Título original: Vara în care mama a avut ochii verzi
Traducción: Marian Ochoa de Eribe
Año de publicación: 2016
Valoración: muy recomendable
La experiencia literaria que, como lectores, vamos adquiriendo a lo largo de nuestra vida nos permite conocer, de manera rápida, cuando el estilo de una autora toca esas fibras sensibles que nos alertan y nos ponen sobre aviso de que hay que considerarla muy en serio. Que la lectura sirve para entretener, también, pero que sirve especialmente para reflexionar, para sentir, para emocionarse y dejarse llevar. Y no cabe duda que Tatiana Țîbuleac lo consigue con esta primera novela. Sobradamente. Porque estamos delante de un auténtico librazo.
Ya de entrada, sorprende la narración en esta obra por su estilo, en el que la autora utiliza un tono directo, crudo, desacomplejado y cruel, con unas primeras frases que hieren al lector en su primer contacto con la novela: «Aquella mañana en la que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás». Así, directamente, sin preámbulos ni preparación para lo que nos viene, entramos en la historia. Y quien narra es el joven Aleksy, despiadado e inestable, con problemas mentales y de comportamiento, irascible y desalmado, recordándonos un pasado que permanece en su memoria de manera bien presente, con detallado realismo y autenticidad, y nos conduce a recordar su último día de curso, cuando aún era joven y lo esperaba su madre a la salida del centro, una madre con una vida difícil y abandonada por su marido; una madre para quien solo tiene reproches y malas palabras, y una pésima opinión por su aspecto desaliñado: «Mi madre tenía unos ojos verdes tan bonitos que parecía un despropósito malgastarlos en un rostro fermentado como el suyo». No parece haber un solo indicio de amor en esa relación, nada de complicidad; una ausencia absoluta de ternura y sentimiento y cierta dosis de un humor negro, propio de quien no ve futuro y únicamente encuentra consuelo tratando la vida como si todo fuera una broma, la gran broma antes de que todo estalle y se lleve para siempre una vida miserable, vacía y perdida.
A partir de ese comienzo, la autora introduce pinceladas del pasado para ver qué ha llevado a una madre y a su hijo a tener una relación tan deteriorada, tan exenta de afecto, tan desgastada hasta el punto de acercarse a un odio latente en cada uno de sus recuerdos. Y la autora se encarga de reafirmarlo con unos separadores entre capítulos que nos recuerdan que su sentimiento es ese y no otro, que no hay lugar para el cariño, que no hay espacio para una tregua; que no puede ver a su madre de distinta forma, que todo lo que ve en ella le hace aborrecerla, afirmando incluso que «los ojos de mi madre fea eran los restos de una madre ajena muy guapa». Este estilo tan brusco, tan cruel, tan áspero, que nos recuerda, en parte, a Agota Kristof, pues no vemos en él signos de simpatía o amabilidad, únicamente frialdad. Y, a pesar de ello, la oscuridad de la historia queda deslumbrada por la gran exquisitez de su narración, pues todos los detalles están cuidados en una elección precisa de las palabras. Nada impostado en un perfecto encaje entre crueldad y belleza. Porque la hay, de ambas cosas. Y mucha.
La historia que Tatiana Țîbuleac nos narra es la historia de Aleksy y la difícil relación con su madre, una relación maternofilial de odio y menosprecio, pero también es, por encima de todo, la historia de una redención y de nostalgia a un pasado no vivido, aunque sí soñado; nostalgia a una época donde aún quedaba tiempo, nostalgia al afecto no percibido, al amor de una madre que no llegó nunca, por causa de él, o de ella, o del infortunio que trajo una muerte a la familia demasiado pronto. Partiendo de los recuerdos del verano en el que pasó en compañía de su madre en un pueblecito de Francia, la autora va introduciendo la historia sucedida, en breves pinceladas de colores oscuros y algo tenebrosos, pero con una claridad omnipresente. El estilo de Tatiana Țîbuleac destaca por su inmensa intensidad narrativa, dominando el lenguaje y el tempo narrativo a la perfección. Porque las palabras van surgiendo del texto y nos llegan de manera directa, poética y tremendamente visible sin necesidad de forzar el lenguaje ni romper las costuras de un vocabulario escogido con precisión.
