viernes, 9 de octubre de 2020

Juan Gómez Bárcena: Ni siquiera los muertos

Idioma original: español

Año de publicación: 2020

Valoración: Bastante recomendable

 

Dice Gómez Bárcena que esta novela tiene “un mayor grado de ambición” que otras suyas, y yo pienso que es precisamente eso, la ambición, lo que le resta cualidades. Quizá si hubiese pensado menos en el resultado para concentrarse en la historia en sí misma y en lo que a él le dicta la intuición y el sentimiento habría convertido a Ni siquiera los muertos, no solo en la excelente novela que ya es, sin ninguna duda, sino en una memorable obra maestra. Recuerdo que Cervantes, presenta en su Prólogo al Quijote como una obra “… sin acotaciones en las márgenes y sin anotaciones en el fin del libro, como veo que están otros libros, aunque sean fabulosos y profanos, tan llenos de sentencias de Aristóteles a Platón y de toda la caterva de filósofos…”. Detrás de esa falsa modestia se esconde una dura crítica a los escritores de su tiempo. Nuestro autor, en cambio, no abusa de las citas, lo que creo que pretende es componer una epopeya que, abarcando varios siglos registre todas las vicisitudes del ser humano. No llega a tanto, desde luego, pero nos deja un texto entretenido y profundo, una trama de aventuras que trasciende decididamente el género y cuyo único defecto en mi opinión es que le sobran unas cuantas decenas de páginas.

La acción parte de hechos comprobados. Los hijos de las tribus indias eran educados en colegios españoles, recibían cultura e instrucción en la fe verdadera y a cambio se les exigía que delataran la idolatría de sus familias. Es decir, les arrancaban física y afectivamente de su pueblo situándolos en terreno de nadie y jamás llegaban a igualar en categoría a los frailes. Bajo su apariencia servicial y desinteresada, estos representantes de la iglesia ocultaban un racismo feroz del que, por otra parte, no se escapaba ningún europeo de entonces. Para colmo de males, se levantó una epidemia de peste –documentada históricamente– que solo afectaba a los oriundos. Al principio parece que estemos leyendo la crónica de una búsqueda. Y, en efecto, el soldado español, ya retirado, Juan de Toñanes, que regentaba plácidamente un modesto negocio en compañía de su esposa india, recibe, a falta de un candidato mejor, un encargo  muy bien retribuido: buscar al indio Juan donde quiera que esté y presentarlo, vivo o muerto, ante las autoridades que operan allí en nombre del rey. Así comienza un recorrido sembrado de crueldad y miseria cuyo itinerario parece anunciar la catástrofe. Nuestro solitario viajero, en su papel de perseguidor, se dirige siempre hacia el norte, o lo que es igual, siempre adelante, mirando al futuro que nada más llegar se convierte en pasado. Un Juan que lo deja todo para buscar a otro Juan. Y yo me pregunto, ¿no serán en realidad la misma persona, o más que persona, la encarnación del ser humano que se busca a sí mismo a través del espacio y el tiempo?

Aquel niño sabio que colaboró con los frailes en su empeño de arrancar a los indios sus creencias ancestrales, incluso adiestró a otros niños y hasta traicionó a su propia familia, logró hacer su propia traducción (heterodoxa) de la Biblia y acaba convertido en un personaje mítico, en el santón que revoluciona las primitivas comunidades con su cultura y sus ideas revolucionarias. En definitiva, en un líder peligroso para los intereses de la corona española, que aunque le ha perdido la pista (a saber qué estará predicando y cómo influirá en aquellas gentes sencillas) no ignora que posee una sabiduría, un carisma y una oratoria capaz de convertirle en un nuevo apóstol. Pero según va avanzando la novela, la naturaleza de ese liderazgo se modifica sustancialmente para pasar a encarnar los grandes intereses de cada momento histórico, siempre asumiendo la figura paterna y, en consecuencia, adoptando nombres derivados de esa palabra. Por eso, en una época de mentalidad predominantemente religiosa, sería el Padre (o Padrecito para los indios), cuando las grandes empresas explotadoras de mineral entran en escena se llamaría Patrón, si lo que predominan son las revoluciones sociales, esa figura se convierte en el Compadre, y quien representa al poder en la sombra, esa mano negra que llamamos mafia, que se infiltra en las grandes decisiones y recoge ganancias suculentas, recibe el apelativo de Padrone. De esta forma, el argumento de aventuras del principio acabará aproximándose a un análisis novelado de la historia, su sentido, progreso, fallos, repeticiones y avances.

