martes, 27 de septiembre de 2022

Victor Hugo: El noventa y tres

Idioma original: francés

Título original: Quatrevingt-Treize

Traducción: Luis Hernández Alfonso

Año de publicación: 1874

Valoración: Recomendable


Victor Hugo es sin lugar a dudas uno de esos grandes nombre de la literatura a los que no hemos prestado demasiada atención en el blog (solo un par de entradas, indicadas abajo), quizá porque algunas de sus obras más significativas son de cierto volumen, porque tampoco damos mucha bola al teatro (ahí habría cosas interesantes que pescar) o, simplemente, porque no somos franceses, porque este señor está decididamente en el Olimpo de las letras de nuestro país vecino. A falta de que Marc se decida un año de estos a traernos por fin Los miserables, de momento nos conformamos con El noventa y tres, su última novela, escrita a una edad ya avanzada.

El escenario se sitúa, como indica el título, en el convulso año de 1793, poco después del paso del rey Luis XVI por la guillotina, ya saben, bajo el gobierno de la Convención, que pronto daría paso al periodo conocido como el Terror. En una situación plenamente revolucionaria, con los ánimos muy exaltados y conscientes de estar protagonizando un momento histórico, el dominio recae, como suele ocurrir, en los segmentos más radicales. Al mismo tiempo, apoyados por las potencias europeas, los monárquicos pugnan por restablecer el antiguo régimen y se producen episodios encarnizados y muy salvajes.

Hugo presenta muy pronto a los cuatro personajes fundamentales: el marqués de Lantenac, erigido en caudillo de los realistas, un tipo entrado en años con tan pocos escrúpulos como su oponente, el exclérigo Cimourdain, comisario político republicano con la fe del converso. El joven Gauvain es el tercer elemento del choque militar que se avecina, como jefe del Ejército revolucionario en la región noroccidental. Y finalmente, aunque no menos importante, una mujer anónima que intenta proteger a sus hijos en la espesura del bosque. Todos ellos se reunirán en las sangrientas situaciones que se desarrollarán en la revuelta realista de la Vendée, el intento más serio para derribar la recién nacida República. 

Ya encontramos cosas interesantes. La azarosa llegada de Lantenac a las costas francesas, con el apoyo inglés, es una excelente secuencia de aventura marítima espléndidamente narrada, con su punto de misterio. Y las primeras páginas del libro se dedican a la madre y los niños, un breve y potente flash inicial que de inmediato se abandona, provocando un efecto muy cinematográfico. El recurso, bastante original para el siglo XIX, no es el único francamente moderno que maneja el autor. En varias ocasiones juega también con los tiempos, moviendo la acción hacia delante y hacia atrás, de forma sutil pero bien perceptible, dejando claro que el orden narrativo se antepone si es necesario al cronológico.

Tiene su punto de audacia Hugo, aunque en otros momentos también se pasa claramente de frenada. Una vez presentados los personajes, parece que quiere dibujar de forma precisa el ambiente efervescente de Paris, quizá para enfocar mejor al ciudadano Cimourdain, o para hacer patente el aire de conspiración, sin sustraerse a la tentación de hacer aparecer a Robespierre y sus compinches. Bien está, pero pasan páginas y más páginas y la novela que habíamos empezado de forma tan apetecible se transforma en una especie de ensayo, una crónica histórica del periodo de la Convención que desciende a los mínimos detalles, una digresión a la que no vemos final. Y, sobre todo, cargada con el tic de enumeraciones casi eternas de personajes que ni conocemos ni nos interesan, un auténtico castigo al lector (quien tiene la muy sana opción de saltarse de vez en cuando dos o tres páginas, que nada se perderá). A los setenta años don Victor ha vivido mucho, se ha bandeado en política sin descanso y ha escrito muchos libros. Yo creo que ya le da igual lo que piense o haga el lector, le apetece escribir sobre la Convención, y lo hace hasta que se cansa. También hay que decirlo, con un entusiasmo no disimulado aunque sí matizado en parte por el relato que sigue a continuación.