Con una prosa estilísticamente envolvente y de poética visualidad, la autora nos va contando lo que sucedió ese verano, y cómo los sentimientos del joven Aleksy y el odio manifiesto hacia su madre tornaron hacia sentimientos más cálidos, más tiernos y sensibles. Porque hay una transformación evidente, porque empezamos a entender lo sucedido, y el lector acompaña a Aleksy en esa mudanza, una mudanza sentimental, en la que el protagonista se desprende de las capas más duras de una personalidad forjada a través de infortunios y un gran desamparo. Y, ese cambio en Aleksy se traslada también al estilo narrativo, y vemos más ternura, más belleza, más luz y cariño. La autora nos acompaña, también estilísticamente, en ese proceso, un proceso de comprensión de lo sucedido que lleva al joven a recomponer la relación con su madre y, a la postre, también a la reconstrucción de la propia vida, que reconduce a pesar de tortuosos caminos, accidentes, desgracias que le llevarán a un presente al que desafía y combate para no repetir errores del pasado.
De esta manera, con delicada belleza e irremediable encanto, somos testigos de una historia de amor entre madre e hijo, a pesar de los malos momentos, a pesar de las tragedias, a pesar de las fatalidades, a pesar del odio latente, a pesar de ella, a pesar de él. Y el relato nos recuerda que, en el fondo y al final de nuestros días, a veces nos tratamos mal aún sin quererlo, sin saber el porqué o, aun sabiéndolo, sin suficiente motivo. Porque a menudo nos damos cuenta tarde, demasiado tarde, que lo que nos separa es mucho menos de los que nos une, y las decisiones tomadas lo son en base a unas circunstancias no siempre existentes de alternativas, que nos arrastran sin remediarlo, sin darnos cuenta, a una espiral de resquemor y recelo, desconfianza e incomprensión. Porque necesitamos buscar culpables ante los infortunios, alguien sobre quién cargar las tintas del desenlace en el que un azar travieso ha decidido escoger para nuestro futuro, alguien a quien responsabilizar de una desdicha demasiado grande para ser sobrevivida sin cicatrices ni muescas emocionales.
La historia que narra Tatiana Țîbuleac es una historia dura, triste, pero también tremendamente bella, que, envuelta de un halo repleto de nostalgia, penetra en nuestros sentimientos a medida que avanzamos en la historia. Porque en la sencillez de su relato y en el hermosísimo estilo de la autora, su belleza disfraza, pero no oculta, una tristeza inmensa que nos devuelve recuerdos de un pasado que pudo haber sido diferente, pero que las vidas de unos personajes carentes de afecto fueron incapaces de domar y evitar de esa manera un descarrilamiento hacia precipicios solitarios y fríos. Como ocurre en ocasiones, solo cuando ya es tarde, cuando el fin de acerca y la noche nos invade, logramos evitar trágicamente caer en la profunda oscuridad de una vida sin amor, sin ilusiones, sin esperanza. Una vida que, tal como afirma la autora en otro excelente fragmento del libro, transcurrió «dejando a su paso un rastro de miguitas de felicidad y llevándose, a cambio, una vida casi sin usar».
Esta es la historia de una larga y sostenida soledad, de una amarga existencia basada en la desconfianza, la tristeza y la cerrazón. Pero es también una historia de amor y redención entre un hijo y una madre, de perdón y aceptación de una vida larga y dura que, aunque a veces odiamos y no comprendemos, es la que el azar o la fortuna nos ha deparado, y a la que hay que verle la parte menos oscura para dejar que la luz de unos ojos verdes, como el color de la esperanza, abra una rendija por donde dejar filtrar la vida deseada.
