viernes, 22 de junio de 2012

Victoria Camps: El gobierno de las emociones

Idioma original: español
Fecha de publicación: 2011
Valoración: Recomendable


La filosofía nunca está de más. Si, además, acerca los postulados más importantes a los problemas cotidianos, el interés es doble. Este ensayo habla de emoción y pensamiento, la posible primacía de uno sobre otro y los resultados prácticos que, según sea su manejo, pueden obtenerse, tanto en el ámbito privado como en la vida en común. Cuestiones todas que pueden interesar al lector medio, no sólo a los expertos, si, como es el caso, se ponen a su alcance despojando los argumentos de tecnicismos e introduciéndole en las nociones básicas para que siga el hilo hasta el final.

Desde la Ilustración, el raciocinio había reinado sobre el resto de facultades humanas sin que nada le hiciera sombra, en cambio ahora el factor emocional parece haber tomado el relevo. Estas oscilaciones, según Victoria Camps, proceden de un error conceptual: considerarlos aisladamente sin tener en cuenta su estrecha conexión. Además, se da por hecho que los sentimientos caen sobre nosotros como una fiebre sin que sea posible modificarlos, pero podemos actuar sobre ellos siempre que tengamos motivos y sepamos cómo hacerlo: ahí es donde interviene la razón. Los antiguos griegos explicaron la función de la mente en la construcción de las emociones y la influencia de éstas en el comportamiento. En opinión de Camps, el fallo de algunas teorías éticas se debe a que están sustentadas en la llamada falacia socrática, consistente en suponer que el simple conocimiento de la virtud garantiza su puesta en práctica. Sin embargo, incluso los criterios morales surgen por una combinación de ambos. Los argumentos de Aristóteles, Spinoza y Hume sirven a la autora para adoptar el enfoque que desea. A continuación analizará las principales emociones humanas, su doble faceta positiva-negativa y su repercusión en la vida social.

La vergüenza adecuada es la que surge como reacción a un mal comportamiento objetivo, no basado en prejuicios, y resulta indispensable en la convivencia. Sin embargo, cualquier limitación a la, hoy intocable, libertad del individuo se entiende como coacción, y hay muy pocas en la sociedad actual que estén bien vistas. Se admiten las coacciones (o persuasiones) publicitaria y sanitaria porque persiguen beneficios evidentes, la educativa, no tanto. Si las sociedades actuales lograsen inculcar a sus individuos la emoción del sentimiento moral, la vigilancia policial y administrativa podría ser mucho menor. Pero una sociedad que mantenga la libertad como valor exclusivo no podría funcionar correctamente.

De igual forma va analizando la compasión – a quien debe complementar la justicia –, la ira – que considera una emoción ciega y por tanto nociva – y la indignación – que necesita de un criterio ético, es desinteresada y la origina la vulneración del bien común, aunque hay que evitar su persistencia para que no se convierta en resentimiento que puede dar lugar a la venganza. Podríamos considerar a la justicia como la venganza domesticada, es decir, la forma en que una sociedad se defiende de las transgresiones de sus individuos. El miedo no conduce a nada bueno y debe compensarse con su opuesto: la confianza (en el progreso, la libertad, la justicia). Esa era la idea hasta finales del siglo XX, ahora todo eso parece haber desaparecido sin ser sustituido por nada. La confianza basada en la responsabilidad propia y ajena es uno de los principios básicos de la vida en común, pero también en este aspecto se ha ido generando una actitud defensiva, poco adecuada para satisfacer cualquier objetivo que nos hayamos propuesto. La autoestima no es posible sin unas condiciones vitales dignas y se construye con las cualidades que la colectividad considera valiosas. Cuando se carece de ellas, el individuo puede reaccionar integrándose en grupos que reivindican esa identidad discriminada. Lo difícil es recurrir a este medio sin perder autonomía, asumir identidades distintas de la del grupo, trazar una ruta propia, pero el que quiera reconocerse como individuo no tiene más remedio que intentarlo. La tristeza es un sentimiento que paraliza y como tal debe evitarse, pero constituye una fase natural, y hasta saludable, como reacción a alguna situación dolorosa. No hay que dramatizarla recurriendo a fármacos sistemáticamente como ocurre demasiado a menudo, tanto por influjo de la industria farmacéutica como por simple comodidad del que la padece. Si es posible gestionar el resto de las emociones, la tristeza, salvo en casos extremos, no tiene por qué ser una excepción.

Sabemos por experiencia que cualquier discurso dirigido a las emociones antes que a la razón será mucho más convincente. De ahí su utilización en los discursos políticos, de ahí también el papel de la literatura y del arte en general. Proponiendo la introspección, el autodominio y la solidaridad, sugiriendo la forma de conducir cada emoción, la autora nos enfrenta a las contradicciones humanas y nos invita a reflexionar.

1 comentario:

Paulo Kortazar B. dijo...

En su día leí 'Paradojas del individualismo' y muy probablemente por no tener el nivel para entender el texto en su totalidad, no me pareció gran cosa.