lunes, 16 de agosto de 2021

Stefan Zweig: Una boda en Lyon

Idioma original: alemán
Título original: Die Hochzeit von Lyon und andere Erzählungen
Traducción: Tiana Puig (ed. en catalán) / Berta Vias Mahou (ed. en castellano)
Año de publicación: 1927
Valoración: está bien

Creo que en la comunidad lectora hay un amplio consenso sobre la calidad literaria de Stefan Zweig y de su capacidad inmensa para retratar y explorar la condición humana. En este brevísimo libro del autor austríaco encontramos el relato principal que da nombre a esta obra y tres relatos adicionales, muy diferentes entre ellos y que abordan temáticas algo diferentes a lo que nos tiene acostumbrados.

Tal es así, que el libro empieza con el relato que le da nombre, y que ocupa prácticamente la mitad de la extensión del libro. En él, «Una boda en Lyon» el autor nos traslada al Lyon de 1793, al momento en el que se firma un decreto en el que se establecía que «todos los edificios de la ciudad rebelde fueran derruidos, y los monumentos, reducidos a cenizas» lo cual conllevaba la destrucción de la segunda ciudad más grande de Francia; la pólvora se encargaba de destruir los edificios y los condenados son tan numerosos que los meten donde pueden hasta que llega el momento de la sentencia y, en uno de esos lugares en lo que los reclusos esperan su hora final, el autor centra el foco de la historia en dos jóvenes que encarcelan justo el día en el que debían casarse. Zweig narra con su habitual estilo y fineza los sentimientos de los dos prometidos que coinciden de manera casual en los sótanos del ayuntamiento, lugar en el que permanecen recluidos aquellos que serán sentenciados. Así, la joven y el joven se encuentran, por un casual y, a pesar de la terrible circunstancia, se sienten afortunados, porque podían, sino vivir, al menos sí morir al lado de su persona amada. El único lamento, la única pena, el hecho de «tener que presentarse delante de Dios con un nombre que no le correspondería, en lugar de hacerlo como su legítima esposa». Pero, y ahí Zweig deja entrever una característica que será común a todos los relatos incluidos en el libro, hace acto de presencia la bondad y la solidaridad, pues entre los reclusos se encuentra un capellán rebelde que se ofrece para «unirlos en sagrado matrimonio ante los testimonios allí congregados y Dios omnipresente». Este relato es un canto al amor, a la solidaridad, a la humanidad y a la vida, para aprovecharla y disfrutarla hasta el último momento y en cualquier situación, pues «ningún soplo de vida será devuelto» y que Zweig ambienta de manera muy precisa como si de una obra de teatro se tratara, describiendo a la perfección la ambientación, los personajes y la escenografía. Y, de igual modo, aprovecha para hacer una crítica clara y evidente del terror jacobino impuesto durante la revolución francesa con la presencia de nombres como Fouché, Robespierre, Barère o Couthon, creando así un marco histórico ambiental reconocible por el lector.

En el segundo de los relatos, «La caminata», el autor nos sitúa en Judea en la época de Jesucristo y en ese marco geográfico e histórico nos narra la historia de un joven que empieza una travesía hacia Jerusalén para encontrar al redentor. A medio camino se detiene en una casa para coger aire y recobrar fuerzas y, a pesar de las tentaciones que en ella encuentra, el joven, fiel a su fe y determinación, prosigue su camino. El autor sabe transmitir en este relato la duda y la tentación del protagonista, a la vez que ejemplifica la lucha contra el deseo. 

En estos dos textos iniciales. Zweig se desmarca de su habitual narrativa protagonizada por las clases altas de la geografía centroeuropea y las relaciones entre hombres y mujeres de alta alcurnia. Así, el autor realiza con estos cuentos un cambio de registro situando la narración en torno a lo religioso, pero sin caer en el proselitismo sino que sitúa las narraciones en determinados momentos históricos para ejercitar un retrato puramente circunstancial de una época donde la religión copaba los principales impulsos de la humanidad: la devoción, la culpa, y la fe.

En el tercer relato, «Un ser humano inolvidable», Zweig vuelve al escenario en el que mejor se desenvuelve y nos narra un relato que gira en torno a la bondad, al altruismo y a la generosidad como los mayores bienes que poseemos y que, ejercitado de manera habitual y espontánea, pueden convertir la sociedad en un lugar amable en el que vivir. Es evidente que el mensaje es altamente utópico, aunque sí es necesario que se plantee para, al menos así, dar ese primer paso: el de la concienciación. La humanidad y la bondad que transmite el relato, así como las valores que defiende, deberían ser siempre tenidos en cuenta (y seguidos, a ser posible), pues transmiten un escenario en el que la codicia y el individualismo no tienen cabida.

Ya en el último de los relatos, «Dos solitarios», el autor sitúa como protagonistas de la historia dos personas marginadas por la sociedad que coinciden y se encuentran, que se entienden y confraternizan, que encuentran en el otro aquello que vive dentro de sí mismo, estableciendo una unión y compañerismo que probablemente solo ellos pueden elevar a tal grado de compenetración.

Analizados los diferentes cuentos que se incluyen en esta obra, cabe decir que este es un libro algo atípico dentro del universo de Zweig, pues en sus dos primeros relatos de acerca de manera clara al aspecto religioso y que casi uno podría estar pensando que lee a Erri de Luca, por la crítica hacia ciertos estamentos pero también por la bondad de su relato sin caer en la desmesura. Por contra, los dos últimos relatos abandonan esa temática y en ellos se puede reconocer de manera más evidente la impronta del autor austriaco, aunque lamentablemente sin mostrar en ellos con plenitud el inmenso talento y capacidad narrativa que tiene Zweig y que habitualmente demuestra en gran parte de sus obras, ya sean ensayos o ficción.

Por ello, este es un libro corto, cortísimo, que se lee de un tirón y que, según mi punto de vista, no forma parte de sus mejores obras. Y, en este caso, no se trata en absoluto de un problema de extensión, pues Zweig ha demostrado sobradamente desenvolverse con soltura en las narraciones cortas como «Miedo», «Ardiente secreto», «Carta de una desconocida» o «Veinticuatro horas en la vida de una mujer». En este caso, el motivo está en el contenido, en la falta de impacto, pues encontramos un tono más suave, menos profundo y más comedido, aunque, de todos modos, siempre podemos hallar en estos cuentos elementos interesantes como en toda obra de Zweig.

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