Ya de entrada, sorprende la narración en esta obra por su estilo, en el que la autora utiliza un tono directo, crudo, desacomplejado y cruel, con unas primeras frases que hieren al lector en su primer contacto con la novela: «Aquella mañana en la que la odiaba más que nunca, mi madre cumplió treinta y nueve años. Era bajita y gorda, tonta y fea. Era la madre más inútil que haya existido jamás». Así, directamente, sin preámbulos ni preparación para lo que nos viene, entramos en la historia. Y quien narra es el joven Aleksy, despiadado e inestable, con problemas mentales y de comportamiento, irascible y desalmado, recordándonos un pasado que permanece en su memoria de manera bien presente, con detallado realismo y autenticidad, y nos conduce a recordar su último día de curso, cuando aún era joven y lo esperaba su madre a la salida del centro, una madre con una vida difícil y abandonada por su marido; una madre para quien solo tiene reproches y malas palabras, y una pésima opinión por su aspecto desaliñado: «Mi madre tenía unos ojos verdes tan bonitos que parecía un despropósito malgastarlos en un rostro fermentado como el suyo». No parece haber un solo indicio de amor en esa relación, nada de complicidad; una ausencia absoluta de ternura y sentimiento y cierta dosis de un humor negro, propio de quien no ve futuro y únicamente encuentra consuelo tratando la vida como si todo fuera una broma, la gran broma antes de que todo estalle y se lleve para siempre una vida miserable, vacía y perdida.
A partir de ese comienzo, la autora introduce pinceladas del pasado para ver qué ha llevado a una madre y a su hijo a tener una relación tan deteriorada, tan exenta de afecto, tan desgastada hasta el punto de acercarse a un odio latente en cada uno de sus recuerdos. Y la autora se encarga de reafirmarlo con unos separadores entre capítulos que nos recuerdan que su sentimiento es ese y no otro, que no hay lugar para el cariño, que no hay espacio para una tregua; que no puede ver a su madre de distinta forma, que todo lo que ve en ella le hace aborrecerla, afirmando incluso que «los ojos de mi madre fea eran los restos de una madre ajena muy guapa». Este estilo tan brusco, tan cruel, tan áspero, que nos recuerda, en parte, a Agota Kristof, pues no vemos en él signos de simpatía o amabilidad, únicamente frialdad. Y, a pesar de ello, la oscuridad de la historia queda deslumbrada por la gran exquisitez de su narración, pues todos los detalles están cuidados en una elección precisa de las palabras. Nada impostado en un perfecto encaje entre crueldad y belleza. Porque la hay, de ambas cosas. Y mucha.
La historia que Tatiana Țîbuleac nos narra es la historia de Aleksy y la difícil relación con su madre, una relación maternofilial de odio y menosprecio, pero también es, por encima de todo, la historia de una redención y de nostalgia a un pasado no vivido, aunque sí soñado; nostalgia a una época donde aún quedaba tiempo, nostalgia al afecto no percibido, al amor de una madre que no llegó nunca, por causa de él, o de ella, o del infortunio que trajo una muerte a la familia demasiado pronto. Partiendo de los recuerdos del verano en el que pasó en compañía de su madre en un pueblecito de Francia, la autora va introduciendo la historia sucedida, en breves pinceladas de colores oscuros y algo tenebrosos, pero con una claridad omnipresente. El estilo de Tatiana Țîbuleac destaca por su inmensa intensidad narrativa, dominando el lenguaje y el tempo narrativo a la perfección. Porque las palabras van surgiendo del texto y nos llegan de manera directa, poética y tremendamente visible sin necesidad de forzar el lenguaje ni romper las costuras de un vocabulario escogido con precisión.
Con una prosa estilísticamente envolvente y de poética visualidad, la autora nos va contando lo que sucedió ese verano, y cómo los sentimientos del joven Aleksy y el odio manifiesto hacia su madre tornaron hacia sentimientos más cálidos, más tiernos y sensibles. Porque hay una transformación evidente, porque empezamos a entender lo sucedido, y el lector acompaña a Aleksy en esa mudanza, una mudanza sentimental, en la que el protagonista se desprende de las capas más duras de una personalidad forjada a través de infortunios y un gran desamparo. Y, ese cambio en Aleksy se traslada también al estilo narrativo, y vemos más ternura, más belleza, más luz y cariño. La autora nos acompaña, también estilísticamente, en ese proceso, un proceso de comprensión de lo sucedido que lleva al joven a recomponer la relación con su madre y, a la postre, también a la reconstrucción de la propia vida, que reconduce a pesar de tortuosos caminos, accidentes, desgracias que le llevarán a un presente al que desafía y combate para no repetir errores del pasado.
