jueves, 3 de diciembre de 2020

Saša Stanišić: Los orígenes

Idioma original: alemán
Título original: Herkunft
Traducción: Belén Santana López (ed. en castellano) y Eva Garcia Pinos (ed. en catalán)
Año de publicación: 2019
Valoración: muy recomendable

La impronta de la guerra en un territorio, la marca que deja en aquellos que se ven obligados a dejar su país es imborrable y, con la huida, el inexorable distanciamiento y disgregación de unos orígenes no enraizados completamente si esta se produce a edades tempranas. Porque es indudable que cualquier guerra deja una traza ineludible para aquellos que la sufrieron, ya sea de manera directa o porque les obligó a fugarse de su país justo antes de que estallara. Esto es lo que le ocurrió a Saša Stanišić, huyendo con su madre de su natal Višegrad (Bosnia) a la edad de catorce años, en verano de 1992, cuando empezaron a quemar casas de origen musulmán. Pero este libro no trata sobre la guerra, o al menos no de manera directa, sino que trata sobre los orígenes, sobre el sentimiento de pertenencia y la voluntad del autor de explicar su vida, décadas después, para reconectar con esos años de infancia y adolescencia marcados por la adaptación a un país extraño, a una lengua desconocida y a una vida abismalmente diferente a la que estaba acostumbrado. Y la necesidad, siempre imperiosa, de reencontrar, años después, sus orígenes.

El relato empieza con el autor contándonos su nacimiento en 1978, en Višegrad, en un lluvioso día de marzo. Nos habla del entorno donde se crio, con una madre que estudiaba y un padre que trabajaba. Y con una abuela, Kristina, que le puso el nombre y le cuidaba durante gran parte de la semana junto con su abuelo Pero, «comunista de corazón y de carné». Una abuela de quien afirma que «vivió las guerras en casa. La Segunda Guerra Mundial en Staniševac, el pueblo de su infancia, la guerra de Bosnia, en Višegrad». Así, a partir de fragmentos, el autor nos habla de su juventud, a pinceladas, a través de anécdotas, afirmando con nostalgia que «el país donde nací ya no existe» en una Yugoslavia desaparecida.

El estilo del autor es muy poético, cálido, sensible, pausado y próximo. Stanišić nos habla de su infancia en una tierra de pequeñas costumbres, de lugares atrapados en pueblos donde el tiempo no pasa ni pasa por ellos, de su abuela y su tía abuela con sueños de astronauta, alguien que «no quería seguir esperando otras épocas»; nos habla de los pueblos pequeños y sus vidas tan grandes que llenan el pueblo. Ese estilo tan rural que en ocasiones recuerda a Tokarczuk y sus pequeñas aldeas de Antaño, por su lenguaje terrenal y agreste, por unas costumbres arraigadas a vidas llenas de sacrifico y vacías de superfluidad; en otras ocasiones, también recuerda a la Lana Bastašić de «Atrapa la liebre», por el retrato tangencial de una guerra yugoslava que los marcó a todos y que les impulsa a hablar de ella años después. Al fin y al cabo, son los orígenes, es la antigua vida que uno busca cuando la cree ya olvidada. 

Así, el autor, partiendo el relato de su vuelta a Oskaruša, el pueblo de sus antepasados, en un viaje en 2009, nos pone rápidamente en situación para hablarnos de su pasado con la compañía de su abuela y de su amigo Gavrilo, visitando a la tumba de sus bisabuelos; una visita que abre un camino directo a su infancia. Ya el propio autor afirma que «la historia empezó con los recuerdos que se borran y con un pueblo a punto de desaparecer. Empezó en presencia de los muertos: en la tumba de mis bisabuelos»; unos abuelos que son parte esencial del relato, pues son las conversaciones con su abuela, afectada de demencia, las que impulsan al autor a querer llenar esos vacíos recordando su propia historia, buscando encontrar su origen y nutrirlo, completarlo, pues «esta historia empieza con el encendido del mundo sumándole historias». Porque su abuela es un personaje clave, es el enlace entre pasado y presente, el puente entre Yugoslavia y Alemania, entre origen y destino, entre un pasado marcado por la guerra y un presente marcado por la añoranza. Y, en esos recuerdos, la imperecedera permanencia de los sentimientos, testigos incuestionables que anclan los recuerdos a una época, a una familia, porque «yo digo que la tierra natal es aquello sobre lo que estoy escribiendo. La abuela», «el origen es la abuela. Mi madre, su abuela», «y lo es también la niña de la calle que solo la abuela ve. Mi origen es Gavrilo, que me dice adiós con la mano».  Porque, en el fondo, los orígenes no son el lugar donde nacimos; nuestro origen es el entorno, donde nos criamos, pero también las familias y sus gentes, sus costumbres, sus vidas, también los recuerdos de la infancia y la de todos aquellos enraizados a una tierra sometida a guerras que dividieron familias y pueblos.