Porque efectivamente (y afortunadamente) las historias iniciales se recuperan y confluyen en duros episodios bélicos donde vuelve a brillar el talento del narrador. Con los cuatro personajes hábilmente reunidos, irrumpe también la imagen más imponente de la época, la máquina, la guillotina que recorre los campos buscando a los enemigos de la Revolución. Porque al final, lo que plantea Hugo es nada menos que la dialéctica del proceso revolucionario a nivel humano: los ideales, el valor, la piedad, la integridad, los medios y los fines, los límites que cabe establecer para lograr los objetivos, o los que se pueden o deben transgredir. Las dudas, y el peso de la conciencia que con el tiempo obligaron al propio autor a afinar su postura están presentes en estas páginas, expresadas con la crudeza de las situaciones y sin llegar a conclusiones demasiado claras: ¿qué es lícito hacer para alcanzar un objetivo loable? ¿hasta dónde fue justificada la crueldad del Terror revolucionario, o hasta dónde fue admirable el apego a los ideales de sus oponentes?

Preguntas seguramente eternas y universales que dejan clara la dificultad de establecer normas y que la novela deja planteadas en su versión más extrema para que el lector busque las respuestas, o simplemente tome conciencia de la imposibilidad de responder. Y todo ello con un relato muy bien construido, con sus baches y sus excesos, pero sin dejar de resultar gratificante como texto de ficción.

5 comentarios:

Alberto dijo...

Muy buena reseña. Del 93 de Victor Hugo recuerdo que efectivamente era una narración moderna y casi cinematográfica en algunos pasajes, para pasar luego a digresiones interminables que la hacían pesada. De todas formas, cuando Hugo presenta uno por uno a los diputados de la Convención republicana, logra transmitir la pasión al borde del delirio de un año tremendo. Nos viene a decir: toda Francia, la nación, está ahí, en esa tribuna, hablando por cien bocas. Nace entre sangre un mundo nuevo que se llama democracia y en donde el protagonismo será colectivo. Sobre la revolución francesa es también muy recomendable "Los dioses tienen sed" de Anatole France.

Carlos Andia dijo...

Esos contrates son efectivamente muy visibles en el libro, y un tanto sorprendentes, la verdad. Me gusta ese enfoque que le das a las enumeraciones de personajes, y seguramente tienes razón en la intención final. Pero hay que admitir que de cara al lector actual (cuando no conocemos a ninguno de esos protagonistas de la Revolución, o casi), la nómina se hace insoportablemente larga. Por lo demás, sí que es una obra que tiene componentes modernos y es en general bastante atractiva.

Muchas gracias por visitarnos y comentar, Alberto.

El Puma dijo...

De Victor Hugo leí sus dos obras magnas, Nuestra Señora de Paris y Los miserables, hace casi 50 años. Era un niño apenas, y me causaron profundo impacto. No conocía esta obra.
Efectivamente, VH está en el Panteón de la literatura francesa, física y metafóricamente. Un clásico de la literatura universal, diría yo.
Sobre el comentario de Alberto: leí Los dioses tienen sed también hace mucho tiempo, 45 años quizás. Pero de la obra de Anatole France, otro grande, pero injustamente olvidado, me quedo con La isla de los pingüinos, que si no me equivoco tiene una enorme actualidad en los tiempos que corren.

Un fuerte abrazo, Carlos, después de tanto tiempo...

Anónimo dijo...

No leer los Miserables, es como caminar a la pata coja toda una vida....es imprescindible, es MI LIBRO...sin ninguna duda

Carlos Andia dijo...

Pues yo reconozco que voy un tanto con la pata coja, pero al menos en el blog tendremos Los miserables, cuándo no lo sé, pero llegará.

Gracias por los comentarios y un saludo muy especial para el Puma, es un gustazo volver a encontrarte.