Idioma original: español
Año de publicación: 2001
Valoración: Muy recomendable
A uno siempre le encanta descubrir libros. Es verdad que, por mucho que te digan, una buena novela siempre es un descubrimiento, pero, en este caso, no me había llegado ninguna recomendación. Sabía que La hermana de Katia había sido finalista del Premio Herralde y poco más. Tal vez sea conveniente explicar, en primer lugar, el argumento. Se trata de una adolescente que nos cuenta la historia de su familia: de su madre, que ejerce la prostitución; de su hermana, que se enamora de un italiano y empieza a trabajar en un striptease para ganar dinero; de su abuela, que pierde la memoria; y de ella misma, que tiene pocas luces y deja el colegio porque allí no es más que objeto de las burlas o el ostracismo, que se enamora de John, un americano llegado a Madrid para convertir a nuevos cristianos, y que cuida de la casa, de su abuela y de su hermana. Elementos suficientes, sin duda, para escribir un melodrama y que, sin embargo, le sirven al autor para lograr precisamente lo contrario.
El acierto providencial del libro es el punto de vista elegido. La narradora es una adolescente de catorce años de características singulares: es casi una disminuida psíquica, ha sido educada (o ineducada) en la más absoluta amoralidad, es ingenua, introvertida y sensual. Ese punto de vista le permite al autor, como en las novelas de Kafka, subvertir la realidad. Porque es una obra subversiva, en la que la mirada de una adolescente limítrofe nos muestra lo monstruoso de la aparente normalidad.
Empecé a leer el libro estremecida, con la sensación constante de saber lo que la protagonista no sabía: que unas cosas anticipan a otras y que lo malo no es sino el preludio de lo peor. Leía como si la viera avanzar por la cuerda floja. Yo sabía que a ambos lados estaba el vacío y la iba viendo dar un paso tras otro con el corazón en un puño, vaticinando que en cualquier momento algo se torcería, que haría un gesto en falso, que caería. Porque así funciona nuestro cerebro, anticipándose siempre, pronosticando. Qué felicidad si, como la protagonista, pudiéramos caminar por la vida con esa mirada asombrada, generosa y libre. Pero entonces, en mitad del camino, se produjo el milagro y me di cuenta de que esa adolescente, con su encantadora ingenuidad, me había despojado de mis gafas prejuiciadas y me mostraba la realidad desnuda, y que era yo, en realidad, la que caminaba por la cuerda floja y ella la que me daba la mano y me guiaba.
La hermana de Katia es un libro escrito en un lenguaje sencillo pero claro, bello y cadencioso, un lenguaje lúcido y puro. Más de una vez me ha traído a la memoria a esa maravillosa novela de Alberto Moravia que es La romana, seguramente por esa voz narrativa que, desde la inocencia, nos muestra la duplicidad, la maldad y el absurdo que nos rodean. Ni el lenguaje grosero de Katia, ni la acritud de la madre, logran mermar el candor de las frases que hilvanan el pensamiento de la hermana. Las escenas se suceden, entrañables, tensas, y en medio de ese mundo cruel, barriobajero y suburbial, brilla todo el tiempo ese cuerpo de Katia, deseado y maltratado, providencial y maldito, pero suave, palpitante, cálido y tiernamente humano.
Firma invitada: Maite
También de Andrés Barba: Las manos pequeñas, La ceremonia del porno
Año de publicación: 2001
Valoración: Muy recomendable
A uno siempre le encanta descubrir libros. Es verdad que, por mucho que te digan, una buena novela siempre es un descubrimiento, pero, en este caso, no me había llegado ninguna recomendación. Sabía que La hermana de Katia había sido finalista del Premio Herralde y poco más. Tal vez sea conveniente explicar, en primer lugar, el argumento. Se trata de una adolescente que nos cuenta la historia de su familia: de su madre, que ejerce la prostitución; de su hermana, que se enamora de un italiano y empieza a trabajar en un striptease para ganar dinero; de su abuela, que pierde la memoria; y de ella misma, que tiene pocas luces y deja el colegio porque allí no es más que objeto de las burlas o el ostracismo, que se enamora de John, un americano llegado a Madrid para convertir a nuevos cristianos, y que cuida de la casa, de su abuela y de su hermana. Elementos suficientes, sin duda, para escribir un melodrama y que, sin embargo, le sirven al autor para lograr precisamente lo contrario.
El acierto providencial del libro es el punto de vista elegido. La narradora es una adolescente de catorce años de características singulares: es casi una disminuida psíquica, ha sido educada (o ineducada) en la más absoluta amoralidad, es ingenua, introvertida y sensual. Ese punto de vista le permite al autor, como en las novelas de Kafka, subvertir la realidad. Porque es una obra subversiva, en la que la mirada de una adolescente limítrofe nos muestra lo monstruoso de la aparente normalidad.
Empecé a leer el libro estremecida, con la sensación constante de saber lo que la protagonista no sabía: que unas cosas anticipan a otras y que lo malo no es sino el preludio de lo peor. Leía como si la viera avanzar por la cuerda floja. Yo sabía que a ambos lados estaba el vacío y la iba viendo dar un paso tras otro con el corazón en un puño, vaticinando que en cualquier momento algo se torcería, que haría un gesto en falso, que caería. Porque así funciona nuestro cerebro, anticipándose siempre, pronosticando. Qué felicidad si, como la protagonista, pudiéramos caminar por la vida con esa mirada asombrada, generosa y libre. Pero entonces, en mitad del camino, se produjo el milagro y me di cuenta de que esa adolescente, con su encantadora ingenuidad, me había despojado de mis gafas prejuiciadas y me mostraba la realidad desnuda, y que era yo, en realidad, la que caminaba por la cuerda floja y ella la que me daba la mano y me guiaba.
La hermana de Katia es un libro escrito en un lenguaje sencillo pero claro, bello y cadencioso, un lenguaje lúcido y puro. Más de una vez me ha traído a la memoria a esa maravillosa novela de Alberto Moravia que es La romana, seguramente por esa voz narrativa que, desde la inocencia, nos muestra la duplicidad, la maldad y el absurdo que nos rodean. Ni el lenguaje grosero de Katia, ni la acritud de la madre, logran mermar el candor de las frases que hilvanan el pensamiento de la hermana. Las escenas se suceden, entrañables, tensas, y en medio de ese mundo cruel, barriobajero y suburbial, brilla todo el tiempo ese cuerpo de Katia, deseado y maltratado, providencial y maldito, pero suave, palpitante, cálido y tiernamente humano.
Firma invitada: Maite
También de Andrés Barba: Las manos pequeñas, La ceremonia del porno
2 comentarios:
Coincido en casi todo con la autora de la reseña: este es un libro bonito, por la forma en la que está escrito, aunque casi todo lo que cuenta es bastante terrible: prostitución, droga, abandono, violencia... El punto de vista es un gran acierto, sí, aunque por momentos es también un poco tópico. Pero en definitiva, una muy buena novela de un autor al que habrá que seguirle la pista...
"Leía como si la viera avanzar por la cuerda floja". En un sola frase la reseña resume el nervio de la obra. En respuesta a Santi, ¡claro que la novela es un tópico!: eso es precisamente lo que fascina de la literatura, una historia mil veces contadas que, una vez más, te vuelve a emocionar precisamente por cómo es contada. Libro muy muy recomendable y reseña espléndida. Ambas me han conmovido.
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