Estilísticamente, la sensibilidad del autor es innegable, y se hace evidente en cada una de las páginas de este precioso libro, como cuando afirma que «por más vueltas que le demos, el origen continúa siendo un constructo. Una especie de vestido que tendrás que llevar para siempre una vez te lo hayan puesto». El estilo de Stanišić es arrebatadoramente bello, poético, nostálgico; es el estilo de quien siente dentro de sí mismo el transcurso de una historia que empezó en sus antepasados, en esos pueblos pequeños de vidas humildes donde parece que el tiempo no avance, pero sí las guerras que los cruzaron; nos habla de una tierra lejana en el tiempo, pero próxima dentro de uno mismo, que forma parte de su historia, de manera interna, como si siguiera creciendo dentro de él, como si la llevara incorporada, impregnada en su propio ser.  Y con ese estilo, el autor mezcla anécdotas personales, a menudo basadas en el mundo del deporte, para ubicarnos temporalmente y anclar esos recuerdos que a nivel personal le impactaron con lo que sucedía en el país; de esta manera el retrato personal del autor cobra un sentido, pues los sucesos se mezclan en la memoria y se afianzan a un estado de ánimo personal y social de manera inseparable.

Stanišić nos habla de los recuerdos y la memoria, en apariencia indisociables, aunque la memoria se va perdiendo mientras que los recuerdos se reconstruyen cada vez que acudimos a ellos o ellos aparecen de golpe. Y en esa memoria cabe una vida, la suya o la de un pueblo, y nos habla de guerras y un pasado marcado profundamente por la muerte de Tito, punto de inflexión en la historia de un país que partía de una unidad y se disolvía en partes más pequeñas y enemistadas; la grieta que se abrió después de su muerte y de cómo «el resentimiento étnico se utilizó para dar soporte a los esfuerzos por dividir, el resentimiento étnico era la respuesta. La política no hacía disminuir el miedo, sino que alimentaba las hostilidades». Dice el autor, hablando por primera vez con una chica que le gustaba, que «tendría que haber explicado algo sobre mí, pero sólo podía recordar la maldita guerra. Y de eso no quería hablarle». Y con esa frase, uno se da cuenta de cómo una vida puede quedar llena por un suceso, como los recuerdos son ocupados en su totalidad por la tragedia, aún y siendo vista desde la distancia, porque los orígenes no se dejan, los llevamos dentro, y lo que ocurre en ellos vive en nosotros porque «los orígenes es sobresaltarse cuando alguien te llama por el nombre en tu ciudad natal».

Con este estilo impregnado de emotivas palabras, la prosa del autor vuela y fluye, próxima y cercana al lector, en pequeñas pinceladas que marcan la silueta clara y nítida del cuadro sentimental que la obra destaca; el trazo es firme y decidido, pero, a la vez, delicado, apelando a los sentimientos. La belleza de la prosa del autor aparece en cada página para recordarnos que nuestro pasado está repleto de momentos que cobran importancia al paso del tiempo, al recordarlos, al revivirlos, al requerirlos. Ellos constituyen nuestra memoria y, por tanto, les debemos aquello que ahora somos. El propio autor declara, refiriéndose a su madre en que «lo que echa de menos hoy en día no lo llena de invenciones, como yo hago.» 

