Año de publicación: 2022
Valoración: está bien (o sea, no está mal)
Podría haber sido peor. Quiero decir, se me ocurre leer a Valentín Roma ya que forma parte (junto a Esther García Llovet y Carlos Zanón) de un grupo de escritores a los que Kiko Amat agradecía la ayuda - sin comentarios - en la publicación de Los enemigos. Sorprendente, al menos, necesitar tantos ambages para un resultado tan pobre. Pero vamos, la curiosidad opera en ciertos resortes y, cuanto menos, me sorprendo de que Roma haya publicado en una editorial independiente y de que este El capitalista simbólico sea el cierre de una trilogía de tintes autobiográficos y de títulos con ciertos guiños (otro de sus libros se titula Retrato del futbolista adolescente) lo cual, aunque el postureo pese lo suyo, lo eleva a un nivel algo más respetable.
El caso es que ésta es una novela correctamente escrita, con una obvia vocación de contemporaneidad, con sus referencias culturales algo minoritarias pero hábilmente insertadas, una novela sobre un joven que obtiene un curioso trabajo de evaluador para las guías Michelin, muy bien remunerado, reconoce, y cuya existencia la novela toma en ese punto, relatando experiencias laborales, relaciones de pareja, avatares vitales, todo ello con una tonalidad muy moderna en lo que concierne a evitar estructuras convencionales, más bien escogiendo - la portada habla de novelas de aprendizaje - un intervalo determinado de su existencia, esa primera fase de la edad adulta tan propia de esa generación que extiende su formación hasta que esta se desborda y que está abocada a matrimonios y paternidades tardías, pisos compartidos y ya ser algo mayores cuando son padres pero es que cuesta establecerse. Correcto: no solo tratado en literatura local y global, sino representado en productos audiovisuales no siempre inspirados. No llegamos a saber el nombre del protagonista, como si se tratara de un recurso para enmascarar los mencionados tintes autobiográficos y amagar con la auto-ficción, y me ha puesto algo nervioso el recurrir a las iniciales - ni en Bolaño suele gustarme ese recurso - para ir mencionando a amigos, parejas que se cruzan en su existencia vital.
Problema: leído hace apenas una semana, en circunstancias tranquilas y relajadas, apenas soy capaz de recordar una simple escena de la novela. Para bien o para mal, tan ligera y carente de ambición - la ambición no es un pecado en la literatura, lo son las pretensiones - que su lectura es ligera y digerible como el café con leche que te tomas cada mañana para meter algo en el cuerpo. Una corriente que seguramente surja de la secuencia me gustan ciertos libros que están escritos de forma sencilla ---> luego escribir uno parecido no puede ser tan difícil ---> y sobre qué escribo ---> se lleva la auto-ficción ----> pues escribo sobre mí mismo, pero cambio las partes de mi vida que no encuentro suficientemente dramatizables por otras que a) forman parte de mis fantasías o b) tomo prestadas de las vidas de otros bajo la coartada creativa.
Un mal que aqueja la literatura que rellena los fondos de armario editoriales, la costumbre (o la premura) de publicar textos que apenas dejan huella, porque no veo que esto sea mucho más que un artefacto para pasar el rato, y a algunos esto no nos parece suficiente.
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