martes, 7 de agosto de 2018

María Iordanidu: Loxandra


Idioma original: Griego
Título original: λωξάντρα
Año de publicación: 1963
Traducción: Selma Ancira
Valoración: Está muy bien


Después de haber sido Bizancio y antes de ser Estambul, Constantinopla, la ciudad de las siete colinas, el cruce de caminos entre Asia y Europa y entre el Mar Negro y el Mediterráneo, era –además de capital de un imperio- un abigarrado espacio físico que contaba con una numerosa y bien asentada comunidad griega. Loxandra es el retrato sentimental pero fiel de aquellos últimos años de Constantinopla –digamos desde mediados del siglo XIX hasta el estallido de la I Guerra Mundial-. Una atmósfera y un momento encarnado en la figura de esta mujer alegre, animosa y vital, entregada al cuidado no ya de los suyos sino de cualquiera considerado como cercano, fuesen vecinos, parientes, habituales o transeúntes.

Casado con el viudo Dimitros, que aportó al matrimonio cuatro hijos,  Loxandra crió a sus hermanos pequeños, a sus hijos, a los hijastros y a algún huérfano necesitado. Sacrificada, generosa e incansable, su gran deleite era poder reunir a los suyos alrededor de una buena mesa y cocinar para ofrecerles lo mejor a su alcance, pues qué sería de la vida sin poder disponer y compartir de la oportunidad de estar con los seres queridos, para celebrarla y gozarla. Rodeada siempre de gatos, supersticiosa y expeditiva, Loxandra es el centro de este universo repleto de supersticiones y tolerancia, de estrecheces y curiosidad, de dudas y frágiles equilibrios que están a punto de saltar por los aires arrollados por el ímpetu que acelera a la Historia cuando las ideologías, las patrias y las banderas bullen y se inflaman.

Loxandra era la abuela de María Iordanidu y, aunque se trata de una novela y no de una biografía, si fue concebida con la intención de ser el relato fiel de una época y de una atmósfera definitivamente desaparecida y enterrada. Y pese a que por sus páginas van asomando los ecos de los desastres y las matanzas que preludian el fin de ese mundo, la narración transcurre más entre los muros de las viviendas que en las calles, capturando la intimidad de las rutinas domésticas y estableciendo la contabilidad cronológica en los nacimientos, defunciones, bodas y terremotos y no por los acontecimientos externos que apenas se cuelan en las estancias domésticas como el roce de un rumor.

María Iordanidu (Estambul, 1897 – Atenas, 1989) fue parte de esa nutrida corriente de griegos cosmopolitas y nómadas, desparramados por los cinco continentes. Su infancia transcurrió en Estambul, donde fue escolarizada en el colegio Americano y el inicio de la I Guerra Mundial la encontró en Georgia, para recalar después en Sebastopol donde prosiguió su formación en la escuela rusa y desde donde sólo pudo regresar a Turquía en 1919. Empezó a trabajar para una empresa de comercio estadounidense, que la transfirió a Alejandría, donde se casó con un profesor, tuvo dos hijos y se despertó su interés por el comunismo. En 1931 regresó a Atenas, se divorció y se puso a trabajar para la Embajada soviética. Con la invasión alemana de su país en la II Guerra Mundial vio su casa destruida y estuvo recluida en campos de concentración, y tras la derrota de la izquierda en la Guerra Civil en la que Grecia cayó en 1946 tuvo que buscarse la vida como profesora particular. A los 65 años de edad escribió Loxandra, su primer libro, que desde su aparición fue un éxito que no ha dejado de reeditarse y que en los años ochenta sirvió a la televisión helena para realizar una serie.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Para buen escritor turco: Pamuk

Diego dijo...

Muy bonita, como todas tus reseñas, Carlos.
La Loxandra que describes me trajo a la memoria a varias mujeres que conocí en Sudamérica, incluso alguna bisabuela de aquí; campeonas sin medallas en ese mundo que no va más allá de su barrio. Esos barrios que se sostenían sobre sus hombros.
Si acaso la obra hace de tributo a estas mujeres fortaleza adaptadas a las necesidades de sus tiempos, me parece muy entrañable.

carlos ciprés dijo...

Hola Diego,
Pasé un tiempo en Sudamérica y es completamente cierto, esas abuelas infatigables e imprescindibles, mágicas. Muy agradecido por tu comentario.
En cuanto a Pamuk... sigue en el ámbito de los pendientes. Ya caerá, seguro.