martes, 27 de agosto de 2024

Eva Piquer: Aterratge

Idioma original: catalán
Título original: Aterratge
Traducción: sin traducción al castellano
Año de publicación: 2023
Valoración: se deja leer


Poco conocimiento tenía de Eva Piquer como escritora, aunque sí que la conocía por sus artículos en medios periodísticos y culturales y por ser alguien con un bagaje como lectora muy amplio y rico. Así que esta reciente publicación, después de veinte años desde su última novela, me despertó el interés para ver cómo se desenvolvía como escritora de narrativa y más aún después de un parón de veinte años. Lamentablemente el resultado es bastante desigual.
 
Empieza el relato donde la narradora en primera persona nos indica que fue a Islandia con tres desconocidos, uno de los cuales un fotógrafo que quería fotografiar el fuselaje de un avión que aterrizó de emergencia sobre la isla hacía cuarenta y seis años y que desde entonces sigue permaneciendo en el mismo lugar. Esa historia la animó para viajar a la isla y conocer los detalles del accidente, así como para huir de su realidad, una realidad marcada por la reciente defunción de su marido y que sigue teniendo muy presente. De esta manera, la autora sitúa la historia en 2020, tres años después de ese hecho trágico en su vida que describe afirmando que «hacía tres años que los aullidos del horror me perforaban los tímpanos y me invadía en silencio una urgencia de mal confesar: cuando antes toques fondo, antes remontarás». Pero justo cuando parecía que empezaba a remontar, aparece la pandemia que lo cambia y lo encierra todo, recluyéndola en su soledad y en su pequeño hogar. Por ello, ya pocos años después, decide emprender este viaje y contacta con el piloto que sufrió ese accidente para ver los restos del avión, pues la protagonista, intrigada por esa historia, quiere escribir sobre él, aunque el piloto se niega a que alteren los hechos, a que los ficcionen, con lo que le pone una condición para quiere escribir esa historia: «no sé qué pretendes escribir pero me niego a ser un personaje de novela con una personalidad imaginada. Te podría contar cómo fue todo si lo escribieras tal cual, sin ficcionarlo».
 
Con este pretexto, la autora entremezcla fragmentos del pasado en las que el piloto relata el viaje y aterrizaje forzoso del avión con su propia experiencia y el duelo (sobre)vivido, estableciendo paralelismos no siempre conseguidos. De este modo, sus reflexiones y pinceladas en torno a la vida y la muerte se simultanean con el relato del aviador, así como también el de su propio viaje para encontrarse con el avión. Tres relatos entremezclados que tienen su propia historia por separado y que desafortunadamente se pueden leer de manera aislada a pesar del intento de la autora por entretejer las historias. Ese esfuerzo es evidente y se nota en exceso cuando la autora utiliza expresiones como «poner el piloto automático» (al referirse a su día a día), cuando habla de cómo conseguir «mantener el rumbo» o incluso hablando de «turbulencias» vitales lo cual, aunque no deja de tener evidente paralelismo, quizá es algo forzado.
 
La parte positiva de la novela es que la prosa fluye de manera rápida y el libro se lee de un tirón a pesar de que la historia del piloto no suscita interés, pues no se puede empatizar con un piloto del que apenas se nos cuenta nada a nivel personal y que no narra nada diferente de otras historias sobre catástrofes aéreas sucedidas (me viene a la cabeza «¡Viven!», de Piers Paul Read) donde sí hay un buen retrato a nivel de personajes. Una historia de catástrofes solo se sostiene si el libro se centra en ella y especialmente en el impacto en las vidas de los que lo sufren más que del trayecto en sí; en este caso no es así, pues parece que el accidente del avión sirve únicamente como un canal para establecer paralelismos que no acaban de funcionar pues el lector se percata enseguida de que se trata meramente de un vehículo a través del cual explicar una historia personal (en gran medida basada en su propia vida) y que la autora ha querido plasmar en un libro de ficción en una suerte de catarsis. Incluso la propia autora parece reconocer el poco impacto de la historia del piloto al afirmar que «si le tuviera confianza, le diría que echo en falta detalles de la vivencia humana del aterrizaje (…) como si no fuera él el piloto del avión estrellado», confirmando así las sensaciones de la distancia emocional hacia la historia narrada.
 
Otro aspecto negativo que le encuentro al libro es que la autora hace referencia y menciona de forma frecuente a autores y libros que destaca y parafrasea en un claro homenaje y demostración de su bagaje literario, pero que aparecen en el texto como pinceladas in media res. Con el propósito aparente de dar cierta profundidad al texto, la autora utiliza citas de otros autores y libros leídos para a partir de ahí lanzar algunas reflexiones (aunque de manera fragmentada) y, a pesar de que tratan sobre de la vida y la muerte, no hay más continuidad con la historia que la de proporcionar una serie de aforismos y razonamientos en torno a ese mismo tema. Este recurso, que cada vez utiliza más a medida que el libro avanza, no aporta mucho a la historia, en todo caso sirve para conocer el estado de ánimo de la autora y hacernos partícipes de lo que piensa, pero es un recurso difícil de utilizar con éxito si se quiere entrelazar bien con la historia contada y es algo solo al alcance de unos pocos (mencionaría Gornick, Hardwick o Lispector). Por el contrario, y afortunadamente, la historia sobre el piloto sí mejora a medida que avanza la narración cuando deja de lado el propio accidente y conocemos algo más de su manera de ser y su vida, aunque quizás ya es algo tarde para ello pues la desconexión con esa parte del relato ya se ha producido páginas atrás.
 
Por todo ello, se trata de un libro que se lee de una sentada pero que, a excepción de algunos pasajes concretos, no termina de funcionar y siguiendo los mismos paralelismos utilizados por la autora, podría afirmar que acaba aterrizando en el poso lector con también algunas dificultades.


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