El estilo de Stanišić es pausado, pero no lento, tiene la cadencia propia de quien narra con la vista dirigida a un pasado que sigue muy presente, la mirada vuelta hacia unos orígenes que lleva dentro de sí y que marcaron su vida y su huida, descubriéndose a sí mismo en otra ciudad y otra lengua, otros rostros y otro entorno, pero no otra vida, sino una capa más que cubre y protege la que dejó atrás, aunque sólo físicamente. Stanišić recuerda que en su llegada a Alemania vivió en condiciones muy humildes, en casa pobladas de gente y muebles viejos y aprovechados. Con dos padres que abandonaron su profesión y trabajaron en lo que pudieron, la construcción él y la lavandería ella. Una vida precaria, donde «no valía la pena comprar nada porque podían ser deportados en cualquier momento», en una vida en la que uno se avergüenza de traer amigos a casa y que vean las condiciones en las que viven y la infancia en la nueva tierra de acogida, con nuevas amistades de distintas procedencias, pero con un mismo origen: el del migrante. Y, ante la duda de cómo reaccionar hacia ese nuevo entorno, con las amenazas y riesgos de caer en la marginalidad, la confianza en hacerlo de la manera más sabia posible: «mi rebeldía consistió en adaptarme». Una vida en Heidelberg, una ciudad sobre la que Stanišić afirma que tiene «sus fachadas de arenisca siempre delicadamente rojizas, avergonzadas de su propia belleza». 

Dice Stanišić que «no culpo la guerra ni la separación del distanciamiento de mi familia. Como ejercicio de acercamiento, fabrico historias que nos unen». Es evidente que su historia nos une a todos, al apelar a nuestra memoria y nuestros recuerdos, diferentes en cada uno, pero reclamados por motivos parecidos y, en ese proceso, tal y como dice el autor en un fragmento del libro, «las palabras me rondan, me desconciertan, me hacen feliz, tengo que seleccionar las adecuadas para esta historia». Y es evidente que el escritor ha cumplido con su propósito, pues ha encontrado, en cada una de ellas, la manera idónea de acceder a nuestros propios orígenes.

25 comentarios:

Koldo CF dijo...

Pintaza tremenda!! Si algún día consigo hacer un hueco en el tsundoku, te lo haré saber!

Marc Peig dijo...

Muchas gracias, Koldo.
Busca un hueco en el tsundoku, que este libro vale la pena.
Saludos
Marc

Paloma dijo...

Una bonita reseña más de las que usted acostumbra a hacer. Gracias y un saludo afectuoso

Marc Peig dijo...

Muchas gracias, Paloma, se lo agradezco.
Un saludo y gracias por comentar la entrada.
Marc

Antonieta dijo...

Marc, ya a fin de año, te confieso que practicamente libro que reseñas libro que anoto para leer o recomendar. Graciasssssssss!!!!!

Abrazos fraternos y l🌀c🌀s

Antonieta dijo...

Qué lindo comentario Paloma.

Marc Peig dijo...

Hola, Antonieta.
¡Muchas gracias por tus palabras!
Me alegra despertar tanto interés al hacer las reseñas. Es un honor que espero corresponder acertando en mis recomendaciones. Si encuentras el momento para leerlo, estaré encantado de conocer tus impresiones.
Gracias como siempre por tus frecuentes comentarios.
¡Abrazos fraternos y locos también para ti!
Marc

Paloma dijo...

Gracias Antonieta, es la pura verdad, un beso para usted

Antonieta dijo...

💚

Antonieta dijo...

💜

irati dijo...

Muchas gracias por la cálida reseña, Marc. Estoy segura de que me gustará este libro, que anoto ahora mismo. Un abrazo!

Marc Peig dijo...

¡Muchas gracias, irati!
Conociendo tus gustos literarios, estoy muy convencido de que te va a gustar.
¡Ya nos contarás!
Un abrazo
Marc

Anónimo dijo...

