estatal que, dicen, debe proteger a sus ciudadanos, entre otras cosas, de injusticia y arbitrariedad, resultan crueles y escalofriantes. Porque es normal que torturadores y militares mantengan esa actitud de protección corporativa, conscientes de lo criminal de sus actos. Pero su perversa influencia (por ejemplo, cuando una imprenta se niega a colaborar imprimiendo - bajo pago - unos impresos denunciando la situación) se nos manifiesta de forma que, por lejanos que sean los hechos, nos espeluzna.
Porque la historia de K, padre de una desaparecida, profesora de Química en la Universidad de Sao Paulo, su búsqueda obsesiva y sin descanso (como solamente puede ser la búsqueda de un padre) es el nudo de esta novela. Sus palos de ciego, sus indagaciones estériles, sus escritos a los medios, su participación en manifestaciones y foros, su denuncia individual y colectiva, su lucha contra el paso del tiempo y contra sus efectos de olvido y relativización.
Porque ese aferramiento a la esperanza ya parte de unas posibilidades muy bajas. Al inicio de la novela la hija de K lleva unos días desaparecida, la depuración de activistas de izquierdas llevada a cabo por la Junta Militar brasileña funciona a pleno rendimiento. K, judío de ascendencia polaca, ya arrastra un pasado vinculado al horror como mecanismo del poder. La huida del nazismo de su familia, ese recuerdo, aporta un adicional de dramatismo a la situación, y nos presenta incluso un chocante planteamiento. Cómo se compara una matanza organizada y controlada burocrática y administrativamente como la del nazismo con lo que parece ser una destrucción descontrolada y caótica como la del régimen brasileño. Así que conforme avanzan los capítulos comprendemos y asumimos que la pérdida de la batalla en la que K se sumerge es irreversible, y que no solo se enfrenta a un muro de opacidad sino a una especie de perverso laberinto de confusión deliberada con la finalidad de hundirlo también a él. Los breves, pero impactantes y memorables, capítulos que se alternan y otorgan desde el punto de vista de "la parte contraria", a poco que se comprenda que ésa es la respuesta de una maquinaria estatal que, dicen, debe proteger a sus ciudadanos, entre otras cosas, de injusticia y arbitrariedad, resultan crueles y escalofriantes. Porque es normal que torturadores y militares mantengan esa actitud de protección corporativa, conscientes de lo criminal de sus actos. Pero su perversa influencia (por ejemplo, cuando una imprenta se niega a colaborar imprimiendo - bajo pago - unos impresos denunciando la situación) se nos manifiesta de forma que, por lejanos que sean los hechos, nos espeluzna.
Sin ninguna duda esta es una obra de denuncia. Kucinski tuvo un familiar cercano en muy parecidas circunstancias. Él mismo tuvo que exiliarse y
esta estupenda novela parece, en demasiados momentos, una adaptación de hechos reales con los cambios justos para no exponerse a la luz pública
en demasía. Ello no es, para nada, un hándicap ni una falta de implicación, y las opiniones sobre la oportunidad de revisar estos hechos dependen,
ya sabemos, muy a menudo, de la visión personal de cada uno.
Y añadid lo de leerlo en un país lleno de fosas en las cunetas.
Y añadid lo de leerlo en un país lleno de fosas en las cunetas.
2 comentarios:
Excelente el libro y tu comentario.
Gracias, Fabián. Hay que dar a conocer libros excelentes como este, claro que sí.
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