Título original: Ghost Wall
Año de publicación: 2018
Traducción: Vanesa García Cazorla
Valoración: entre recomendable y está bien
Ha despertado no poco interés, últimamente, la publicación en castellano (en catalán ya lo estaba) de esta novela corta de la escritora británica Sarah Moss, en parte por la originalidad de su argumento -además de por su calidad literaria, se entiende-, pero también, supongo, porque se la emparenta con obras de otras autoras hoy en día muy apreciadas, como son Shirley Jackson y Margaret Atwood y también con el ya clásico William Golding (1). Asimismo, la novela ha llamado la atención porque se la relaciona con algunas circunstancias de la política reciente que enseguida comentaré... La premisa de la que parte, no obstante, está relacionada con el pasado, de hace dos mil años: Silvie, la protagonista y narradora, es una adolescente que participa, junto con sus padres, en un campamento en el norte de Inglaterra, organizado por un profesor de arqueología para recrear el modo de vida de los antiguos britanos de la zona, antes de ser invadidos por los romanos. El padre de Silvie, aunque conductor de autobús sin formación académica, es un entusiasta estudioso de aquella época, que él identifica como la última en la que se desarrolló una cultura británica "auténtica", además de ser un controlador obsesivo, que insiste en llevar a cabo la recreación con el máximo rigor posible. La cosa, como cualquiera puede imaginar, no pinta que vaya a acabar bien...
La novela cumple a la perfección el dicho de "lo bueno, si breve, dos veces bueno": se lee de un tirón, debido a su corta extensión -menos de 140 páginas-, pero también, o sobre todo, gracias a la agilidad que su autora ha sabido imprimirle a la narración; el único escollo para ello, que es la necesidad de informar a los lectores que no las conozcan de las circunstancias, cultura y condiciones de vida de aquellos lejanos pueblos celtas, Sarah Moss lo sabe sortear de una forma hábil e incluso incorporando esas explicaciones a la propia dinámica de la narración, por lo que no sólo no se hacen en absoluto pesadas, sino que sospecho que muchos lectores se sentirán doblemente satisfechos de la lectura de esta novela, al dejarles la sensación de haber aprendido cosas que no sabían, lo que siempre es gratificante. Hay un incremento, además, de la tensión a lo largo de toda la narración, aunque muy gradual, hasta llegar a un clímax, y eso siempre resulta muy efectivo en estas novelas cortas, sobre todo cuando existe algún toque siniestro en la trama, lo que, ya adelanto, es el caso... aunque tampoco es que podamos hablar de un thriller, ni mucho menos. Otro recurso que Moss maneja con maestría es el de la aguzada sensorialidad que transmite la narradora- protagonista: los olores, las texturas, las sensaciones térmicas, los cambios de luz, accidentes nimios del terreno... la descripción de todo eso hace que la recreación de una época prehistórica gane en verosimilitud, además de alejar más a la protagonista de la realidad del mundo contemporáneo.
Lo que más habrá llamado la atención, quizás a quien haya tenido noticias de esta novela a través de otras reseñas o incluso entrevistas a su autora, es que se suele aludir en ellas a que es una historia sobre los excesos de los nacionalismos y el peligro de idealizar el pasado. También porque Moss escribió la historia en plena resaca de la campaña de Trump, con su famoso muro, y, sobre todo, del referéndum del Brexit (y es cierto que el "muro fantasma" al que hace alusión el título y que no explicaré en qué consiste para no "spoilear", se puede considerar como una metáfora bastante acertada de este Brexit). Ahora bien, aunque esto es lo que parece motivar a Bill, el padre de Silvie, en mi opinión es más que nada un flipado de los que hay tantos en el mundo, que le ha dado por ahí como podía ser terraplanista o seguidor de El Libro de Urantia... Más preocupante me parece, además, esa idealización o interpretación del pasado de acuerdo con nuestros prejuicios actuales -o de hace 30 años, que es cuando está ambientada la novela- por parte del profesor de Arqueología, que al fin y al cabo es quien debe ofrecer esa interpretación a la sociedad (un saludo desde aquí a los historiadores y profesores de Historia que tratan de explicar infructuosamente que la llamada Reconquista no fue una guerra continua contra el moro invasor a lo largo de 800 años, que los carlistas no eran nacionalistas vascos o catalanes, sino más españoles que el chocolate con churros o que los vikingos no llevaban cuernos en los cascos y se dedicaban a comerciar tanto o más que a saquear).
Pienso que el tema central de la novela es más bien la dominación y el control: dominación de unas personas sobre otras, de un género sobre otro (y sí, amigos, he de desvelar que, aunque no se nombre así, ésta es, sin duda, una novela sobre el HETEROPATRIARCADO... Ya podéis soltar los perros, que he escrito la palabra maldita), dominación de una parte de la sociedad sobre otra o sobre alguno de sus miembros, que se toma como chivo expiatorio... y, sobre todo, dominación dentro de una familia, del marido sobre la esposa, de los padres sobre los hijos -hija, en este caso-; sin duda, lo que más miedo da de todo el libro... Porque cuando leáis que alguien afirme que ésta es una novela de terror, es porque lo es (2).
(1) Pese a que no la he leído (aún), por su sinopsis parece que también puede tener bastante que ver con ésta la primera novela de la propia Sarah Moss, Tierra fría (2009), que además es otra de esas novelas anticipatorias sobre un virus que causa una pandemia mundial...
(2 - Nota de las 19:00 horas) Llevo pensando todo el día por qué no me he atrevido a explicar lo más obvio: que ésta es una novela feminista. La única razón es que al ser hombre, me da bastante reparo ponerme a decidir lo que es o no es feminismo, puesto que considero que ni yo, ni ningún otro varón somos los más adecuados para hacerlo. Pero vamos, que si alguien quiere tomarlo como una mera indicación creo que sí, es una novela feminista.
1 comentario:
Muy interesante. Libro apuntado para leerlo en cuanto se pueda. Suele ser la regla: el más acérrimo de su pretendida herencia ancestral siempre excava más al fondo del agujero para encontrar "pruebas" de su pedigree. Cuanto más atrás en el tiempo, más puro y perfecto era todo. De ahí esas obsesiones de enlazar con pueblos remotos de los que se sabe relativamente poco y pueden idealizarse alegremente: celtas, etruscos, guanches, tartessos etc etc. Así se fabrican mitologías genealógicas que permiten a los frikis alardear de pertenecer a un pueblo con 4000 o 5000 años de historia. Si este gusto extravagante por un pasado ridículo se queda en simple folklore romántico, no pasa nada: es una manía más. Pero como la pasión por lo primigenio encaje dentro de un mito político nacionalista, se puede esperar lo peor. Porque después de las payasadas arqueológicas pueden venir las burradas. Y es verdad que algunos profesores se olvidan de que su función no es inventar mitologías potencialmente peligrosas sino desmontarlas pacientemente.
Un cordial saludo.
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