No conozco a Stanisic, desde ya. De hecho, no conozco a ningún escritor bosnio, ni tampoco serbio, montenegrino, esloveno o croata. Poco y nada conozco de los países que conformaban la antigua Yugoslavia, más allá del Mariscal Tito (que vivió algunos años en Argentina), de sus extraordinarios deportistas, que han descollado en tenis, fútbol y basquet, entre otros. Y de sus guerras, sus espantosas guerras. En Marzo de 1999 me aprestaba a tomar un vuelo de Iberia desde Frankfurt a Madrid, cuando cerró el aeropuerto. Aviones de la OTAN despegaban hacia los Balcanes. El horror para muchos, para mí simplemente llegar a Madrid con 7 horas de retraso.
Tu reseña es increíblemente bella, Marc. Como señalan otros lectores, habitualmente escribes estupendas reseñas. A veces un poco largas, para mi gusto, pero siempre valiosas, sinceras, jugadas. En este caso te has superado a ti misma. Anotaré a Stanisic. Siempre es bueno leer algo que nos permita conectar con nuestros origenes, especialmente si, como dices, es de tan alta calidad literaria.
Un abrazo desde el Río de la Plata!

El Puma

Marc Peig dijo...

Hola, El puma.
De hecho, de deporte yugoslavo habla Stanisic en el libro por lo que seguro que si lo lees encontrarás nombres y detalles que recordarás.
Muchas gracias por tus palabras sobre la reseña y sobre otras que he hecho. Te lo agradezco mucho y es algo que anima a seguir escribiendo en ulad.
Y sí, también coincido en que a menudo (bastante a menudo) son largas.soy plenamente consciente y es algo que debo mejorar ya que a veces me dejo llevar demasiado y sintetizo poco. A ver si lo pongo en la lista de propósitos para 2021 y consigo cumplirlo. Ahí queda el objetivo.
Si lees el libro, espero que nos digas qué te parece. Y espero acertar con la recomendación ;-)
Saludos
Marc

Gabriel Diz dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Gabriel Diz dijo...

Hola Marc:

Gracias por reseñar la novela en el blog.

Si en 2021 produces textos más breves prometo leer a Murakami! 😜

Saludos

Marc Peig dijo...

Hola, Gabriel.
Creo que esa era la motivación que me faltaba 😉
Gracias por comentar la reseña y me tomaré como un reto hacer reseñas más cortas.
Saludos y gracias por seguirnos
Marc

Anónimo dijo...

Que menos que 2000 palabras para, en este caso, presentarnos un autor nuevo y desconocido del que quizás habríamos pasado de largo entre tanta novedad editada.
Me parece que hace un trabajo excelente y que siempre nos da contexto.

Incluso había un tiempo que Google posicionaba mejor los blogs con mucho contenido, pero eso es otra historia
;)

Saludos y felicidades

Marc Peig dijo...

Hola, anónimo.
Muchas gracias por tu comentario y por alabar el contenido del blog. Es un placer hacerlo con seguidores como vosotros.
Y, acerca de Google, sí que es una lástima el cambio de criterio, pero ya se sabe que las empresas siempre buscan beneficios a veces a cambio de sacrificar calidad.
Saludos
Marc

Anónimo dijo...

Enhorabuena,Marc. Me encanta el blog.

Marc Peig dijo...

Muchas gracias, Anónimo.
Te agradezco tus palabras.
Saludos y gracias por el c9me tardío.
Marc

Diego dijo...

Hola, Puma. La última vez tuve un problema en aduanas y no te respondí como es debido. (Tampoco me parecía buena idea seguir hablando sobre Auster en una reseña sobre Hustvedt).

Reconozco que no leí La trilogía de... en buen momento, cosa que me ha pasado muchas veces y con autores de calidad incuestionable; el otro día volvía a leer los elogios a Mishima y mi única experiencia con él, El pabellón..., me resultó soporífera.
Pero siempre supe que seguiré intentando tanto con el ponja como con vuestro admirado Auster.
Por suerte, en casa también hay un admirador del hombre y en las estanterías están El Palacio de la luna y Leviatán para corregir mi, no mala, pero sí escasa impresión.

