viernes, 24 de agosto de 2018

Anjel Lertxundi: Este muro de hielo


Idioma original: euskera
Título original: Horma
Traducción: Jorge Giménez Bech
Año de publicación: 2018
Valoración: Entre recomendable y Está bien


No sé si lo he comentado alguna vez, en mi opinión hay una corriente dentro de la narrativa vasca de las últimas décadas que parece intentar alejarse lo más posible de la huella más visible de la Historia reciente, es decir, la política y la violencia. Se diría que hay un esfuerzo por poner tierra de por medio con heridas aún abiertas, a la vez que los autores intentan esquivar tópicos y localismos. De esta forma se sumergen en una especie de intimismo, ofreciendo textos con poca o ninguna acción, un desarrollo brumoso, personajes tiernos o débiles, y la mirada dirigida hacia la introspección, la melancolía, la memoria o la enfermedad. Lo han adivinado: por ahí va también Anjel Lertxundi en Este muro de hielo.

Recordando un tanto a Un tranvía en SP, de Unai Elorriaga, la narración gira en torno a una mujer con alzhéimer, lo cual ya me pone un poquito en guardia, temiendo el estereotipo desgarrado/lacrimógeno; pero pronto nos damos cuenta de que el camino no es exactamente el esperado. Efectivamente, el autor se acerca a lo insólito de una enfermedad que convierte a los seres queridos en extraños a base de comerse inexorablemente la memoria, vaciándola por completo como el desván familiar que Fidel, el hijo (aunque luego matizo un poco esto), ordena dejar expedito arramplando por igual con lo importante y lo banal. Con algunas imágenes realmente estremecedoras (el regalo de un pintalabios, por encima de cualquier otra), en torno a la madre enferma se va levantando poco a poco ese muro de hielo al que se refiere el título en castellano, una barrera que permite ver a través pero impide por completo la comunicación.

La comunicación es justamente el terreno que explora Lertxundi en varias direcciones a partir de la enfermedad de la madre. Por una parte, la aniquilación de la memoria supone eliminar la conexión por la que esclarecer episodios oscuros de la infancia, aunque en este punto creo que Lertxundi no encuentra el camino para construir la subtrama potente que podía haber llegado a ser. De otro lado, en relación a su pareja, Marta, con quien las cosas parecen torcerse simultáneamente a la desgracia familiar. Una dolencia como esta genera desconcierto, desesperación, la única perspectiva es el empeoramiento, y la convivencia se resiente en la misma medida en que los esfuerzos se multiplican. Las relaciones personales de quienes están alrededor se acaban corroyendo, y todo ello es terreno abonado para que broten antiguas desavenencias o desencuentros cuya existencia quizá ni se podía imaginar. Así es como Marta y Fidel empiezan a ver grietas por las que emergen divergencias sobre las aspiraciones profesionales de Fidel.

Aquí aparece una nueva capa, ya dentro del terreno de lo metaliterario. Como Fidel es traductor –figura tan frecuente entre personajes de novela-, Lertxundi se adentra en ese complejo mundo para plantearse qué parte hay de creatividad en esa profesión. Es otro punto de vista en esa mirada hacia la comunicación y sus posibles interferencias: de la pericia del traductor depende que sea un puente entre el autor y el lector, igualando los códigos de ambos, o se convierta en un obstáculo. Pero pone también sobre la mesa Lertxundi hasta dónde el traductor es un mero instrumento técnico para trasladar las ideas de un código a otro, o en su trabajo está también creando algo nuevo. Marta plantea a Fidel la cuestión por la vía de los hechos, y la respuesta puede encontrarse tal vez en la propia novela, aunque tampoco queda del todo claro.

Un elemento bastante sorprendente del libro es el juego de voces. Todo está narrado en primera persona, dirigiéndose, como si se tratase de una larguísima carta, a la madre enferma. Pero hay dos narradores: uno es el hijo, y el otro es Fidel, su doble, es decir, ‘una voz dividida en dos de manera aleatoria’, como se dice literalmente. Es como si de un único personaje brotase de tanto en tanto otro, alternándose en la tarea de hablar a la madre, que actúa como sumidero de ideas que de inmediato se pierden en la nada. Este desdoblamiento me parece interesante, aunque por desgracia creo que Lertxundi no se atrevió a manejarlo de forma más vigorosa. Puede que con la intención de no desdibujar los objetivos principales de la novela, pero el caso es que los dos papeles resultan indistinguibles y el mecanismo termina por resultar algo irrelevante.

Como espero que se haya deducido de mis comentarios, la novela me parece impecable en lo que atañe a su núcleo (la terrible enfermedad de la madre), y llena de buenas ideas en su periferia (las distintas perspectivas sobre la comunicación y su ausencia, la duplicidad de narradores que son uno mismo). Pero en este segundo campo me temo que Lertxundi no termina de apurar ni de lejos las posibilidades de lo que plantea, lo cual, sin desmerecer el conjunto, es una verdadera lástima.

También de Anjel Lertxundi en ULAD: Felicidad perfectaVidas y otras dudas

1 comentario:

O et A dijo...

o sea: no leer... (no hay tiempo, no tenemos tiempo... odio esta sensación)