Idioma original: alemán
Título original: Die Liebe der Erika Ewald
Traducción: Clara Formosa (en catalán para Viena Edicions) / Roberto Bravo de la Vargfa (en castellano para Acantilado)
Año de publicación: 1904
Valoración: recomendable
Título original: Die Liebe der Erika Ewald
Traducción: Clara Formosa (en catalán para Viena Edicions) / Roberto Bravo de la Vargfa (en castellano para Acantilado)
Año de publicación: 1904
Valoración: recomendable
La importancia o el impacto de un autor se hace evidente cuando su estilo deja una marca imborrable, cuando puedes coger un libro al azar y con pocas páginas reconocer en ellas a su autor. Y es innegable que Zweig es uno de ellos, creo que pocos autores lograrían un consenso tan unánime al respecto porque en todos sus libros despliega su talento a la hora de entender y transmitir los matices de la condición humana.
En el libro que nos ocupa, el autor nos traslada ya de entrada a un hogar en el que el silencio y el decaimiento ocupan todo el espacio. Es la hora de cenar, y nadie tiene palabras para llenar el vacío. En ese triste hogar, que desprende frialdad y soledad en cada uno de los segundos que el lector destina a esas páginas iniciales, viven Erika, su hermana Janette y su padre. El vacío, inmenso, sombrío, lúgubre, que se despliega y abarca toda la casa lo llena la ausencia de la madre, fallecida hace un tiempo. Zweig nos hace testigos de esa melancolía, en una escena en la que «los tres tenían poco a decirse» y Erika «sentía que era inútil luchar contra la atmósfera gris que se desplegaba por encima de esos momentos como nubes de tormenta densos y amenazadores». Pero ella guarda aún una pequeña esperanza, una pequeña ilusión, alimentada por una incipiente alegría, pues había conocido a un chico y habían estado juntos ensayando una pieza musical. Y ella esperaba con gran anhelo que llegara el día en el que él la invitara a su casa.
Ya en esos primeros compases, constatamos porqué Zweig nunca decepciona. Ofrece siempre lo que el lector espera: una recreación perfecta de los ambientes de la época, las inevitables dudas y recelos del amor, una imagen de meticulosidad y refinamiento en las maneras y las costumbres; también un ritmo pausado que no aburre sino al contrario, pues lo usa con maestría para aguantar la tensión narrativa y dejar que nuestras emociones acompañen a los personajes quienes «durante un rato permanecieron en silencio; no era un silencio incómodo, sino únicamente un temor indefinido, propio de las personas refinadas cuando tienen que iniciar una conversación con banalidades». Y entre ambos personajes Zweig alterna los puntos de vista de él y de ella, y traslada cómo es habitual en el autor el refinamiento en la maneras, unas maneras que ocultan e intentar tapar los deseos subyacentes de sus personajes, siempre con la presencia imperante de la castidad y la virtud como pilares de la personalidad de sus protagonistas pues, como en él es habitual, sus personajes parecen contener todos los sentimientos que albergan, como se evidencia al afirmar que, «por eso no sentía ningún temor ni aprensión por el futuro, creía en el eco suave y alegre de aquel amor casto y venerable que le daba tanta confianza en su belleza artística y su pureza interior» pero «entonces a ella la estremecía una necesidad ardiente de ternura, una expectación de palabras amables y dulces, que en realidad temía» aunque «se contenía mucho en mostrar a los demás su felicidad (…) porque quería proteger su circunstancia de las miradas extrañas, como una obra de arte con centenares de fragmentos fugaces».
En un libro de apenas cien páginas no merece la pena hablar mucho del argumento, pues sería fácil caer en spoilers que estropeen una futura lectura, y creo que estas pinceladas son suficientes para comprobar una vez más que Zweig se maneja a la perfección creando personajes de sentimientos contenidos, vivos pero no vividos desacomplejadamente y nos relata una historia sentimental entre dos personajes que viven de y por la música, y por la mesura que imprimen a su relación que, como notas de una partitura perfectamente orquestada, no permiten disonancias en el ritmo que su razón imprime a la relación. Así, con más fugas que allegros en la partitura que construye Zweig, la relación avanza en un ritmo continuo y tenso que el autor sostiene in crescendo durante la trama argumental. La contención frena el impulso, y sus personajes parecen encorsetados como notas en una partitura que no pueden salirse de la escala en la que están creadas y que se evidencia al afirmar que «ahora se percataba de que su historia no representaba ni la injusticia ni la hostilidad de la vida, sino que únicamente era dolorosa, porque le faltaba el alegre paso de danza de los temperamentos risueños y frívolos que saltan por encima de los abismos del dolor (…) Y la soledad le caía encima y la oprimía (…) El dolor que salía de ella volvía para desbordarle el alma, y el hecho de confesarse y analizarse incesantemente a sí misma al final le producía un cansancio mortecino y una apatía desesperanzada, que no podía luchar más contra el destino y sus fuerzas ocultas» porque «aún no sabía que un dolor profundo es como un torrente subterráneo tenebroso, que perfora la roca con un silencio inquieto, y no para de llamar y llamar con una ira impotente a puertas infranqueables. Hasta que un día la pared se resquebraja y, con una euforia incontenible que todo lo destruye y agota las fuerzas, se precipita hacia el valle florido, que se mecía confiado, sereno, sin sospechar nada…»
Por todo lo explicado y con la facilidad de lectura que ofrece un libro tan corto, vale la pena encontrar un rato para leerlo. Porque a pesar de que bien es cierto que este libro no se encuentra entre sus mejores relatos, se trata de un libro de Zweig. Y a Zweig hay que leerlo siempre. Y varias veces.
Otras obras de Stefan Zweig en ULAD: El mundo de ayer, ¿Fué él?, Fouché. Retrato de un hombre político, Mendel el de los libros, María Antonieta, Tiempo y mundo, Carta de una desconocida, Novela de ajedrez, Veinticuatro horas en la vida de una mujer, Viaje al pasado, Los ojos del hermano eterno, Las hermanas, Montaigne, La piedad peligrosa o La impaciencia del corazón, Clarissa, Ardiente secreto, Una boda en Lyon, Miedo
5 comentarios:
Efectivamente, hay que leerlo siempre tanto en ficción como en ensayo como en biografía.
Ciertamente, Carlos, en cualquiera de las temáticas o estilos.
Contento de verte por aquí de nuevo.
Saludos
Marc
Entro casi a diario, pero no suelo coincidir con los libros que comentáis. Mis lecturas son más "mainstream". Un abrazo.
Hola a todos, muy buena reseña. Este blog es absolutamente maravilloso, oro puro. He leído este libro hace nada, Zweig nunca defrauda. Maravilloso escritor, en pocas páginas te hace que entres en la trama con mucha sutileza, finura...
Hola, Juanjo.
Muchas gracias por los elogios al blog, siempre es de agradecer recibir comentarios de este tipo para darnos un empuje extra para continuar difundiendo esta gran pasión que compartimos por la literatura.
Y sí, Zweig nunca defrauda. Su obra es siempre recomendable, diría que a todo el mundo.
Saludos
Marc
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