jueves, 17 de diciembre de 2020

Celeste Ng: Todo lo que no te conté

Idioma original: inglés

Título original: Everything I Never Told You

Traducción: Laura Vidal

Año de publicación: 2014

Valoración: Está bien


No sé qué pasa últimamente, pero en cada novela que empiezo me encuentro un cadáver flotando en las aguas. En la de Alexander Trocchi era un río o canal de Escocia, aquí será un lago en Ohio. A decir verdad, es una escena más o menos recurrente en la ficción, porque le da al relato un comienzo impactante y, como generalmente se tratará de un thriller, el cuerpo sumergido (o emergido) transmite la sensación de total impunidad: es más complicado encontrar pistas, difícil que alguien haya visto algo, las pruebas se diluyen en el agua con el paso del tiempo… Todos son ingredientes que alimentan la sensación de vacío, soledad, desolación. Hablando de Trocchi recordaba la memorable escena inicial de Twin Peaks (ese episodio piloto es de las cosas más extraordinarias que se han visto nunca en una pantalla, pequeña o grande), pero en el caso de Todo lo que no te conté los elementos de ese punto de partida se parecen todavía más.

La tragedia tiene como víctima a Lydia, la hija adolescente de la familia Lee, cuyo padre, profesor universitario, es de origen chino aunque norteamericano de nacimiento. Salvo por la diferencia étnica, los Lee parecen la típica familia americana media viviendo en un pueblo más bien pequeño del Medio Oeste. La muerte de Lydia dará lugar al esperado proceso de investigaciones para conocer la causa y en su caso al responsable pero, como a veces ocurre, la narración no se centra directamente en lo ocurrido, sino que se va abriendo a otras cuestiones porque, a pesar de la imagen inicial, esta no es una novela policiaca. La autora suministra informaciones que efectivamente pueden ser pistas, o pistas falsas, o bien datos que parecen no tener relación con el caso pero que pueden contener otros puntos de interés. Centrándonos en los dos personajes en principio más relevantes, encontramos: 

- El problema racial: como decía, el padre de la fallecida es oriental y, aunque aparentemente integrado en la sociedad norteamericana, nunca ha dejado de notar cómo los demás le hacen sentir diferente. Partiendo de la dura historia familiar –los padres chinos que emigraron para desempeñar trabajos marginales en los años 50- el profesor Lee asume de forma más o menos inconsciente ese estatus de extranjero, y está obsesionado porque su hija, también de rasgos asiáticos, sea una más en su entorno, presionándole para conseguirlo de forma subrepticia pero perceptible

- El rol femenino de la madre: la madre arrastra otra profunda frustración, porque siempre soñó con ser médico, mientras su familia le empujaba a asumir el papel clásico de madre, cocinera y mujer de hogar, dedicada al cuidado de un marido y una prole. Aunque intenta emprender su propio camino, la mujer pretenderá finalmente que sea Lydia quien alcance su sueño por ella, poniendo en ello todos los medios a su alcance.

Así que tenemos drama familiar de envergadura, con padres insatisfechos con sus vidas, que proyectan sus traumas sobre la chica, cada uno a su manera. Con la terrible desaparición de Lydia se reabren las viejas heridas, y a Celeste se le va un tanto la mano hurgando en el dolor del grupo y de cada uno de sus componentes. Porque tampoco son ajenos al cuadro los otros dos hermanos, el mayor, único depositario de las presiones que Lydia sufre sobre sí, y la pequeña, espectadora silenciosa, ignorada por todos y que pugna débilmente por hacerse escuchar. 

Como se ve, se está utilizando otro recurso bastante habitual en los relatos de suspense: el cadáver en el centro y una mirada detallada al entorno más próximo, buscando el máximo equilibrio entre los distintos personajes para que nada deje ver quién debe cargar con la responsabilidad. En ese empeño se aplica con esmero la autora, y hasta se diría que con demasiada dedicación, porque incorpora algunos elementos claramente prescindibles, siempre con el objetivo de que la balanza no se descompense de ninguna manera.

