Título original: Confessions of an English Opium Eater
Traducción: Louis Loayza
Año de publicación: 1822 (un año antes, por entregas)
Valoración: Está bien
Thomas de Quincey está estrechamente relacionado con el romanticismo inglés por la época en que vivió (entre el XVIII y el XIX), por relaciones personales (los poetas Wordsworth y Coleridge) y por determinadas atmósferas por las que se mueven sus textos (los sueños, el mundo clásico). Pero quizá el vínculo más poderoso era un cierto deseo de forzar los límites, desbordar la realidad para asomarse al misterio, lo desconocido o lo inexplorado. Todos aquellos que de una u otra forma crearon dentro de esa corriente se dejaron llevar hacia esos terrenos. La singularidad de este autor (aunque no sólo de él) es que además utilizó su propio cuerpo para experimentar cosas nuevas.
Las Confesiones son un ensayo autobiográfico, el primero de una especie de trilogía, en que De Quincey empieza, claro está, contando su infancia y primera juventud. Poseedor de un brillante intelecto, es objeto de una educación rigurosa y exigente, y destaca en sus conocimientos de griego clásico. Consigue escapar de sus tutores y vive en la indigencia en Londres, ayudado por una prostituta. Como suele ocurrir en el relato autobiográfico, no sabemos hasta dónde se ajusta a la realidad o la adorna, pero en es todo caso una narración intensa y apasionada que evoca la moda literaria del momento.
A partir de aquí hace su aparición el opio. Dice De Quincey que empieza a consumirlo para paliar unos dolores, aunque teniendo en cuenta la popularidad del mejunje en ese tiempo y en el entorno del autor, podríamos sospechar que su uso no era tan estrictamente analgésico. El caso es que de inmediato descubre sus al parecer grandes virtudes, y se lanza sin recato a una apología en toda regla. No solo resulta patente por qué el texto pudo resultar controvertido en su época, sino que para el resabiado lector del siglo XXI el entusiasmo mostrado por el autor hace pensar que de no tratarse de una obra de hace doscientos años el libro estaría en manos la de fiscalía antidroga. Por lo visto, unos años más tarde el propio autor retocó el texto para rebajar un poco el tono, publicándose una segunda edición algo menos espontánea. Para no perder de vista que hablamos de un texto literario, también hay que decir que la prosa de De Quincey, con sus largas perífrasis, me resulta algo pastosa, a veces un poco cargante en sus redundancias.
En los mismos registros se mueve también la tercera parte del librito, en la que el paraíso encontrado se ha vuelto una enorme carga, un monstruo voraz que cada vez pide más y del que De Quincey es consciente de que debe desembarazarse. Lo que era una especie de bienestar cósmico se ha apoderado del débil cuerpo de Thomas y va devorando su vitalidad. Si alguien ha visto a alguno de esos ancianos del norte de Tailandia, consumidos por toda una vida de cuelgue, entenderá de lo que hablamos: la adormidera le enreda en un estado permanente de tránsito entre el sueño y la realidad, y el escritor parece decidido a huir. Conocemos con cierto detalle los síntomas, así como el programa que De Quincey se impone para abandonar progresivamente el vicio. En estos tiempos en que tenemos tan interiorizados los problemas de la droga, los procesos de desintoxicación y las distintas terapias, resulta a la vez admirable y un poco enternecedor observar a un consumidor masivo ('confirmado y habitual, a quien preguntarle si tal día en particular había o no había tomado opio equivaldría a preguntarle si sus pulmones habían respirado'), decidido a desengancharse (y convencido de conseguirlo) por su sola fuerza de voluntad y guiado por la razón y un método sencillo e intuitivo.
Otra cosa es que lo consiguiera o no, porque él mismo reconoce la dificultad de la empresa, y confiesa que el éxito no lo fue tanto como en algún momento pudo parecer (al lector y a él mismo). Y no faltan comentaristas que aseguran que en la exposición de ese esfuerzo por escapar del opio hay algo o bastante de postureo, y que en realidad De Quincey nunca lo abandonó del todo, en parte porque su tenacidad fue algo menor de lo que dice en el libro, y quizá también condicionado, como decía antes, por un entorno en el que la amapola circulaba con generosidad.
El libro resulta desde luego original por el tema que trata, pero sobre todo por hacerlo en una época para nosotros remota, cuando los primeros estupefacientes llegan masivamente a Europa desde el Extremo Oriente. Pero para ser sincero, lo veo más bien como un documento que al margen de lo dicho tampoco creo que tenga un interés especial desde el punto de vista literario.
P.S.: Pronto seguiremos con el tema del opio, ya verán.
También de Thomas De Quincey en ULAD: Del asesinato considerado como una de las bellas artes
7 comentarios:
Muy buena reseña, Carlos, con la que estoy bastante de acuerdo.
Yo leí esta obra hará un par de años, en una edición de Cátedra. Por más que prólogo y paratextos se empeñaran en reivindicarla por mil razones, no deja de tener, como bien dices, un interés anecdótico. Lo cual no impide que se pueda disfrutar bastante su lectura. A mí la prosa no me pareció tan cargante como a ti, y en pasajes puntuales la encontré preciosa. Pienso en alguna escena de tintes oníricos en los que aparecía la prostituta, o una meticulosa descripción de una sala, creo que era de su casa.
Ay, las ediciones de Cátedra. Yo siempre les he tenido una especie de veneración, porque son análisis rigurosos y sin concesiones sobre cada obra. Pero también me ocurre que a veces me dejan un poco descolocado, sobre todo cuando no soy capaz de captar toda la profundidad que nos presentan sus comentaristas. No sé, puede que este sea uno de esos casos, aunque mi edición era la mucho más básica de Alianza.
Admito que, como tú dices, el libro también tiene momentos de prosa más fluida, y esas referencias al mundo de los sueños por lo visto encantaron a Borges y a no recuerdo qué otros autores importantes.
Saludos, compañero.
Perdón, era yo mismamente, que le he dado mal al botoncito.
Firmado: Carlos Andia en persona.
Gracias por la reseña. Carlos. Una curiosa... Cuántos libros leerás al año? Muchas gracias y felices, pascuas.. Hormias
Pues ahora mismo andaré por unos tres al mes, uno arriba o abajo. Vamos, nada en comparación con algunos hachas que andan por este blog.
Un saludo.
Hola. Es un libro más curioso que bueno, pero merece la pena leerlo. La historia del opio y su evolución hasta la fecha tiene su interés. Resulta curioso que cada país lo legisla diferente. Por ejemplo, en España no está prohibido el cultivo de la amapola Papaver somniferum (de la que se extrae el opio) si es a pequeña escala y con fines únicamente ornamentales. En otros países, como por ejemplo Portugal, eso mismo constituye delito.
En el libro, me da la impresión que el propio autor no llegó a desengancharse del todo. Por lo visto la adicción al opio y sus derivados es física y psíquica, y por eso es más difícil desengancharse de la heroína que de otras drogas (creo que lo mencionaba un autor beat, no sé si Burroughs).
Buena reseña.
Saludos
Gracias, Pablo. Iba a decir que te veo muy puesto en temas de cultivos, jeje (era broma). Efectivamente, parece que De Quincey o no puso demasiado empeño (tampoco da ninguna impresión de angustia) o en todo caso no tuvo mucho éxito en su desintoxicación. Quizá en esa época no había demasiada consciencia de lo que era una adicción peligrosa y, la verdad, no sé bien cómo acabó la historia.
Gracias por acompañarnos con tus opiniones. Un saludo.
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