Por lo demás, supongo que sabes que lo de los estereotipos lo decía para reírme de mí mismo, o de ellos, pero siento por los porteños en general lo mismo que por los afganos en general o por los uruguayos en general, nada en particular.
Como buen uruguayo en el extranjero me toca aclarar repetidas veces que no soy argentino, cosa que supongo normal por cuestión de tamaño. En otras palabras, yo también creo que perfectamente podríamos ser una de vuestras provincias y que si no lo somos se debe a lo único que verdaderamente siempre tuvimos mejor que ustedes, el puerto natural de Montevideo. Pero ta, viste, compartimos un acento único que, por más que se insista en que genera rechazo, en el fondo de los fondos yo creo que gusta... O se sabe que, como todos los acentos en general no dicen nada particularmente destacable más allá de indicar las cordenadas de donde nos parieron las viejitas.
Los intelectuales del Río de la Plata que se refugiaron acá en los setentas dejaron una buena marca en casa de la abuela. (Aunque los contemporáneos muchas veces no demos la talla).
Un abrazo, estimado.

Marc, gracias por el espacio y por la reseña y por Auster. Hace años fuimos los mismos los que te criticamos con buena intención. Y las personas que solo te elogiaron fueron otras. Eso habla bien de tus reseñas y solo dice que los del río de la Plata son unos bocazas, juas! Pero yo opino igual que antes. No importa tanto lo extenso, pienso yo, como si lo repetitivo de algunos conceptos. El uso de sinónimos puede resultar tan valioso a tus reseñas como recortarlas.
De todas formas, estimado, mi pareja es valenciana y con ella aprendí a admirar lo que hacéis, pensar en vuestro idioma natal y traducirnos a nosotros, los castellano parlantes...
T'assegure, estimat, que jo seria incapaç de fer ni la mitat de bona una ressenya en català, i que cada vegada que llig ací que s'ataca als llibres en el teu idioma, pense, hauria de ser al revés, hauríem d'agrair totes les teues traduccions a l'espanyol, en compte de retraure que venges i ens regales una ressenya sobre un llibre que vas llegir en el teu primer idioma. En fi. Les teues ressenyes, llargues o repetitives, són millors de les que podríem fer molts en català i també en espanyol.

Un abraç

Marc Peig dijo...

Hola, Diego.
El espacio en ULAD es compartido, y se enriquece cuando más gente lo use. Y sí, recuerdo los comentarios acerca de la extensión (no como tal, sino en la referente a la reiteración de conceptos). A veces la uso ara reforzar el mensaje, como recordatorio de que lo importante está ahí. Pero entiendo que es difícil encontrar su punto justo sin caer en el exceso. Al menos, a mí me ocurre y soy consciente de ello, aunque sin tener la habilidad de recortarlo sin quitarle fuerza. Pero ahí está mi propósito para 2021.
Y tampoco negaré que el castellano es mi segundo idioma, pues a pesar de ser bilingüe el idioma de uno es el idioma con el que siente y el que sueña. Pero no por ello me permito errores (aunque a veces los cometa), e intentar ser meticuloso es algo que debo a quien nos lee.
Y te agradezco aquí tus palabras en valenciano, porque, en el fondo, la riqueza compartida, en lenguas, conocimientos o culturas, nos hace mejores a todos.
Saludos, y gracias por el comentario.
Marc

El Puma dijo...

Sabes Diego que mi respuesta era desde el respeto y, por qué no, afecto que te dispenso luego de tantos años de leer tus siempre jugosos comentarios. Y aprovecho para insistirte, ya que tienes cerca un ejemplar de Leviatan, que le des con esta novela una nueva oprtunidad a Auster. Es una de las que más me ha gustado.
En cuanto a nuestras observaciones acerca de las reseñas de Marc, no dudo tampoco en que están hechas desde el respeto y el reconocimiento de su valioso aporte. Y comparto plenamente con él su apreciación respecto al enriquecimiento que genera compartir conocimientos, lenguas y culturas. lo que en ULAD es moneda corriente, afortunadamente.

Diego dijo...

En este oasis, sí, es moneda corriente. Pero después de 21 años viviendo en España, mirando "de afuera, la ñata contra el vidrio", encuentro bastante penoso ver que a media España esto que aquí celebramos le resulta un problema.