domingo, 8 de mayo de 2011

Sobre las encuadernaciones (más habituales)

Los domingos, si hace sol, son días estupendos para salir a leer: a un parque, a una plaza, a una terraza, incluso a un banquito que haga esquina. Para ello, son indispensables varios elementos: ropa cómoda, ambiente tranquilo, temperatura adecuada y un libro. La caña, el café, la barrita con tomate o el sandwich de pollo no son indispensables, pero ayudan. Como este es un blog sobre libros, vamos a detenernos brevemente en el objeto mismo de lectura: el libro.

Hace no demasiado tiempo publicamos aquí un encuesta acerca de las preferencias de nuestros lectores en materia de encuadernación. Aunque nuestra base de datos tiene sus peculiaridades y no registra los datos exactos, sí recuerdo que, por abrumadora mayoría, los dos resultados que más votos obtuvieron fueron "tapa dura sin más" y "me la sopla"; y que el resultado que menos votos obtuvo fue "tapa blanda con sobrecubierta". A la vista de estas opiniones, se me hace necesaria una breve reflexión sobre los cinco tipos que incluimos en la encuesta, con sus pros y sus contras.

Tapa dura sin más. Un clásico de nuestra infancia y primera juventud. Tiene la ventaja de que resiste una gran cantidad de golpes, de que puede sostenerse de pie sin ayuda sea cual sea su grosor y de que, por qué no decirlo, resulta bastante vistoso. Da como "sensación de libro", aunque su contenido sea una mierda. Por el contrario, tiene algunos incovenientes: las esquinas, normalmente, se doblan por el uso, quedando bastante feas; muchas veces, también, por el mero hecho de distribuirlo de la editorial a la librería, las esquinas YA están dobladas cuando lo compras, aunque sea una novedad. Además, la tapa dura, en general, incrementa su peso, lo cual, unido a su poca flexibilidad, resulta incómodo a la hora de moverlo dentro de un bolso. Por último, en el plano exclusivamente lector y personal, a mí siempre me gustó combar ligeramente las páginas cuando estoy leyendo, de tal manera que mi ojo describa una pequeña parábola desde el comienzo de la hoja hasta el final. La rigidez de los libros de tapa dura lo impide, y eso me disgusta.

Tapa blanda sin más. El libro de bolsillo. El marginado de las librerías, cruelmente nacido para ser adoptado por las de viejo. Ventajas: pesa poco, se dobla, lo puedes maltratar porque da la sensación de no valer casi nada. Inconvenientes: poco resistente a la agresividad humana, tristón en sus formas, esquelético. Como un libro que se quedó a medias, en estos tiempos de sofisticación editorial. Siempre parece que lo compraste de segunda mano, y temes encontrarte un garabato de su dueño anterior en cualquier página.

Tapa dura con sobrecubierta. Lo que más se usa en los best sellers. Tiene todos los inconvenientes de la tapa dura sin más, pero con otro añadido: la sobrecubierta. Ese engendro. No sé por qué, pero a nadie parece gustarle. Resulta útil, en el plano editorial, para incluir la biografía del autor u otros datos de interés, y también para usarla como marcapáginas. Pero siendo realistas, una gran mayoría de los lectores siempre termina por quitarla, porque molesta: se mueve, se cae, se dobla, se engancha con las llaves en el bolso, se rompe... Es como una gabardina que no es de tu talla, como ponerte el traje de boda de tu abuelo.

Tapa blanda con sobrecubierta. Un invento un poco raro. No se ve mucho, ciertamente, y yo creo que es porque tiene un no sé qué amorfo: la sobrecubierta, si ya es molesta en libros rígidos, cómo no va a serlo en libros blandos, dúctiles. Si en aquellos siempre termina fuera de sitio o machacada, en estos con más motivo, y al cabo de dos o tres sesiones de lectura lo más normal es que uno la quite, porque estorba o porque está rota. Puede quedar muy bien o muy mal, bueno es decirlo. Hay editoriales muy estilosas que la usan con inteligencia, convirtiéndola casi en un objeto de arte que "suma" atributos al libro, permitiendo que la cubierta en sí incorpore otros elementos de diseño (Impedimenta, por ejemplo). En el caso opuesto, y siempre desde mi gusto personal, las ediciones con estas características de, por ejemplo, La mecánica del corazón, me parecen totalmente incómodas: la sobrecubierta no queda bien pegada al lomo y, como sobresale (de forma bastante fea), deja un enorme hueco entre ambos.

Tapa blanda con solapas. Lo más habitual, en estos tiempos. Pesa poco, las esquinas resisten, las solapas, que dotan al conjunto de una considerable rigidez pero permiten una flexibilidad agradable, ideal para combar las hojas o meter el libro en un bolso, pueden usarse como marcapáginas e incluir información editorial interesante, como las sobrecubiertas pero sin la problemática de que se desajusten... si es el que más se usa es, sin duda, porque cuando está bien hecha esta encuadernación es todo ventajas. Aunque claro, como la usa todo el mundo, destaca poco...

Ahora me apetece hablar de marcapáginas: usos, modelos y peculiaridades humanas, pero creo que es mejor dejarlo para el domingo que viene. Espero que haga sol en vuestros cielos, feliz lectura.

5 comentarios:

Ángel Muñoz dijo...

buena reflexión Iván, me quedo con tapa blanda con solapas y con el sandwich de pollo aderezado por una buena caña. abrazos.

Paula dijo...

Yo también me quedo con este tan usado formato "moderno" de tapa blanda con solapas. Suelen tener el tamaño perfecto y una calidad ni muy dura ni muy blanda -la justa-. También habría que hablar del tipo de papel; a mí me gusta gruesito, más que el típico papel hoja de Biblia.

izas dijo...

yo también me quedo con la tapa blanda con solapas

y reconozco que lo que más me gusta de comprar un libro de segunda mano es que tenga anotaciones de su dueño/a anterior
:)

Ensada dijo...

A mi los que más me gustan son los que vienen llenos de letras.

Este Faína dijo...

... amo los libros de tapa blanda, flexibles y perfectos compañeros de viaje, y adoro encontrar anotaciones en los márgenes o pequeñas marcas. Una vez encontré en uno una invitación a una boda que se celebró hace más de 50 años. Encantador.