De esta manera, con delicada belleza e irremediable encanto, somos testigos de una historia de amor entre madre e hijo, a pesar de los malos momentos, a pesar de las tragedias, a pesar de las fatalidades, a pesar del odio latente, a pesar de ella, a pesar de él. Y el relato nos recuerda que, en el fondo y al final de nuestros días, a veces nos tratamos mal aún sin quererlo, sin saber el porqué o, aun sabiéndolo, sin suficiente motivo. Porque a menudo nos damos cuenta tarde, demasiado tarde, que lo que nos separa es mucho menos de los que nos une, y las decisiones tomadas lo son en base a unas circunstancias no siempre existentes de alternativas, que nos arrastran sin remediarlo, sin darnos cuenta, a una espiral de resquemor y recelo, desconfianza e incomprensión. Porque necesitamos buscar culpables ante los infortunios, alguien sobre quién cargar las tintas del desenlace en el que un azar travieso ha decidido escoger para nuestro futuro, alguien a quien responsabilizar de una desdicha demasiado grande para ser sobrevivida sin cicatrices ni muescas emocionales.
La historia que narra Tatiana Țîbuleac es una historia dura, triste, pero también tremendamente bella, que, envuelta de un halo repleto de nostalgia, penetra en nuestros sentimientos a medida que avanzamos en la historia. Porque en la sencillez de su relato y en el hermosísimo estilo de la autora, su belleza disfraza, pero no oculta, una tristeza inmensa que nos devuelve recuerdos de un pasado que pudo haber sido diferente, pero que las vidas de unos personajes carentes de afecto fueron incapaces de domar y evitar de esa manera un descarrilamiento hacia precipicios solitarios y fríos. Como ocurre en ocasiones, solo cuando ya es tarde, cuando el fin de acerca y la noche nos invade, logramos evitar trágicamente caer en la profunda oscuridad de una vida sin amor, sin ilusiones, sin esperanza. Una vida que, tal como afirma la autora en otro excelente fragmento del libro, transcurrió «dejando a su paso un rastro de miguitas de felicidad y llevándose, a cambio, una vida casi sin usar».
Esta es la historia de una larga y sostenida soledad, de una amarga existencia basada en la desconfianza, la tristeza y la cerrazón. Pero es también una historia de amor y redención entre un hijo y una madre, de perdón y aceptación de una vida larga y dura que, aunque a veces odiamos y no comprendemos, es la que el azar o la fortuna nos ha deparado, y a la que hay que verle la parte menos oscura para dejar que la luz de unos ojos verdes, como el color de la esperanza, abra una rendija por donde dejar filtrar la vida deseada.
También de Tatiana Țîbuleac en ULAD: El jardín de vidrio
23 comentarios:
Qué reseñaza, Marc, la esperaba como agua de mayo. Si tuviera que elegir una palabra para definir este libro diría luz. Destellos de luz hasta en las partes más oscuras de la historia, y hay muchas, luz en el lenguaje de la autora desde el mismo título (verano, ojos verdes), la luz del pueblecito en la costa francesa... Me ha dejado mucha curiosidad y ganas de leer lo próximo de la autora, cómo será?
¡Muchas gracia, Irati, por tus elogios! Ciertamente es un librazo, y sí, hay luz a pesar de la oscuridad de una vida triste y sin alicientes que inviten a la felicidad. Yo también tengo muchas ganas de leer más de su autora. A ver si tenemos suerte y publica alguna otra obra pronto. La espero con ganas.
Saludos, y gracias por comentar la reseña.
Marc
La reseña está a la altura del libro.
Guardo la reseña y apunto le libro.
Muchas gracias, Anónimo. Por suerte, el libro está muy por encima de la reseña, por lo que si esta te ha gustado, el libro te encantará.
Saludos y, si cuando lo hayas leído, quieres compartir con nosotros tu opinión, será un placer leerte.