Aquel ligero exceso de emotividad y esta querencia un poco exagerada por repartir el mismo número de boletos son quizá los únicos pecadillos que se pueden reprochar a la novela, porque por lo demás está escrita con absoluta pulcritud, utilizando con precisión los saltos en el tiempo, escenarios convincentes para una trama de este tipo –la casa vacía de la abuela, el lago, el coche del vecino guaperas-, personajes impecablemente dibujados y una amalgama equilibrada de puntos de vista e inquietudes personales. Bueno, y una resolución final de cierto efecto estético y bastante lograda, algo que también tiene su importancia en un relato así.

El problema es entonces que con esa perfección técnica la novela se lee con interés, sí, pero no termina de tocar ningún nervio, todo parece tan comprensible, quizá empatizamos demasiado con todos los personajes, falta algo que rompa tanto equilibrio, que sorprenda de verdad. Tiene uno la intensa sensación de no estar leyendo una novela, sino viendo una película, algo un poco más digno que un telefilme de sobremesa, una de esas cintas norteamericanas de factura irreprochable que nos cuentan dramas parecidos a otros tantos. Y de verdad que cuesta creer que no se haya rodado esa película partiendo del libro, porque se diría que estamos viendo cada una de las escenas. Puede que si este libro hubiera sido escrito unas décadas atrás, por ejemplo en esa fecha (que a mí me hace una gracia especial) en que se sitúa la acción, se podría valorar de forma mucho más generosa. Pero es que a estas alturas hemos visto ya tanto que nuestra novela, aunque entretenida y bien escrita, nos suena a algo demasiado conocido.

También de Celeste Ng en ULADPequeños fuegos por todas partes

5 comentarios:

Marc Peig dijo...

Hola, Carlos, felicidades por la reseña.
Debo decir que, leyéndola, me ha recordado mucho a lo que me sucedió cuando leí “Pequeños fuegos por todas partes” y que reseñé diciendo que “lo que al principio prometía ser un análisis más de tipo sociológico tiende al final a una novela de tintes melodramático familiares”. Y parece que ese es el estilo de la autora: escoger un suceso para hacer un buen retrato de los personajes, pero sin mucho más. En el caso del libro que reseñé, ha acabado en una serie (era de esperar). Veremos si sucede algo parecido con este porque por lo que dices, está escrito para que así sea.
Saludos, compañero.
Marc

Pepe M. dijo...

Buenos días, me ha gustado la reseña.
Respecto a la moda de los comienzos de una novela con cadaver flotando, me gustó mucho Tatuaje de Vázquez Montalbán, de 1974, con cadaver flotando en una playa. De de ahí seguí con casi toda la serie del investigador Carvalho.
Un saludo, felices fiestas y el año nuevo esperaremos vuestras magníficas reseñas.

Carlos Andia dijo...

Muchas gracias a los dos. Efectivamente, el libro 'suena' tanto a producto audiovisual, que reconozco que he buscado expresamente el título seguido de 'película'. Pero dicho esto, el caso es que está muy bien escrito, técnicamente es impecable. Dependerá del tipo de lector, pero no dudo que habrá gente a la que le guste, incluso mucho.

Saludos!

Melany dijo...

Yo suelo evitar siempre que puedo los cadáveres flotando en los libros que leo, por lo que cuando leí este libro me sorprendió el recurso y la novela me encantó.

Me gustó mucho ir conociendo la vida de Lydia a través de los ojos de los demás y al final encontrarme con su versión, me gustó mucho el estilo de la autora así que probablemente le de una oportunidad a algún otro libro suyo.

Muchas gracias por la reseña !

Carlos Andia dijo...

Me alegro de que te haya gustado tanto, Melany. Un saludo y gracias por visitarnos.