Año de publicación: 2013
Valoración: recomendable
Serial-killers ha habido en todos los países y épocas, pero, reconozcamos que los que han tenido un cierto estilo propio, diferente, han sido los franceses; a los spaniards no se les ha quitado nunca el pelo de la dehesa -ay, ese Sacamantecas alavés- y los norteamericanos han sido siempre unos peliculeros, incluso antes de que Hollywood se fijara en ellos. Pero los franceses, incluso cuando han sido especialmente sanguinarios, han tenido un je-ne-sais-quoi... Ahí tenemos, por ejemplo a los celebérrimos y estilosos Gilles de Rais, conocido como Barbazul, o el asesino de viudas Landrú o a la marquesa de Brinvilliers. Ahora bien, el récord de asesinatos (si descartamos, claro está a los miles o millones de muertos de los que fueron responsables reyes, emperadores, generales y revolucionarios) se supone que lo tiene la adivina Catherine Monvoisin, que lideraba una organización de envenenadores durante el reinado de Luis XIV.
A un nivel más artesanal, aunque, debido a la modestia de sus circunstancias, de gran mérito criminal, encontramos a la protagonista de este libro: la joven cocinera Hélène Jégado, "el Ángel envenenador" o "Fleur de tonnerre" -Flor de tormenta-, que durante la primera mitad del siglo XIX se dedicó a sembrar de cadáveres su Bretaña natal, allá por dónde pasaba en su a la fuerza constate devenir. Fue condenada y guillotinada en Rennes en 1852, por cinco asesinatos, aunque se la supone autora de al menos 37 y puede que incluso llegara a la sesentena de crímenes.¿Por qué hablo de cierto "toque francés", en este caso? Pues porque Fleur de tonnerre conseguía trabajo como cocinera en casa de sus víctimas merced a su encanto de jeune fillette -por lo menos en sus primeros años de carrera criminal- para luego envenenar con arsénico los suculentos platillos que preparaba para ellos, en especial la soupe -aux-herbes y un gâteaux de su invención... ¿Acaso hay algo más francés que una asesina gastronómica? Así, iba recorriendo Bretaña, de rectoría en convento y de casa burguesa en hotel, sin olvidar alguna temporada en...ejem, un burdel para soldados y marineros -quizás las mejores páginas del libro, por cierto-; por todas partes iba dejando su rastro de muerte. lo mismo le daba finiquitar a hombres que a mujeres, niños que ancianos, gente de postín que mendigos... Lo curioso, o al menos lo que más sorprende la esta novela o biografía novelada, es que las fuerzas del orden público no fueran capaces de pillarla antes, dado que nunca utilizó otro nombre que el suyo y se movía en un ámbito geográfico hoy reducido (aunque es cierto que hace doscientos años las comunicaciones en la Bretaña rural no debían de ser especialmente fáciles). También se puede disculpar la aparente incompetencia de muchos médicos, que atribuían los fallecimientos a diversas enfermedades, como el cólera, puesto que en aquel momento las epidemias aún eran frecuentes, dada la escasa implantación de medidas higiénicas y que las vacunas aún estaban en una época inicial de su desarrollo (vamos, que hubiese sido la época ideal para Miguel Bosé y demás magufos); es decir, que era habitual palmarla sin que se supiera muy bien por qué...
He escrito que ésta era una asesina típicamente francesa, pero en realidad Fleur de tonnerre -al menos la de la novela- ni siquiera sabía dónde estaba Francia: ella era bretona y fue la cultura bretona la que había dado forma a su sociopatía a través de todos esos míticos y maliciosos seres célticos sobre los que la niña Hélène oía contar historias cada noche al calor del hogar familiar: las sirenas y hadas, los korrigans o los peludos y danzarines poulpiquets... y sobre todo, el Ankou, el servidor de la Muerte (lo correcto sería llamarle "psicopompo", pero me da la risa), que viene a llevarse a los fallecidos en su carro chirriante... identificada con este personaje, Hélène Jégado se dedicó a ir cosechando almas como quien recoge flores del campo. Muy arraigada en la relación de la cultura celta con la muerte, esta historia podría considerarse también una metáfora sobre el mundo antiguo que se defiende ante el avance implacable de la modernidad -el idioma francés, la vida urbana, los avances técnicos-... si no fuera porque sabemos que está basada en la realidad histórica (*).