Esa conciencia histórica se materializa en párrafos que se repiten periódicamente, aunque el sentido cambia según la época, como es lógico. También se repite la lectura de la Biblia del Padre, que sirve a Juan de libro de cabecera y de medio para reflexionar sobre lo que ve. Y la Historia, en sí misma, tiene algo de circular, aunque el paisaje temporal nunca es exacto, como tampoco es igual ese paisaje que recorre el protagonista, siempre hacia el norte, pero ¿hacia el norte de qué? Pues hacia ese norte al que miran los países latinoamericanos, para anhelarlo o rechazarlo, pero que, de una forma u otra, es su referencia.

 

Nadie le pregunta adónde se dirige. Todos van a lo mismo, a los dólares, a la chamba, al jale, el buen dinero. Todos van a los Estados nidos, que a veces llaman USA, y a veces América, o con los gringos, o al norte, o incluso de ningún modo, sólo señalan el horizonte y basta. Hablan de la frontera, de llegar a la frontera, como si la frontera fuera un lugar, un destino en sí mismo y no sólo una raya que se traspasa. Allá, al otro lado, está el dinero. Está la prosperidad, está el futuro. Y todos se dirigen a ese futuro, encaramados en el techo de un vagón que viaja vacío,  en un tren que no se detiene”.


Esa búsqueda –tan obsesiva y demorada en el tiempo como la que aparece en El corazón de las tinieblas– comenzó cuando los españoles se estaban asentando en tierras americanas y desemboca precisamente en nuestros días. Llevar una empresa así a buen puerto supone para el autor adaptar el lenguaje a cada época y lugar, mencionar hechos conocidos por todos y reflejar los avances técnicos que situarán a los lectores en la coordenada temporal pertinente, todo ello sin abandonar al protagonista ni a su quimérica misión. Debo decir, y esta es una visión muy personal, que Bárcena sale airoso del intento excepto en dos ocasiones. En su primer recorrido por el desierto -libre ya de compañía- que a mi entender se alarga demasiado, y en esa deriva final donde se alude a un drama de hoy día muy ligado a un territorio (Ciudad Juarez), que está claramente desgajado del resto y merecería convertirse en el núcleo de otra obra de ficción.

 También de Juan Gómez Bárcena: Kanada, El cielo de Lima

5 comentarios:

Juan G. B. dijo...

Hola:
Aún no he leído nada de este escritor, pero todas las referencias y reseñas que encuentro, empezando por las de este benemérito blog, son muy positivas, así que creo que caerá más pronto que tarde. Tiene muy buena pinta...
Gracias.

Francesc Bon dijo...

Hace falta insultar al blog?

Juan G. B. dijo...

Según la RAE, que, como todos sabemos, cuenta con avezados miembros entre sus filas, la primera acepción de "benemérito" es "digno de galardón". Y so no lo es este blog, ya me dirás quién...

Montuenga dijo...

Hola, chicos. El blog es benemérito, también otros muchos proyectos meritorios, tal como indica la palabra. Cualquier institución o entidad tendrá que revalidarlo con su conducta día a día.

Juan, espero tu opinión sobre Bárcena leas lo que leas de él.

Álvaro Belderrain dijo...

Me he leído la obra anterior de edte escritor y lo recomiendo totalmente. Además, cada libro suyo es muy distinto al anterior, siempre está renovándose y buscando nuevos caminos.