Marc
ustedes son buenos para reomendar libros-coñazo yo voy a hacer mis recomendaciones una vieja historia de jonathan littell,las ambiciones defraudadas de alberto moravia,los naufragos de jean amery una mujer inoportuna de dominick dunne,por favor dejen de dar la brasa con la novela experimental.
hola, Anónimo. Lamento que no coincidamos en gustos, aunque debo confesar que el que mencionas de Littel me atrajo la atención hace cierto tiempo y lo tengo en mi lista de posibles futuras lecturas (a pesar de que "Las benévolas" me costó algo de digerir). A ver si me animo, aunque reconozco que el argumento del de Littel me suena también a experimental y fue el motivo por el que no me decidí en su día:
'Un narrador sale de una piscina, se cambia y empieza a correr por un pasadizo oscuro. Descubre puertas que se abren a territorios (una casa, una habitación de hotel, un estudio, un espacio más amplio, una ciudad o una zona salvaje), lugares donde se representan una y otra vez, hasta el infinito, las relaciones humanas más esenciales (la familia, la pareja, la soledad, el grupo, la guerra).' Así describe Jonathan Littell Una vieja historia, con la que regresa a la novela por primera vez desde el acontecimiento literario que supuso Las benévolas (premio Goncourt 2006, unos dos millones de ejemplares vendidos en todo el mundo, traducciones a treinta lenguas). La novela se organiza en siete variaciones, donde la acción parece repetirse, la misma familia, la misma habitación de hotel, el mismo espacio para el sexo, para la violencia."
Pero a lo mejor me animo, el libro parece interesante y, cómo ya me llamó la atención hace tiempo y ya que lo has recomendado, le echaré un ojo de nuevo.
Saludos, y gracias por comentar la entrada.
Marc
Os sigo de manera habitual. Tengo varios libros por leer, sin duda alguno recomendado por vosotros. Cuando leí està reseña dije "mio" y luego "no que tengo pendientes". Hoy paso por "mi libreria" y, como siempre, entro a usmear. Salgo con "el verano en que mi madre tuvo los ojos verdes" puesto. Me siento en una cafetería, pido un café y abro el libro. Me quedo pegada a la silla una hora sin poder dejar de leer.
Hola, Magda. Te entiendo perfectamente, me pasó algo parecido, pues es un libro que, a la que lo empiezas, es difícil saber cuando parar.
Espero que te guste y si, cuando lo acabes, quieres comentarlo, será un placer conocer tus impresiones.
Saludos, y gracias por seguirnos de manera habitual y tenernos en cuenta de cara a escoger tus próximas lecturas.
Marc
En mi comentario anterior escribí “usmear”? Pido disculpas, es algo que me pasa a menudo y luego me muero de vergüenza. Lo de los despistes ortográficos, digo, no sólo con una palabra.
He cerrado el libro esta mañana aproximadamente a la misma hora que ayer lo abrí. Las horas sin leer fueron por necesidad y no por voluntad. Qué intensidad en las palabras de Tatiana Tîbuleac! Qué manera de atrapar al lector!. Al acabar la novela yo también me he quedado, de alguna forma, atrapada en aquel verano en que una madre tuvo los ojos verdes. Hay mucho amor, sí. Especialmente, diria yo, el amor que se genera del lector hacia un personaje que si fuera mi vecino quizás eludiría. Mucho amor, mucha luz, también, frecuentes sonrisas y una constante tristeza...
Hola, Magda. Veo que el libro te ha durado un suspiro, probablemente el que has estado conteniendo durante todo el relato.
Celebro que te haya gustado y el estilo de la autora te haya atrapado de esta manera. Ciertamente es un muy buen libro.
Si te atreves, y no es para retarte sino por la dureza de la historia narrada, te recomendaría «Cárdeno adorno», de Katharina Winkler, que reseñé también en ULAD. Ahí no hay luz en la historia, pero sí un estilo poético y precioso fuera de lo común y que me dejó también sin aliento. Eso sí, la historia es durísima por lo que recomiendo que veas su argumento antes de lanzarte a él.
