jueves, 31 de diciembre de 2020

Robert Seethaler: El vendedor de tabaco

Idioma original: alemán

Título original: Der Trafikant

Traducción: Ana Guelbenzu

Año de publicación: 2012

Valoración: Recomendable


Robert Seethaler es, en terminología de las editoriales, un autor bastante aclamado, especialmente en el mundo de la literatura en alemán, a raíz de la publicación de Toda una vida, que algo me dice que no tardaremos mucho en ver reseñada en este blog. Este señor es también, por lo visto, un prolífico guionista de series de televisión, y aseguraría que ese hábito de trabajar para un medio audiovisual deja su sello en su obra escrita. Diría más, creo que en algunos escritores se ha filtrado cierta dosis de lenguaje cinematográfico que da lugar a un estilo muy visual, que fácilmente traslada al lector al mundo de la imagen, de la misma forma como la tradición oral dejó huella en la obra escrita durante siglos. Pero bueno, es solo una reflexión que dejo servida a la concurrencia.

La historia que cuenta El vendedor de tabaco (que aunque no lo parezca es una traducción casi literal del título original) tiene un aroma clásico indiscutible: el jovencito Franz Huchel es enviado por su madre desde su hogar en las montañas a Viena, al cuidado de un estanquero con quien trabajará como aprendiz. Esto ocurre en los meses anteriores al Anschluss, la anexión de Austria por Hitler, y por tanto en plena efervescencia del nazismo. El escenario ofrece por tanto dos líneas narrativas claras: la del inocente chaval de pueblo que desembarca en un medio desconocido, y la histórico-política que inevitablemente terminará afectando a su experiencia.

La primera de ellas tiene las trazas de una pequeña novela de formación, eso que, con el puntito pedante, llamamos a veces bildungsroman. Franz queda admirado por lo que ve en el estanco, las labores de tabaco que el viejo Otto le enseña a distinguir, los periódicos que le obliga a leer, los clientes que va conociendo día tras día. La relación entre ambos es bastante impersonal, diríamos netamente profesional, pero aun así resulta inevitable que el estanquero deslice consejos hacia el joven pinche con un vago eco paternal, y que este a su vez acabe correspondiendo con un grado creciente de estima que se dejará ver más adelante. En ese proceso de maduración Franz tiene también una efímera y algo misteriosa aventura con una chica, descubre el sexo y los desvelos del amor, y ahí el autor introduce el personaje de Sigmund Freud, que le servirá al chico de asesor, puede que más con su sola presencia que con sus limitados consejos. La aparición de Freud es lo que podríamos llamar un cameo, bastante bien traído, que opera como nudo entre las dos líneas del relato, la personal del muchacho desorientado, y la política, con la incipiente persecución de los judíos.

En esta segunda perspectiva, la novela tiene un crescendo bastante convincente. Ante la visión en principio ingenua de Franz empezamos a asistir a los primeros episodios de la irrupción del nazismo, que se inician con anécdotas que parecen no tener un significado claro, para ir tomando forma y dibujando la tragedia que se avecina. No es que encontremos cosas muy novedosas (primero unas pintadas, clientes que dejan de comprar, luego presencia de individuos en actitud amenazante, rumores en la calle, patrullas de extremistas), pero el relato está muy bien construido, combinando los momentos de acción con las pausas para la introspección a través de los sueños de Franz y su comunicación con Freud y ocasionalmente con la madre, en definitiva, conectando el presente con aquel mundo rural y despolitizado del que procede.

En realidad, casi nada en el libro es demasiado original, como los personajes tampoco resultan especialmente ricos (todos son más o menos estereotipos, con excepción de la chica), y sin embargo el conjunto queda equilibrado, con escenarios alternativos bien dosificados para que el lector no pierda el hilo ni la narración llegue a estancarse. Todo lo cual, contado con mucho tacto, de forma sencilla y con una prosa clara y no exenta de figuras de cierta belleza, da a entender que Seethaler no es solo un autor de indudable eficacia cinematográfica, sino que tiene además un apreciable talento para escribir. Otra cosa es que le falte quizá un punto de atrevimiento, que la historia no se salga de un cierto canon narrativo (joven de pueblo aterriza en la ciudad en tiempos turbulentos), pero el trabajo funciona francamente bien y la novela se lee desde luego con agrado.

P.S.: Acabo de ver por ahí que, como parecía inevitable, hay versión en cine, de 2018 y con el gran Bruno Ganz en el papel de Freud. Al parecer las críticas no son nada buenas así que, sin haberla visto, les sigo recomendando el libro.


6 comentarios:

beatrizrodriguezsoto dijo...

Hola, Carlos:
Solo entro para saludarte. Nada más vi el título y la cubierta del libro supe que lo había leído y que el niño era el que atendía en el estanco o llevaba a su casa los cigarros puros que Freud fumaba. Pero no recuerdo nada, nada más. Efectos de leer demasiado y demasiado deprisa.
Feliz Año 2021.

Carlos Andia dijo...

Hola Beatriz. La foto de la cubierta me parece muy bonita, pero desde luego retrata bastante mal al chaval, que como poco es un adolescente crecidito y no el tierno niño que aparece. Ese defecto de leer demasiado deprisa y olvidarlo todo enseguida lo comparto en gran medida. Quizá para evitarlo fue que me dediqué a escribir reseñas, jeje.

Un cordial saludo y que el nuevo año nos trate un poquito menos mal.

buhoevanescente dijo...

Que tengas un fin de año con mucha Paz y Salud! !!! Y más lecturas!!!!🌲💟💜💕💕💕

Carlos Andia dijo...

Muchas gracias, igualmente (extensible urbi et orbe)

Caye dijo...

La peli no la he visto. Sí el trailer en el cine, en una sala de cine, sí, soy rarita. O el/la que lo preparó no tuvo su día o la cinta entera es intragable y esas críticas que señalas en la reseña son ciertas. Con esta información volver para atrás como si nada hubiera pasado y probar con el libro como que me cuesta!

Me fío de la reseña pero...

Carlos Andia dijo...

Pues fíate, Caye, que uno tiende más a tocapelotas que a complaciente, y el libro no está nada mal. Igual no arrebata de entusiasmo pero sí resulta agradable, instructivo y bien escrito. Que bueno, tampoco son cualidades como para despreciar.

Un saludo y gracias por visitarnos.