Título original: Approaching eye level
Traducción: Julia Osuna Aguilar (ed. en castellano) y Martí Sales (ed. en catalán)
Año de publicación: 1996
Valoración: recomendable
En esta colección de ensayos publicados en los años noventa por la autora neoyorkina, Gornick vuelve a demostrar su calidad para reflejar con precisión la situación personal y el estado de ánimo de una sociedad que cambiaba y avanzaba en diferentes aspectos hacia un progreso que no siempre acabó de llegar.
Así, en este volumen recopilatorio que contiene siete ensayos de corta duración, la autora trata diferentes temas que siguen siendo interesantes y vigentes a día de hoy, unas décadas más tarde, y es que, en el fondo, a pesar de que la sociedad cambia de mentalidades y costumbres, aquello que nos inquieta, pero también aquello que nos conmueve, permanece inamovible al paso del tiempo.
De esta manera, la autora trata diferentes temas y empieza, como no podría ser de otra manera, abriendo el libro con un primer ensayo donde nos habla del feminismo, en esa segunda ola de los inicios de los años setenta, afirmando que «vivir esa revolución cuando empezaba, a principios de los setenta, era una maravilla. Ningún "te quiero" le llegaba a la suela de los zapatos. No había ningún otro lugar donde estar, excepto con las demás. En esa época, todas nosotras vivíamos en el abrazo libre del feminismo». Con esas pocas frases, Gornick refleja un estado de ánimo colectivo, femenino, de sororidad y compañía, de empoderamiento y vitalidad, de crecimiento personal y profesional, al margen de los hombres, centrándose en una misma.
En el segundo de los ensayos, la autora nos narra sus primeras experiencias laborales trabajando de camarera, transmitiendo a la perfección aquellos titubeos propios de los primeros trabajos y es, a su vez, una gran exposición de la diferencia de clases que existe en la sociedad, visto desde sus ojos inexpertos hacia el pequeño mundo que es un hotel, pero en el que se mezclan e interactúan diferentes estamentos sociales. Bajo esa mirada joven de la autora, el trabajo, el compañerismo, los clientes y trabajadores sirven como telón de fondo para tratar las pasiones, deseos, conformidad y anhelos de aquellos que, encerrados en sus rutinarias vidas, buscan una salida que les ayude a evadirse de tal monotonía.
En el tercer ensayo, nos habla de la admiración, de la necesidad de sentirse entendida, del magnetismo que poseen ciertas personas para estimular y atraer aquellos que se les acercan por curiosidad o interés. Y la decepción y el aterrizaje a una realidad cuando se ve que era un simple espejismo, un terreno vacío en el que volcar nuestras propias inseguridades.
En el cuarto ensayo, la autora nos habla de la comunicación y la conversación como ingrediente de la compañía. La necesidad de sentirse integrado y entendido, el enriquecimiento que surge de la conversación cuando es entre iguales de nivel, pero especialmente de carácter, y el aislamiento de cuando esto no ocurre y las conversaciones se mueven en terrenos pantanosos y expresiones proclamadas que pisan campos de minas, sin saber de antemano qué expresión hará estallar la conversación. Y la autora nos narra la soledad que experimentamos cuando no encajamos en un mundo, por exceso de familiaridad o por defecto, por carencias afectivas propias, pero también ajenas, por no comprendernos ni empatizar con quien tenemos delante.
En el quinto ensayo, vuelve con fuerza la Gornick que analiza con precisión los sentimientos en las relaciones de pareja, el enamoramiento, pero también el distanciamiento mental, no siempre acompañado del físico. Un empecinamiento a sacar adelante una relación en la que ambos no desean estar a excepción de si es útil para evitar una soledad que les aterra. «La obsesión para evitarnos a nosotros mismos se volvió degradante. Ahora nuestro enemigo eran nuestras propias emociones.»
En el sexto ensayo, Gornick nos habla sobre la costumbre tan bonita y tan olvidada de escribirse cartas, no únicamente entre amantes sino entre amigos. El placer de recibirla y abrirla con deseo, el tiempo tomado en asimilar lo dicho y escribir la respuesta. «Escribir una carta es estar solo con mis pensamientos en la presencia conjurada de otra persona.»
En el último ensayo, Gornick nos devuelve a las narraciones de Nueva York, de las conexiones temporales y fortuitas de las que uno es objeto al vivir en la ciudad. Así, recuperando a su amigo Leonard en algún fragmento (como ya hizo en «La mujer singular y la ciudad»), nos narra escenas cotidianas, situaciones que podrían ser propias de un film de Woody Allen, momentos puntuales que generan emociones por el solo hecho de ser testigo de ellas. Porque todas las escenas conforman la ciudad, y la dan una vida propia, actuando como un organismo vital y dinámico.
Las diferentes situaciones narradas en esta obra conforman un paisaje que, aunque perteneciente a otra época, pues varios de ellos son recuerdos de hace tiempo, es perfectamente reconocible a través de sus personajes y las reflexiones de la autora. Algo parecido a cómo estas memorias escritas hace más de veinte años cobran vida de nuevo y nos impregnan y despiertan sensaciones que interiorizamos hasta darles vida a ellas a través de nuestros propios pensamientos. Y es por ello que siempre hay que leer a Gornick, porque a pesar de que el texto sea antiguo, parece entendernos más que muchos de los coetáneos con los que compartimos nuestras actuales vivencias.