Tampoco es que todo sea tétrico en este libro, ni mucho menos; hay mucho humor, incluso cuando se cuenta la comisión de los asesinatos. Y además, el autor ha introducido a dos personajes un tanto bufonescos que aparecen a lo largo de toda la historia: unos peluqueros normandos (aparte de la proverbial rivalidad, entre las dos regiones, Teulé también es normando) a los que les ocurren toda clase de desgracias y trapisondas. La propia Fleur de tonnerre, pese a sus crímenes, es un personaje que no cae mal, sobre todo cuando es más joven, y el lector casi que tiene ganas de que salga indemne de sus muchas fechorías. Vana esperanza, pues ya se sabe cómo acabó... eso sí, afrontando la guillotina con una entereza que el propio verdugo de Rennes no pudo sino admirar. Estaban en el mismo negocio, después de todo...
(*) Sin olvidar, además, algunas inefables aportaciones del cristianismo a estas creencias populares, como las figuras del sufrido Saint-Yves-de-Vérité o la terrible Notre-Dame-de la-Haine...
Más títulos de este autor reseñados en Un Libro Al Día: La tienda de los suicidas
He escrito que ésta era una asesina típicamente francesa, pero en realidad Fleur de tonnerre -al menos la de la novela- ni siquiera sabía dónde estaba Francia: ella era bretona y fue la cultura bretona la que había dado forma a su sociopatía a través de todos esos míticos y maliciosos seres célticos sobre los que la niña Hélène oía contar historias cada noche al calor del hogar familiar: las sirenas y hadas, los korrigans o los peludos y danzarines poulpiquets... y sobre todo, el Ankou, el servidor de la Muerte (lo correcto sería llamarle "psicopompo", pero me da la risa), que viene a llevarse a los fallecidos en su carro chirriante... identificada con este personaje, Hélène Jégado se dedicó a ir cosechando almas como quien recoge flores del campo. Muy arraigada en la relación de la cultura celta con la muerte, esta historia podría considerarse también una metáfora sobre el mundo antiguo que se defiende ante el avance implacable de la modernidad -el idioma francés, la vida urbana, los avances técnicos-... si no fuera porque sabemos que está basada en la realidad histórica (*).
Tampoco es que todo sea tétrico en este libro, ni mucho menos; hay mucho humor, incluso cuando se cuenta la comisión de los asesinatos. Y además, el autor ha introducido a dos personajes un tanto bufonescos que aparecen a lo largo de toda la historia: unos peluqueros normandos (aparte de la proverbial rivalidad, entre las dos regiones, Teulé también es normando) a los que les ocurren toda clase de desgracias y trapisondas. La propia Fleur de tonnerre, pese a sus crímenes, es un personaje que no cae mal, sobre todo cuando es más joven, y el lector casi que tiene ganas de que salga indemne de sus muchas fechorías. Vana esperanza, pues ya se sabe cómo acabó... eso sí, afrontando la guillotina con una entereza que el propio verdugo de Rennes no pudo sino admirar. Estaban en el mismo negocio, después de todo...
(*) Sin olvidar, además, algunas inefables aportaciones del cristianismo a estas creencias populares, como las figuras del sufrido Saint-Yves-de-Vérité o la terrible Notre-Dame-de la-Haine...
Más títulos de este autor reseñados en Un Libro Al Día: La tienda de los suicidas
7 comentarios:
Muy interesante. Es posible que a esta cocinera poco ortodoxa los nacionalistas bretones la reivindiquen hoy día como a una precursora contra la colonización francesa 😉.
Un cordial saludo
Estimado Stwfan Cumescu, me temo que un blog sobre libros en castellano no es el lugar más apropiado para tus mensajes de denuncia, así que los voy a eliminar. Un saludo y buena suerte en la vida.
Hola! gracias por la recomendacion.
Muy buen blog y muy buen post!
Gracias ambos por los comentarios y la visita.
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