Saludos, y gracias por compartir tu opinión con nosotros.
Marc
Gracias, reseña leida, sin duda caerá «Cárdeno adorno» en algun momento. Ahora me dispongo a "atacar" "Canto jo i la muntanya balla" que tenia pendiente y acabo de ver que también reseñaste tu.
Hola, Magda. Veo que coincidimos en intereses ;-)
Creo que disfrutarás con la novela de Irene Solà, es un festival de voces y originalidad.
¡Ya nos contarás!
Saludos
Marc
@irati
Soy rumana y tengo que confesar que El verano... me decepcionó un pelin porque había leído su segundo libro antes. ¨El jardín de vidrio,¨, recien galardonado con el premio literario de la UE, es brutal. El horizonte narrativo es mucho más amplio y el ángulo feminista le da mucha más profundidad a través de un personaje femenino. Además de la manera super interesante de hablar de temas que nosotros nunca nos planteamos (quién es rumano y quién no y cómo somos tan condescendientes con los moldavos ...) Es el mejor libro que he leído este año.
Hola, Anónima, gracias por tu aportación, que me han dado aún más ganas de que decidan traducir también el libro que comentas. Si dices que aún es mejor que este, debe ser absolutamente sensacional.
Saludos, y gracias por comentar la entrada,
Marc
Terminé ayer "El verano en que..." Y quedé totalmente sin aliento. Buenísimo!!
"El jardín de vidrio" será publicado por Impedimenta en otoño de este año 2020 ¡Contando los días!
Hola, Verónica.
Me alegro coincidir en la valoración del libro. Me has dado una estupenda noticia al decir que Impedimenta sacará “a El jardín de vidrio” en otoño. Parece ser que este 2020 puede ser un gran año respecto a la literatura.
Saludos
Marc
Tras las primeras páginas pensé que era la historia de un "hater" incomprendido y me dio muchísima pereza todo. Pero seguí leyendo y menos mal, porque el libro remonta, alza el vuelo y al final es un pequeño caramelito que sabe a nostalgia, a los panes de Odille y bicicletas veraniegas.
Además de que engancha, me gustan esas frases intermedias sobre los ojos de su madre, y me gusta también esas otras historias que se dejan entrever (la relación con la abuela, historia de su hermana, el accidente) que, lejos de estar metidas con calzador, son la envolvente de todo lo demás.
Muy buen libro (y preciosa la edición de Impedimenta) y muy buena reseña, Marc.
Hola, Carmen. Entiendo esas primeras sensaciones que indicas, cuesta un poco entrar en la historia y en la mente del protagonista por ese tono duro y negativo. Pero luego, una vez entras en la historia, todo fluye.
Y sí, a mi también me gustan esas frases intercaladas, poéticamente maravillosas a pesar de su contundencia.
Coincido también con la preciosa edición de Impedimenta, aunque ya nos tiene acostumbrados a ello ;-)
Me alegro que te haya gustado la reseña y gracias por compartir tu opinión con todos nosotros.
Saludos
Marc
Terminé de leerlo y ahora tengo un vacío. No sé que sigue. Es como un amor que acaba y no tienes ganas de empezar otra relación.
Hola, anónimo.
Te entiendo perfectamente, la autora nos arrastra en esa transformación del personaje y consigue que empaticemos terriblemente con él. Un libro y una historia de los que dejan poso, recuerdos y añoranza al terminarlo.
Saludos, y gracias por comentar la entrada.
Marc
Hola, Marc
Creo que coincidimos mucho en la apreciación del libro, sobre todo en la belleza que sale en destellos desde un lenguaje tan crudo como el de este libro.
Hice un comentario cuando lo leí. Te lo dejo:
https://www.goodreads.com/review/show/3108144514
Muchas gracias, Sebastián, por tus palabras.
Sin duda, es un libro precioso, aunque también duro y crudo.
Muy bueno tu comentario en GR, coincido mucho con lo que expones.
Saludos, y gracias por pasarte por aquí.
Marc
Es una buena novela y la historia está bien. En ningún momento decae y es relativamente breve. Recomendable.
Publicar un comentario