También de Vivain Gornick en ULAD: Apegos feroces, La mujer singular y la ciudad, Escribir narrativa personal, Cuentas pendientes
Así, en este volumen recopilatorio que contiene siete ensayos de corta duración, la autora trata diferentes temas que siguen siendo interesantes y vigentes a día de hoy, unas décadas más tarde, y es que, en el fondo, a pesar de que la sociedad cambia de mentalidades y costumbres, aquello que nos inquieta, pero también aquello que nos conmueve, permanece inamovible al paso del tiempo.
De esta manera, la autora trata diferentes temas y empieza, como no podría ser de otra manera, abriendo el libro con un primer ensayo donde nos habla del feminismo, en esa segunda ola de los inicios de los años setenta, afirmando que «vivir esa revolución cuando empezaba, a principios de los setenta, era una maravilla. Ningún "te quiero" le llegaba a la suela de los zapatos. No había ningún otro lugar donde estar, excepto con las demás. En esa época, todas nosotras vivíamos en el abrazo libre del feminismo». Con esas pocas frases, Gornick refleja un estado de ánimo colectivo, femenino, de sororidad y compañía, de empoderamiento y vitalidad, de crecimiento personal y profesional, al margen de los hombres, centrándose en una misma.
En el segundo de los ensayos, la autora nos narra sus primeras experiencias laborales trabajando de camarera, transmitiendo a la perfección aquellos titubeos propios de los primeros trabajos y es, a su vez, una gran exposición de la diferencia de clases que existe en la sociedad, visto desde sus ojos inexpertos hacia el pequeño mundo que es un hotel, pero en el que se mezclan e interactúan diferentes estamentos sociales. Bajo esa mirada joven de la autora, el trabajo, el compañerismo, los clientes y trabajadores sirven como telón de fondo para tratar las pasiones, deseos, conformidad y anhelos de aquellos que, encerrados en sus rutinarias vidas, buscan una salida que les ayude a evadirse de tal monotonía.
En el tercer ensayo, nos habla de la admiración, de la necesidad de sentirse entendida, del magnetismo que poseen ciertas personas para estimular y atraer aquellos que se les acercan por curiosidad o interés. Y la decepción y el aterrizaje a una realidad cuando se ve que era un simple espejismo, un terreno vacío en el que volcar nuestras propias inseguridades.
En el cuarto ensayo, la autora nos habla de la comunicación y la conversación como ingrediente de la compañía. La necesidad de sentirse integrado y entendido, el enriquecimiento que surge de la conversación cuando es entre iguales de nivel, pero especialmente de carácter, y el aislamiento de cuando esto no ocurre y las conversaciones se mueven en terrenos pantanosos y expresiones proclamadas que pisan campos de minas, sin saber de antemano qué expresión hará estallar la conversación. Y la autora nos narra la soledad que experimentamos cuando no encajamos en un mundo, por exceso de familiaridad o por defecto, por carencias afectivas propias, pero también ajenas, por no comprendernos ni empatizar con quien tenemos delante.
En el quinto ensayo, vuelve con fuerza la Gornick que analiza con precisión los sentimientos en las relaciones de pareja, el enamoramiento, pero también el distanciamiento mental, no siempre acompañado del físico. Un empecinamiento a sacar adelante una relación en la que ambos no desean estar a excepción de si es útil para evitar una soledad que les aterra. «La obsesión para evitarnos a nosotros mismos se volvió degradante. Ahora nuestro enemigo eran nuestras propias emociones.»
En el sexto ensayo, Gornick nos habla sobre la costumbre tan bonita y tan olvidada de escribirse cartas, no únicamente entre amantes sino entre amigos. El placer de recibirla y abrirla con deseo, el tiempo tomado en asimilar lo dicho y escribir la respuesta. «Escribir una carta es estar solo con mis pensamientos en la presencia conjurada de otra persona.»
En el último ensayo, Gornick nos devuelve a las narraciones de Nueva York, de las conexiones temporales y fortuitas de las que uno es objeto al vivir en la ciudad. Así, recuperando a su amigo Leonard en algún fragmento (como ya hizo en «La mujer singular y la ciudad»), nos narra escenas cotidianas, situaciones que podrían ser propias de un film de Woody Allen, momentos puntuales que generan emociones por el solo hecho de ser testigo de ellas. Porque todas las escenas conforman la ciudad, y la dan una vida propia, actuando como un organismo vital y dinámico.
Las diferentes situaciones narradas en esta obra conforman un paisaje que, aunque perteneciente a otra época, pues varios de ellos son recuerdos de hace tiempo, es perfectamente reconocible a través de sus personajes y las reflexiones de la autora. Algo parecido a cómo estas memorias escritas hace más de veinte años cobran vida de nuevo y nos impregnan y despiertan sensaciones que interiorizamos hasta darles vida a ellas a través de nuestros propios pensamientos. Y es por ello que siempre hay que leer a Gornick, porque a pesar de que el texto sea antiguo, parece entendernos más que muchos de los coetáneos con los que compartimos nuestras actuales vivencias.
También de Vivain Gornick en ULAD: Apegos feroces, La mujer singular y la ciudad, Escribir narrativa personal, Cuentas pendientes
2 comentarios:
Seguro que es interesante. Gracias Marc por la reseña. NY cómo faro del mundo... Mayor Thompson
Gracias a ti, Mayor Thompson.
Efectivamente, Gornick es siempre interesante.
Gracias por comentar y, si lo lees, ¡ya nos contarás qué te parece!
Saludos
Marc
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